En el lomo de este ejemplar, un cambio de número apenas perceptible nos indica, una vez más, que es momento de renovar el grato esfuerzo de editar esta revista. ISTMO estrena el año 46 en su edición impresa y el segundo en versión electrónica.
2003 dejó dos regalos magníficos entreverados con los avatares económicos. El primero es un notable incremento del ámbito a nuestro alcance; gracias a que la revista está en la red, gente de muchos países nos contacta ahora, sin más limitación que el idioma. Los informes electrónicos señalan que aumentan las suscripciones, y las visitas a la página van arriba de 62 mil mensuales. También arrojan otros datos significativos: los tres artículos más solicitados desde el arranque de istmoenlinea.com son: «Los deseos disparatados de Nezahualcóyotl», de Rafael Jiménez Cataño (ISTMO 221) «Satanismo en el siglo XXI», de Mireille Méjan (ISTMO 241), y «La barroca comida mexicana o el choque del cazo y el comal», de Héctor Zagal (ISTMO 230).
Cualquier persona puede navegar por las páginas de ISTMO, acceder a parte del contenido o solicitar una cortesía para artículos restringidos. Los suscriptores regulares, solicitando una clave, tienen a su disposición el contenido íntegro de los ejemplares que abarca su suscripción, y los suscriptores premium, con ayuda de un eficiente buscador, pueden encontrar lo que requieran por tema o por autor, incluyendo los once años anteriores.
El segundo regalo es que, gracias también a la electrónica, la comunicación con nuestros lectores es más rica y fluida. Aunque todo el contenido de ISTMO se prepara sondeando sus intereses y pensando en ellos, nos entusiasma que se tomen el tiempo de decirnos qué les atrae o disgusta. El mundo de los lectores es un ámbito vital, rico, dinámico y abierto a la información de todas las áreas, nuestro servicio consiste en tender puentes entre ellos y los colaboradores, quienes a partir de la realidad cotidiana y del hombre mismo proporcionan argumentos que ayudan a orientarse en la búsqueda aventurera de respuestas.
Queremos sentirnos responsables colectivos de nuestro futuro, sin ceder ante la tentación de que poco se puede hacer ante el implacable avance de la técnica y de la economía, que determinan un futuro común. Las ideas claras ayudan a entablar la conversación y a mostrar la fecundidad de lo valioso.