Junto con los beneficios que las innovaciones tecnológicas y el progreso industrial han traído a la humanidad, es innegable que también han generado cambios ambientales adversos y problemas de salud a corto, mediano y largo plazo.
El desarrollo industrial ha dado lugar a que, en el ámbito laboral, hombres, mujeres, e incluso niños, queden expuestos a agentes físicos o químicos nocivos. Lo grave es que, en muchas ocasiones, los efectos no se conocen sino hasta que una serie de accidentes evidencian el asunto.
Desde hace algunos años, poco a poco se ha tomado conciencia de las consecuencias y se han implantado programas o medidas preventivas para minimizar o erradicar los efectos nocivos. Aún así, falta mucho camino por recorrer.
¿DIJO USTED «TERATÓGENO»?
En las últimas décadas se han publicado diversos índices que resaltan las características tóxicas de diversas sustancias, pero la información sobre su potencial efecto nocivo en el desarrollo embrionario aún es escasa.
Existe una larga lista de teratógenos agentes físicos, químicos o biológicos que al contacto con el embrión pueden alterar su desarrollo, pero es aún más larga la de los sospechosos que sólo se han demostrado en modelos biológicos experimentales.
Los estudios se han concentrado, fundamentalmente, en agentes biológicos, físicos y productos químico-farmacéuticos a los que una mujer puede estar expuesta durante el embarazo. Sin embargo, se ha prestado poca atención a la exposición de sustancias químicas de uso laboral, a pesar de que cada vez mayor número de mujeres en edad reproductiva participa en diversas actividades industriales. Corren el riesgo de quedar expuestas a dichos agentes y que el desarrollo prenatal de sus hijos sufra alteraciones y los marque para el resto de sus días.
Por desgracia, sólo hasta que se presenta un «número estadísticamente significativo», se toma conciencia del problema y se incorpora el teratógeno a la lista. Un ejemplo tristemente contundente ocurrió en la ciudad de Matamoros (Tamaulipas), entre 1971 y 1977, cuyas consecuencias se conocieron hasta años después.
EN BUSCA DEL ENEMIGO
En junio de 1992, la doctora María Dolores Saavedra ontiveros, genetista y entonces subdirectora de Investigación del hospital general Doctor Manuel Gea González, de la ciudad de México, fue invitada por las autoridades municipales de Matamoros para investigar la posible existencia de malformaciones congénitas y/o retraso psicomotor en numerosos pacientes que requerían atención de los Servicios Médicos Municipales (DIF).
La doctora Saavedra y un pequeño grupo de colaboradores valoraron a 134 pacientes registrados en el DIF-Matamoros. Les llamaron especialmente la atención 44 jóvenes de ambos sexos, de 16 a 21 años, que presentaban un retraso psicomotor y del lenguaje, de grado variable, y un rostro peculiar que los hacía más parecidos entre ellos que entre sus propios familiares. El conjunto de alteraciones no correspondía a ninguna enfermedad descrita o clasificada.
Tras una investigación se encontró que los padres de los afectados habían trabajado en la Mallory Capacitor Co. división en Matamoros de la empresa norteamericana P.R. Mallory & Co. entre 1971 y 1977, hasta que cerró sus puertas y los empleados fueron despedidos sin mayores explicaciones. Esta maquiladora fabricaba capacitores para radio y televisión que luego enviaba a Estados Unidos, donde se ensamblaban los aparatos.
La fábrica ocupaba a 300 empleados aproximadamente (hombres y mujeres) en tres turnos. Al entrevistar a las madres de los pacientes sobre las condiciones laborales quedaron de manifiesto las deficientes condiciones laborales.
ALGO EN EL AMBIENTE
Pese al uso de diferentes disolventes industriales altamente volátiles, las instalaciones no contaban con sistemas de extracción de vapores; las escasas ventanas estaban clausuradas y había dos puertas que únicamente se abrían a la entrada y salida del personal o cuando ocurría algún accidente como la ruptura de un capacitor que provocaba la dispersión de un «líquido de aroma fuerte», que llegaba a provocar la pérdida del sentido e intoxicación de algunos trabajadores.
Además, el diseño de la maquiladora 15 departamentos separados entre sí por mamparas sin techo, facilitaba la dispersión de los vapores de las sustancias.
Entre los trabajadores eran comunes la somnolencia, náuseas, desmayos e incluso intoxicaciones severas. Cuando esto ocurría, los llevaban a diferentes centros hospitalarios en Matamoros u otras poblaciones cercanas, con lo que las autoridades sanitarias no se percataron nunca de la situación.
Por otro lado, a pesar de las malas condiciones de ventilación, por «cuestiones económicas», los obreros carecían de las más elementales medidas de protección laboral (mascarillas, guantes o aunque fuera un simple cubre bocas).
En el departamento de Ensamblaje Húmedo de la Mallory Capacitor Co., los obreros trabajaban con las manos sumergidas en una solución de solventes llamada low resistance electrolyte solution, una mezcla de metilcelosolve (etilenglicolmonometiléter), etilenglicol, ácido bórico y ácido benzoico. Absorbían dichas sustancias por la piel y, muy probablemente, también las ingerían por accidente al comer, debido a hábitos higiénicos deficientes. Estuvieran o no en ese departamento, todos inhalaban las sustancias.
UNA FUERTE SOSPECHA
La doctora Saavedra regresó al hospital Doctor Manuel Gea González con la fuerte sospecha de que se encontraba ante un problema de teratogénesis. Para comprobarlo, ella y su equipo de investigación analizaron cada uno de los casos y encontraron que los 44 afectados eran hijos de madres expuestas a los solventes y que todas las madres expuestas tuvieron hijos afectados, por lo que esta situación sugería una relación causal más que un factor de riesgo.
Concluyeron que la mezcla de estas sustancias se comportaba como un teratógeno, ya que el patrón de anormalidades era similar en todos los pacientes (reproducibilidad): las madres más expuestas tuvieron hijos más afectados (relación dosis-efecto), las madres que tuvieron más síntomas de intoxicación tuvieron hijos más afectados (susceptibilidad) y dependiendo del momento de la gestación en que estuvieron expuestas las alteraciones variaban (periodos críticos del desarrollo).
En ningún caso existió consanguinidad de los padres ni antecedentes familiares de malformaciones congénitas y/o retraso mental, ni tampoco se reconocieron características similares en ningún otro miembro de la familia.
Al azar, se seleccionaron 28 afectados para realizar una valoración integral en las diferentes especialidades médicas del hospital Doctor Manuel Gea González. Los resultados fueron poco alentadores: una amplia gama de alteraciones de las funciones mentales superiores y del área motora (disfunción perceptual psicomotora, dislalia múltiple, habilidad comunicativa deficiente y retardo en el lenguaje). También se detectaron alteraciones de la motilidad ocular y músculo-esqueléticas con malformaciones en manos, pies, cadera y columna. No se encontraron anormalidades estructurales en otros órganos o sistemas.
Quedó plenamente comprobado que se trataba de un problema teratogénico, faltaba definir cuál sustancia era la responsable de tales alteraciones. Después de una exhaustiva búsqueda bibliográfica se comenzó a sospechar de dos de los componentes de la mezcla: el etilenglicol y el metilcelosolve, pero había que demostrarlo.
ASESINOS POR NATURALEZA
El etilenglicol y el metilcelosolve son dos solventes orgánicos de la familia de los éteres de glicol, muy utilizados aún en la actualidad en diferentes industrias. El etilenglicol, por ejemplo, es uno de los principales componentes de los anticongelantes para vehículos automotores y, mezclado con el metilcelosolve y otros éteres de glicol, se emplea para fabricar pinturas, tintas, pastas para impresión, barnices, lacas, soluciones para el proceso fotográfico, litografía, etcétera; también se utiliza en la industria textil, producción de plásticos para alimentos, industria farmacéutica y de semiconductores.
Desde que ocurrió este asunto en Matamoros se conocía ya la capacidad tóxica de las sustancias, mayor para el metilcelosolve, que afecta a la médula ósea y produce anemia y problemas inmunológicos severos; en intoxicación aguda hay alteraciones nerviosas, cardiopulmonares y renales, y en altas dosis puede provocar la muerte.
También se sabía del daño reproductivo ocasionado en el ser humano. En los hombres provoca alteraciones en los testículos y el esperma y, en las mujeres, aborto espontáneo, cambios en el ciclo y baja fertilidad. Pero poco, o más bien nada, se había reportado sobre si el metilcelosolve y el etilenglicol podían actuar como teratógenos.
La doctora Saavedra pidió nuestra colaboración conocedora de nuestras líneas de investigación de embriología experimental y desde ese momento fuimos parte activa de su equipo.
Partimos de la hipótesis de que el metilcelosolve, el etilenglicol o ambos eran teratógenos. Para comprobarla expusimos a ratas gestantes a uno u otro solvente, a diferentes concentraciones y por distintas vías de aplicación. Al final de la gestación estudiamos los fetos de las ratas y las comparamos con los obtenidos de un grupo control.
Los resultados confirmaron lo que ya suponíamos: ambos solventes eran teratogénicos, más aún el metilcelosolve que el etilenglicol. En altas concentraciones ambos producían la muerte de los embriones; en concentraciones menores, disminución del peso y talla, y anormalidades externas como malformaciones craneofaciales, acortamiento de miembros, defectos en la pared abdominal, atrofia de miembros posteriores y edema (inflamación) generalizado. Con estos resultados dimos a conocer el problema a la comunidad científica internacional, con la esperanza de que no se repita.
Pero, ¿qué pasó con los jóvenes afectados y sus familias? Para nuestra sorpresa, esta es una de las pocas historias con final relativamente feliz, al menos en el aspecto legal. Aunque los jóvenes afectados siguieron con discapacidad, sus familias ganaron la demanda presentada en Estados Unidos contra la empresa que había absorbido a la Mallory Capacitor Co. Y, si bien la indemnización no puede reparar los daños, al menos puede mejorar su calidad de vida.
Además, los 28 pacientes que se sometieron a la valoración en el hospital Doctor Manuel Gea González recibieron, sin costo alguno, tratamiento médico, quirúrgico y/o de rehabilitación.
Es interesante, y nos hace recobrar la fe en los humanos, comprobar la inquietud de las autoridades que comenzaron a tomar medidas para identificar el problema y tratar de solucionarlo.
Gracias al esfuerzo unido de instituciones, autoridades con sensibilidad y conciencia, médicos e investigadores, se pudo demostrar la negligencia laboral en la raíz de un problema que afectó de por vida a muchas personas.
TODOS SOMOS RESPONSABLES
Cada vez más surgen nuevos productos químicos de uso doméstico e industrial potencialmente perjudiciales para la salud de adultos, niños y embriones, los más susceptibles.
La toma de conciencia y la prevención ayudarán a evitar estos problemas. La mejor forma de prevención es obtener y difundir el conocimiento para la educación en la salud, que no sólo debe dirigirse a los responsables directos de las políticas sanitarias, sino a la población en general.
Es importante recordar que las instituciones sanitarias no son las únicas responsables de la salud fetal de la madre; las empresas que emplean a mujeres en edad reproductiva también tienen un gran compromiso en este sentido.
La complejidad de estos problemas exige abordarlos a través de una investigación multidisciplinaria y trabajo en equipo, como en este caso. Gracias a la integración de los estudios epidemiológicos, clínicos y experimentales se pudo detectar y delinear un nuevo síndrome teratogénico que afectó a una numerosa población.
* Esta investigación ha sido distinguida con los siguientes premios:
1° lugar de Investigación Clínica en el V Premio Nacional de Investigación Fundación Glaxo Welcome. 1993.
1° lugar en el Premio Anual en Genética Humana otorgado por la Asociación Mexicana de Genética Humana A.C., en 1993.
BIBLIOGRAFÍA
Dolores Saavedra Ontiveros et al. «Contaminación industrial con solventes orgánicos como causa de teratogénesis» en Salud Publica de México n. 38. 1996.
Dolores Saavedra Ontiveros et al. «Industrial contamination with glycol ethers resulting in teratogenic damage» en Annals of the New York Academy of Science. Preventive Strategies for living in a Chemical World. n. 837. 1997.
Dolores Saavedra Ontiveros et al. «Alteraciones craneofaciales y del Sistema Nervioso Central producidas por solventes orgánicos. Estudio experimental en ratas» en Revista del hospital general Dr. Manuel Gea González. n. 1. 1998.