Economistas tan destacados como William Stanley Jevons (1835–1882, descubridor, junto con Menger y Walras, de la ley de la utilidad marginal decreciente), Joseph A. Schumpeter (1883–1850, autor de Historia del análisis económico), y Murray Rothbard (1926–1995, autor de la desafortunadamente incompleta, ¡y todavía no traducida al español!, An Austrian Perspective on the History of Economic Thought), consideran como padre de la ciencia económica, ¡no a Adam Smith!, sino a Ricardo Cantillón (1680–1734, autor del famoso Ensayo acerca de la naturaleza del comercio en general), y lo consideran tal por haber descubierto «el costo de oportunidad», uno de las realidades más importantes de la acción humana, la lectura incluida.
El costo de oportunidad se compone de las opciones a las que se renuncia por haber elegido una entre ellas. Surge cada vez que la persona elige entre alternativas que considera valiosas y que, por las razones que sean, ¡entre las que destaca la falta de tiempo!, no puede hacer realidad.
Para quienes tenemos el buen vicio de la lectura, el costo de oportunidad es una realidad conocida y padecida. ¿Libros que queremos leer y no hemos leído por haber elegido otros? Para darnos una idea de lo que ese costo representa recurro a las propuestas de lectura que, nos ha hecho la sección «El buen vicio», de los tres últimos números de istmo (308, 309 y 310). Señalo cuáles quiero leer, sin haberlas leído (¿todavía?). istmo 308: Cielo azul, de Galsan Tschinag; Por cuenta propia, de Rafael Chirbes; La fuga, de Carlos Montemayor; Me voy con vosotros para siempre, de Fred Chapell; Cuentos y cuentistas, de Harold Bloom; Nada que temer, de Julian Barnes. istmo 309: 22 escarabajos. Antología del cuento Beatle, Mario Cuenca, editor; El hombre inquieto, de Henning Mankell, ¡un nuevo caso del detective Wallander!; Largueza del cuento chino, de José Vicente Anaya; El maestro de las marionetas, de Katherine Paterson y El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura. De istmo 310: Flavia de los extraños talentos, Alan Bradley; Siete casas en Francia, Bernardo Atxaga; El ojo del leopardo, Henning Mankell (esta vez no se trata de otra aventura de Wallander) y Suerte esquiva, de Carol Higgins Clark.
¿Qué tengo? Quince libros que quiero leer y que no he leído por haber leído otros, entre los que se encuentran también algunos recomendados en «El buen vicio»: Ese imbécil no soy yo, de Héctor Zagal; Arma la historia, de Enrique Florescano; Dublinescas, de Enrique Vila-Matas y El asedio, de Arturo Pérez-Reverte.
Esos quince libros que quiero leer, y que no he leído, se limitan a los recomendados en «El buen vicio», quiere decir que a ellos debo sumar todos los que, de mayo a octubre, los meses que abarcan los números de istmo mencionados, me he encontrado por el camino, mismo que muchas veces he torcido para toparme, como si me salieran el encuentro, ¡para poder culpar al destino y no a mi querer!, con librerías, desde la mesa de novedades de Sanborns hasta los libreros de Cafebrería, sin olvidar las clásicas: Gandhi, El Sótano, Fondo de Cultura Económica.
Visto desde el punto de vista del costo de oportunidad, el buen vicio de la lectura puede convertirse en un hábito desesperante, no por lo que se lee, sino por lo que no se lee, al menos no todavía y, más desesperante aún, por lo que no se leerá jamás, ¡por más que se quiera! (Querer, ¿es poder? Sí, ¡cómo no!). Para el lector el costo de oportunidad es una realidad padecida, y al verdadero lector se le conoce por dicho padecimiento, cuyo origen es la escasez de tiempo y la enorme oferta de libros, de manera que, ni leyendo todo el tiempo, se puede leer todo lo que se edita, ni siquiera en el acotado mundo de la novela. ¿Alguna ventaja? Claro, siempre habrá qué leer.
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*Licenciado en Economía por la UNAM y en Filosofía por la UP. Estudios doctorales de Filosofía por la Universidad de Navarra. Profesor de la Escuela de Economía de la UP.