Para mantenernos al ritmo actual, hemos de buscar alternativas diferentes en contenido o presentación para que usted, estimado lector, goce la adrenalina que los gadgets generan al navegar en todas las direcciones posibles. Ofrecemos un resumen comentario del libro Superficiales de Nicholas Carr, quien explora la idea de que Google nos está haciendo estúpidos.
Aprovecho la coyuntura que proporciona transmitir artículos a través de la nueva generación de smartphones para una advertencia particular, nos estamos convirtiendo en «estúpidos» y nadie hace algo al respecto.
Ha cambiado la forma de generar y transmitir el conocimiento. El punto de interés en las reuniones de trabajo o en las comidas familiares ya no se centra en la persona que tiene más datos o nombres, el que puede recitar la tabla periódica o describir a todos los artistas del Renacimiento, sino en quien es capaz de sacarle provecho a la información infinita de nuestro entorno.
La memoria de silicio se ha establecido como la más conveniente, práctica y barata, que podemos encontrar y manejar. Los datos para llenarla son fácilmente accesibles y crecen exponencialmente; en cambio, la capacidad para extraer sabiduría de ellos es muy escasa. Por ello, los CIOs (directores de información por sus siglas en inglés) se han convertido en pieza fundamental de las transnacionales, al tiempo que los «científicos de datos», también conocidos como Numerati (istmo 307), son el activo más importante de las empresas. Su capacidad de combinar habilidades numéricas y diseñar métodos, bastante creativos por cierto, para obtener información de los clientes, seduce a todos los que sentimos fascinación por los
números.
Hal Varian, economista en jefe de Google, incluso ve el trabajo de los Numerati como el «más sexy» de todos. Pero, cuidado, acceder y poseer más información puede significar menos conocimiento, todo depende de las conexiones neuronales y ejercicios mentales que logremos.
Sócrates afirmaba que, a medida que la gente se acostumbra a trasladar sus pensamientos al papel y a leer los ajenos, se volvía menos dependiente de los contenidos de su propia memoria.
La comunicación impresa es el mejor aliado para construir el conocimiento porque la responsabilidad de almacenar datos no compromete a la memoria sino que se traslada a suplementos físicos (grabados, códices, papiros…). Pero en un entorno caracterizado por una cantidad inimaginable de información digital, donde los Zettabytes (1021 bytes) y Yottabytes (1024 bytes) ya se manejan como medidas, es imprescindible valernos de los medios electrónicos.
Es válido suponer que al liberarnos de la presión de memorizar podríamos ocupar nuestro cerebro en pensar, ser creativos, analizar. Pero parece que la digitalización en vez de potenciar esos procesos, los entorpece o incluso los destruye. La web 2.0 nos encamina a participar en redes sociales y generar contenido. Ciertamente, no todas las personas son capaces de desarrollar contenidos útiles. Basta con tener acceso a internet y un público activo para que centenares de personas compartan tu «entrada» en el blog.
Conforme avanzan los aditamentos y nuestra dependencia de ellos, se observa que cambiará la forma en que procesamos la información y por ello Nicholas Carr afirma que Google y demás avances tecnológicos ¿nos están volviendo estúpidos.
NO ES LO MISMO «NAVEGAR» QUE PENSAR
Carr apunta en su reciente libro Superficiales, que a pesar de las notables ventajas que presentan, tanto los avances en los medios de comunicación como los gadgets que los acompañan, nuestra capacidad de leer, retener y analizar la información va en decadencia porque dependemos en exceso de ellos.
La forma actual de comunicarnos, cada vez menos profunda y racional altera nuestras conexiones cerebrales e influye en las modificaciones que sufren las neuronas. El autor cita a Gary Small –catedrático de Psiquiatría en la UCLA–, quien explica cómo el uso constante de gadgets libera neurotransmisores que fortalecen nuevas vías para obtener las habilidades necesarias para emplearlos y debilitan en cambio otras vías que no estamos utilizando. En pocas palabras, la neuroplasticidad (el modo en que las neuronas establecen sinapsis o «conversan» entre sí) que genera el adoptar los nuevos medios de comunicación, reduce nuestra capacidad de pensar.
Las ventajas de los avances, sobre todo en la red, son claras. La mayor capacidad de intercambiar información de manera instantánea es ideal para los negocios y la educación. Nos hemos vuelto más hábiles para navegar en ese mundo. Distintos medios recurren a una presentación parecida a la de las páginas web: los noticiarios con sus cintillos informativos dinámicos, las revistas haciendo artículos más pequeños o resúmenes precisos son breves ejemplos.
Parece que no nos importa detenernos y dar paso a la comunicación efectiva, buscamos ser muy eficientes la revisión de contenidos más que reforzar nuestro conocimiento. En resumen, la red nos hace más inteligentes y hábiles, sólo si definimos la inteligencia bajo los estándares de cómo usamos y nos adaptamos a las modalidades en línea.
COMBATA LA ESTUPIDEZ, NO SE ASFIXIE EN DATOS
John Sweller describe que el proceso y entendimiento correcto de los conceptos se relaciona con la carga de memoria que se le asigne. En otras palabras, mientras más complejo es el contenido, exigimos más a nuestra mente. Ante una potencial reducción de nuestra capacidad de memoria y un incesante bombardeo de datos, debemos no saturarnos de información para tener oportunidad de combatir la estupidez.
Debemos evitar lo que la columna Schumpeter de The Economist describe como una de las mayores irritaciones en la vida, la sobrecarga de información. También conocida como asfixia de datos (William Van Winkle) o smog de datos (David Shenk), es un proceso que describe cómo los medios actuales de información sobrecargan el mensaje al grado de hacerlo incomprensible y, lo que es peor, nos acostumbran a un actuar que cada vez requiere menos de nuestras capacidades mentales y más de habilidades, hábitos y rutinas que nos permitan sincronizarnos con la tecnología.
La sobrecarga de información provoca ansia y estrés, reduce la productividad y creatividad y las constantes interrupciones nos impiden concentrar esfuerzos en una sola tarea.