En años recientes, la ONU formó la Comisión para el Empoderamiento Legal de los Pobres, que contaba entre sus miembros al economista peruano Hernando de Soto, a Madeleine Albright, ex secretaria de Estado de los Estados Unidos, y a Ernesto Zedillo, entre otros. Su tarea consistía en fomentar mecanismos para favorecer la pequeña propiedad privada entre los pobres del mundo. Resulta interesante que los documentos de esta comisión coincidan, en cuanto a la institución social de la propiedad, con las encíclicas de carácter social que ha emitido la Iglesia católica a partir de 1878. Ambos documentos están de acuerdo en que el derecho a la propiedad privada es un derecho fundamental.
La ONU y la Iglesia están de acuerdo en que el derecho a la propiedad, cuando está bien definido, se asocia con el crecimiento económico y la cohesión del tejido social; promueve el bienestar público y el bien común.
Quisiera explicar por qué me parece tan interesante que estas dos instituciones coincidan en el concepto de propiedad privada y en las ventajas que ofrece como institución social. Utilizaré una imagen crasa: digamos que la Iglesia es chata y la ONU, narizona. Podría decir alta o chaparra, flaca o gorda, mientras deje claro que son muy diferentes, por su origen, historia, objetivos y la naturaleza de sus miembros.
En algunas cuestiones, la nariz de la Iglesia es demasiado corta. En otras, la de la ONU es demasiado larga. Lo que para una institución podría parecer un naricísimo infinito para la otra podría parecer apenas una naricita. Esta divergencia de pareceres entre lo que se considera un perfil clásico puede causar problemas, pero ofrece soluciones. La ONU y la Iglesia difieren en muchos temas; pero cuando coinciden es mucho más probable que apunten hacia la verdad.
En cuanto a la propiedad privada, tanto la chata como la narizona opinan que es el aspecto normal de la humanidad y consideran que es la justa proporción. Uno podría desconfiar si dos hombres de muchísima nariz, encontraran que a alguien le falta un palmo de narices o viceversa. En ambos casos, podría tratarse de un error de perspectiva sobre un apéndice nasal bien proporcionado.
Sin embargo, cuando los dos extremos coinciden en un mismo juicio, parece que hay sustento suficiente para pensar que hemos encontrado la verdad. Ni la ONU quiere amarrar una nariz de payaso sobre un rostro que le parece chato, ni la Iglesia quiere practicarle cirugía plástica a una faz que le parece narigona. Ninguna de las dos instituciones pretende abolir la propiedad privada ni concentrarla aún más.
Si es interesante que ambas instituciones concuerden en el concepto de propiedad privada y sus ventajas sociales, lo es aún más que coincidan que hoy la institución está enferma de lo mismo y que la propiedad debe difundirse y extenderse.
LA NARIZ IDEAL
Parece que dos instituciones respetables hoy están de acuerdo en que el sistema de organización social, basado en la libre empresa, propicia la acumulación de la propiedad en cada vez menos manos. Como civilización, no encontramos otra manera de incrementar economías de escala que fomentar unidades de producción cada vez más grandes, con la idea de disminuir los costos unitarios de producción.
Estamos organizando las actividades humanas como si naturalmente fueran monopólicas, a pesar de que la inmensa mayoría no lo son. Nuestra civilización, genera organizaciones económicas que existen precisamente para evitar la libre empresa de los demás: los monopolios.
La chata y la narizona coinciden en cuán anómalo es que relativamente tan pocos hombres posean sus medios de producción, por lo cual dependen de un salario para vivir y de la voluntad de quienes pagan ese salario. Lo deseable sería que la propiedad estuviera distribuida entre un número grande de familias, de manera que el control de los medios de producción esté en la clase media y sea esta clase la que dé el tono general a un Estado donde la independencia y la seguridad se combinen con la libertad. Si la chata y la narizona coinciden en la misma idea de nariz ideal, quizá sea que tienen razón.
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*Es ante todo un atento lector. Ha publicado: Nostalgia del vapor (Verdehalago, 1999), El corazón (Verdehalago, 2003); El humo blanco (Jus, 2003); Tierra salada (Anzuelo, 2005), y Reino del Norte (Los libros de Homero, 2008).