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Tecnología: red o brecha digital

¿Quién no ha hecho en su vida una llamada telefónica? Según datos estadísticos de entre 1998 y 2001, aproximadamente 65 o 67% de la población mundial. Completemos el panorama: en 1998 había 146 teléfonos por cada mil personas en el mundo; de estos, sólo 19 se encontraban en el sur de Asia y solamente 3 en Uganda. En el mismo año, por cada mil personas sólo 55 tenían teléfono celular, y una persona por cada mil en países del sur de Asia. De hecho, los 24 países más ricos del mundo tenían 71% de las líneas telefónicas en el año 2000.
Según estudios del mismo año, 40% de la población global no tiene electricidad en casa. Otro ejemplo: la televisión es, actualmente, la diosa del hogar. Sin embargo, dos tercios de los aparatos receptores están en Estados Unidos y Europa, cuya población representa menos de 20% en el planeta. La perplejidad es mayor si nos concentramos en las más recientes tecnologías de la información: 50% de los usuarios de internet en el mundo están en Estados Unidos. Y dentro de este país, solamente 40% tiene acceso a la red.
Los datos no son inverosímiles si consideramos que es justo en las zonas más pobres del mundo donde se ubica la mayor densidad demográfica. África, Medio Oriente, China y algunos lugares de Latinoamérica: en estas regiones hay aún grandes grupos marginales que han de preocuparse antes por los problemas del agua, alimentación, vivienda y otras necesidades básicas.
Curiosamente, para nosotros el teléfono es ya una necesidad básica que se ha acentuado con el uso del celular. La tecnología nos genera nuevas necesidades: las computadoras, internet, el fax, las agendas electrónicas, la televisión satelital, el MP3, las bibliotecas digitales y un etcétera potencialmente infinito. Algunos de estos adelantos son aún convenientes pero no imprescindibles; no es, sin embargo, aventurado pensar que lo serán muy pronto. Esta es la dinámica propia de las necesidades humanas. Los porcentajes de seres humanos desconectados son, en efecto, impresionantes, pero ante todo, representan un abismo en lo que respecta a la distribución de la riqueza y las oportunidades de crecimiento económico y social.
Este abismo no se da solamente entre países desarrollados y subdesarrollados; se da también entre comunidades, clases sociales, grupos y personas, «hacia adentro» de cada Estado nación. También en Estados Unidos hay alrededor de siete millones de personas sin teléfono en casa. Si bien estas diferencias han sido una constante en la historia de la humanidad, es a partir de la Revolución Industrial que se han considerado una brecha, que en nuestros días se ha transformado: hablamos ahora de una brecha digital.
En ella -como bien explica Jeremy Rifkin- no se trata de la distribución de los bienes, como en los siglos anteriores, sino de la posibilidad de acceso a la información, el conocimiento y la educación que proporcionan hoy en día las nuevas tecnologías.
La magnitud de esta brecha no responde solamente a un problema de «servicios tecnológicos». Implica factores culturales, educativos, sociopolíticos, demográficos y de infraestructura. En otros términos, nos enfrentamos a un radical cambio de paradigma, no sólo en las relaciones productivas o con el entorno, sino incluso en nuestros modos de relación interpersonal y en la propia definición de lo humano.

¿MARX TENÍA RAZÓN?

Hoy en día, según Rifkin, no son tan importantes las relaciones de propiedad como las oportunidades de acceso: el uso de internet está relacionado con la calidad de vida, y efectivamente, el desarrollo tecnológico es directamente proporcional al nivel socioeconómico de los grupos humanos. Lo que esto significa es que el progreso digital genera riqueza y a la vez es una de las causas de los denominados «hoyos negros de la exclusión social», que comprenden -según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe- 800 millones de seres humanos que sufren hambre.
Incluso en los países del primer mundo, son cada vez más frecuentes los levantamientos sociales de clases marginadas. El crecimiento de estos grupos responde, en parte, al ensanchamiento de la brecha digital. Algo de razón tenía Marx cuando afirmaba que a la ley de la plusvalía se agrega la de acumulación del capital: quien tiene recursos para hacerse de capital, los tiene también para hacerse de más recursos del mismo tipo: «dinero llama dinero». Marx pensaba que esto determinaría el devenir dialéctico de las sociedades: la burguesía generaría «sus propios enterradores», pues habría menos ricos más ricos, y más pobres cada vez más pobres. Lejos de los determinismos históricos de Marx -refutados por la propia experiencia-, debemos hacernos cargo de dinámicas sociales que, en efecto, contribuyen a la acumulación del capital en pocas manos. Estas dinámicas ensanchan la brecha entre quienes poseen, si no ya capital o medios de producción, oportunidades de crecimiento en sentido amplio, y quienes están privados de ellas. El desarrollo digital de nuestra «civilización de la información» es una de las variables a considerar.
Es posible que estemos abundando en obviedades: basta con observar con cuidado el propio entorno para percibir esta polarización y sus tensiones. A menudo se pasan por alto los círculos viciosos que enfrenta nuestra sociedad global: como subraya el diagnóstico del 2000 de la Comisión para la Educación, la brecha digital podría, en un caso extremo, hacer desaparecer la clase media, como resultado del abismo creciente entre quienes pueden disponer de las tecnologías de la información y quienes están «al otro lado de las puertas electrónicas». En los países subdesarrollados, las repercusiones son aún más sensibles: la tecnología «monopolizada» agrava las condiciones de miseria. El hecho es que el desarrollo tecnológico es irreversible y usado responsablemente debería ser una alternativa de solución a la pobreza y constituir incluso un espacio de justicia: por ejemplo, para descentralizar la educación y favorecer la movilidad social.
Si la solución marxista parece del todo clausurada, permanece la inquietud por plantear modelos políticos capaces de aprovechar el desarrollo económico y tecnológico, en búsqueda de una justa distribución de las oportunidades. En efecto: es muy posible que en un futuro medianamente próximo el acceso al mundo digital sea tan imprescindible como el acceso a los servicios bancarios o de seguridad social: de hecho, sin tecnología, podría ser imposible ejercer estos derechos.

LA DEMOCRATIZACIÓN DE LOS MEDIOS

El monopolio de la tecnología puede utilizarse con facilidad como una herramienta ideologizante. Hay varias ficciones literarias a este respecto. La novela 1984 de George Orwell se ha vuelto el modelo de este temor colectivo; se han filmado muchas variaciones del mismo tema: el Estado es el gran hermano y nos vigila a cada momento. En las diversas formas de poder político, como señaló Max Weber, pueden distinguirse tres variantes de autoridad: la tradicional, la carismática y la burocrática. La tradicional es aquella que legitima a una autoridad por su edad, experiencia acumulada, talante moral, etcétera. La carismática remite a un liderazgo nato, a ciertas cualidades naturales que hacen de determinados sujetos modelos de pensamiento y acción. Finalmente, la autoridad burocrática es aquella que se sostiene en el control de un mecanismo (el sello tras la ventanilla, la emisión de una visa, el análisis financiero en la aprobación de un crédito). Es la autoridad de 1984, pero también la más cercana a nuestra realidad. La diferencia es que en nuestro caso se trata de una «tecnocracia»: tiene el poder quien tiene «acceso al sistema».
Paradójicamente, el mismo desarrollo digital que permite la tecnocracia obliga a una profunda transformación de nuestros conceptos de soberanía nacional, Estado y gobierno. El ciberespacio se desvincula de aspectos geográficos y nacionalistas, y supone un espacio social y comercial difícilmente controlable por los gobiernos locales; representa a la vez una oportunidad de diálogo y comprensión entre culturas y una amenaza para aquellos grupos que deciden cerrarse herméticamente sobre sí mismos para preservar su identidad, propiciando quizá indirectamente posturas fundamentalistas. Una de las variables a considerar en el análisis de la globalización y de la democratización forzosa de algunas regiones del mundo, es justamente esta fractura entre el Lebenswelt, o mundo de la vida cotidiana donde las formas de vida tienen valor intrínseco, y el mundo del mercado donde todo es intercambiable: el progreso digital es bidireccional, sirve para el capitalismo on-line y la pornografía, lo mismo que para la difusión de los mensajes de una ONG y de Al-Qaeda.
Es ingenuo pensar que las formas de gobierno deban volver a sus modelos más arcaicos. La incorporación de la tecnología a la vida político-social es un hecho palpable y conlleva muchas ventajas a las que no estamos dispuestos a renunciar. Por ejemplo, los gobiernos democráticos están obligados a una mayor rendición de cuentas frente a la contraloría, pero también frente a la sociedad civil, en buena medida gracias a los recursos técnicos de transparencia inmediata de la información por internet. Es precisamente por estas ventajas que resultaría deseable cierta equidad de oportunidades en lo que respecta al acceso tecnológico. El que ha sido marginado del mundo digital no cuenta con todos los elementos para emitir juicios de carácter político. Un ejemplo: opinar sobre la transparencia de una elección política requiere hoy en día de una mínima comprensión de los procesos informáticos que se utilizan en el conteo de los votos; el sector de la población que no comprende las técnicas estadísticas y los candados informáticos existentes es fácilmente manipulable. Quien no pueda hacer uso de la tecnología ve coartado, incluso, su derecho a la participación política.
Podrá sonar radical, pero es evidente que la brecha tecnológica es una limitante para la vida democrática. Mientras el acceso universal a las oportunidades de crecimiento y comunicación sea una utopía, la democracia también lo será. Las nuevas tecnologías amplían nuestra capacidad de acción política, por ello mismo, al estar en manos de unos pocos, pueden ser utilizadas como factores de control y/o de exclusión. Los grupos humanos al otro lado de la brecha digital pueden ser presas de una nueva forma de colonialismo; en algunos casos, ya lo son.

LA EDUCACIÓN TAMBIÉN CUENTA

De nuevo se confrontan la apertura de nuevas oportunidades con el reto de una brecha preocupante. Mientras los sistemas educativos de países desarrollados invierten cantidades inimaginables en la investigación especializada y la digitalización de bibliotecas y cuentan entre sus prioridades el desarrollo de la tecnología educativa, en países menos afortunados -como es todavía el nuestro-, algún spot político promete techos y sanitarios para las escuelas rurales -en las que, en ocasiones, lo primero que hace falta es un docente-. El retraso tecnológico en materia educativa tiene consecuencias de todo tipo: desde la imposibilidad de acceder a libros básicos de texto hasta la «fuga de cerebros» de una clase privilegiada, que tuvo a su alcance una carrera universitaria que en muchas ocasiones es únicamente realizable en un entorno desarrollado técnicamente.
El círculo vicioso acecha otra vez: las naciones o los estratos sociales marginados requieren de fuertes inversiones en infraestructura para contar con tecnologías educativas e ingresar competitivamente al mundo digital. No contar con estos elementos formativos se convierte en un nuevo factor de pobreza. La tecnología permite estudiar posgrados en línea y ofrece sistemas interactivos y multimedia para facilitar la educación, desde sus niveles básicos hasta los más especializados; para quienes están privados de ella, no representa sino la objetivación y prolongación de condiciones desfavorables.
Ahora, aun las comunidades que aparentemente gozan de las ventajas educativas del desarrollo digital, no han sabido aprovecharlas del todo. Una minoría utiliza la red global para generar conocimientos, difundir los resultados de la alta investigación o participar en foros científicos. La mayor parte de la población sigue frecuentando los recursos digitales en busca solamente de entretenimiento y de relaciones sociales impersonales y, las más de las veces, triviales. El reto de la pedagogía contemporánea es lograr que los estudiantes aprovechen la información a su alcance, sepan seleccionarla y organizarla, utilizarla éticamente y distinguir aquella que realmente vale la pena. Este procesamiento adecuado de la información depende de una formación que, en última instancia, se propicia en las disciplinas humanistas, que por tanto no pueden ser relegadas de la carrera digital.

EL ENTORNO ECOLÓGICO

Uno de los problemas más urgentes en relación con el avance tecnológico es la modificación del entorno natural. Situaciones como la escasez de agua, el agotamiento de recursos como los hidrocarburos y, en consecuencia, los problemas de energía, el abandono del campo y el crecimiento exacerbado de los asentamientos urbanos, deben plantearse y resolverse de manera global: no son propios de ninguna comunidad de manera aislada. Si pensamos en que se ha previsto que para el año 2025, 80% de la población mundial enfrentará problemas de abastecimiento de agua, es clara la dimensión del problema. Las innovaciones en ingeniería ecológica, química alimenticia, ingeniería urbana y arquitectura representan sin duda parte de la solución. Sin embargo, no podemos pensar que los problemas que acabamos de enunciar requieran exclusivamente soluciones tecnológicas. Se necesita generar una nueva cultura que fomente el cuidado del entorno y logre replantear las relaciones entre el ser humano y la naturaleza. Estas deben dejar de pensarse en términos de dominación. Por mucho tiempo, la acción tecnológica ha explotado y actuado sobre el escenario natural: se han eliminado áreas verdes, talado los árboles, elevado escandalosamente los índices de contaminación, extinguido algunas especies animales, etcétera.
Ahora, esta problemática ecológica, que es en el fondo una cuestión cultural, se vive de manera muy distinta a ambos lados de la brecha digital. Lo que para los países desarrollados es una cuestión de benevolencia con el entorno, para las comunidades rezagadas puede ser una asunto de vida o muerte. Es difícil difundir una relación de cuidado y convivencia con el ecosistema en una población cuya supervivencia inmediata depende de la tala de árboles en el Amazonas. Por otro lado, la investigación y desarrollo de nuevas fuentes de energía supone un trabajo interdisciplinario con ingenieros, empresarios, gobernantes, la descentralización de las grandes ciudades y la adaptación de cauces tecnológicos necesarios para rescatar el medio ambiente. Desafortunadamente, la realidad es que la mayor parte de los países del mundo están todavía muy lejos de estas medidas.

CONCLUSIÓN

Según los datos que hemos revisado, parecería que la brecha digital es un reto insuperable: quizá somos testigos de la condición fáustica del progreso moderno. Sin embargo, hemos subrayado la doble cara del desarrollo tecnológico, que a la vez que agrava las condiciones de inequidad, ofrece alternativas insospechadas de transformación social que pueden orientarse positivamente.
Debemos recordar que el desarrollo tecnológico no es una fuerza ciega e impersonal que opera en la historia; está bajo el control de agentes racionales llamados a la responsabilidad. Si bien todo indica que es remoto un momento de acceso universal a la tecnología, sí es posible abrir el abanico de oportunidades digitales con un criterio humanista, que va más allá de la razón instrumental y de los mecanismos del mercado. No se trata de polarizar posturas, ni globalifílicos ni globalifóbicos, ni románticos trasnochados ni tecnócratas irreductibles. Se trata de volver a humanizar la cultura. Como bien subrayó Hannah Arendt, el desarrollo técnico de la humanidad está perneado de logos: la cultura es un continuum del cual forman parte las aplicaciones tecnológicas. Por tanto, éstas no deben volverse contra el ser humano. Los presocráticos en el siglo VI antes de Cristo predecían eclipses, lo cual forma parte de la misma historia que define hoy nuestra visión del sistema solar. Del ábaco a la realidad virtual median cosmovisiones y un afán de conocimiento y de comprensión del mundo que no puede desvincularse de las relaciones personales y el desarrollo comunitario. Los funcionalismos, tan en boga hoy en día, olvidan que el sistema es para el hombre y no a la inversa; solamente una carrera digital, planteada desde la cultura y para la cultura, puede significar un verdadero progreso para el hombre.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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