Un amigo, poeta intimista y moderno, me ve con pena por mi afición al futbol, aunque no sea pasional. Es la actitud de muchos intelectuales, artistas y científicos ante las actividades que desarrollan el cuerpo.
No fue el caso de Platón. Según Pablo de Ballester, en las afueras de Atenas, por la colina elegida para filosofar con sus discípulos, pasaba corriendo cada cierto tiempo un muchacho e interrumpía el hilo del discurso. Molestos, los discípulos lo detuvieron. Intervino Platón y le preguntó por qué pasaba una y otra vez por allí. «Me estoy preparando para las olimpíadas», contestó el joven. «Bien», replicó Platón. «Te pedimos que modifiques tu trayecto para que nosotros entrenemos nuestras ideas». Acto seguido dijo a sus seguidores: «Él perfecciona su cuerpo; nosotros, la mente. Tenemos el mismo derecho sobre este terreno».
El deportista no es sólo músculo. Debe pensar, forzar de manera sistemática y planeada músculos, mente y nervios hasta que los movimientos sean casi instintivos, para que en el momento cumbre respondan como uno sólo.
¿Cómo destacar? Primero están los dones, las adecuadas estructuras ósea y muscular. Para perfeccionarlas, se requiere conocer, estudiar y practicar. Analizar tiempos y movimientos, factores externos e internos. Luego, la voluntad de desarrollarlas al máximo.
Cada uno de estos aspectos se ha sofisticado. La ciencia y la alta tecnología han desarrollado indumentaria e instrumentos específicos con materiales de la era espacial o del conocimiento. No interesa menos el dominio del terreno o la pista, conocer la ubicación propia y de los demás.
La ciencia determina qué músculos, huesos y articulaciones intervienen en cada deporte. Genera drogas para hacerlos más resistentes y busca la alimentación más adecuada. Se repiten incansablemente los movimientos y se les somete a pruebas y obstáculos hasta lograr el tono muscular deseable. Además, la estrategia implica que el movimiento se inicie poco a poco, aumente, disminuya y culmine en un sprint. En ese orden o con otra combinación.
El dominio del estrés, del miedo escénico, la concentración mental aplicando técnicas respiratorias o de otro tipo, el «mapeo» (imaginar todos los tiempos y movimientos minutos antes de empezar) han requerido la investigación de los mejores psicólogos del mundo.
El director técnico, al igual que un general en el campo de batalla, dirige sus arengas a los sentimientos más profundos de los jugadores y explica la estrategia y movimientos tácticos para cada situación.
El atleta moderno lleva dentro de sí y en su indumentaria todo el bagaje cultural de su época.
Así, los estadios se llenan, los espectadores se emocionan. Se repiten ritos ancestrales y se fortalecen sentimientos tribales. El deportista transfiere su triunfo o derrota a sus partidarios. Es su «estrella», la figura máxima de una cuasi-religión fomentada por la industria del entretenimiento y los medios, con su pléyade de narradores-críticos, eruditos y promotores del culto deportivo.
¿Alguien puede decir dónde radica la diferencia entre el deporte y las artes? ¿Acaso no se estaba «entrenando» Jaime Sabines cuando se propuso escribir un soneto todos los días? ¿No llenó varias veces el Palacio de Bellas Artes? Y qué decir de los intérpretes. Un pianista toca diario la misma composición, hasta convertirse en autómata. Jamás pensará en buscar la tecla que debe pulsar, a veces a velocidades vertiginosas, porque «ya lo sabe». Después vendrá el toque emotivo, subir o bajar los decibeles, acelerar o disminuir la velocidad
El ser humano quiere ser mejor, y el sistema económico, generar más dinero. Según la película El gladiador, el circo romano ofrecía una función diaria hasta siete meses del año. La televisión brinda también entretenimiento permanente. A la temporada de futbol sigue la de básquet, béisbol, futbol americano… Se suceden los torneos de tenis o golf… La pasión no descansa, el músculo no duerme, el dinero fluye, la burocracia crece, los ciudadanos se entretienen. En toda esta estructura hay espacio para la corrupción y variadas actividades delictivas.
Nicolás Guillén descubrió que su país era conocido en Europa únicamente por sus boxeadores y su ajedrecista (Capablanca) y escribió un bello poema sobre ello. Cuando alguien, en Irán, Turquía o Grecia, pregunta a un mexicano de dónde procede, al saberlo, con un gesto de simpatía dice: Hugo Sánchez.
Hay quien afirma que la cultura es un juego, que los filósofos juegan cuando discuten la validez de sus opiniones; que la justicia es un juego de dados, que en Homero los dioses juegan a la guerra.