Alí Chumacero
FCE. México, 2009
197 págs.
Se dice que el principal instrumento de un poeta es el oído. Porque la poesía es para leerse en voz alta y así sentir cómo verso tras verso penetra en la piel y se guarda en la memoria. Y una vez instalados allí remueven las entrañas para que florezcan las emociones.
Alí Chumacero es sin duda uno de los más grandes poetas mexicanos. Oriundo de Acaponeta, Nayarit, descubrió desde joven la magia de la poesía. En menos de veinte años escribió todo lo que tenía que escribir y dijo todo lo que tenía que decir. No puedo sino pensar en otro grande de las letras mexicanas: Juan Rulfo. Ambos comparten la explosión y, luego, el silencio. Un silencio que engaña, porque al escribir lo que escribieron, jamás se callaron, jamás se callarán.
Este volumen recoge tres libros que Alí quiso compartir: Páramo de sueños (1944), Imágenes desterradas (1947) y Palabras en reposo (1956), y un puñado de «poemas no coleccionados», como los llama el autor. Vale la pena, además, el prólogo de José Emilio Pacheco, quien escribe: «Estas palabras no descansan en la inercia ni en la inmovilidad. Su reposo es el poder de transformación que Heráclito asignó al fuego».
Cuando lea a Chumacero, no olvide escucharlo.