No pude detener los elefantes
Carmen Alardín
Carmen Alardín
FCE. México, 2002. 136 págs.
Debo disculparme por iniciar esta reseña con una revelación personal. Hace unas semanas choqué. Literalmente, choqué contra el parabrisas de un taxi y no pude detener los elefantes.
Supongo que el título del presente libro tiene algo que ver con esa sensación de sobresalto e impotencia suscitada en un choque. Al leerlo, el cuerpo se deja llevar por las fuerzas de la inercia y no queda mucho por hacer.
Será porque los poemas aquí reunidos llevan impregnado el sabor del mar y su contundencia. Están expuestos al amor. Al filial, al de los abuelos, al que suscitó curiosas investigaciones durante la infancia, a la juventud y a la soledad.
En ellos también se percibe una cierta inocencia mística, como en «El pan de la oscuridad», que dice: «Por algo el pan divino no tiene levadura, / sin duda Él ya sabía desde antaño, / que eso no constituye el requisito / para que el pan se eleve».
En resumen, Alardín ofrece una buena oportunidad para reencontrarse con la poesía sencilla, jovial y transparente, una poesía que recuerda la de Pellicer o Gorostiza.
Supongo que el título del presente libro tiene algo que ver con esa sensación de sobresalto e impotencia suscitada en un choque. Al leerlo, el cuerpo se deja llevar por las fuerzas de la inercia y no queda mucho por hacer.
Será porque los poemas aquí reunidos llevan impregnado el sabor del mar y su contundencia. Están expuestos al amor. Al filial, al de los abuelos, al que suscitó curiosas investigaciones durante la infancia, a la juventud y a la soledad.
En ellos también se percibe una cierta inocencia mística, como en «El pan de la oscuridad», que dice: «Por algo el pan divino no tiene levadura, / sin duda Él ya sabía desde antaño, / que eso no constituye el requisito / para que el pan se eleve».
En resumen, Alardín ofrece una buena oportunidad para reencontrarse con la poesía sencilla, jovial y transparente, una poesía que recuerda la de Pellicer o Gorostiza.