El alcoholismo juvenil es hoy un grave problema, especialmente esas borracheras de fin de semana con ese nuevo patrón de consumo tipo anglosajón: beber el fin de semana cantidades importantes de alcohol hasta llegar a la embriaguez.
¿El alcohol es bueno o es malo? Si es una droga como las demás, ¿por qué es legal? ¿Debería prohibirse totalmente como otras sustancias psicoactivas?
Es difícil responder en términos absolutos y zanjar la cuestión de si es bueno consumir alcohol o no. Además cuando hablamos del consumo en los jóvenes, el tono de la discusión aumenta porque la vulnerabilidad de este colectivo es mucho mayor y los efectos de un consumo abusivo son más peligrosos por muchas razones que abordaremos más adelante.
¿Beber o no beber? o para ser más exactos: ¿beber sin control o no beber? Ante esta dicotomía pensamos que ninguna de las dos conductas es la más acertada, ya que nos guste o no, el alcohol está muy arraigado en los patrones culturales de nuestra sociedad.
Sin embargo, la abstinencia no es un concepto fácil porque el alcohol en la sociedad actual cumple muchas funciones. DiPardo (1993) enumera doce: 1) psicotrópica, 2) terapéutica, 3) alimentaria, 4) como fuente de calorías para el esfuerzo laboral, 5) como mecanismo de cohesión, 6) integración y estructuración cultural, 7) como mecanismo de control social, 8 ) como instrumento de identificación y diferenciación cultural o social, 9) como mecanismo de transgresiones estructurales, 10) como mecanismo de adaptación en situaciones de cambio, 11) como mecanismo de «solución» al tiempo «vacío» social o individual, y 12) como mecanismo casi irreemplazable de sociabilidad.
Aunque podemos agregar otra lista, casi tan larga, si enumeramos los daños que el consumo crónico e inadecuado de alcohol puede ocasionar. Es responsable del desarrollo de lesiones hepáticas, enfermedades en el aparato digestivo, en el páncreas, síndromes neurológicos, enfermedades musculares, complicaciones hematológicas, trastornos endocrinos, hiperuricemia, osteopenia, cáncer, hipertensión arterial, trastornos metabólicos, etcétera.
¿A QUÉ SE LLAMA CONSUMO MODERADO?
Proponemos que la mejor forma de prevenir el abuso del alcohol en los jóvenes es educarlos en la moderación y el autocontrol en cuanto a su uso se refiere y, por supuesto, aplaudir con mayúsculas a quienes han aprendido a divertirse sin beber.
Para entender esto mejor conviene analizar lo siguiente: ¿Qué es el alcohol realmente? ¿Cuáles son las consecuencias psicosociales del abuso del alcohol? ¿Cómo se llega al alcoholismo o al consumo explosivo? ¿Qué significa beber moderadamente? ¿En qué debe consistir la prevención entre los jóvenes?
El consumo moderado o no abusivo de alcohol se describe como un consumo prudencial que no supera los siguientes límites para el caso de adultos:
– En mujeres, 14 unidades por semana (112 gramos)
– En varones 21 unidades por semana (168 gramos)
Esto representa 2 y 3 unidades de bebida estándar al día en varones y mujeres.
Éstos se consideran los límites normales, aunque a algunos les pueden afectar niveles inferiores, especialmente si tienen problemas de dependencia de otras sustancias psicoactivas, o si son jóvenes, quienes son más vulnerables física y psicológicamente.
A partir de dicho límite existe un riesgo progresivo, aunque el criterio de intervención se sitúa en 21 unidades por semana (168 gramos) en la mujer y 35 unidades por semana (280 gramos) en el varón, y siempre que sean personas sanas (Rodríguez-Martos, 1999).
Una exposición crónica al alcohol produce dependencia física. Cuando alguien ha estado bebiendo durante largo tiempo y deja de hacerlo de repente, el síndrome de abstinencia puede ser grave e incluso mortal. El alcoholismo se da más frecuentemente en el varón y empieza con frecuencia desde la adolescencia; la mujer con problemas de alcohol comienza a beber más tardíamente.
EL CAMINO DE LA PREVENCIÓN
Los programas preventivos han evolucionado considerablemente desde los años 60 y 70, cuando comienzan a aplicarse los primeros, hasta el momento actual. Lo cierto es que en estos 50 años hemos aprendido mucho y hoy sabemos lo que se puede hacer adecuadamente en este campo porque ya ha llegado a su etapa de madurez.
Los primeros programas se basaban en el modelo racional o informativo, utilizados principalmente en los años 60 y 70. Luego siguieron los programas centrados en los déficits de personalidad, en los años 70 y 80. Finalmente a partir de los años 80 y 90 se imponen los programas basados en el modelo de influencia social y entrenamiento en habilidades generales, que ha demostrado ser el más eficaz en materia de prevención juvenil.
Este modelo parte de que es necesario entrenarlos en habilidades específicas para rechazar el ofrecimiento del alcohol y en habilidades generales más allá de lo que se hacía anteriormente. De ahí que se denomine modelo de habilidades generales, porque va más allá del entrenamiento específico en el rechazo al consumo de alcohol.
Estos programas preventivos se basan en la multi-causalidad en el proceso de comenzar a usar cualquier sustancia, incluida el alcohol, por parte de los adolescentes y por lo tanto cubren diversas áreas que pueden ser deficitarias en ellos y les facilita el ser capaces de hacer frente a la tentación de usar cualquier sustancia como forma de compensar dichas deficiencias.
El programa más representativo de este tipo es el «Entrenamiento en habilidades para la vida», desarrollado por Botvin en la Universidad de Cornell en Nueva York.
ODISEA, UN PROYECTO EFICAZ
En 2007, la Unidad de Psicología Clínica de la Universidad Panamericana en colaboración con la Escuela de Medicina, el Centro Panamericano de Investigación e Innovación y la Fundación Domecq, inició un proyecto denominado «Odisea», inspirado en los modelos de Bandura y Botvin, con el objetivo de investigar sobre los patrones de consumo, factores de riesgo y protección y las habilidades de autocontrol de los estudiantes de la UP en relación al consumo de alcohol.
La finalidad de esta investigación fue «cartografiar» la conducta de consumo de los universitarios, para posteriormente diseñar un programa psicoeducativo que permitiera desarrollar y fomentar conductas de moderación en el consumo de alcohol entrenándolos en cómo afrontarlo y en habilidades de autocontrol.
Los primeros resultados del estudio, obtenidos tras evaluar con diferentes encuestas y pruebas psicométricas una muestra de mil 366 alumnos de todas las carreras, arrojaron que los principales factores de riesgo que aumentan la probabilidad de que los jóvenes beban de modo abusivo o explosivo son los siguientes por orden de importancia:
1) El estrés y la ansiedad social.
2) La dificultad para entablar y mantener relaciones interpersonales.
3) Déficit en la comunicación materno–filial.
En el análisis de los factores relacionados con la familia encontramos, por un lado, que la comunicación padre-hijo no modifica significativamente el grado de consumo. Sin embargo, observamos una correlación estadística significativa entre una mala comunicación madre-hijo y un mayor consumo. Esto puede deberse a que dentro de la cultura latina, por lo general, el peso de la educación de los hijos recae sobre la madre (Becoña, 1999). Aunado también al papel que juega el padre como modelo de mayor tolerancia social o consumo de alcohol que observado por sus hijos, facilita el desarrollo en instauración de creencias y actitudes determinantes en la conducta del beber, a través del modelado y aprendizaje cognitivo social (Bandura, 1986).
4) Creencias y actitudes irracionales en relación con los efectos perjudiciales del alcohol.
La segunda fase de «Odisea» se desarrolló a lo largo de 2009. Se diseñó e implementó un programa cognitivo conductual de entrenamiento en habilidades para la vida en 82 voluntarios. El resultado tras aplicar este programa-taller que utilizó un diseño experimental pretest-postest con grupo control fue que 69.4% de los jóvenes redujo su consumo hasta niveles moderados y no perjudiciales para su salud.
Casi siete de cada diez jóvenes aprendieron conductas de autocontrol en su consumo en tan sólo 10 sesiones grupales de 1.5 horas a lo largo de 10 semanas.
Podemos decir que en estos momentos contamos con un programa de prevención eficaz, adaptado a población mexicana y que podemos replicar o hacer extensible en un futuro a otros grupos vulnerables.
BIBLIOGRAFÍA
– DiPardo, R. (1993): «Los patrones socioculturales de alcoholización en México», Jano, 44, pp. 1521-1533.
– Rodríguez-Martos, A. (1999): «Diagnóstico del síndrome de dependencia del alcohol », en E. Becoña, A. Rodríguez e I. Salazar (Coord.), Drogodependencias, Santiago de Compostela: Universidad de Santiago de Compostela.
– Bandura, A. (1986). Social foundations of thought and action: A social cognitive theory. Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall (trad. cast.: Barcelona, Martínez-Roca, 1987).