Hay verdades sobre el hombre que deben ser sostenidas hoy como lo fueron desde hace centenas de años: las aspiraciones provisionales pueden dar la impresión de ser creativas, pero muchas veces no se trata más que de chispazos evasivos porque aquellos rasgos fijos anteriores han entrado en rutina o el hombre se ha cansado de ellos.
Durante la Primera Guerra Mundial, el investigador norteamericano Lewis Terman, en la Universidad de Stanford, sacó a la superficie los ahora famosos tests de inteligencia, para determinar lo que los sajones denominan IQ (coeficiente de inteligencia). «Clasificó», en sus propios términos, mediante la primera aplicación masiva de esos tests, a dos millones de estadounidenses. Sin embargo, el IQ ha entrado en crisis después de que, en 1983, Howard Gardner publicara Frames of Minds, que nosotros traduciríamos por «talantes de inteligencia», en donde se incluye no sólo los diversos modos de inteligencia sino, en cierta manera, la personalidad completa, es decir, precisamente, el talante.
¿INTELIGENCIA EMOCIONAL O EMOCIÓN INTELIGENTE?
Durante estos últimos años, ha aparecido también en la literatura sobre la empresa el ya famoso concepto de la «inteligencia emocional», que contiene muchas verdades sobre el ser humano. No obstante, la importancia dada a los sentimientos por Daniel Goleman en la obra del mismo nombre, pueden ya encontrarse casi con las mismas palabras (y aún expuesto de modo más profundo), en las obras antropológicas de Aristóteles, especialmente en su Ética Nicomaquea.
El hecho de que los estudiosos de la organización no hayan tenido en cuenta a este pensador griego no significa que la inteligencia emocional sea un actual descubrimiento sociopolítico, sino más bien un desenterramiento de conceptos que se encontraban arqueológicamente sepultados.1
Señalamos también aquí otro ejemplo, menos conocido y menos popular. Me refiero al Análisis político de la empresa. Razón dominante y modelos de empresa,2 de Antonio Marzal, es decir, publicado doce años antes que la «inteligencia emocional», aparecida esta última en 1995. En la obra de Marzal hallamos un capítulo que curiosamente se denomina «la razón emocional», pero seguida de otro capítulo que titula «la razón razonable», después de distinguirlas de la «razón automática» y de la «razón utópica».
Para Marzal, y piénsese bien antes de juzgarlo negativamente, la «razón emocional» se mueve en torno a tres principios axiales: a) primero, el Führerprinzip (el principio del caudillaje); b) segundo, la idea de Gemeinschaft, la comunidad natural (frente al hecho asociativo voluntarista), y c) tercero, la Sündenbockphilosophie (la filosofía del «chivo expiatorio»).
Si bien se mira, en nuestra propia historia socioeconómica mexicana se ven claramente estos tres trazos, no sólo porque la razón tiene en cuenta a las emociones, sino porque se deja arrastrar por ellas. Y no solamente en México. Las exaltaciones únicamente emocionales de personas tan frías y calculadoras como las germánicas se dejan llevar emocionalmente detrás de un Führer (caudillo) que los dirige al desastre. De manera completamente distinta, el ya de por sí sentimentalismo italiano sigue a un Duce que él mismo se deja llevar por las emociones.
Son pocos los que saben que la filosofía clásica aplicada a la empresa puede vivificarla de manera extraordinaria, más aún que los sistemas cibernéticos, con todo y lo que estos implican de positivo (y de negativo), porque la filosofía aplicada a la empresa se constituye en una verdadera antropología filosófica, que mira directamente al espíritu humano y no sólo a su acción mecánica o kinética.
En esa filosofía clásica encontraríamos tal vez no la «inteligencia emocional», pero sí, y con mucha profundidad, la emoción inteligente. El antiguo problema de la formación humana resulta ahora un asunto completamente nuevo, en el que tal parecería que está todo por hacerse. Y así sería si no fuera porque este hacerse es un re-hacerse, que no parte de cero. Se requiere el regreso a lo básico, a lo ya clásicamente sabido por el hombre, que pide a gritos salir de ese «sótano» en el que la mentalidad moderna ?¡con pretexto de apertura!? lo había encerrado.3
OPORTUNIDAD PARA PENSAR
La inteligencia no se forma convirtiéndola en un almacén de conocimientos sin más. Si no se aprende a pensar, aquellos conocimientos enciclopédicos son inútiles y ciegos. La verdadera formación de la inteligencia ayuda al individuo a relacionar esos conocimientos; a abstraer las razones universales de las cosas; a penetrar dentro de las realidades y de sus causas; a leer dentro de ellas y sus relaciones: de ahí el nombre inteligencia, intus legere.
Las teorías que optan por una formación unívoca ?es decir, en un solo sentido? de la inteligencia, la convierten en un diamante sin pulir: esto es, bruto. Por ello, el problema de la formación de la inteligencia no es un problema sólo racional sino antropológico en su más amplio sentido, es decir, atañe al hombre entero; asume incluso la formación de la voluntad, pues ésta es una tendencia ?una facultad que tiende a algún bien? racional. La voluntad es una facultad espiritual que se mueve a sí misma, y que mueve a entender a la inteligencia, por encima de las complejas dificultades que se le presentan.
La formación del carácter consiste en la conjugación de una inteligencia clara y de una voluntad firme ante la escurridiza y asistemática sensibilidad (o sentimentalismo), o bien, en otros términos, el carácter es el dominio de las facultades superiores ?inteligencia y voluntad? sobre las inferiores ?las sensaciones, pasiones y apetitos sensitivos.
No han de seguirse ciegamente los sentimientos, ni machacarlos de mala manera, sino encauzarlos hacia el ideal de mejora ?mejora no de la sensibilidad o sentimentalidad sino del hombre?, del hombre que siente, que entiende y que quiere. El buen carácter es la armónica interrelación de estas tres dimensiones que se encuentran en el ser humano para que llegue a ser realmente tal, no para que se haga más pequeño (pensar superficial, querer inconstante, sentir indómito) o monstruoso (sensibilidad hipertrofiada, inteligencia chata y voluntad endeble; o bien inteligencia profunda pero sensibilidad dormida y voluntad inepta; o bien voluntad férrea, sensibilidad endurecida e inteligencia unívoca).
El trueque de las verdades centrales sobre el hombre que hemos mencionado, así como las filosofías emocionales, e incluso las modernas técnicas de superación que tanto han proliferado en la actualidad, así como la irrupción en nuestra cultura occidental de los usos de las diversas filosofías orientales ?no siempre bien asimiladas?, colocan a los estudios de la antropología clásica en una coyuntura que podríamos denominar oportuna, aunque los principios sobre los que se asienta tienen, a fuer de clásicos, un verdadero carácter intemporal.