Le voy a referir una anécdota personal que quizá no le importe mucho. Resulta que mientras hacía cola en el banco escuché sin querer la conversación de dos señoras. Hablaban de política nacional. «Es que mira, Cuqui, la presidenta de la cámara de diputados es muy aventada y etcétera», decía una, mientras Cuqui pelaba los ojos como si escuchara a un profeta y meneaba la cabeza con ademanes de afirmación absoluta. La profeta repetía una y otra vez que la presidenta aquello y la presidenta más allá, hasta que me hartó y me vi obligado a intervenir. «Perdón, señora, pero no se dice presidenta porque esa palabra es una aberración ontológica». Ahora, la que pelaba chicos ojotes era ella y yo la hacía como de profeta. «¡Óigame, pero quién se cree usted!», espetó. Muy apenado le pedí paciencia. «Por favor, no se enoje, por qué no mejor me permite explicar mi punto». A lo cual ella gruñó y contestó que no tenía tiempo y que yo era un majadero, algo muy lógico, porque interrumpí su conversación y me metí donde nadie me llamaba. Gracias al visible y merecido gesto de molestia de las señoras hice mi trámite bancario con mucho remordimiento de conciencia. Pensé que tal vez la razón no me asistía. A mí me queda muy claro que «presidenta» es una pifia lingüística, le pese a quien le pese, por una sencilla razón: la terminación «ente» es neutra, carece de género, es decir, no es femenina ni masculina. Sin embargo, era claro que no todos pensaban así, pues la palabreja anda en boca de muchos. Al abandonar el banco, fui asaltado por la duda. De un lado, la regla: cuando queremos decir en una sola palabra que algo o alguien ejerce tal o cual acción, tomamos el verbo –o sustantivo– que alude a la acción, agregamos el sufijo «ente» (o «ante») y ya está. Por ejemplo, cuando una torta carece de jitomate y mayonesa, decimos que está carente de jitomate y mayonesa. A la mujer capaz de ver el futuro le llamamos «vidente » y a la que no puede ver más allá de sus narices, «invidente». A nuestra tía lejana no la tratamos de tía, sino de «pariente». La carta que procede decimos que es «procedente» y a quien la mujer que ama le llama- La señora presidente mos «amante» y así. Pero yo seguía dudando y sintiéndome muy mal. Una vez defendido mi punto, di oportunidad a la contraparte y pasé del otro lado. De pronto, las nociones de los derechos humanos y la equidad de género me vinieron a la cabeza y ¡zas!, en ese momento fui presa de una epifanía y la duda se disipó. En nuestro lenguaje, la «e» es masculina: el jefe, el mensaje, el enjambre, el trámite, el duque, etcétera. Por eso, no vale eso de la neutralidad. Ya está. Con ánimos renovados sentí irrefrenables deseos de unirme a esta revolución del lenguaje por la igualdad. Propongo una corrección global del español que abarque todas las palabras empleadas de manera errónea y ofensiva, y de las que presidenta es sólo el principio. Erradiquemos desde la trivial corriente eléctrica hasta las naciones emergentes y demos la bienvenida a «corrienta» y «emergentas». Y que desde ahora las pastillas para aliviar las agruras no sean efervescentes sino «efervescentas». Y en el plano social seamos radicales: a las mujeres que se mueven con juicio debemos llamarles «prudentas » y a partir de ahora las jóvenes que muestren su elocuencia serán «elocuentas». ¡Sí! ¡Basta de mujeres dirigentes y vengan las «dirigentas »! ¡Ni un paso atrás compañeras! ¡Porque son «diferentas» a los hombres merecen un trato justo! ¡Porque son «inteligentas» merecen un cambio! ¡Las mujeres son tan «competentas» como los hombres y así como ya hay presidentas y tenientas, muy pronto surgirán las «militantas» sociales, las «aspirantas» políticas y las atletas «triunfantas»! ¡Derribemos el muro del machismo, compañeras! ¡Hagamos una sola voz contra quienes no aceptan esta verdad evidenta! ¡Nuestra lucha no puede seguir pendienta en la agenda nacional! ¡Y si Lupita D’alessio canta, a partir de ahora será cantanta!