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Felicidad es… una feliz consecuencia

Ni con la mayor concentración, ni con buenos cálculos o una persecución insistente se puede atrapar la felicidad. La felicidad es como un producto derivado, dice el autor, que viene añadida a otros afanes; es una consecuencia. Pero sí hay una llave que abre la posibilidad de ser felices, el amor.
 
Responder a la pregunta por la esencia o naturaleza de cualquier realidad es tarea ardua. Sobre la felicidad es fácil hablar, desearla, valorarla, e inclusive ofrecer pistas que favorezcan su conquista. Pero precisar qué sea la felicidad, cuáles son sus notas esenciales, necesarias o constitutivas, como diría Zubiri,1 no resulta sencillo, a pesar de que se intuye de alguna manera lo que es, aunque siempre pueda expresarse.
En palabras de Julián Marías, «la felicidad ha sido muchas veces sustituida o suplantada por otras cosas, que tienen que ver con ella, pero que no son ella. Casi todas las teorías pretéritas han dejado escapar lo que es propiamente la felicidad. Han aprehendido aspectos marginales, elementos concomitantes, causas o consecuencias de la felicidad, pero han dejado en la sombra en qué consiste».2
Este artículo ofrece una aproximación a la esencia de la felicidad, a ese núcleo constitutivo de elementos que determinan lo que es en realidad. Para ello habrá que proceder por pasos, analizando sus elementos hasta integrarlos en una noción sintética que clarifique la respuesta a la pregunta planteada. Sólo esclareciendo lo que la felicidad es –su naturaleza–, será posible comprender a profundidad cómo se puede conquistar o, al menos, incrementar en la propia vida, que es, a fin de cuentas, lo que interesa a cualquier persona.3
 
DÓNDE EXPERIMENTO LA FELICIDAD
Lo primero a destacar es que la felicidad se experimenta íntimamente, en lo más hondo de nuestro ser. Es una vivencia personal, que afecta nuestra completa interioridad: la inteligencia y la voluntad, pero sobre todo la afectividad. «La felicidad tiene su lugar en la esfera afectiva, sea cual sea su fuente y su naturaleza específica, puesto que el único modo de experimentar la felicidad es sentirla (…). Una felicidad únicamente ‘pensada’ o ‘querida’ no es felicidad; se convierte en una palabra sin significado si la separamos del sentimiento, la única forma de experiencia en la que puede ser vivida de modo consciente».4
Tal vez este planteamiento produzca una reacción de desconcierto en quien pretenda encontrar una noción de felicidad estrictamente «objetiva», o porque considere que los sentimientos carecen de esa condición, por su fuerte carácter «subjetivo». Sin embargo, es un hecho que la felicidad, o se experimenta en la propia subjetividad, o se convierte en algo abstracto y ajeno a la persona, inalcanzable.
Este enfoque contrasta con cualquier postura intelectualista o voluntarista, que pretendiera eliminar o reducir el valor de los sentimientos y del mundo afectivo en la vida humana. Ciertamente, la inteligencia y la voluntad juegan un papel preponderante en la felicidad, pero parece claro que donde se experimenta es en la afectividad: yo «me siento o no me siento feliz».
 
FLUYE COMO LA CORRIENTE DE UN RÍO
Pero hay una gran diferencia entre sentirse momentáneamente feliz y ser feliz. La vivencia de la felicidad no habrá de ser pasajera o transitoria, para que se le pueda considerar como verdadera felicidad, sino permanente.
Esto quiere decir que, cuando es auténtica, se mantiene a pesar de los sucesos –internos o externos– que puedan acaecer al sujeto. Si estos hechos son favorables, aumentarán la felicidad; si son adversos, no la suprimirán, debido a su carácter estable.
Por ejemplo, si la persona que es feliz se enferma o tiene dificultades en su vida profesional, su estado anímico podrá variar en la superficie, pero no en el fondo; no perderá la paz, aunque pierda momentáneamente la alegría exterior.
Por eso, la felicidad «se puede comparar a la corriente de un río. Cuando sopla un viento fuerte, la superficie del agua se encrespa y agita, pero, por debajo, las aguas profundas discurren tranquilamente hacia el mar. De manera análoga, el fluir de la felicidad de una persona puede verse perturbado superficialmente por una leve tempestad, pero su búsqueda no termina ahí. Hay otros niveles, más profundos, más sólidos y más capaces de resistir los vientos pasajeros».5
En cambio, si esas circunstancias influyeran en la felicidad de tal manera que la hicieran desaparecer, significaría que, debido a su inconsistencia, no hablamos de una auténtica felicidad.
Por tanto, se puede afirmar que la felicidad es un estado interior permanente. Ahora bien, ¿cuál es el contenido de ese estado interior?, ¿en qué consiste esa vivencia que se experimenta como felicidad estable?
 

ES UN MODO DE SER
Siempre que se obtiene algún bien se produce un gozo, que variará según el tipo de bien conseguido. Por ejemplo, la posesión de un bien sensible, como la comida o la bebida, produce placer, que suele ser fugaz porque el gozo desaparece en cuanto la sensación placentera termina. La alegría es un gozo que corresponde a la obtención de un bien más alto, pues «esa alegría no la dan el dinero, una vida cómoda o el hecho de que la gente nos honre, por más que todo eso pueda influir sobre ella. Procede, antes bien, de las cosas nobles: del trabajo diligente, de una palabra llena de bondad que hemos oído o que hemos pronunciado nosotros mismos, de haber luchado con valentía contra algún defecto o de haber llegado a ver claro en un asunto importante»6; pero en cualquier caso, la alegría se relaciona con un bien concreto que en sí mismo no llena del todo,7 por su carácter particular.
 
La felicidad, en cambio, arraiga en la misma esencia de la persona, no es la consecuencia de una acción aislada o de un hecho particular, «la felicidad no es un tener, no depende de la posesión de determinadas cosas, cualquiera que éstas sean, sino que es un modo de ser del hombre»,8 de ahí su permanencia.
El gozo correspondiente a la felicidad posee, entonces, un carácter integral, en cuanto que procede de la situación existencial de conjunto, de tener la vida lograda: «Una vida lograda es una vida cabal, a la que nada le falta ni nada le sobra, en la medida en que lo permite la humana condición».9 En consecuencia, la felicidad auténtica se ha de experimentar como gozo pleno, no en el sentido de absoluto –que lo absoluto no se da en esta vida–, sino total, por su profundidad y amplitud.
Cuando la persona no tiene su vida bien resuelta, aunque cuente con estímulos placenteros y situaciones que le proporcionen alegría, se tratará de algo transitorio, poco profundo, constatable en el hecho de que experimenta una inquietud en su interior, que refleja que su gozo es incompleto. Ante la pregunta «¿eres feliz?», dirigida a quien lleva una vida desasosegada, si la persona es honesta consigo misma, su respuesta inmediata será «no, no soy feliz».
Sin embargo, en cuanto se esfuerza por corregir el rumbo, en la medida en que va alcanzando el bien o los valores que habrán de alimentar su existencia, la inquietud se diluye, se va convirtiendo en ese gozo que llena íntimamente y que se experimenta también como paz interior. Esta paz profunda, que se identifica con la serenidad, con la tranquilidad de la mente y del corazón, corresponde específicamente a la felicidad.
Ahora bien, si la felicidad es un estado interior permanente, de gozo pleno y paz interior, podemos preguntarnos si resulta acertado proponérsela directamente como objetivo, para descubrir nuevas luces que clarifiquen su naturaleza.
 
ES UN «PRODUCTO DERIVADO»
Hay muchas cosas en la vida que responden a la siguiente paradoja: si se les busca, no se les encuentra; si se pretenden directamente, no se consiguen. Es el caso, por ejemplo, del sueño en una noche de insomnio: el peor camino para conciliarlo es pretenderlo obsesivamente; en cambio, si se realiza otra actividad como leer un libro, el sueño vendrá como consecuencia de la lectura. Lo mismo ocurre con quien está cansado mentalmente, por el esfuerzo intelectual que ha realizado en el trabajo o en el estudio, y se propone descansar, repitiéndose que debe hacerlo, porque le urge reposar; con esto sólo conseguirá que aumente su preocupación por sentirse bien, por superar el estrés, y se encontrará cada vez más agotado; si, por el contrario, decide hacer algo que le guste y le distraiga –como practicar un deporte–, entonces el descanso mental vendrá como consecuencia.
Lo mismo ocurre con la felicidad: para alcanzarla es preciso no perseguirla directamente, porque no tiene el carácter de meta inmediata: «ni la felicidad ni ninguno de sus hermanos menores, como la alegría o el deleite, pueden eficazmente buscarse por sí mismos, sino que han de sobrevenir, siempre, como algo añadido, como un venturoso corolario, como una consecuencia»,10 porque «la felicidad es un producto derivado; es el resultado de haber hecho alguna otra cosa».11
¿Quiere esto decir que es preciso olvidarse o desentenderse de la felicidad a la que estamos naturalmente inclinados? Evidentemente que no: «Podemos –e incluso debemos– esperar la felicidad: como plenitud y como gozo. Lo que no hemos de hacer es transformarla en objeto expreso de nuestras pretensiones».12 Esto significa que hemos de aprender a desprendernos de los resultados finales, en el sentido de no vivir obsesionados por ellos.
Es en el vivir diario, atendiendo al proceso de cumplir o resolver esto y aquello, tratando de realizar lo que debemos hacer, donde los resultados acabarán por llegar y, muchas veces, en mayor dosis de la esperada. Así suele ocurrir con la felicidad para quien no la persigue directamente. «La felicidad es como una mariposa: si la persigues, se escapará, pero si estás quieto, se te acercará. En otras palabras, la felicidad no es el objeto directo del deseo humano, y si lo es, se traduce en fracaso».13 O con palabras de Viktor Frankl, «la felicidad no puede ser perseguida, sino que más bien es algo con lo que uno se encuentra. Cuanto más corremos tras ella, más nos esquiva».14
La razón de lo anterior está en que, quien vive concentrado en ser feliz, se está colocando a sí mismo como término, está adoptando una postura egocéntrica, que es la manera más eficaz de cerrar las puertas a la felicidad como plenitud: «El ser humano se realiza a sí mismo en la medida en que se trasciende. Sólo es plenamente cuando se deshace por algo o se entrega a otro y se olvida de sí mismo».15 Por eso, en este contexto habría que decir, paradójicamente, que es preciso renunciar a la felicidad para conseguirla, ya que «nadie es feliz, en la tierra, hasta que se decide a no serlo».16 En conclusión, la felicidad no habrá de buscarse como meta, sino como consecuencia. Ahora bien, la siguiente pregunta habrá de ser: ¿consecuencia de qué?
 
UN SENTIDO, ILUSIONES Y ESPERANZA
Ha quedado claro que la felicidad, a diferencia del placer y la alegría, tiene que ver con la situación integral de la existencia, porque «la felicidad consiste en alcanzar la plenitud»,17 la cual se consigue en la medida en que las facultades más elevadas de la persona (inteligencia, voluntad y afectividad) se satisfacen al alcanzar su objetivo propio.
Ciertamente, la satisfacción de estas facultades es más difícil que la correspondiente a las potencias inferiores, como lo advierte hasta el utilitarista Stuart Mill, con palabras fuertes: «Un ser con facultades superiores necesita más para sentirse feliz (…). Pero es mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho; mejor ser un Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho».18
Cada una de esas potencias superiores tiene necesidad de ser actualizada mediante aquello a lo que se encuentra naturalmente inclinada: la verdad para la inteligencia y el bien para la voluntad y la afectividad. Por ejemplo, cuando el científico descubre una nueva verdad en su investigación, o el adolescente adquiere la virtud de la constancia, o la madre de familia ama con mayor intensidad a su hijo discapacitado, se produce un enriquecimiento interior que se experimenta como gozo profundo que apunta hacia la auténtica felicidad.19
Para garantizar el desarrollo de las capacidades personales y resolver adecuadamente el futuro, es necesario elaborar un proyecto de vida, que abarque los diversos ámbitos de la existencia –espiritual, humano, familiar, social, profesional, cultural, físico– y definir unas metas que concreten el proyecto, ya que sólo así se crecerá integralmente y de manera progresiva. Esto permite que la vida tenga sentido y esté llena de ilusiones y esperanzas, que son también elementos fundamentales para ser feliz.
Por otra parte, si la felicidad radica en la satisfacción de las potencias humanas más elevadas, ¿quiere decir entonces que otros bienes inferiores –como la salud física o el placer sensible–, resultan indiferentes para la felicidad? La respuesta es que si estos bienes están presentes de manera ordenada, es decir, de acuerdo con la verdad de la persona, ciertamente aumentan la felicidad. Pero también es cierto que si desaparecen, por ejemplo, porque se contrae una enfermedad acompañada de dolor físico, las potencias superiores poseen la capacidad de enfocar esta situación anómala y convertirla incluso en motivo de felicidad.20 Esto sucede, especialmente, a quien sabe descubrir a Dios en la enfermedad, o dilatar su capacidad de comprensión hacia los demás.
Una vez establecido que el conocimiento y el amor son los actos que satisfacen las necesidades más profundas de la persona, y consecuentemente la hacen feliz, cabe preguntarse si existe alguna jerarquía entre estos dos actos, para concluir si alguno de ellos influye más en la felicidad que el otro, y de esta manera llegar al núcleo esencial que responda la pregunta que se pretende con estas reflexiones.
 
ES MEJOR AMAR QUE CONOCER
Aristóteles cifraba la felicidad en la contemplación,21 porque el acto de conocer, al ser el menos material es, en sí mismo, más perfecto que el acto de amar. Sin embargo, en el acto de conocer, el sujeto no se relaciona directamente con la realidad en sí misma, sino con una representación suya que es el objeto conocido. En cambio, en el acto de amar, el sujeto va hacia la cosa querida y termina en ella misma, tal y como ésta es en la realidad. Por eso, la unión que se produce mediante el amor es más efectiva y radical que mediante el conocimiento.22
Esto explica que cuando conocemos a una persona nos queda la impresión de que aquel conocimiento es incompleto, porque no logramos acceder a la realidad más íntima de su ser y a sus diversas manifestaciones. En cambio, cuando la amamos, experimentamos que estamos en contacto con la realidad misma, con el núcleo interior de esa persona, y entonces la entendemos y la comprendemos de un modo diferente y más profundo que por la sola vía del conocimiento.
Por eso, como advierte Alejandro Llano, aunque el conocimiento sea una actividad más perfecta «en sí misma», «el amor es más perfecto para mí, porque por medio de él me uno al objeto querido de una manera más íntima y cumplida», por lo que «es mejor amar que conocer»; y, en consecuencia, «la clave última de la vida lograda no está en el conocer, sino en el querer, en el amor», porque «mi amor es lo que da una definitiva dirección a mi vida, lo que la logra, lo que la plenifica».23 En conclusión, el amor es la nota más determinante de esa felicidad profunda que todos anhelamos.
 
EL AMOR, ESENCIA DE LA FELICIDAD
La influencia determinante del amor sobre la felicidad se constata también empírica o fenomenológicamente, ya que no es difícil estar de acuerdo en que «las personas que de verdad se aman son las más felices del mundo»,24 tanto porque reciben amor como porque aman. Ambos aspectos –pasivo y activo– son determinantes para la felicidad. Además, la capacidad de amar proviene de haber sido amado previamente, tanto en el nivel existencial –por ejemplo, un niño aprende a amar en la medida en que experimenta el amor de sus padres–, como en el nivel ontológico y radical, donde el punto de partida, para los creyentes, está en Dios, como lo subraya Benedicto XVI: «Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor».25 Y en esa correspondencia activa encontramos también nuestra felicidad, como lo advierte Juan Pablo II: «Amar a Dios sobre todas las cosas es además el secreto para conseguir la felicidad incluso ya en esta vida».26
Pero hay que advertir que el amor no se puede exigir, porque es un don, un regalo, si bien puede ser facilitado cuando se ama desinteresadamente. Así lo explica Bertrand Russell: «Que otros te quieran es una causa importante de felicidad; pero el cariño no se concede a quien más lo pide. Hablando en general, recibe cariño el que lo da. Pero es inútil intentar darlo de manera calculada, como quien presta dinero con interés, porque un afecto calculado no es auténtico, y el receptor no lo siente como tal».27
Para que el amor que se recibe sea fuente de felicidad, hace falta tener conciencia del mismo y experimentarlo. Dicho de otra manera, no basta con ser amado, es preciso saberse y sentirse amado. La explicación es clara: «cuando alguien nos quiere, nuestra vida se dilata, se abre literalmente a la posibilidad de ser feliz».28 Y si la felicidad es plenitud, «sólo por la confirmación en el amor que viene de otro consigue el ser humano existir del todo».29 En el mismo sentido, «cuando el hombre se siente amado su paisaje existencial se le ilumina, y en torno a esta luz empieza a girar su vida».30 Por eso también, la experiencia de quien se siente amado por Dios, «se convierte en su felicidad esencial».31
Amar y ser amado responde a la necesidad más profunda del hombre32 y al deseo principal del alma humana que es ser feliz.33 Por eso se puede concluir que la esencia de la felicidad consiste en amar y ser amado.
 
FINALMENTE ES…
Si recogemos los diversos elementos que se han desarrollado en estas páginas, podemos responder a la pregunta qué es la felicidad, de manera sintética: la felicidad es un estado interior permanente, de gozo pleno y paz interior; consecuencia de satisfacer integralmente las necesidades más profundas de la persona, mediante la actualización de sus facultades superiores (inteligencia, voluntad y afectividad), a través del conocimiento y del amor, para tener la vida lograda y alcanzar la plenitud; también es consecuencia de poseer un proyecto de vida que genere sentido, ilusión y esperanza ante el futuro. Finalmente, el núcleo esencial de la felicidad radica en amar y ser amado.
 
BIBLIOGRAFÍA
Aristóteles, Ética Nicomáquea, Libro décimo.
Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est, 25-XII-2005, n. 17.
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Frankl, Viktor. El hombre doliente, Barcelona: Herder, 1984.
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Guardini, Romano. Cartas sobre la formación de sí mismo, Madrid: Palabra, 2000.
Llano, Alejandro, La vida lograda, Barcelona: Ariel, 2002.
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Marías, Julián. La felicidad humana, Madrid: Alianza Editorial, 2005.
Marina, José Antonio. El laberinto sentimental, Barcelona: Anagrama,1997, 7.
Melendo, Tomás. Las claves de la felicidad, Madrid: Folleto MC 562, 1993.
Mill, John Stuart. «Qué es el utilitarismo» (capítulo 2) en El utilitarismo / Un sistema de la lógica, intro., trad. y notas de Esperanza Guisán. Madrid: Alianza, 1991.
Philippe, Jacques, La libertad interior, Madrid: Rialp, 2003.
Poupard, Paul. Felicidad y fe cristiana, Barcelona: Herder, 1992.
Powell, John. La felicidad es una tarea interior, Bilbao: Sal Terrae, 1996, 5.
Reale, Giovanni. La sabiduría antigua, Barcelona: Herder, 1996.
Rojas, Enrique. Una teoría de la felicidad, Madrid: Dossat 2000, 1966, 2.
Russell, Bertrand, La conquista de la felicidad, Barcelona: Debolsillo, 2004, 4.
Ugarte, Francisco. Vivir en la realidad para ser feliz, México: Ruz, 2005.
Ugarte, Francisco. El camino de la felicidad, México: Panorama, 2010.
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Yepes Stork, Ricardo. Fundamentos de Antropología, Pamplona: Eunsa, 1996.
Zubiri, Xavier. Sobre la esencia, Madrid: Sociedad de Estudios y Publicaciones, 1963.
 
NOTAS AL PIE
1          «Una nota es esencial a una cosa cuando no puede faltarle, cuando la ‘ha de tener’, so pena de no ser tal cosa». Xavier Zubiri, 1963, p. 103.
2          Julián Marías, 2005, p. 377.
3          Algunas ideas sobre el modo de alcanzar la felicidad se pueden encontrar en El camino de la felicidad de Francisco Ugarte.
4          Dietrich Von Hildebrand, 1996, 2, pp. 32-33.
5          Paul Poupard, 1992, p. 20.
6          Romano Guardini, 2000, p. 12.
7          «Experiencia de que nuestras necesidades, deseos, proyectos, se están cumpliendo: alegría. Es un sentimiento en gerundio porque la meta no se considera alcanzada, sino alcanzándose». José Antonio Marina, 1997, 7, p. 124.
8          Giovanni Reale, 1996, p. 106.
9          Alejandro Llano, 2002, p. 130.
10       Tomás Melendo, 1993.
11       John Powell, 1996, 5, p. 15.
12       Tomás Melendo, 1993.
13       Paul Poupard, 1992, p. 26.
14       Viktor Frankl, 1983, p. 245.
15       Viktor Frankl, 1984, p. 54.
16       Josemaría Escrivá, 1987, 2, n.52.
17       Ricardo Yepes Stork, 1996, p. 222.
18       John Stuart Mill, 1991, pp. 50-51.
19       «Las operaciones específicamente humanas son el conocimiento y el amor. Se desprende, así, que la felicidad consistirá en la máxima perfección de esas actividades». Enrique Rojas, 1966, 2, p. 145.
20       Cfr. Francisco Ugarte, 2010, Cap. V.
21       «Si la felicidad es la actividad conforme a la virtud, es razonable pensar que ha de serlo conforme a la virtud más alta (…); la felicidad perfecta será la actividad (…) contemplativa». Aristóteles, Ética Nicomáquea, Libro décimo.
22       Cfr. Francisco Ugarte, 2005, p. 89.
23       Alejandro Llano, 2002, pp. 167–168.
24       Madre Teresa de Calcuta, 1997, p. 155.
25       Benedicto XVI, 2005.
26       Juan Pablo II, 1998, p. 145.
27       Bertrand Russell, 2004, 4, p. 203.
28       Marías, Julián, La felicidad humana…, p. 293.
29       Pieper, Joseph, El amor, Rialp, Madrid 1972, p. 58.
30       Martí, Miguel-Ángel, La ilusión, eunsa, Pamplona 1995,2 pp. 37-38.
31       Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est, n. 9.
32       «En el plano psicológico y espiritual, la necesidad más profunda del hombre es el amor: amar y ser amado». Jacques Philippe, 2003, p. 145.
33       La felicidad «es el deseo  principal del alma humana. En su esencia es deseo de amar y de ser amado». Paul Poupard, 1992, p. 10.
 
 

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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