Pedro Páramo. El lano en llamas
Juan Rulfo
Novela
Planeta. México, 2004. 266 págs.
Juan Rulfo
Novela
Planeta. México, 2004. 266 págs.
Al hablar de Juan Rulfo no podemos hacer a un lado su magnífica capacidad de callar a tiempo. Hizo bien, publicó sólo 2 libros y dejó de escribir. Quizás porque se le agotaron las ideas, o se le ahogaron en alcohol, o porque fue consciente de haber legado la mejor novela mexicana del siglo XX y no quiso decir más, aunque según Vila-Matas, Rulfo lo atribuía a la muerte de su tío Celerino, el que le contaba las historias.
Tenía una manera particular de escribir, la concepción de su obra no fue a la ligera, aunque cuenta que mientras caminaba por la calle se le venían ideas y las escribía en papelitos que luego ordenaba, también dice que: «Al llegar (…) escribía a mano, con una pluma Scheaffer y en tinta verde. Dejaba párrafos a la mitad, de modo que pudiera dejar un rescoldo o encontrar el hilo del pensamiento pendiente al día siguiente».
A 5 décadas de su primera edición, Pedro Páramo sigue siendo un reflejo –un tanto biográfico-familiar, otro tanto ficcionado– de la realidad rural mexicana, la de un México que duerme arrullado por el sopor de una tarde de medio siglo, y rezuma bajo las piedras de un pueblo que no ha dejado de morir. Sin embargo, Comala es cualquier pueblo, trasciende las barreras locales y se convierte en un «donde sea». Ahí pasan cosas que podrían pasar hoy o mañana, o hace mucho tiempo. Es una esfera universal y atemporal, donde vida y muerte conviven simultáneamente, donde pasa todo y no pasa nada.
Comala, donde todos somos hijos de Pedro Páramo, el hombre de la Media Luna, todos los que buscamos nuestro origen, que venimos porque nos dijeron que acá vivía nuestro padre.
Tenía una manera particular de escribir, la concepción de su obra no fue a la ligera, aunque cuenta que mientras caminaba por la calle se le venían ideas y las escribía en papelitos que luego ordenaba, también dice que: «Al llegar (…) escribía a mano, con una pluma Scheaffer y en tinta verde. Dejaba párrafos a la mitad, de modo que pudiera dejar un rescoldo o encontrar el hilo del pensamiento pendiente al día siguiente».
A 5 décadas de su primera edición, Pedro Páramo sigue siendo un reflejo –un tanto biográfico-familiar, otro tanto ficcionado– de la realidad rural mexicana, la de un México que duerme arrullado por el sopor de una tarde de medio siglo, y rezuma bajo las piedras de un pueblo que no ha dejado de morir. Sin embargo, Comala es cualquier pueblo, trasciende las barreras locales y se convierte en un «donde sea». Ahí pasan cosas que podrían pasar hoy o mañana, o hace mucho tiempo. Es una esfera universal y atemporal, donde vida y muerte conviven simultáneamente, donde pasa todo y no pasa nada.
Comala, donde todos somos hijos de Pedro Páramo, el hombre de la Media Luna, todos los que buscamos nuestro origen, que venimos porque nos dijeron que acá vivía nuestro padre.