Julio Cortázar
Edición facsimilar de 1967
Editorial RM. México, 2010
214 págs.
UN COLLAGE LITERARIO
Picasso y Braque disputan la paternidad del collage, nacido en los albores del siglo XX, dónde más sino en París. Muy pronto, la técnica de pegar papel –papier collé– llevó a la plástica a un nuevo plano, mediante composiciones inéditas a partir de lo existente (una nota de periódico, una fotografía, un papel rasgado).
Incluso, en algunas de sus obras, Matisse adoptó el collage, que llegó a mi generación a través de las animaciones de Terry Gilliam para la serie de Monty Python.
En literatura, el cadáver exquisito es lo más parecido al collage; pero se necesitan más de dos, ya sabe. ¿Cómo hacer un collage literario con un solo escritor? La misión fue acometida por Julio Cortázar, explorador incansable.
Su fascinación por el azar y lo «incalculado» (si se me perdona el neologismo) no sólo lo convirtió en un obseso del jazz y el box, sino que determinó buena parte de su obra, coronada por La vuelta al día en ochenta mundos, un collage literario inscrito en la misma lógica de Rayuela o El último round.
El libro aglutina las fobias y filias de Cortázar y cabría considerarlo un acta de principios. A partir de su homonomía con Verne, el argentino va del box a la obra de Mallarmé, de Lezama Lima a los happenings, de los cronopios al jazz y todo de regreso, incluido Jack el Destripador, Jean Schuster y Marcel Duchamp, por supuesto.
A esta pieza hoy debemos ciertos guiños en la narrativa y el teatro del absurdo y, también por su culpa, una camada de ignorantes se suponen artistas, lo cual es una reverenda exageración.
Dada su complejidad y temática, el volumen exige un mínimo de preparación y no queda al alcance de cualquiera: 1) no a todos les llenará el ojo un facsimilar de hace casi medio siglo, cuyos registros suenan más a ocurrencias o gazapos que a un verdadero motivo y 2) una vez superada la frontera del gusto, queda el fondo, uno, como todo en Cortázar, original, desafiante e irreverente.