Aristóteles dejó clara su postura sobre la amistad cuando dijo: «soy amigo de mis amigos, pero soy más amigo de la verdad». Esta frase –ya clásica– sugiere que la verdad está siempre por encima del bien más preciado que un hombre puede tener: la amistad.
La película Los secretos del poder ofrece una espléndida oportunidad para reflexionar y ahondar en la validez de esta afirmación. Y no sólo para avalar una idea clásica, sino para contar con elementos de juicio y decidir la actuación práctica –personal y profesional– en situaciones críticas.
El reportero Cal McCaffrey (Russell Crowe) es un periodista de la vieja escuela que revela su personalidad con distintos símbolos: desaliñado, desordenado, su archivo de información está pegado al muro de su cubículo del Washington Globe en forma de miles de post-it, sus mesas de trabajo atestadas de papeles en pilas crecientes y con un instrumento de trabajo esencial: un bolígrafo y los pedazos de papel que salen de una pequeña libreta de anotaciones.
Fuera de eso, su inteligencia y un agudo sentido de la investigación reporteril –en busca de la verdad– lo presentan como un ser en plena extinción. Es la imagen de una decadencia profesional pero, al mismo tiempo, de una fuerza moral personal.
Della Frye (Rachel McAdams) es una periodista recién graduada que hace del blog su herramienta clave. Representa la nueva generación de profesionales que disponen de multitud de medios electrónicos y son presas de la «instantaneidad» de la información. Por instrucciones de la directora editorial se ve obligada a trabajar con McCAffrey.
Se vislumbra la perspectiva de la cinta en el sentido de hacer que ese viejo periodismo sirva como enseñanza práctica para las nuevas generaciones de profesionales de la información. En esta colaboración, Della Frye descubre la esencia de la verdadera profesión y se descubre a sí misma. McCaffrey la «condecora» con dos signos rituales plenamente simbólicos: uno, al regalarle un collar de bolígrafos engarzados y, dos, al decirle: «tú da el click para que la rotativa imprima el reportaje». Magistral evocación de dominio tecnológico y profesional del viejo lobo de mar.
McCaffrey representa los valores del periodismo impreso tradicional. Será Cameron Lynne (Helen Mirren) quien encarne en la cinta el papel de directora editorial crucificada por el dilema de servir a los lectores o servir a los jefes. Su decisión final será su definición moral.
Stephen Collins (Ben Affleck) encabeza una comisión del Congreso que investiga a la empresa Point Corp, proveedora de servicios de seguridad para el gobierno y cuyos beneficios son enormes a raíz de la guerra contra Irak. De aquí parte una línea argumental muy interesante
en la cinta: ante la creciente importancia de la seguridad del Estado, es posible que el control total de la sociedad llegue a quedar en manos de empresas cuyos beneficios amenazan la idea misma de convivencia libre, abdicando así el Estado de una función sustantiva.
Sin embargo, el manejo de la secuencia narrativa logra el efecto de que nuestra atención se centre en las posibilidades perversas de esta empresa que, por eso mismo, se encuentra en la picota y agudamente señalada por Collins-Affleck. Estamos ante la imagen inmaculada y patriótica de un congresista comprometido.
El verdadero drama se revela en un final que evoca claramente aquella famosa película Todos los hombres del presidente, de Alan J. Pakula, en la que los reporteros del Washington Post, Bob Woodward (Robert Redford) y Carl Bernstein (Dustin Hoffman), ponen al descubierto las acciones que llevaron al entonces presidente Nixon a renunciar a la presidencia en 1974. En Los secretos del poder una decisión personal puede ser la única y tenue diferencia entre la amistad y la verdad.