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Literatura… esa mala palabra

Una noche salí a tomar un café con dos buenos amigos. Uno de ellos es doctor en Historia, el otro filósofo. Ambos devoran libros cual pistaches. Se divertían como niños en un tobogán con su conversación literaria mientras yo escuchaba pasmado: «Oye, ¿qué tal el último libro de Stanislaw Kiensavekenomvrinsky? ¡Brutal! Es un poco denso, pero tiene una pluma de miedo» mientras el otro respondía «¡Ja! es que no has leído a Fulanitov Detalov, no es muy conocido pero en su Nombre Ininiteligible hace una apología del reencuentro con la vacuidad del ser y del tiempo que ríete de jaideguer-y-su-sain-und-zait».
Hubo un momento en el que sentí náuseas. Aclaro que siento profundo afecto por ambos amigos, pero su conversación me desalentaba. Últimamente la palabra literatura tiene mala fama: aburrida, difícil, distante. Parece que se ha convertido en una mala palabra. La conversación de mis amigos no ayudaba a su buena reputación.
A pesar de todo, la literatura me seguía intrigando. Asistí a una charla sobre el tema en la que un expositor hablaba de los grandes autores checos del veintisiete. Al final de la plática me acerqué al conferenciante y le pregunté cómo acercarme a la literatura. La respuesta, cuya seguridad me alentó, parecía razonable: «tienes que leer a los maestros contemporáneos, para adentrarte, y luego podrás ir retrocediendo en el tiempo».
Al día siguiente fui a una librería. Volví a casa con un buen número de títulos contemporáneos.¡La literatura podía dejar de ser una mala palabra! Confieso que han pasado algunos años desde aquellos veranos juveniles repletos de aventuras y acompañados de Los tres mosqueteros, Pimpinela Escarlata o El conde de Montecristo.
Quise retomar el hábito de leer. Sentía que era el momento de procurarme títulos de literatura contemporánea. Mi enmohecido hábito parecía encontrar nuevo cauce. Pero, contra todas mis esperanzas, el resultado fue deprimente. Las recientes adquisiciones me hacían sentir ignorante, insulso y superficial. Mi capacidad de comprensión chirriaba como un gis a contrapelo en un pizarrón.
No entendí los nuevos estilos. Acabé más de una obra por puro amor propio. Casi todas resultaron tan complicadas como jugar el milenario e intrincado Mahjongg chino. Pobre literatura, se veía que debía encontrar a alguien con cabeza menos dura que la mía.

APENAS 176 PÁGINAS

Cuando casi me había dado por vencido, en diciembre llegó a mi oficina un regalo con una tarjeta navideña. Era un libro y bendito sea Dios de apenas 176 páginas. Título: La literatura es vida*. Un libro sobre la palabra esa que ya me daba fobia.
El libro pudo haber quedado olvidado en alguna estantería de mi habitación durante meses, pero el título y la portada me intrigaron. Aline Freyría Vaquié y María Esther Raimond-Kedilhac Viesca me ofrecían títulos familiares en la cubierta: Hamlet, El Principito, Othelo, Cyrano de Bergerac.
De inmediato recordé las tardes enteras que pasaba tumbado en la cama, prendado a esos obstinados libros que no me permitían abandonarlos hasta que aparecía la última página. Así que eso de la literatura, a pesar de todo, seguía teniendo algo que ver con aquellos cómplices estivales ¡qué interesante!
Abrí el capítulo dedicado a Hamlet saltándome todo preámbulo. Sentía urgencia por reencontrar al príncipe de Dinamarca de quien recordaba vagamente su lacónico «Ser o no ser». Al principio, una síntesis del argumento. Había olvidado que Ofelia, enloquecida por la muerte de su padre y el desamor de Hamlet, se ahoga recogiendo flores en un estanque. Tampoco recordaba que Laertes prepara su espada con un veneno mortal al disponerse en el duelo contra Hamlet, ni que el argumento era un dramón que salpicaba más sangre que Asesinos por naturaleza.
Tras la breve sinopsis de la trama hallé un fragmento de la obra original: «¡Ser o no ser: he aquí el problema! ¿Qué es más levantado para el espíritu: sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades, y haciéndoles frente acabar con ellas?».

PISTAS PARA EL CAMINO

Un pequeño cuadro en el libro arrojó algunas pistas que pasé por alto cuando leí la obra en mis años universitarios: «Hamlet es un hombre de carácter reflexivo, sabe que tiene responsabilidades qué cumplir como príncipe heredero y las pospone por lo que siente remordimiento y tristeza. Le falta voluntad de ejecutar. Examina detenidamente las situaciones sin decidir entre ser o no ser». Así que, detrás del célebre monólogo, en el fondo Hamlet es más indeciso que una señora comprando zapatos.
Las escritoras no solamente me enfrentaban con la excesiva prudencia del heredero danés y me ofrecían medios para no quedarme en la mera superficie. Continuaban con un breve apartado subtitulado Indecisión que analiza en párrafos concisos lo que significa «ser»: integrarme sin perder identidad, conocer y utilizar mis atributos personales, ejercer mi libertad para decidir, saberme creado y sentirme amado por un Ser superior.
Mientras leía estaba sorprendido. Nunca me había detenido a pensar sobre la esencia del ser. Seguía un recuadro con cinco preguntas que me atravesaron, contundentes, como la espada de Laertes: «¿Qué te gustaría ser? ¿De qué medios dispones? ¿Qué obstáculos encuentras? ¿Eres libre? ¿Qué te ata?» Nunca me habría imaginado que mi reencuentro con Hamlet lo fuese también conmigo mismo.
Las autoras planteaban una pregunta lapidaria: ¿qué nos impide ser a Hamlet y a mí? Nuevamente me detuve a madurar la pregunta. (Estaba claro que La literatura es vida es el tipo de libros que vale la pena absorber como recomienda José Daniel Hidalgo: despaciosamente). Enseguida leí tres claves: El miedo, ¿Y si no puedo? La inercia, a ver qué pasa. La falta de fe, Hamlet no confía en nadie.
Reconocí que en la sociedad actual tenemos, en ocasiones, miedo de emprender proyectos arriesgados porque pensamos igual que Hamlet: ¿y si no puedo? Que nos dejamos llevar por la inercia y el «a ver qué pasa». Me consoló pensar en que, a diferencia de Hamlet traicionado y en la total desesperación, aún queda la fe en Dios y en los demás.
Hamlet, al no querer sufrir, sufría más. Tanta reflexión (ser o no ser) le causaba una larga agonía sin razón. Una frase cerraba el capítulo sobre el delfín nórdico sintetizando todo el drama: Hamlet tuvo miedo a ser libre.
¡Pues claro! Pensé dándome un zape en la frente. Hamlet tuvo miedo a ser libre, a elegir, a no saberse dueño de su destino.

PARA EXPLORAR UN MUNDO ENTERO

Creí haber terminado el capítulo cuando encontré, al volver la página, un extraordinario mapa que desentrañaba todos los aspectos del drama: causas y efectos, el corazón del problema (miedo a ser, indecisión) y lo mejor una alternativa de solución al conflicto central: si Hamlet hubiera ejercido su libertad mediante la liberación interior y hubiera confiado en Dios, no hubiera muerto tan trágicamente. Necesitaba asumir lo que era, ¡el futuro rey de Dinamarca!
«Tengo que comprar Hamlet para releerlo con calma, a la luz de lo que ahora sé con este libro» pensaba. Y mejor aún, esta guía me permitía entender que una obra literaria puede tener muchos enfoques y aproximaciones diferentes.
Incluso cuando la estructura de La literatura es vida me brindaba claves muy concretas para entender mejor el drama de Hamlet, me permitía volver a Shakespeare por mí mismo y, utilizando las enseñanzas del libro, hacer nuevos análisis y encontrar formas distintas de interpretar sus obras. Me sentía como un niño al que le dan la mano para empezar a caminar y luego le animan a explorar un mundo entero por sí mismo.
Con todas las ideas que me venían sobre el ser y la indecisión, en ese primer capítulo, quise detenerme. Pero me faltaban veintitrés pasos para reencontrarme con la literatura, seguir conociéndome y quizá más importante explorar nuevas respuestas para los dilemas de la vida. Todavía me quedaban por comprender el proceso de redención de Rodión Romanovich, el retorno al origen de El Principito, la salvación de Fausto o la autoestima de Jean Valjean.
Con sólo 176 páginas, Aline y María Esther nos ayudan a entender que cada personaje, actitud, descripción y giro de una historia pueden mostrar quiénes somos, qué hacemos, qué queremos y cómo deseamos vivir. Ya no la veo como una mala palabra, por el contrario, La literatura es vida.

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* Ediciones Ruz, 2004.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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