Mucho y acertado escribió Juan Pablo II en relación con la economía. Seminales son sus aportaciones a la comprensión del trabajo, el salario, la empresa, los sindicatos, el comercio internacional, la libertad para emprender, la propiedad privada y tantos otros temas relacionados.
Sus aportaciones desde la perspectiva teológica y ética enriquecen el análisis que tradicionalmente practican los economistas. El material que aportó alcanza para elaborar tesis doctorales, tarea pendiente para quienes deseen ir más allá del acostumbrado análisis que puede ser muy válido, pero sin la visión teológica y ética del quehacer económico, resulta incompleto y ocasiona acciones político-económicas erróneas.
La ausencia de categorías que vayan más allá de los componentes tradicionales de la teoría económica en el análisis de los economistas, estorba los avances en el progreso material y también atenta contra la dignidad de las personas. Una de las consecuencias más palpables es que las aportaciones surgidas de posiciones centradas en los recursos naturales o bienes de capital, impiden superar la pobreza.
Centro la atención en este último punto, atendiendo a lo que Juan Pablo II escribió al respecto. En nuestro país, 51.8 % de la población sobrevive en la pobreza, es decir, es incapaz de generar un ingreso que le permita satisfacer las necesidades de alimentación, atención médica, educación, vivienda, vestido y transporte.
Durante mucho tiempo, producto de teorías económicas reduccionistas, se pensó que el progreso económico dependía de elementos como los recursos naturales, bienes de capital, tecnología o trabajo capacitado (el marxismo es claro ejemplo). Hoy se reconoce que las causas del progreso económico son, ante todo, culturales y morales, y no dependen de los factores materiales, sino de una cierta manera de pensar y actuar.
Sin esa cierta manera de pensar y actuar, ni una estupenda dotación original de recursos naturales, ni una adecuada formación y acumulación de capital, ni el trabajo debidamente capacitado, llevarán al progreso económico.
Es más, salvo el caso de la dotación original de recursos naturales, que no depende del comportamiento humano, todo lo demás es resultado de un pensamiento y actuación propicios al progreso económico. En pocas palabras: el progreso económico es, ante todo, una cuestión de tipo cultural, algo que Juan Pablo II entendió.
«Las causas morales de la prosperidad residen en un conjunto de virtudes: industriosidad, competencia, orden, honestidad, iniciativa, frugalidad, ahorro, espíritu de servicio, cumplimiento de la palabra, atrevimiento, en pocas palabras: amor por el trabajo bien hecho. Ningún sistema o estructura social puede resolver, como por arte de magia, el problema de la pobreza al margen de estas virtudes». Juan Pablo II lo dijo el 16 de abril de 1987, ante la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe).
Enmendando la plana al Papa, me atrevo a afirmar que la causa de la prosperidad reside, antes que en cualquier otro elemento, en el conjunto de virtudes morales, sin las que todo lo demás sale sobrando. La Revolución Industrial surgió en Inglaterra, no porque la isla tuviera extraordinarias dotaciones de carbón, de hecho, abundaban más en otros países europeos, sino porque contó con un puñado de hombres cuya forma de discurrir y proceder les permitió sacar provecho mercantil del mismo.
Esa forma de razonar y actuar, no el carbón, hizo posible la Revolución Industrial. Es importante admitir también, que sin provecho mercantil no hay progreso económico. Sin duda Juan Pablo II quiso decir que el progreso material de los seres humanos es, ante todo, una cuestión de tipo cultural, relacionada con la manera de pensar y actuar de los pueblos.
Ello nos lleva a preguntarnos: ¿cuál es la cultura económica de los mexicanos? Qué pensamos acerca del trabajo, el ahorro y la inversión; la empresa, el comercio y la competencia; el servicio a los demás, el cumplimiento de los contratos y la aplicación de la ley; los monopolios, las prácticas sindicales y las agrupaciones de empresarios; la participación del gobierno en la economía
Nuestra cultura económica ¿favorece el progreso material? Si aceptamos que la causa del progreso reside, antes que nada, en esa cultura, que incluye al conjunto de virtudes morales señaladas y la máxima de por sus frutos los conoceréis, la respuesta es no. La cultura económica de los mexicanos no es favorable al progreso económico. La muestra son más de 50 millones sobreviviendo en la pobreza.
Juan Pablo II señala que, al margen de la práctica de las virtudes morales, la solución a ese problema seguirá pendiente. No se trata sólo de la redistribución, de que los pobres tengan más, sino de que, como resultado de un trabajo productivo, sean capaces de generar ingresos suficientes.
Ello implica una educación que dé vida a esa cultura económica favorable al progreso material, que, desde luego, incluye las virtudes morales señaladas por el Papa. Este es el enorme reto que enfrentamos.
¿Tenemos los mexicanos estas virtudes? Pregunto en plural, porque el progreso de un país es resultado del esfuerzo de la mayoría, no de los desvelos de unos cuantos. Se requiere una cultura económica no exclusiva de unos cuantos, sino que abarcando esas virtudes, englobe a la mayoría. Para ello hace falta un enorme esfuerzo educativo que erradique los vicios que han conformado una cultura económica poco propicia al progreso, y siembre las virtudes necesarias.
Ante la pobreza en que sobreviven millones de mexicanos y la multiplicación de propuestas para resolver el problema, vale la pena insistir en las palabras de Juan Pablo II: «Ningún sistema o estructura social puede resolver, como por arte de magia, el problema de la pobreza al margen de estas virtudes».