«Ahora, ¡oh Baco! te cantaré a ti y contigo a las selvas, los vergeles y el olivo que crece tan lentamente. ¡Ayúdame dios de la vid!»
Virgilio, Geórgicas, libro II.
Los escritores requieren de genio y oficio, de técnica e inspiración. El vino facilita a veces –subrayo el «a veces»– los vuelos del alma y desata a la inteligencia de sus telarañas y monotonías. Frecuentemente, los poetas, los místicos y los enamorados han visto en la embriaguez una imagen del amor.
Según la leyenda, Dionisio niño descubrió la vid. Los niños son curiosos (también los niños mitológicos) y entre descalabros y travesuras alguna vez hacen algo de provecho. Baco plantó la diminuta semilla en un hueso de pájaro, maceta que pronto fue insuficiente. Colocó entonces «la matita» en el fémur ahuecado de un león. Finalmente, la parra fue acurrucada en el fémur de un asno. Moraleja: beber vino con mesura proporciona la alegría de un ave; en mayor cantidad genera la fuerza del león; en exceso, la estupidez del burro. En la salida de cualquier bar podemos verificar la fábula… El exceso del vino es destructivo.
Sin embargo, los escritores le tenemos particular cariño al vino y no dudamos en gastar ríos de tinta alabando sus virtudes, acaso porque la embriaguez y la inspiración algo tienen en común.
Espíritu e inspiración son dos palabras emparentadas. Según el Diccionario, inspirar es «atraer el aire externo a los pulmones». La inspiración es etérea, intangible, inasible, como el aire. Spiritus significa en latín soplo, viento, hálito. Los vapores del aguardiente y del vino son inspiradores. Aspirar el espíritu de un buen Rioja facilita la composición de sonetos y madrigales. Con jugo de naranja y refrescos de cola no se gana fácilmente el Nobel. «Los poetas son ánforas que guardan el vino de la vida», escribió Hölderlin.
HÖLDERLIN Y BACO
Dionisio es hijo de Zeus y Semele. El rey del Olimpo, transformado en relámpago, fecundó a la joven. Baco nace de la tormenta. Hölderlin lo llama «fuego divino». El vino concentra las llamas celestes, enciende el alma y quema el cuerpo.
El culto a Dionisio proviene del Oriente. Es un dios telúrico, como Deméter, diosa de la agricultura. Ambas deidades eran anteriores a las invasiones dóricas en Grecia. Los dorios, oriundos del norte, se afincaron en el Peloponeso. Traían entre sus enseres al rubio Apolo. De ahí que en Esparta –la ciudad doria por excelencia– el culto estuviese centrado en Febo Apolo, el dios solar. En cambio, en las ciudades griegas de Asia Oriental, florecía el culto a Dionisio, el dios de la pasión, de las risas.
Nietszche contrapuso la racionalidad de Apolo a la vitalidad de Dionisio. El vino es misterio: despierta apetitos, fortalece ánimos decaídos, amaina dolores, provoca carcajadas. Lo opuesto a la disciplina espartana. Sin vino no hay discotecas ni cabaret. Dice el refrán que cualquier alegría que no provenga del alcohol es completamente ficticia. «Verdad es que el jugo de las frescas vides/ nos llena de una fuerza sagrada»: Hölderlin ¡Fuerza sagrada! Una cuba, un gin-tonic, un daikirí, un borgoña. El vino estimula el alma, y precisamente por ello uno puede cometer locuras cuando se excede.
Nietzsche admiró los instintos, representados por Dionisio. El filósofo del superhombre vislumbró en Dionisio el anuncio del ateísmo. Los devotos de Dionisio no son domesticados por la razón. La exuberancia vital está más allá del bien y del mal. La embriaguez inhibe las represiones. El anticristo se rebela contra la divinidad.
Paradójicamente, el piadoso Platón aconseja ofrecer vino a los ancianos para reanimarlos en las liturgias. El vino platónico sirve para dar culto a los dioses; el de Nietzsche para blasfemar. Los viejos, reconfortados por la bebida, rezarán con más vigor. Estamos en el camino místico.
AQUA VITAE: EL AGUA DE LA VIDA
Menester es distinguir entre el aguardiente y el vino. Docto y goloso, advierte Alfonso Reyes: «El licor no es un mero compuesto de alcohol, agua destilada, azúcar y una esencia determinada. El destilador prepara sus licores como el cocinero sus salsas y condimentos. Y así como el arte de la cocina está en el cortejo de sabores en torno a un sabor principal, así el licorista se entrega a una orquestación semejante, sujeta a sus leyes armónicas y a sus dosificaciones precisas». (Memorias de cocina y de bodega).
El aguardiente era conocido desde la Edad Media. Hasta el siglo 16 sólo se recurría a él en calidad de medicina. Por el contrario, la cerveza y el vino eran dispensados a niños y mujeres como alimento. A partir del siglo 18, los soldados se aficionaron al aguardiente para hacer más llevaderas sus austeridades. El aguardiente devino lubricante de la maquinaria social.
Y así como existe diversidad de aceites, así hay una gama de vinos para las distintas ocasiones. El millonario Aristóteles Brumell de La muerte de un instalador, (Álvaro Enrigue), asocia los licores con diferentes estados de ánimo:
«También consumo licores dependiendo de los estados por los que transita mi alma. He categorizado las correspondencias entre ánimos y bebidas basado también en las consideraciones de Hoffman. (…) Siguiendo los pasos de mis maestros, he diseñado una tabla de licores que me ceden su espíritu. Para alcanzar un estado levemente irónico templado de indulgencia, anís seco. Para una sensación de soledad con profundo descontento de mí mismo: ron. Alegría musical: ginebra. Entusiasmo musical: vodka. Tempestad musical: tequila. Alegría sarcástica, insoportable a mí mismo: brandy».
EL VINO Y LA MÍSTICA
El vino es tan espirituoso y sus efectos tan conmovedores que los poetas místicos comparan la embriaguez con los arrobamientos. Amonesta la Biblia: «¿Qué es la vida a quien le falta el vino, que ha sido creado para contento de los hombres? (Eclesiástico, 31, 27). San Juan de la Cruz pone en boca de la esposa del Cántico espiritual unos versos donde el fruto de la vid sale muy bien parado:
«En la interior bodega/
de mi amado bebí, y cuando salía/
por toda aquesta vega/
ya cosa no sabía/
Y el ganado perdí que antes seguía.»/
El Cántico espiritual lleva por subtítulo Canciones entre el alma y el esposo y es una bellísima paráfrasis del Cantar de los cantares. Según la exégesis católica, es un elogio al amor humano y por analogía, del amor divino. El alma, embriagada con el amor a Dios, se despega de las criaturas (ya cosa no sabía/ y el ganado perdí…).
BORGES: EL AMÉN DEL VINO
El vino cataliza los estados del alma; convierte la tristeza en llanto y la alegría, en carcajada. Precisamente, por ello la adicción al vino, la desmesura en el beber es tan peligrosa y destructiva. El vino desata los ánimos, por eso se asocia a la fiesta. Borges lo expresa así:
¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa/
conjunción de los astros, en qué secreto día/
que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa/
y singular idea de inventar la alegría?/
El metafísico Borges no regatea letras para el vino y encomia sus poderes salvadores. El vino es antídoto contra los tortuosos laberintos:
Sésamo con el cual antiguas noches abro/
y en la dura tiniebla, dádiva y candelabro./
Vino del mutuo amor o la roja pelea,/
alguna vez te llamaré. Que así sea./
Amen en latín: que así sea.