La aventura de explorar «quién soy» podría parecer colmada de obstáculos y desanimar a quienes emprenden la búsqueda. Conocerse implica construirse, por lo que valdrá la pena sortear
esas autolimitaciones.
Por qué, si conocernos a nosotros mismos es un tema tan de moda, somos tan incapaces de hacerlo. Propongo un conjunto de mitos asociados al autoconocimiento que provocan que esta tarea no sólo se dificulte, sino que en algunos casos se vuelva contraproducente.
Mito 1. Conocerse es un valor en sí mismo
Hijos de una tradición racionalista, creemos que el conocimiento es un valor absoluto. «Información es poder», nos han tatuado en la piel. Sin embargo, no fue concebido así el ejercicio del autoconocimiento. Su gran precursor –Sócrates– proponía el conocerse a sí mismo como un primer paso en el camino de la transformación personal. No era un fin, sino un medio.
Siguiendo esta tradición, los estoicos concibieron la Filosofía como un trabajo que se efectúa en tres ejes: la disciplina intelectual, el dominio físico y el adiestramiento mental.1 La reflexión es un medio para plantear problemas, no una solución en sí misma. El filósofo Pierre Hadot cita a Bergson: «Filosofar no supone construir un sistema, sino dedicarse, una vez que se ha decidido, a mirar con sencillez dentro y alrededor de uno mismo».2 Esa mirada tiene un solo objetivo, la transformación personal.
El autoconocimiento no tiene utilidad si no se concibe como principio de cambio; pues, como un valor en sí mismo puede convertirse en un práctica masoquista, una tortura, un camino sin fin de autocondenación. Sería como contemplar la vitrina de una pastelería sin poder comprar nunca una pieza o como esa sensación de estar cayendo en un pozo profundo sabiendo que el final será fatal e inevitable. Por eso decimos que no hay nada más inútil que pensar en uno mismo si no está asociado a algo que pueda cambiar.
Mito 2. Dime qué haces y te diré quién eres: somos lo que hacemos
El ser humano tiene la tendencia autodestructiva de hacer juicios de valor. Cuando pensamos en nosotros y en los demás, nos hemos vuelto incapaces de distinguir nuestro ser de nuestro actuar.
En el camino del conocimiento de uno mismo vemos nuestras acciones como constitutivas de nuestro ser. Si cometemos un error, nos convertimos en seres inútiles y nos despreciamos por ello: no servimos para nada. Si acertamos en nuestras acciones, nos alabamos como si ese acierto nos elevara de rango.
Nuestra tendencia a valorarnos de manera total se funda en una concepción errónea de la autoestima: nos queremos a nosotros mismos (estimarnos) si y sólo si tenemos éxitos o si conseguimos nuestros objetivos.
Sin embargo, no existe mente humana que pueda evaluar todos los ámbitos de acción de una persona en todo momento; es lógicamente imposible valorarnos de modo absoluto. ¿Cómo calificaríamos al soldado que salva la vida de miles de inocentes arriesgando su vida si esa persona también es un marido infiel? ¿Es bueno o es malo? Confundimos así nuestro «valor» con la confianza de poder hacer esto o lo otro.
Esta generalización es propia de un cerebro incapaz de pensar: «eso es sólo una parte de mí, hacerlo bien no me hace más valioso o hacerlo mal no me hace menos valioso». Valor es un término que no tiene sentido cuando se aplica al ser de una persona, de quien sólo podemos calificar sus acciones.3 Nos hemos vuelto incapaces de vernos por la obsesión contemporánea de calificarnos. «Pero, me guste o no, éste es el cuerpo que tengo. Mi cuerpo, son sus límites y sus inclinaciones. Al igual que con mi cara o mi talento… no dispongo de otro, así que no tengo más remedio que ir tirando con él»,4 dice Murakami.
Esta aceptación es condición de posibilidad de cambiar. Claro que queremos tener más habilidades que nos permitan alcanzar nuestros objetivos. Pero ni lo uno ni lo otro, tener habilidades y alcanzar objetivos, cambian nuestra dignidad fundamental. En este sentido, afirma Ellis, valor es un concepto que no puede aplicarse al ser humano: ¿cómo se mide el valor de una persona?5
Mito 3. El autoconocimiento es un ejercicio intelectual
Hemos perdido contacto con la realidad. El mundo que nos rodea, del cual formamos parte, es un mundo concreto. El lenguaje, nuestra herramienta para ponernos en contacto con él, es un arma de dos filos. Nos hemos entrenado tanto en el pensamiento abstracto, que estamos incapacitados para vernos como una realidad particular.
De esta manera, al intentar conocernos a nosotros mismos, nos bloqueamos utilizando conceptos generales. Ante la pregunta cómo eres, contestamos cosas como «servicial», «buena amiga», «generosa» o «egoísta». Y si nos cuestionamos cómo estamos, decimos: «estresado», «agobiado», «feliz» o «tranquilo».
Todas estas palabras han perdido su relación con la realidad y su capacidad de significar algo convirtiéndose en murallas (gatekeepers) que nos impiden hacer un esfuerzo para pensar en términos de lo que podemos hacer, es decir, de desglosar nuestras habilidades, emociones y pensamientos para actuar sobre ellos.
Agatha Christie, en su autobiografía, nos da un buen ejemplo de cómo hacerlo: «Nunca he sido muy buena para los juegos, tampoco soy ni seré nunca muy buena conversadora; soy tan fácilmente sugestionable que tengo que quedarme a solas conmigo misma para saber lo que realmente pienso o necesito hacer. No sé dibujar, no sé pintar, soy incapaz de modelar o esculpir algo; no puedo hacer las cosas deprisa sin aturdirme; me resulta difícil decir lo que quiero, prefiero escribirlo. Sé mantenerme firme en una cuestión de principio, pero en nada más; aunque sepa que mañana es martes si alguien me dice más de cuatro veces que mañana es miércoles, a la cuarta me habrá convencido de ello y actuaré en consecuencia».6
La riqueza del autoconocimiento está en la posibilidad de romper estos bloqueos al utilizar conceptos generales respecto de nosotros mismos. De lo contrario, nos alejamos de nuestra intimidad y nos refugiamos en conceptos. El ámbito de la decisión humana es lo concreto, es ahí dónde podemos elegir cambiar de punto de vista, de comportamiento o de actitud.
Mito 4. conocernos para superarnos
Hemos asociado el ejercicio del autoconocimiento al crecimiento personal, de tal manera que, conocerse a sí mismo, se ha convertido en una carga. La autosuperación se ha convertido, junto con la autoayuda, en una nueva religión. Si me conozco sólo para desarrollarme, la tarea se puede volver tediosa y agobiante.
Es como si sólo buscáramos conocer a otra persona, por ejemplo, nuestra pareja, para ver en qué podemos corregirla. No vemos que hay cosas que nos gustan y otras que, aunque no nos gusten, no podemos cambiar.
El autoconocimiento puede volverse causa de una frustración innecesaria porque no todo es posible. Nos volvemos incapaces de aceptarnos y disfrutarnos hoy, porque estamos enamorados siempre de la persona que podemos o deseamos ser. Tenemos integrado al cerebro una grabadora, vestigio de nuestra educación, que constantemente nos dice: «pero tú puedes dar más», «es un buen esfuerzo, pero tú eres de diez no de ocho».
Vivimos en una competencia permanente con nosotros mismos y con los demás. Las capacidades son para conseguir nuestros objetivos, pero nos volvemos esclavos de esas capacidades cuando se convierten en el objetivo mismo. No tenemos que ser los mejores en todo, aunque sí somos responsables de procurar nuestro bienestar. Hay que enfocarnos en lo que vale la pena.
Agatha Christie continúa hablando de lo que es capaz de hacer y lo que no, las cosas que le gustan y las que le disgustan. Y concluye, sabiamente, su breve semblanza diciendo: «Podría hacer listas mejores, con cosas más importantes, pero no sería yo y supongo que tengo que resignarme a ser yo misma».
Mito 5. El autoconocimiento es un ejercicio individual
Cuando pensamos en el tema del autoconocimiento imaginamos a una persona alejada del mundo, en un estado de recogimiento e introspección… los ojos cerrados y profundamente concentrado.
El individualismo se convirtió en regla y muchas veces pensamos, como lo afirma Steiner de Nietzsche, que sólo un total aislamiento y soledad pueden generar un pensamiento de primera categoría.7
El autoconocimiento, por el otro lado, se da más en mi interacción con los demás y con el mundo. Nos conocemos cuando algo de la realidad nos indigna o emociona. Sabemos algo nuevo de nosotros mismos cuando otra persona saca lo mejor o lo peor de mí.
La apertura a lo ajeno es el camino más eficiente del autoconocimiento. Las preguntas y las respuestas –afirma también Steiner– pretenden provocar un proceso de auto-indagación. En nuestra interacción y en el diálogo con el otro nos encontramos a nosotros mismos.
Es en la tensión entre conservar mi individualidad y abrirme a lo otro donde me construyo a mí mismo. Como el organismo que se nutre al hacer lo ajeno propio y que su aislamiento implica su destrucción. «Sólo quien es capaz de un verdadero encuentro con el otro, está en disposición de encontrarse auténticamente consigo mismo, resultando lo contrario también verdadero».8
Mito 6. Conocernos a nosotros mismos es un proceso lógico
Nos acercamos a nosotros mismos con una mirada científica: queremos entendernos, no poseernos. Lo segundo implica algo más que un silogismo, pues somos más complejos que nuestro solo pensamiento. Vernos como quien resuelve un problema matemático parecería simplista. «A través de palabras no aprendemos más que palabras», dice Steiner.
El autoconocimiento es más que palabras: es un esfuerzo físico, psicológico y espiritual. El método científico, en este caso, nos aleja de la realidad, de nuestra realidad. «Nuestros actuales modelos de racionalidad no nos están conduciendo a un mundo mejor. Nos están alejando cada vez más de ese mundo mejor… Empieza (esta racionalidad) a ser vista por lo que en realidad es: emocionalmente hueca, estéticamente sin significado y espiritualmente vacía»9. ¿Cómo pasamos del mundo de las palabras al juego infinito de la realidad?
Hacer un test de autoconocimiento no me parece inútil, me parece imposible. Conocerse a sí mismo es construirse a sí mismo, cambiar de estado vital. La pregunta es cómo lograrlo sin desviarnos de nosotros mismos. Cómo lo hacemos enfatizando que la persona es lo importante y no el conocimiento de la persona. El conocimiento es un medio y la persona es el fin. Intercambiarlos es lo que resulta nocivo.
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1 Jean-Joël Duhot, Epicteto y la sabiduría estoica.
2 Pierre Hadot, Ejercicios espirituales y filosofía antigua.
3 Albert Ellis, The myth of Self-Esteem.
4 Haruki Murakami, De qué hablo cuando hablo de correr.
5 Albert Ellis y Russell Grieger, Manual de Terapia Racional Emotiva.
6 Agatha Christie, Autobiografía.
7 George Steiner, Lecciones de los maestros.
8 Pierre Hadot, Ejercicios espirituales y filosofía antigua.
9 Robert M. Pirsing, Zen y el arte de la mantención de la motocicleta.