SORPRENDIDO POR LA ALEGRÍA
C.S. Lewis
Ed. Andrés Bello.
C.S. Lewis
Ed. Andrés Bello.
Chile, 1994.
245 págs.
Clive Staples Lewis (1899-1963) sorprende casi siempre por su obra ingente y versátil. Este texto autobiográfico, «sofocantemente subjetivo» dice él mismo, narra la aventura que supuso en su vida el descubrir, buscar y desmenuzar esos sorpresivos «instantes de Alegría» (intensas emociones estéticas) que lo asaltaban desde niño.
Impregnado, como todos sus escritos, de abundante y fina ironía salpicada de un humor discreto, intenta varias veces convencer al lector que suspenda la lectura. Habla de su familia, de los colegios donde estudió y de su ingreso a Oxford. Estudió Filosofía y Literatura y Lengua inglesa en Oxford y enseñó allí por 29 años. Más tarde ocupó la cátedra de Literatura Medieval y del Renacimiento en Cambridge.
Describe con maestría su sensibilidad y su carácter pesimista, enemigo de los sentimientos y tercamente individualista, «No había palabra en mi vocabulario que expresara odio más profundo que la palabra intromisión». Hace un repaso de sus innumerables lecturas, cómo se sumergía en un autor y luego en otro y qué razonamientos le sugerían.
Participó en la Primera Guerra Mundial y fue herido. Durante su convalecencia leyó a Bergson, experiencia revolucionaria para él porque le despertó el interés por autores y formas de vida apasionadas que siempre había rechazado. Durante parte de su vida buscó la felicidad a través de la belleza y la creatividad.
Contra su voluntad y casi forzado por su mente lógica, vivió el tránsito de un recalcitrante ateísmo a la fe cristiana. «Al leer a Chesterton, como al leer a McDonald, no sabía en qué me estaba metiendo. Nunca es excesivo el cuidado que deben prestar a sus lecturas los jóvenes que desean seguir siendo firmes ateos. Hay trampas por todas partes».
Desde niño vivió rodeado de libros e inmerso en sus pensamientos, ya mayor supo combinar un pensamiento riguroso con un estilo literario vigoroso al crear, desde narraciones de ficción para niños como Crónicas de Narnia; para adultos, como Cartas de diablo a su sobrino, hasta poesía y ensayos como Mientras no tengamos rostro y Una pena observada.
Impregnado, como todos sus escritos, de abundante y fina ironía salpicada de un humor discreto, intenta varias veces convencer al lector que suspenda la lectura. Habla de su familia, de los colegios donde estudió y de su ingreso a Oxford. Estudió Filosofía y Literatura y Lengua inglesa en Oxford y enseñó allí por 29 años. Más tarde ocupó la cátedra de Literatura Medieval y del Renacimiento en Cambridge.
Describe con maestría su sensibilidad y su carácter pesimista, enemigo de los sentimientos y tercamente individualista, «No había palabra en mi vocabulario que expresara odio más profundo que la palabra intromisión». Hace un repaso de sus innumerables lecturas, cómo se sumergía en un autor y luego en otro y qué razonamientos le sugerían.
Participó en la Primera Guerra Mundial y fue herido. Durante su convalecencia leyó a Bergson, experiencia revolucionaria para él porque le despertó el interés por autores y formas de vida apasionadas que siempre había rechazado. Durante parte de su vida buscó la felicidad a través de la belleza y la creatividad.
Contra su voluntad y casi forzado por su mente lógica, vivió el tránsito de un recalcitrante ateísmo a la fe cristiana. «Al leer a Chesterton, como al leer a McDonald, no sabía en qué me estaba metiendo. Nunca es excesivo el cuidado que deben prestar a sus lecturas los jóvenes que desean seguir siendo firmes ateos. Hay trampas por todas partes».
Desde niño vivió rodeado de libros e inmerso en sus pensamientos, ya mayor supo combinar un pensamiento riguroso con un estilo literario vigoroso al crear, desde narraciones de ficción para niños como Crónicas de Narnia; para adultos, como Cartas de diablo a su sobrino, hasta poesía y ensayos como Mientras no tengamos rostro y Una pena observada.
