A Julio Cortázar se le ha calificado de «pequeño burgués con veleidades castristas», largo epíteto cuya precisión se puede corroborar echando un ojo a la lista de sus amigos y a algunos de sus magníficos ensayos con aroma político. No obstante su afán revolucionario latente, prefirió seguir desde el lado de allá, desde París, con los anteojos para ver de lejos, las noticias acerca de la revolución cubana, situación fuertemente criticada por quienes entienden la revolución como un mero batallar de manos y pistolas.
Muchos argentinos lo califican de cobarde. Él se justificó alegando la dificultad para ver con objetividad la situación de Latinoamérica si uno vive ahí mismo. Quién sabe cuánto le gustaba que le llamaran «intelectual latinoamericano». En principio, decía, este nombre sólo le incitaba a realizar el reflejo muscular consistente en elevar los hombros hasta tocarse las orejas. Pero nunca perdió de vista su importancia como portavoz de una región frecuentemente generalizada y económicamente secundaria.
EL INTELECTUAL DESENTENDIDO
A Cortázar hay que entenderlo primero como un escritor egoísta, un cronopio como él mismo se hacía llamar adquiriendo la personalidad de un género de personajes gestado dentro de su cabeza y plasmado en sus escritos que simplemente escribe para el deleite propio.
Era consciente, sin embargo, del alcance global de su literatura, y aunque nunca quiso hacerse responsable de sus obligaciones latinoamericanas o socialistas entendidas como apriorismos pragmáticos, entendió que su voluntad creadora había sido formada a partir de contactos reales con el mundo cotidiano y que, aun cuando sabía que la realidad no podía culminar en literatura, sus libros tenían la engorrosa necesidad de culminar en la realidad.
Su alcance como escritor de cuentos y novelas es casi universal; su ubicuidad espiritual asombra. Cortázar sabía exactamente y ese saber lo maltrataba por dentro que el escritor debía comprometerse sólo con la realización humana, tanto la personal como la colectiva, pero nada más: «jamás escribiré expresamente para nadie, mayorías o minorías, y la repercusión que tengan mis libros será siempre un fenómeno accesorio y ajeno a mi tarea» [1] .
Públicamente mantenía una relación físico-intelectual con el socialismo una correspondencia que comenzó siendo un extraño flirteo, pero que culminó en acciones concretas. Esta relación, sin embargo, la encaró siendo humano y no escritor. Nunca confundió la búsqueda literaria con la búsqueda humana, y sólo podemos decir con certeza que era un excelente buscador. Para Cortázar, ser un intelectual latinoamericano poco tiene que ver con la metafísica abstracta y los juegos literario-políticos consistentes en acusar de manera velada una injusticia a través de simbolismos en escritos con etiqueta de puramente imaginativos. Por eso mismo, quizá, le molestó saber que su cuento Casa Tomada [2] tuvo repercusiones sociales partiendo de una desorbitada y oscura interpretación contraria al régimen político de Argentina.
El escritor contemporáneo afirmaba con el ceño fruncido debería sentirse partícipe del destino inmediato del hombre para poder escribir, y ese sentimiento debería despertar en el autor una obligación y una responsabilidad insoslayables.
En estos tiempos es más difícil entender al escritor que se refugia en una malentendida libertad, dando la espalda a su signo humano, a su contexto social, y que escribe alegando perseguir intereses puros, estéticos, abstractos pero completos y bellos como la niebla. Ya no es posible justificar la labor de cada ser humano en la pasividad que los pensadores de otras épocas derrochaban enclaustrados.
Pero nada, sin embargo, estaba tan claro para Cortázar. En su cabeza rondaban como tentaciones los placeres que ofrece la desincorporación de la raza humana común, el comercio de la belleza, el olvido burgués de su contexto social, del creativo insurgente con las necesidades básicas satisfechas.
La búsqueda de su propia identidad se debatía entre el Julio que escribía y el Julio que vivía, confundiéndolos a veces y poetizando, aunque él mismo censurara los viajes mentales que acompañaban al humo del cigarro de Horacio –protagonista de Rayuela– hasta el techo.
Su edad fue haciéndole madurar y entender que el intelectual de tercer mundo no puede recostarse en el diván y «entregarse total y fervorosamente a los problemas estéticos e intelectuales, a la filosofía abstracta, a los altos juegos del pensamiento y de la imaginación, a la creación sin otro fin que el placer de la inteligencia y de la sensibilidad» [3] , aunque no rendirse ante ello resultaba una verdadera lucha metafísica –como lo muestran los placenteros permisos que Horacio se da, en Rayuela [4] , para abandonarse, y que culminarían en la locura y en la vuelta de la realidad como un calcetín.
EL COMPROMISO DEL ESCRITOR
La principal diferencia entre un simple escritor y un intelectual es el compromiso, que puede ser entendido al menos en dos registros diferentes:
Por una parte, si nos referimos al compromiso con alguna causa política. En este caso la literatura perdería, desde el punto de vista de Cortázar, la riqueza que le otorga la libertad creativa de un autor. Por otra parte, si nos referimos a un compromiso directo con la comunidad y, en fin, con el ser humano. En este caso el compromiso es inminente. Sólo por este último motivo se puede decir que Cortázar fue un intelectual, pues consideraba un deber ético volver los ojos a la situación cultural y social de los países en los que se encontraban graves carencias en la evolución natural del ser humano.
La literatura, desde la mirada penetrante de Cortázar, no puede justificarse éticamente si al mismo tiempo el escritor –y también el lector, que en el caso concreto de Cortázar es su cómplice no permanece activo frente a los problemas vitales de los pueblos.
El intelectual, por lo tanto, debe asumir por completo su vocación de pensador, pero también la de intelectual de tercer mundo «en la medida en que todo intelectual, hoy en día, pertenece potencial o efectivamente al tercer mundo puesto que su sola vocación es un peligro, una amenaza, un escándalo para los que apoyan lenta pero seguramente el dedo en el gatillo de la bomba» [5] .
A veinte años de su fallecimiento, podemos decir que sus letras ayudaron a ahondar de mejor manera la realidad, de suyo literaria, y que su realidad ayudó a ahondar de mejor manera sus letras, de suyo reales.
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[1] Julio Cortázar. «Acerca de la situación del intelectual latinoamericano» en Último Round. Tomo II. Siglo XXI editores. México, 1969. p. 278.
[2] Cuento publicado en Julio Cortázar. Bestiario. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1951. 165 pp.
[3] Julio Cortázar. «Acerca de la» p. 279.
[4] Julio Cortázar. Rayuela. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1963. 635 pp.
[5] Julio Cortázar. «Acerca de la» p. 279.