La identidad es ser uno mismo. Implica una conciencia de la permanencia del yo en situaciones diferentes y en el transcurso del tiempo. Es un reconocimiento de que ese yo, que participó en lugares y momentos distintos de los actuales es, sin embargo, el mismo yo.
En el campo de la identidad nacional, es la identificación del nosotros, y una conciencia de ser distintos de los demás pero iguales a sus co-societarios frente a otros grupos. La identidad nacional como proceso presenta una doble fase: intersubjetiva y objetiva.
La intersubjetiva es la conciencia de los individuos de un grupo, de su existir continuo y la posesión de una memoria coherente a esa existencia, es decir, el compartir un pasado común.
La objetiva es su nominación y el lugar que ocupa en la sociedad global.
En México, existe una conciencia desigual (fase intersubjetiva) de esa mismidad grupal que se gesta en la independencia, se refuerza y acrecienta en los períodos de intervención extranjera y en las etapas de rescate de las raíces autóctonas.
Esa desigualdad se manifiesta en la concepción que de lo mexicano se tiene en las diversas regiones geopolíticas del país; los distintos estratos sociales y las variadas etnias. Básicamente esto se debe a cuatro fenómenos sociales complejos:
- Centralización del poder político, económico y cultural en el que prevalece la hegemonía de la metrópoli.
- Desarticulación física y de comunicación en las diversas regiones.
- Injusticia social imperante. La distribución de los bienes económicos y culturales se concentra en pocos individuos, ocasionando una participación marginal de la mayoría. Como consecuencia existe una precaria vida democrática con una sociedad civil poco participativa.
- Diversidad étnico-cultural sin un medio vincular que amalgame y trascienda.
En la fase objetiva, nos sabemos, en un primer momento, mexicanos sin discriminar etnia, regiones ni zonas, pero en un segundo momento, sí nos distinguimos: del norte, del sureste, de Veracruz…
Una lengua que no siempre une
En lo referente a la lengua no hay unificación léxica ni semántica, ya que existe un desconocimiento de la propia lengua manifestado en diversos grupos indomonolingües; en la inercia lingüística que impide enriquecer nuestro vocabulario, adaptando más préstamos de los indispensables; en una deslealtad lingüística que permite fácilmente la intromisión inadecuada de vocablos ajenos al habla coloquial y especializada; en la comunicación interpersonal como en la subjetiva; en la proliferación de escuelas bilingües cuya importancia radica, muchas veces, en la valoración simbólico-prestigiosa ¾más que en la necesaria técnico-utilitaria¾ que de ella tienen los usuarios de la clase media nacional, pues bajo esa valoración subyace, en ocasiones, un sentimiento de inferioridad.
Si en el proceso de formación de la identidad, las fases intersubjetiva y objetiva se relacionan íntimamente y para un desarrollo sano y positivo la más importante es la primera ¾la toma de conciencia y autovaloración grupal¾, cuando esta no se da puede hablarse de crisis de identidad o identidad negativa.
Las crisis de identidad aparecen en diversas etapas de la vida grupal y se provocan al cuestionarse la propia identificación frente a nuevos referentes. Hoy, en la búsqueda de la modernidad, son los altos niveles científico-tecnológicos y de vida los que prestigian una nación. Cuando se va a la zaga de estos y se buscan cánones éticos y estéticos ajenos, se denota un cuestionamiento de la propia identidad y una devaloración de sí mismo como consecuencia de una expectativa frustrada.
Confusión y conflicto
El que México pertenezca al grupo de países denominados tercermundistas ¾es decir, en proceso de desarrollo, y dependientes científica y tecnológicamente¾ propicia que los mexicanos imitemos y adoptemos modelos externos por admiración, y en consecuencia, no utilicemos de forma óptima nuestros recursos materiales y culturales, ni explotemos nuestras posibilidades.
El riesgo es el surgimiento de conflictos, la anomía (confusión de identidad y/o despersonalización). Cuando esto sucede, el grupo pierde energías y lealtades de sus miembros y extravía el rumbo del progreso.
En el proceso de maduración social, lo fundamental es superar esos períodos críticos de manera armónica; de lo contrario, se desemboca en síndromes neuróticos que van desde el cinismo colectivo (chistes de autodevaloración nacional, adjudicación de características negativas como exclusivas; por ejemplo, el clásico macho mexicano…) hasta conductas sociales desviadas, especialmente en grandes centros urbanos.
En cuanto a la anomía es frecuente constatar que en México se norman casi todas las conductas colectivas y que se transgreden por el simple deseo de hacerlo, además se goza y vanagloría en ello.
También es frecuente observar aspectos de confusión de identidad. Así, se reconoce la condición mestiza del mexicano pero se dicotomizan sus vertientes étnicas, algunos ensalzan lo indígena y otros lo español, polarizando la mexicanidad. Nos sabemos mexicanos pero queremos actuar como europeos, estadounidenses… y nos enorgullecemos cuando nos confunden con extranjeros. Como afirma Ralph Linton en su Estudio del hombre: “los sistemas sociales mexicanos modernos” son todos una mezcla de moldes españoles e indígenas, modificados y reinterpretados. Nuestra cultura es una cultura mestiza.
Por una educación de lo mexicano
En relación a la despersonalización que engloba el más alto nivel de las conductas socialmente desviadas, encontramos síntomas en algunos aspectos de:
- autoagresión: altos índices de alcoholismo, drogadicción, degradación moral y, con menos frecuencia, suicidio (en el D.F. y la zona conurbada se reportan 365 suicidios anuales y en el “metro”, 52 al año);
- agresión a los otros: manifestaciones que van desde el insulto hasta el homicidio por incidencias de tránsito; riñas, violaciones y delincuencia cada vez más frecuente;
- agresión a lo otro: múltiples formas de destrucción, tanto del ecosistema como del entorno físico construido.
De ahí la necesidad de que la educación se percate, formal e informalmente, de la crisis de identidad nacional y estructure el proceso formativo permitiendo su canalización positiva a través de la convergencia de las facultades constructoras de los mexicanos.
La educación tiene que:
- § Incidir en el rescate, promoción y difusión de aquellas tradiciones que enriquezcan a la sociedad global.
- § Propiciar la autorreflexión a través de la investigación humanística y técnico-científica que dé una idea clara de las necesidades, recursos disponibles y satisfacciones pretendidas.
- § Hacer conciencia del compromiso social de cada individuo que conforma la sociedad.
- § Orientar la acción participativa de sus miembros.
Se planeará, así, una educación pragmática que aproxime a los grupos: su conocimiento, intereses y objetivos. Esto posibilitará advertir las necesidades y aspiraciones de la sociedad global mexicana, a fin de lograr una asociación cooperativa y armónica en la búsqueda de la modernidad.
* Investigadora titular del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. Profesora en la Escuela de Pedagogía de la Universidad Panamericana.