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El empresario y su mundo*

Para que la empresa sea mundo de propio crecimiento no debe perder de vista las cuatro finalidades de su naturaleza: generar valor económico agregado, servir a la comunidad, alcanzar el desarrollo de sus hombres y lograr las condiciones de su propia permanencia.
En el prólogo, el autor dice que esta obra pretende resucitar la vitalidad de conceptos básicos de la empresa que han caído en lugares comunes. Hablamos de la capacidad de riesgo, el activismo, la comunicación, el trabajo en equipo, el desarrollo dentro de la empresa y las motivaciones que den coherencia a la organización. Para resumir estas ideas fundamentales acude a conceptos de antropología hoy olvidados: el valor de la cooperación por encima de la competencia, la capacidad de proyecto del propio ser, la ineficacia de los bienes materiales para el proyecto personal, las dimensiones del rango y de la incidencia en el desarrollo del individuo en la organización, el trabajo en equipo.
El libro señala a la empresa como el ámbito donde el hombre encuentra un situs natural de su actividad. La empresa extiende su concepto más allá de la útil generación de riqueza y de la admirable ocasión que ofrece a los individuos para trabajar profesionalmente. La empresa,  forma parte de las principales agrupaciones naturales que establece el hombre para su propio desarrollo.
El desarrollo de la persona dentro de la empresa, implica que la empresa misma, para que sea ámbito o mundo de propio crecimiento, no pierda de vista las cuatro finalidades que constituyen su naturaleza: generar un valor económico agregado, otorgar un servicio a la comunidad, alcanzar el desarrollo de sus hombres y lograr las condiciones de su propia permanencia. Si la empresa no lo alcanza en un grado aceptable será muy difícil que el hombre que trabaja en ella pueda adquirir su propio desarrollo a la par.
El desarrollo del hombre en su organización no alude sólo a conceptos antropológicos, sino también a ideas propiamente éticas. Para explicarlo con un ejemplo, diremos que el complejo tema de la comunicación (capítulo II) no se analiza desde una perspectiva meramente técnica, sino que se señala como un asunto propiamente ético. El diferente énfasis que le da aquí a la equivocación y a la mentira es una prueba de ello: los negocios pueden quizá soportar que un subordinado se equivoque: las pérdidas son entonces cuantificables. Pero cuando un miembro de la organización miente, contraviene desde sus cimientos las posibilidades de relación que animan a los otros miembros: se introduce la ruina incuantificable en el seno del negocio, incluso cuando aparentemente se generan buenos resultados. La mentira no es admisible en forma alguna porque mina la mutua confianza de los miembros de la empresa.
Otro aspecto importante es el valor comunicativo de la ejemplaridad. Las palabras aisladas de contenido y los discursos vacíos no rinden frutos. De nada sirve exigir puntualidad si uno no se esmera en llegar a tiempo; resultan inútiles los informes personalizados de nuestros operarios si al fin y al cabo no los leemos.
Algo parecido acaece en el trabajo en equipo que no se visualiza con la reducida óptica de su aparente eficacia sino con una visión más amplia. La actividad en la empresa significa trabajo. En ella, a diferencia de otras actividades, el hombre ejerce necesariamente una inter-
acción dinámica que puede englobarse bajo el nombre de trabajo en equipo. Cuando no se da ese trabajo, no hay empresa.
Con base en esto, nuestro autor ha calificado en una obra posterior al trabajo en equipo como verdadera terapia del egoísmo, ya que este trabajo exige que el individuo se mueva por lo que se denominan aquí como motivaciones asociativas, que facilitan el trabajo conjunto, por encima de las usuales motivaciones de preponderancia, usualmente incentivadas en las empresas, que pueden mover con gran fuerza a los individuos, pero que suscitan también en ellos impulsos disgregadores.
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*  Reseña publicada en: Ventana al Mundo. IPADE-UP. México, 1993.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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