Este libro analiza dos conceptos de la acción humana: las razones del actuar y la iniciativa que la origina; importantes para quien administra una empresa y todo aquel que emprende una elección.
Para Carlos Llano «empresario» no es sólo el que manda en una empresa, sino todo emprendedor que en el ejercicio de oficios o tareas busca alcanzar metas importantes a través del esfuerzo arduo. El empresario y el emprendedor, es decir, quien administra la propiedad de una organización y quien ejerce la creatividad en nuevos campos de acción, no siempre coinciden: presentan una susceptibilidad diferente frente a las motivaciones y responsabilidades personales y sociales.
El emprendedor opera como foco de sus propias motivaciones y no espera ser motivado desde fuera para buscar una meta. Arranca la acción «desde sí mismo», con un automovimiento que en su liderazgo muestra eficacia, destreza técnica bien dirigida y un querer autónomo y libre. El líder pone a los demás en las condiciones precisas para que se convenzan a sí mismos de cómo conducirse acertadamente en su trabajo.
¿Cómo mueve el líder? Llano analiza dos respuestas a esta pregunta: la conductista, que reduce la elección a una tendencia instintiva, y la determinista, que presume haber encontrado el detonante irrenunciable de nuestra acción. Ambas fallan por su ignorancia sobre la naturaleza de la voluntad, verdadera causa sui. La voluntad sólo se mueve a sí misma, y debemos renunciar a intentar moverla desde fuera. Si queremos «motivar» a otro, la ruta es indagar creativamente cómo presentarle alicientes.
Es cierto que a medida que la realidad ofrecida es menos buena, más se debe trabajar por hacer atractiva su elección y es cuando la persuasión corre el riesgo de convertirse en manipulación.
RESPONSABILIDAD DE CÍRCULOS CONCÉNTRICOS
Para el autor, la «responsabilidad social» del empresario siempre radicará en su «responsabilidad individual»; lo contrario sería desdibujar las consecuencias de los actos en un todo impersonal llamado sociedad o Estado, en donde es imposible atribuir identidad tanto a quien ejerce como a quien recibe las acciones realizadas.
Y propone una «responsabilidad de círculos concéntricos», donde cada esfera se va escalonando para permitir la articulación del hombre en sus primeras sociedades naturales y permita una concatenación en lo social (yo-familia-empresa-cámaras, mercantiles-sociedad) y en lo personal (yo-familia-barrio-ciudad-patria).
Una ética deontológica (de principios y normas) y una ética teleológica (de fines) serán igualmente estériles e inoperantes si buscan regular la acción sólo en función de normas sin excepción. En cambio, una ética de «responsabilidad congruente» rige nuestra acción en función de mis propias decisiones, como una ética del compromiso para con lo que constitutivamente soy «desde dentro».
En este sentido, una ética coherente, que insiste en el peso personal de cada una de mis acciones y me obliga a dar cuenta (a mí mismo y a mi prójimo) de las razones de mi actuar, no puede sino convertirse en una ética de «responsabilidad trascendente», porque las obligaciones no son sólo del hombre genérico, sino del hombre concreto.
Para Llano, una visión de este tipo, con un estudio de la motivación y de la verdadera responsabilidad exige la identificación de mi prójimo como destinatario directo y cercano de mi acción libre y obliga a reconocer en qué medida mis propias capacidades me permiten hacer lo que debo con lo que tengo, y cómo motivar a otros al mismo tiempo que cargo con el peso específico de mi responsabilidad; como vehículo que dirige a quien motiva y responde hacia la verdadera vida lograda: la vida según virtud.