A pesar de la crisis, más inducida que real, la identidad mexicana es vigorosa y reconocida en el mundo. Hunde sus orígenes en raíces culturales provenientes del Viejo y el Nuevo Mundo, fusionados en un exitoso proceso de inculturación. Dio lugar a una nueva cultura diversa, mestiza y universal, cuyo profundo humanismo y religiosidad, aporta elementos clave para conformar la humanidad del siglo XXI.
Octavio Paz señalaba que es paradójico que el mexicano tenga problemas de identidad, cuando precisamente su cultura es una de las más exuberantes y vigorosas del planeta.1
¿Por qué esa crisis? En parte, el mismo Paz da la respuesta: «El mexicano asume su historia como una carga y no como una herencia».2 Lo que deriva en parte de la ignorancia de nuestra historia, de las deficiencias en su enseñanza, de la manipulación, consciente o deliberada, fruto de la llamada Historia Oficial, más bien oficialista, repleta de lagunas, contradicciones y mitos, que ha llevado a que insignes historiadores la tilden de pura fábula.3
Se educa al mexicano para idolatrar un mítico pasado indígena (reducido a lo puramente azteca) y rechazar nuestra raíz hispana o europea. En realidad, la famosa crisis de identidad de los mexicanos y su complejo de inferioridad no son reales sino inducidos, no ancestrales, sino recientes.
Acostumbrados como estamos a ver lo negativo, (tal vez por la suma de desastres acumulados sobre México en el siglo XIX y parte del XX), a partir de la década de los ochenta, se volvió un axioma suponer que la mexicanidad estaba en crisis, en retirada frente a la presencia cultural angloamericana. La sorpresa, sin embargo, es constatar que en pleno siglo XXI, diversas manifestaciones de la cultura mexicana están presentes en tantas latitudes.
Diversas encuestas internacionales muestran que la identificación cultural de lo mexicano es consistentemente alta en todo el planeta, con una asertividad superior a 50%. Los jóvenes de todo el mundo identifican a México y la cultura mexicana casi de manera instantánea, lo cual enfatiza la fuerte presencia cultural mexicana.
IDENTIDAD, EL ALMA DE UNA NACIÓN
¿Qué entendemos por identidad nacional o cultural? Su etimología viene de identitas y ésta de idem, que significa lo mismo, esto es, igual a sí mismo o semejante a sí mismo. Es un término muy expresivo; identidad es ante todo, tu ser mismo, lo que te hace ser lo que eres.
Respecto de la cultura, el filósofo González Carbajal da cuenta de 164 definiciones distintas.4 De esa profusión, rescata los datos esenciales: cultura, en sus orígenes, hacía referencia al cultivo de la tierra, como señala Catón el Viejo, y Marco Tulio Cicerón, en el siglo I a.C., lo aplicó al «cultivo del espíritu», dándole la connotación común de hoy.
Identidad nacional o identidad cultural hacen referencia a una nación, un pueblo, una colectividad o comunidad humana. ¿Qué hace que un pueblo, una sociedad, sean lo que son y no otra cosa? Ya los griegos, en medio de la inacabable diversidad de culturas de su entorno, se referían al ethos como el patrimonio intangible que todo hombre carga desde su niñez. El ethos es todo: la herencia cultural, forma de ser, pensar, hablar, vestir, de plasmar el arte, que deriva de las formas culturales que cada persona ha aprehendido y que no pueden ocultarse.
En México, la identidad nacional incorpora sus manifestaciones más evidentes: población racialmente mestiza; territorio grande; situación geopolítica privilegiada, entre los dos océanos mayores del planeta; la hermosa lengua de Cervantes, el castellano, hoy una de las 6 lenguas oficiales de la ONU y la más hablada por número de países como lengua oficial, a la vez que conserva en su seno 70 lenguas indígenas; arte reconocido mundialmente en todas sus manifestaciones y un folklore (artesanías, gastronomía, fiestas y tradiciones) con un posicionamiento envidiable.
Es interesante que, a pesar de la importancia del concepto, sea tan difícil definirlo con precisión. Es una realidad sustancial, vigorosa, contrastante, que se expresa en todas las manifestaciones de la vida. Y al mismo tiempo, es sutil, intangible en sí misma, evasiva al intentar ser delimitada. Con cierta frecuencia, se asimila la cultura de una nación con el «alma» que le da vida. No en balde expresa Chesterton en un célebre aforismo que «el alma de una nación es tan indefinible como un aroma».5
CUÁNDO SURGE EL GENTILICIO «MEXICANO»
Tratar de asir el alma de México es tarea monumental.6 Es indispensable atender a su historia y a su geografía, coordenadas que ubican y delimitan –pero nunca determinan– a una cultura.
La identidad propia, saber quién soy, se desprende del origen, de la pregunta ¿de dónde soy?, ¿de dónde provengo? Va de la mano con la historia, con la memoria histórica. ¿Cómo se define la identidad mexicana, cómo la descubrimos a lo largo de los siglos? Aunque la respuesta brota del devenir histórico, no es sencillo develarla por la complejidad del fenómeno.7
La polémica sobre «lo mexicano» se ha prolongado por siglos. Ya Bernardo de Balbuena, Francisco Cervantes de Salazar y algunos cronistas, como Joseph de Acosta y Fernando de Alba Ixtlilxóchitl apuntan algunos elementos de mexicanidad y el gran sistematizador es Carlos de Sigüenza y Góngora.
A partir de él, el pensamiento de los jesuitas aporta elementos para el ascenso del nacionalismo criollo en el siglo XVIII, como ha dicho David Brading.8 Esa pléyade de humanistas insignes (Alegre, Clavijero, Alzate, Bartolache, Gamarra…), estructuran en sus ensayos una historia y un acervo cultural novohispano que no es patrimonio exclusivo del indio, del criollo o del mestizo, sino patrimonio común de toda esa mezcla, en el que se atisba ya el gentilicio mexicano.
En el siglo XIX, encontramos la definición de México como entidad política en diversos textos jurídicos, –de la América septentrional en los bandos de Hidalgo, a la América Mexicana plasmada en los Sentimientos de la Nación de Morelos, a la noción de Imperio Mexicano con Iturbide. Pero la reflexión de lo mexicano y la mexicanidad se retoma hasta después de la Revolución y culmina con las aportaciones hechas del siglo XX de Antonio Caso, José Vasconcelos, Samuel Ramos, Alfonso Reyes, Edmundo O’Gorman, Leopoldo Zea, Octavio Paz y Carlos Fuentes.
Cada uno, a su manera, intenta captar la realidad de la mexicanidad, es significativo cómo destacan rasgos de la cultura mexicana, generalmente negativos, sin atinar siempre a la esencia. Antonio Caso afirma: «Lo mexicano no puede definirse porque aún está formándose».9
Podemos decir que México es un estilo de cultura. Estilo como estructura de una entidad básica, como comunidad de carácter, disposiciones y modos de comportamiento. Existe México porque existe lo mexicano y los mexicanos.10
CUATRO CARACTERÍSTICAS DE LA IDENTIDAD MEXICANA
1. Diversidad geográfica e histórica
El primer rasgo que destaca es la diversidad, que hace inabarcable a la cultura mexicana. Un reciente catálogo de la SEP contabiliza más de 6 mil manifestaciones de la cultura mexicana en todos los ámbitos: platillos, lugares, trajes típicos, artesanías, fiestas y tradiciones.
Para muestra, el reconocido chef mexicano Ricardo Muñoz Zurita en su monumental Diccionario de gastronomía mexicana11 contabiliza 1, 350 diferentes tipos de tamales, con todo tipo de tamaños, envolturas, rellenos y salsas. Si recordamos que hace 50 años, el general Charles De Gaulle presumía la diversidad de la cultura francesa al afirmar que tiene «450 variedades de queso», podemos apreciar mejor la cifra.
Nuestra diversidad cultural es tan inmensa e inabarcable, que se habla de varios Méxicos, tantos como regiones culturales. Sin embargo, es innegable que existe como país y como referencia cultural. ¿Qué elementos aglutinan y unen a los mexicanos por encima de su diversidad cultural y las fuerzas centrífugas que actúan en nuestra historia?
No cabe duda que dentro de esa diversidad, hay unidad. Es innegable que una identidad común, profunda, nos unifica. La mexicanidad, sea lo que sea, no es unitaria sino diversa. Alguna vez vista como amenaza, hoy se aprecia como fortaleza que enriquece notablemente nuestra cultura.
¿De dónde surge esta diversidad cultural? Primero, de su variada geografía territorial, geológica y climática que genera, por fuerza, diversidad ecológica y después de su historia.
México tiene una de las mayores biodiversidades naturales del mundo. Es un mosaico natural que se incrementó con la diversidad de grupos humanos que la habitaron desde hace 30 mil años. En palabras de Carlos Fuentes: «América fue una vez un continente vacío. Todos los pueblos que han pisado nuestras playas o cruzado nuestras fronteras, físicas o imaginarias, han venido de otra parte».12 De las migraciones prehistóricas desde Asia nació la gran diversidad étnica de América y de México. Nuestras raíces amerindias.
LA INAPELABLE «SOLEDAD HISTÓRICA»
Es importante señalar que México como tal no existía en época prehispánica. En el territorio, que se conoce como Mesoamérica, se fue sucediendo en el tiempo un mosaico de civilizaciones y culturas que nunca constituyeron una unidad política.
A principios del siglo XVI se hablaban más de 90 lenguas y las culturas más importantes habían desaparecido o se encontraban en decadencia, en un perpetuo ciclo de construcción-apogeo-destrucción. A diferencia de las culturas del Viejo Mundo, que interactuaban vigorosamente entre ellas, Mesoamérica se desarrolló aislada, por sus propios medios y sin influencias externas.
Es lo que Octavio Paz denominó de manera inapelable «la soledad histórica», en la que «el continente americano vivió una vida aparte, ignorado e ignorante de otros pueblos y civilizaciones».13 Ese desarrollo en soledad determinó que a lo largo de casi cuatro milenios, las civilizaciones precolombinas ascendieran penosamente de la etapa neolítica a un nivel de cultura equiparable a los antiguos egipcios y babilonios. Al momento de la conquista, Mesoamérica presentaba casi dos mil años de disparidad tecnológica respecto de Europa, lo que la convertiría históricamente en un «capullo escondido», hermoso pero frágil, en expresiva frase de Carlos Fuentes.14
A la diversidad originaria, se agregó la del gran acontecimiento histórico: la llegada de pobladores europeos, nuestras raíces del Viejo Mundo, a su vez no unitarias sino diversas. Lo expresa el muralista José Clemente Orozco en su Autobiografía: «Lo español no es una sola raza, sino muchas y muy diversas (…) un principio cultural: la hispanidad».15 De la fusión de ambas surge la mexicanidad, que nos lleva al segundo rasgo: el mestizaje.
2. Mestizaje, una valiosa aportación
Que México es una nación mestiza, es una verdad y una riqueza intrínseca. Los procesos de mestizaje parten de lo biológico, pero no se agotan ahí. Son el detonante para un intercambio fructífero entre las culturas. A este toma y daca se llama mestizaje cultural o inculturación.
Cada cultura o civilización toma elementos de otra, los asimila y hace suyos al grado que pasan a formar parte de la propia. Un ejemplo claro de inculturación es la incorporación del jitomate mexicano (la fruta con ombligo, en su etimología náhuatl) a la gastronomía italiana, hoy inimaginable sin él. Eventos que se repiten miles de veces, a tal grado que para los especialistas, todas las culturas del mundo son producto de inculturaciones anteriores.
El mestizaje biológico y los procesos de inculturación recíproca son una constante en la historia humana. ¿Qué hace novedoso y original al mestizaje del Nuevo Mundo? La respuesta es que penetró en la conciencia mundial en grado nunca visto por su magnitud y universalidad.
En América no entraron en contacto dos etnias y dos culturas locales, sino centenares. Dos mundos completos en un proceso de mezcla de mezclas. Las raíces amerindia e hispánica tuvieron su expresión más concentrada y acabada en México, convertida en la nación mestiza por antonomasia. El resultado es fascinante y somos nosotros.
Tenemos la enorme fortuna de descender, por partida doble, de notables pueblos. Los legados de ambos mundos nos pertenecen y conforman nuestro ser. Todo: nuestro físico, gustos, tradiciones, pensamiento, lenguaje y arte, apunta a nuestra procedencia multisecular y pluriétnica.
Al despuntar el 2000, el historiador Enrique Krauze escribió que el mestizaje mexicano, real y vivencial, ha sido la aportación más trascendente de México a la humanidad en el milenio que recién concluyó.16 La reflexión no es baladí. Desde hace cinco siglos, individuos procedentes de todos los rincones del mundo aprendieron a convivir en un mismo ámbito, en calles y plazas, en haciendas, flotas, mercados e iglesias del México novohispano. El mestizaje vivido en la cotidianidad asombró a todos los viajeros que pasaron por el México virreinal, basta mencionar a algunos que dejaron constancia: Miles Philips, Thomas Cage, el capitán de Montsegur, Gemelli Carreri, al caballero Boturini y la marquesa Calderón de la Barca. También está el asombrado testimonio del capitán John W. Lowe de Ohio,17 (apuntes de la guerra), protagonista de la invasión norteamericana de 1847, deseó que pudiera verse lo mismo en su patria.
La palabra clave para entender el mestizaje es integración. Los procesos de mestizaje e inculturación son de integración, lo contrario a discriminar, excluir o marginar al otro. Carlos Fuentes afirma en El espejo enterrado que los mexicanos «…somos indígenas, negros, europeos, pero sobre todo, somos mestizos. Somos griegos, e iberos, romanos y judíos, árabes, cristianos y gitanos. España y el Nuevo Mundo son centros donde múltiples culturas se encuentran, centros de incorporación y no de exclusión. Cuando excluimos nos traicionamos y empobrecemos. Cuando incluimos nos enriquecemos y nos encontramos a nosotros mismos».18
3. Universalidad, mezcla y creación novedosa
Al hincar sus raíces en el Viejo y el Nuevo Mundo, la cultura mexicana recoge elementos de los rincones más apartados del planeta. Consideramos muchas cosas eminentemente mexicanas y lo son, pero su origen se remonta a las más diversas latitudes. Por ejemplo, el «arroz a la mexicana», cuyo ingrediente principal proviene de China llegó a través de los españoles vía los árabes. O el mango y la canela, plenamente integrados a nuestra comida, que provienen de la India y de Sri Lanka, a través del galeón de Manila.
Obviamente las corridas de toros vinieron de Castilla, pero pocos saben que las peleas de gallos llegaron de Filipinas y que el traje de «china poblana» aúna elementos andaluces y orientales. El rebozo, prenda mexicana por definición, proviene de la India. Adoptado al inicio como una especie de mantilla por la aristocracia novohispana, pronto tomó carta de naturalización y arraigó entre la clase media y popular.
Todo se integró lentamente, sin aspavientos, a la cotidianidad de la vida mexicana. Somos herederos de una de las inculturaciones más monumentales, completas y exuberantes de la historia universal. Toda nación se define por su pasado; en nuestro caso, la persistente presencia de nuestras raíces culturales en prácticamente todas las facetas de la vida, nos permiten conocer mejor nuestra identidad a la luz de los hechos que nos configuraron como nación.
La historia permite descubrir nuestra identidad cultural y tener una visión madura y objetiva de nosotros mismos, revela a veces potencialidades ocultas que sugieren retos, oportunidades y finalidades superiores.
La sociedad resultante de raíces venidas de todos los rincones del planeta, asentadas en la Nueva España dio a México una forma de ser cosmopolita, que aprendió con naturalidad a integrar lo nuevo. Los pintores indios que aprenden técnicas de colegas flamencos, las cocineras indias y mestizas que mezclan ingredientes de uno y otro lado del océano para inventar nuevos platillos, la gente común y corriente que mezcla el náhuatl, el castellano, el portugués, dialectos africanos y filipinos, o que inventa nuevos bailes, que adopta el traje andaluz para convertirlo en el charro mexicano…
ORGULLO POR UNA NUEVA CULTURA INCLUYENTE
Los mexicanos de siglos pasados, no estaban ni acomplejados ni intimidados y sí imbuidos de un donoso aire de grandeza. Sabían y alardeaban que la Nueva España era la parte más opulenta del Imperio Hispano, que su ciudad capital –la muy noble e insigne, muy leal e imperial ciudad de México– era el mayor centro de población del mundo hispano, del continente americano y de todo el hemisferio occidental, al tiempo que uno de los principales focos difusores de pensamiento y cultura, allende los mares.
Octavio Paz definió a México como Polo excéntrico de Occidente,19 es decir, pertenece de pleno derecho a la cultura e historia occidentales, no de manera marginal sino como polo nucleador, como origen de nuevos modelos de cultura, aunque, paradójicamente no situado en el centro de occidente, sino en la periferia, excéntrico.
Claro que el fenómeno de una nueva nacionalidad que fragua y emerge no fue captado ni comprendido en los inicios, faltaba la perspectiva del tiempo para apreciarlo. Los logros materiales y culturales, los alardes novohispanos eran con frecuencia ignorados y desdeñados, cuando no rechazados y ridiculizados.
Más allá de las incomprensiones y de la lentitud del proceso de forja de la nueva nacionalidad, desde su inicio tiene aspiraciones de universalidad: por una parte recoge elementos de todo el orbe y los hace suyos, por la otra anticipa el futuro, la integración mundial de todas las razas al impulso de la globalización. José Vasconcelos concluye en La Raza Cósmica, que la cultura mexicana y por extensión la latinoamericana, es en cierta medida la suma de todas las demás, y que sería la matriz que engendrara la nueva cultura mundial, incluyente y no marginadora, afín a toda la humanidad. 20
4. Religiosidad «construidos desde el corazón»
Dejo al final el rasgo más trascendente de la identidad mexicana. La religiosidad en México brota espontáneamente en plazas y caminos, en santuarios, edificios públicos y en la privacidad de las casas. En la esencia de México está la impronta de la evangelización. Sin ella el fenómeno de integración de la nueva cultura mestiza no es comprensible. La conquista espiritual, proceso estudiado hace más de 50 años por el investigador Robert Ricard,21 supuso el más audaz proyecto de inculturación religiosa implementado en el hemisferio occidental.
En pocos años, millones de indígenas (entre 6 y 12 millones) fueron evangelizados e hicieron suyos los productos y la tecnología del Viejo Mundo. Al amparo de los conventos, repartidos en pocas décadas por todo el territorio en expansión, los indígenas encontraron cobijo y protección, aprendieron artes y oficios nuevos, asimilaron ideas y cambiaron su propia cosmovisión.
Como culminación, realmente se convirtieron, en el sentido teológico del término. Aunque no faltaron resistencias y sincretismos, realmente adoptaron al nuevo Dios que no pedía sacrificios humanos, sino que se sacrificaba Él mismo. Abandonaron costumbres como la antropofagia y la poligamia. Como reflexiona la doctora Gisela Von Wobeser, Presidente de la Academia Mexicana de la Historia, la evangelización, la conquista espiritual, no es un mito ni una farsa, en la que millones de indígenas fingieron su conversión, sino que fue real, ocurrió y dotó a la sociedad multiétnica que surgía de la unión de ambas raíces de una nueva y poderosa matriz cultural, en cierto modo inédita en el mundo.22
Aunque este proceso ha sido muy criticado en su significación, alcances e imperfecciones, no puede ser olvidado ni negado. El mismo Octavio Paz, preguntado sobre la cuestión, respondió: «La gran revolución que se ha hecho en México, la más profunda y radical, fue la de los misioneros españoles. En el ser mexicano está el pasado prehispánico indígena pero, sobre todo, está el gran logro de los evangelizadores: hicieron que un pueblo cambiara de religión. En esto ha fracasado el liberalismo y ha fracasado la modernidad. Esto yo no lo sabía, pero lo adiviné cuando escribí El laberinto de la soledad. Esta obra mía es un intento de diálogo con mi ser de mexicano y en el centro de ese diálogo está la religión, como lo está en mi ensayo sobre la poesía, El arco y la lira. No soy creyente pero dialogo con esa parte de mí mismo que es más que el hombre que soy porque está abierta al infinito. En fin, en México se logró la gran revolución cristiana. Ahí están los templos, ahí está la Virgen de Guadalupe…»23
Efectivamente, está la Virgen de Guadalupe, como imagen, signo y como presencia real. No en balde el historiador José Manuel Villalpando se refiere a La Morenita como un personaje crucial de la historia real de México.24 Ahí están también su santuario, presente en seis distintos templos que se han sucedido en el tiempo, y su culto, arraigado, popular, hoy continental, en continua expansión desde hace ya casi cinco siglos.
El guadalupanismo, fenómeno tan evidente y arraigado, puede considerarse una característica propia y distinguible de lo mexicano. A fines del siglo XIX el escritor liberal Ignacio Manuel Altamirano dejó constancia en un párrafo memorable: «El día en que no se adore (sic) a la Virgen de Guadalupe en esta tierra, seguro que habrá desaparecido no sólo la nación mexicana, sino hasta el recuerdo de los moradores del México actual».25
Indudable culminación de la conquista espiritual, punto de partida de una nueva nacionalidad,26 la mariofanía guadalupana transformará paulatina pero poderosamente toda la realidad que ya apunta como mexicana y que madurará en el transcurso del tiempo. Como señala el historiador Alberto Sarmiento, «El fenómeno guadalupano, indudablemente importante desde el punto de vista religioso, adquiere para los novohispanos un carácter vital desde el punto de vista cultural (…). Esta transformación permite pasar de una actitud de acercamiento a las novedades del mundo cristiano occidental, para adaptarlas y entenderlas, a una nueva actitud de mayor originalidad creadora. Logró también el rasgo distintivo de una personalidad propia, desde entonces vinculada al orgullo criollo de poseer un territorio inabarcable y materialmente rico, de tener un pasado glorioso, independiente del europeo, pero sobre todas las cosas, de sentirse pueblo elegido para cumplir un destino extraordinario».27
Más de uno se pregunta, ¿destino extraordinario México, con sus graves problemas, su pobreza endémica, sus carencias, la criminalidad galopante, su tercermundismo? Y sin embargo, sin negar esos problemas, haríamos bien en repasar nuestras potencialidades. Entre otras, que México posee grandes recursos, somos demográfica y territorialmente el séptimo país del mundo y ocupamos el lugar 11 entre las 220 economías del mundo. No en balde se ha dicho que México es «El secreto mejor guardado de la economía mundial»,28 y distintos estudios de la Secretaría de Estado de EUA, apuntan que para 2050 seremos la quinta economía mundial.
Más allá de las cifras, ante un mundo globalizado y tecnocrático, economicista y deshumanizado, resaltan los valores del espíritu, los valores familiares y personales, que aún conservamos. México es una potencia cultural y una presencia importante en el mundo. Y lo es, ante todo por su gente, afectuosa y cálida. A lo largo de los siglos, gran cantidad de visitantes se han prendado de México y de los mexicanos y han dejado constancia de ello. Muchos viajeros ilustres, han retratado, descrito y definido a México.
Pero creo que la mejor definición que un extranjero ha hecho es la proporcionada por un alma especialmente sensible, de gran capacidad intelectual, poeta y filósofo, personaje polifacético e imprescindible del siglo XX. Juan Pablo II se reunió con intelectuales mexicanos en mayo de 1990 en la biblioteca México, y más allá de su mensaje oficial, al final improvisó unas palabras que no recogió la prensa, pero que son altamente memorables:
«¿Me permitís hacer una observación? Me parece que se ha hablado poco en esta consideración, en esta meditación, se ha hablado poco de corazón. Se debe decir que el hombre latinoamericano, quizá sobre todo el hombre mexicano, la persona mexicana, mujer u hombre, está construida desde el corazón… también los intelectuales. Me permito decir que ésta es una gran riqueza y no se puede… ¡no se debe perder! ¡Que Dios bendiga a todos!».29
«Construidos desde el corazón…» es sin duda la mejor definición que pueda darse de los mexicanos y lo mexicano, de México y su identidad cultural.
Notas finales
1 Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. México, Porrúa, 1984, p. 49.
2 Paz, Octavio. Op. Cit. p. 51
3 Cfr. Nexos. «Los cuentos de hadas y la historia patria». No. 85. Septiembre/2001.
4 González-Carvajal, Luis. Ideas y creencias del hombre actual. Santander, Sal Terrae, 2001, p.15.
5 Chesterton, G. K. Ortodoxia. Madrid. 1994.p. 56
6 La recopilación más reciente, auspiciada por CONACULTA (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes), muy bien lograda con la colaboración de numerosos especialistas, cristalizó en una magna obra impresa y una serie audiovisual de 12 capítulos titulada precisamente Alma de México, en la que desfilan los rasgos más notables de la mexicanidad.
7 Como expresa Laura Benítez: «Si aún hoy resultan espinosos los temas del ser de lo mexicano y de la identidad nacional, más complejo es sin duda el tratar de establecer los primeros momentos de una conciencia nacional».
8 Cfr. Brading, David. El ascenso del nacionalismo criollo. México, FCE, 1981.
9 Caso, Antonio. El problema de México, en Obras Completas. México, UNAM, 1979, tomo IV.
10 Cfr. Basave Fernández del Valle, Agustín. Vocación y Estilo de México. Guadalajara, Secretaría de Cultura, 2013, Tomo I, p. 8.
11 Muñoz Zurita, Ricardo. Diccionario de gastronomía mexicana. México, Clío, 2000, p. 524.
12 Fuentes, Carlos. El espejo enterrado. México, FCE, 2008, p. 60.
13 Paz, Octavio. Claridad errante. Poesía y prosa. México, FCE, 1996, p.52
14 Cfr. Fuentes, Carlos. Op. Cit. p. 61.
15 Orozco, José Clemente. Autobiografía. México, ENA, 1968, p. 41.
16 Recapitulado en: Krauze, Enrique. «El mestizaje mexicano», México, Reforma, 31/X/2010.
17 Lowe, John. En facsímil de El águila americana de Veracruz. México, SEP, 1967, p. 53. Al entrar a una iglesia narra: «Una cosa en particular me agradó mucho, que era la igualdad de todas las personas ante el altar de Dios. Vi arrodillados sobre el pavimento de mármol por más de 15 minutos, al castellano altivo en cuyas venas fluía la sangre pura de los Cortés, al azteca amarillo, al indio y al negro decrépito, en conjunto, lado a lado, sin distinción de razas, de color, de riqueza o de posición y todos ellos parecían considerarse, al menos en el santuario, como iguales ante Dios, todos devotamente rezando sus oraciones al Dios Todopoderoso. Y entonces yo deseé que fuera así en mi propia tierra natal, en donde nos jactamos de que todos los hombres son libres e iguales».
18 Fuentes, Carlos. Op. Cit. p. 231
19 Paz, Octavio. Pequeña crónica de grandes días. México, FCE, 1990, p. 109.
20 Cfr. Vasconcelos, José. La raza cósmica. México, Porrúa, (colección Sepan Cuántos No. 719), 1989, p. 73.
21 Cfr. Ricard, Robert. La conquista espiritual. México, FCE. 1992.22
22 Testimonio en el tema «La conquista espiritual» dentro del ciclo Historia de la Iglesia en México, de la Academia de la Historia en México. IX/1999.
23 Paz, Octavio. Pequeña crónica de grandes días. México, FCE, 1990, p. 155.
24 Cfr. Villalpando, José Manuel. La Virgen de Guadalupe. Una biografía. México, Planeta, 2004.
25 Altamirano, Ignacio Manuel. Paisajes y Leyendas, Tradiciones y Costumbres de México. México, Porrúa. (Col. Sepan Cuántos, 275), 1978, p. 126.
26 Es significativo que Nuestra Señora de Guadalupe, Virgen del Tepeyac, diga a San Juan Diego: «pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen…», sin hacer distinción de indios, españoles, criollos y mestizos. Cfr. Nican Mopohua
27 Sarmiento, Alberto. «El Florecimiento del barroco», en El Alma de México. México, CONACULTA, 2000, p. 201.
28 Cfr. Foster, David. En la Feria Mundial de Franquicias. 5/III/2011.
29 Juan Pablo II. Encuentro con los intelectuales mexicanos. México, FUNDICE, 1991, p. 32.