Muchos capítulos de la historia se han reescrito tomando en cuenta la vida cotidiana del ciudadano común y no sólo la de figuras importantes y caudillos; pero la autora hace hincapié en otro olvido histórico: las mujeres. Y por ende, en las decenas de películas sobre la Revolución mexicana inspiradas en la historia, el papel de la mujer se reduce al de «soldaderas», cuando todo indica que fue mucho más trascendente; ellas también hicieron la Revolución.
La Revolución Mexicana, una de las grandes temáticas del cine mexicano estuvo presente en las pantallas cinematográficas del país desde sus primeras batallas. Los realizadores del aún incipiente cinematógrafo capturaron el vértigo de una revuelta que conmocionó a la nación y fijó para siempre en la memoria colectiva de los mexicanos, los rostros de personajes famosos y anónimos que tomaron parte en aquel conflicto bélico.
El atractivo de la Revolución reunía al mismo tiempo los elementos de una revuelta popular de carácter regional, pues había respondido a exigencias locales, para después llegar a una generalización insospechada. Alrededor de ella, el cine mexicano construyó imágenes e interpretaciones discutidas, rechazadas, recuperadas y confrontadas hasta el día de hoy.
»VINO EL REMOLINO Y LAS ALEVANTÓ»
Al principio, a través del género del documental, el cine acercó los grandes acontecimientos a un público iletrado y ávido de sucesos, pues la pantalla no mostraba sólo caudillos y combates, sino que también logró atrapar el miedo y la confusión generados por el conflicto. Ver en imágenes, caras y lugares conocidos, proyectó la contienda de una manera brutal y descarnada.
Después, a través del cine de ficción, sobre todo en la década de 1930 −cuando la Revolución aún se sentía cercanamente dolorosa−, se presentó a la revuelta desde una perspectiva íntima en donde participaban lo mismo campesinos, soldados y mujeres que vivieron la revuelta como un drama muy personal.
Todos estos acontecimientos que iban modificando a México también transformaban la vida de las mujeres. No todos los cambios fueron consecuencia directa de la Revolución, alguno se gestó hasta finales del siglo pasado y significó proyectar, a través del cine, la presencia y actuación de ese grupo social.
LA SOLDADERA DETRÁS DEL «JUAN»
Hablar hoy de las mujeres que participaron en la Revolución mexicana significa recuperarlas como sujetos históricos que lucharon y colaboraron en forma comprometida desde los distintos frentes en las diversas facciones y etapas del proceso revolucionario. Sin embargo, su representación en el cine ha sido muy distinta. No fue en la Revolución la primera vez que la mujer se incorporaba a las revueltas armadas; durante los numerosos conflictos del siglo XIX, la encontramos desempeñando, además de las tareas tradicionales, otras propias de la guerra.
En el cine aparece por primera vez como soldadera, compañera del soldado, con las tareas tradicionales de su género, funciones estrictamente femeninas: cargando al niño, cocinando, lavando ropa y como pareja de esos hombres sucios y desaliñados, quienes sí hacían la Revolución.
Sin importar a qué la clase social pertenecían, las soldaderas siempre viven de acuerdo a los arquetipos de la feminidad. Conjugan las funciones culturales de la mujer por excelencia, lo que se hace explícito en la imagen romántica de la soldadera fílmica que se convierte en tema popular y recurrente desde el estreno de La Adelita (1937) de Guillermo Hernández.
«Son mujeres anónimas, analfabetas, campesinas, mestizas o indígenas, cuya historia se oculta detrás del mito de la soldadera abnegada o de la pícara Adelita. Las hubo en el ejército federal y en las tropas que lideraban Pancho Villa, Emiliano Zapata y Venustiano Carranza. Su presencia en los campos mexicanos se extiende hasta 1925…» (Nash 2003:256).
En la época de oro del cine mexicano se consolida este estereotipo con filmes como Enamorada (1946) de Emilio Fernández, Flor silvestre (1947) de Emilio Fernández, Y si Adelita se fuera con otro (1948) de Chano Urueta y Vino el remolino y nos alevantó (1949) de Juan Bustillo Oro. Aparecen desarrollando actividades indispensables para la sobrevivencia de los ejércitos, en su mayoría campesinas que se entregaban a las tareas tradicionales.
En estos filmes, generalmente las mujeres se incorporan a «la bola» como compañeras de los soldados, viajan con las tropas, siguen paso a paso a sus esposos y parejas que han sido reclutados. Cuidan a los hijos, confortan sexualmente a los hombres; son compañeras, cómplices, madres, cuidan a las tropas, cargan las mochilas, buscan agua para dar de beber a los soldados y acondicionan las barracas para proteger a los hombres de la intemperie.
En la narrativa e historias construidas alrededor de estas películas, la figura heroica del hombre siempre sale adelante él es fuerte, valiente, viril y las mujeres, que soportaron pésimas condiciones de vida, miseria, desnutrición, embarazos, partos y la crianza nómada de sus hijos, son relegadas a segundo plano.
«La historia oficial les negó espacio, la leyenda les cambió su origen, la pintura las idealizó hasta hacerlas irreconocibles. Las soldaderas que seguían a las tropas por todos los campos de batalla de América, todavía esperan su página entre el humo del combate, o del fusil cuando su hombre caía. Ellas los salvaron de la desesperación, del hambre y de las penurias, cortándoles en seco la tentación de la fuga». (Dillon 1992:129).
A partir de estos filmes, la cinematografía mexicana se comienza a poblar de «Adelitas» y «Valentinas» que corresponden a los corridos revolucionarios en donde se manifiestan fieles, abnegadas y sumisas, un imaginario que masificará estas imágenes en la representación de la soldadera.
Las películas muestran el papel protagónico del hombre dejando a las mujeres en el espacio doméstico, sin mezclarse con los elementos políticos e ideológicos de la Revolución; incluso existe una sutil sugerencia de que eran incapaces de tomar un arma, por lo que su presencia en los campos de batalla tiene poco que ver con las posibilidades de mejora que ofrecía la Revolución.
DE CORONELAS Y GENERALAS
En los años sesenta en México comienza un impresionante movimiento masivo de mujeres en búsqueda de reivindicaciones, igualdad y reconocimiento de género, circunstancia que se manifiesta en el cine mexicano: se diluye el estereotipo romántico de la soldadera femenina que en silencio y desde la invisibilidad cumplió el importante objetivo de sostener la vida cotidiana de sus «juanes».
Ante la presión social que ejercieron ciertos grupos feministas, el cine dio un vuelco radical al representar a la mujer revolucionaria. Primero fue patente en el ámbito historiográfico al reconocer que además de las faenas domésticas, las soldaderas desempeñaron tareas de mayor riesgo combatieron en batallas, algunas ocuparon el lugar del marido muerto o herido, heredaron grados militares y se ganaron el respeto de sus subordinados, otras se hacían pasar por hombres y algunas más, que en forma sanguinaria, implantaron justicia por propia mano. Todas se convirtieron en personajes principales de películas exitosas en el cine mexicano.
Poco a poco, en el imaginario colectivo y como parte de leyendas orales se descubrió el destacado papel que había desempeñado la mujer en la Revolución, dando cuenta de batallones de mujeres o soldaderas, sobre todo las del norte que, armadas hasta los dientes, se batieron a muerte contra los ejércitos opositores.
A través de las representaciones cinematográficas de esta época, en filmes como La cucaracha (1958, Ismael Rodríguez), La Generala (1971, Juan Ibáñez) y Juana Gallo (1961, Miguel Zacarías), las mujeres encarnaron un nuevo tipo de mujer que trastocaba su papel de género y quedó estereotipada en la imagen de la actriz María Félix, a quien se presentaba como una soldadera dotada de características tradicionalmente masculinas: valiente, con aplomo y bravura, vestida de pantalón, con el fusil en la mano, tomando alcohol y malhablada. Caracteriza a la mujer hombruna, capaz de dirigir ejércitos con sólo arquear una ceja, aunque dócil ante el dominio de su hombre. Atributos que se destacaron, subrayaron y reciclaron infinidad de veces en el afán de exaltar el valor extraordinario de estas mujeres.
Es así que la visión cinematográfica a partir de los años sesenta crea un estereotipo de mujeres bravas y aguerridas, quienes además de cocineras, enfermeras, madres, amantes y compañeras, también servían de correos, espías, recaudadoras de fondos, abastecedoras de armas y combatientes de batallas.
En la historiografía, la Revolución mexicana está en deuda con sus mujeres al no reconocer más que de forma anónima e indefinida la importancia de su participación por medio de la imagen abstracta de la soldadera y el estereotipo que la inventiva popular y cinematográfica le diseñó.
UN REFLEJO DE SU ÉPOCA
Para concluir, podemos afirmar que aunque este cine de la Revolución no ayuda a conocer la realidad de esta épica histórica nacional, sí nos informa de los valores que se enaltecieron en los años en que se realizaron cientos de películas alusivas que construyeron un imaginario colectivo sobre los papeles e identidades de género.
Las representaciones cinematográficas de las mujeres en la Revolución mexicana en medio de estas dos facetas no resuelve su silenciamiento, pero provee la oportunidad de realizar un giro hacia una «nueva historia», que se habrá de seguir fortaleciendo y creando día con día.