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La sociedad del entretenimiento ¿fábrica de incultos?

¿Disfrutar de una película «palomera» nos ubica como personas con gusto poco refinado? ¿Asistir a exposiciones de pintura, a la ópera o al teatro, nos hace más cultos que el cine o las series de televisión? En esta era, las fronteras entre alta cultura y cultura del entretenimiento ya no tienen cabida, son muestra de una sociedad adaptada a su tiempo.
«You only live once», YOLO, acrónimo que nos remite a la necesidad de vivir el presente al máximo, de cantar nuestro diario Hakuna Matata para sobrellevar esta vida acelerada en la que la premisa parece ser escapar a toda costa del aburrimiento. YOLO es la justificación, que ni siquiera resulta muy necesaria, para hacer aquello que nos permite pasarla bien sin mucho trámite intelectual, aquello que la cada vez más poderosa industria del entretenimiento pone al alcance de todos. Una industria que hace concesiones a todos los gustos, bolsillos, soportes o estados de ánimo. ¿Este furor por la diversión, el esparcimiento y las emociones constantes nos impide ser cultos?
En este artículo abordaré la manera como las múltiples formas del entretenimiento conviven y establecen diálogos, a veces amigables y a veces ríspidos, con diversas manifestaciones culturales.
Para ello es necesario partir del esclarecimiento de los conceptos entretenimiento, cultura, arte, recreación. Términos polisémicos que forman parte del discurso cotidiano y del imaginario social sobre lo que hace la gente con su tiempo libre.
 
¿EL ENTRETENIMIENTO ES PARTE DE LA CULTURA?
Para la UNESCO, «…la cultura puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias…
»Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden».
Esta amplísima idea de cultura, que habrá que acotar más adelante, nos remite a lo que hace del hombre un ser humano, en una dimensión amplia y trascendente, lo que brinda sentido a sus acciones y configura el mundo en el que las lleva a cabo.
La Real Academia de la Lengua establece que cultura es el «Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o grupo social». El propio diccionario de la RAE señala la especificidad de la «cultura popular», que se entiende como el «conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo».
De estos principios entendemos que la cultura es un constructo humano, teórico, que determina formas de comportamiento a partir de la experiencia en un grupo social, ¿cómo diferenciarla del entretenimiento?
Ir al cine, ver series televisivas, jugar videojuegos, ir a conciertos, leer revistas y otras actividades por el estilo nos hacen partícipes de la dinámica social, nos enseñan valores y estilos de vida, por lo que cabe la pregunta, ¿el entretenimiento es parte de la cultura?
Si tomamos el sentido más amplio de cultura la respuesta es afirmativa, sin embargo, considero necesario matizar distintos tipos de cultura para determinar en qué medida las actividades mencionadas contribuyen a formar individuos reflexivos, éticamente comprometidos, que cumplan con las cualidades que señala la UNESCO y que, en todo caso, contribuyan al crecimiento espiritual e intelectual que busca como ideal toda sociedad.
 
CULTURA ¿ALTA O ESTANDARIZADA?
Cuando hablamos de una persona culta nos referimos con frecuencia a alguien que sabe mucho de algún tema relacionado con el arte, la política, literatura o historia, por mencionar algunas disciplinas. Alguien que ha leído, que ve más allá de lo evidente y cuyo léxico cautiva por su riqueza.
En este sentido, la concepción de cultura está más cercana a lo que Umberto Eco, en su imprescindible Apocalípticos e integrados presenta como «alta cultura», manifestaciones que difieren de la cultura de masas, mass cult, en la que la masificación de los bienes culturales los ha vulgarizado siguiendo la consigna de su accesibilidad: cultura para todos, al alcance de todos, de fácil comprensión y de gusto estandarizado. Los productos de la alta cultura, por el contrario, exigen públicos mayormente calificados para acceder a mensajes y productos complejos, que escapan a la lógica de la estandarización por sus propuestas estéticas, nivel de profundidad o la maestría en su ejecución.
Esta distinción, irremediablemente maniquea, sirve como punto de partida para la distinción, al menos somera, de una tipología de la cultura que pretende esclarecer la función que distintos bienes culturales pueden cumplir en un grupo social. Si la alta cultura pretende alcanzar la perfección de la expresión humana a través del conocimiento y la experiencia estética, la cultura de masas funciona como medio para consumir diversión.
La industria del entretenimiento encaja más en la lógica de la cultura masificada que en la alta cultura: son poderosos mecanismos que proveen a grandes públicos de espacios para satisfacer una necesidad lúdica, recreativa y de evasión. Espacios en los que la individualidad se ve diluida en una edulcorante felicidad que produce la sensación de estar bien con los otros, de perderse en un cómodo anonimato.
Aclaremos, sin embargo, que no toda la oferta de la industria del entretenimiento responde a estos valores, ni todo lo que se ostenta como alta cultura cumple el cometido del enriquecimiento espiritual. Y es aquí donde habrá que hacer justicia a los matices de las formas culturales.
 
CINE ¿LEER O CONSUMIR PELÍCULAS?
Me parece que la diferencia radica no sólo en la calidad de los bienes (entiéndase mensajes consumibles, actividades, espacios) sino en la expectativa del individuo al acceder a ellos. Hablemos entonces de calidades y de actitudes.
Por ejemplo hablemos del cine, espectáculo popular por excelencia que ha buscado durante más de 100 años su lugar en el mundo del arte, concepto tan jabonoso como el de cultura.
El cine es una de las industrias más poderosas del mundo. En el siglo XX se consolidó como la actividad preferencial para el uso del tiempo libre por lo que podemos afirmar que el consumo de películas es una de las grandes vías de conocimiento: aprendemos sobre hechos históricos, comportamientos sociales, culturas diferentes, modos de ser y de ver el mundo.
En México, la recaudación en taquilla durante 2012 fue de 810 millones de dólares, para más de 5 mil 300 pantallas en las que se estrenaron 252 películas extranjeras (la mayoría norteamericanas) y 56 mexicanas (fuente: IMCINE, 2013).
Según datos del mismo instituto, la película con más espectadores fue Harry Potter y las reliquias de la muerte, seguida de Rápido y furioso 5 y de Transformers 3. El número de espectadores oscila entre 6 y 8 millones.
Además de los sorprendentes números, lo interesante es conocer la relación del público con la película. Para ello, nos podemos basar en la pregunta realizada por Jerónimo León, de la universidad de la Sabana, en su estudio sobre cine entre los jóvenes: «El cine, ¿lectura o consumo?»
El estudio consigna que la mayor parte de los espectadores no lee, sino que consume la película. La lectura implica entender los símbolos, la posibilidad de relacionarlos con otros discursos o con la realidad y requiere además una postura crítica. Mientras que el consumo va más en el sentido de experimentar una saturación visual, con atención dispersa, poner énfasis en factores del espectáculo, buscar sensaciones superficiales y satisfacer el apetito voraz de estímulos, es decir, consumir el espectáculo y no necesariamente los contenidos profundos. Un público sumiso ante la pantalla difícilmente accederá a niveles más altos de cultura, con independencia de la película que vea.
Cierto es que todas las películas poseen un valor comunicativo y una postura estética y ética ante los hechos narrados, aún las más triviales; sin embargo, hay que atender a su intención primaria y a la manera como las consume el público. Hay películas altamente complejas, que desde luego no son accesibles para el gran público y no pueden considerarse dentro de los parámetros del entretenimiento como una forma de ocupar el tiempo en algo trivial o poco reflexivo. Por ello afirmo que no basta con atender a la calidad de los eventos, sino a las condiciones en las que el público entra en contacto con ellos.
 
LA TELEVISIÓN Y LAS NUEVAS AUDIENCIAS
Si el cine se ha considerado un espectáculo popular, masificado (lo es en buena medida), la televisión ocupa un estatus todavía menor. Es un medio altamente cuestionado por la pobreza de su contenido, banalización de la realidad, promoción de estereotipos falsos y tendencia a convertir en espectáculo la vida humana.
En nuestro país el medio de mayor consumo, aún con el crecimiento de las conexiones a internet, es la televisión. Un estudio de Parametría arroja datos significativos: para 48% de la población los medios tienen alto grado de confiabilidad. La televisión ocupa el primer lugar con 67%. Los mexicanos dedican a este medio un aproximado de 4 horas diarias y 73% se informa a través de la televisión. Por mucho, el canal de mayor rating es el 2, donde las telenovelas tienen un lugar preponderante, y el canal 5, enfocado a programación infantil. Los partidos de futbol, los finales de algunas telenovelas o la entrega de los Óscares ocupan tradicionalmente los picos más altos en la medición de audiencias.
En la encuesta de consumo cultural elaborada por Conaculta, muchas personas afirman no asistir a eventos de danza o teatro, a museos, exposiciones o conciertos por falta de tiempo, algo contradictorio si se atiende al número de horas dedicadas a la televisión.
El fenómeno televisivo, sin embargo, ha experimentado en las últimas dos décadas un cambio sustancial en su programación por la presencia de las series que rompen cada vez con más contundencia los viejos paradigmas del medio.
Si la telenovela responde a patrones establecidos que convierten a las historias en un laberinto de acciones previsibles y poco verosímiles, las series abordan temáticas poco comunes en la pantalla chica, tienen formas narrativas complejas, personajes atípicos, profundos y cambiantes y su formato responde a la estética cinematográfica.
Esto ha generado nuevas audiencias dispuestas a permanecer frente a la pantalla (que ya no necesariamente es la televisión sino cualquier dispositivo conectado a la red), una cantidad de tiempo que rebasa las 4 horas promedio y se asemeja más al perfil del «lector empedernido» que prefiere terminar una buena novela a entregarse a prácticas tan frívolas como dormir.
Las nuevas audiencias de las series no se comportan como el «espectador medio», que se da por satisfecho si lo que ve tiene su dosis de humor, violencia o sexo. De ahí que, aún cuando la serie de televisión es, por excelencia, una de las formas más aclamadas del entretenimiento, su calidad ha ido in crescendo y por lo tanto las audiencias se consideran ya un público culto.
 
EL QUE SIEMPRE CARGA UN LIBRO «PARECE» CULTO
En la industria editorial sucede lo contrario. El hábito de lectura se considera una de las puertas más seguras hacia la cultura, pero habría que acotar qué tipo de lecturas permiten ese tránsito. Incluso con el embate de internet y la preferencia por lo audiovisual, todavía se publican millones de libros en el mundo.
Esto resulta paradójico: quienes llevamos algún tiempo en las aulas sabemos de la baja sensible en los índices de lectura de los estudiantes; sabemos también que las redes sociales, Netflix, internet, los variados soportes para ver películas o los juegos en el celular han alejado de la lectura no sólo a los jóvenes sino a la sociedad entera. Sabemos que las nuevas generaciones son «nativos digitales» cuyo estilo de aprendizaje no puede basarse ya en la lectura de textos y que la literatura ha dejado de ser para muchos esa gran compañera de vida con la que era un privilegio andar en el camino.
La industria editorial se ocupa seriamente en resolver el enigma del futuro del libro. El libro electrónico ha suplantado en buena medida al objeto impreso y entonces emergen fenómenos curiosos de consumo como el siguiente: en el metro de la ciudad de México se venden todo tipo de artículos, desde peines hasta guías para pasar el examen a la UNAM. Uno de ellos es un CD que contiene más de 500 títulos en PDF. El vendedor recita algunos: Cien años de soledad, Rayuela, La ladrona de libros, Hamlet, Don Quijote de la Mancha, El laberinto de la soledad, El perfume, Fausto y muchos otros que, efectivamente, son parte fundamental del bagaje literario de un individuo que se considere culto.
Me pregunto cuántos de esos archivos serán realmente leídos o simplemente, comprados. Así como el que baja miles de películas a su disco duro o descarga 80 gigas de música en un iPod. Son fenómenos de consumo, que no de lectura, aún cuando los productos que se atesoren pertenezcan a lo más granado de la producción artística e intelectual, la lógica de su pertenencia apunta más a la necesidad de tener, y no de ser. Así, seguramente hay libreros llenos de libros que nunca serán leídos o que serán hojeados someramente.
 
SE DILUYEN FRONTERAS ENTRE ESTUDIO, TRABAJO Y OCIO
En su artículo «Sociedad del entretenimiento», Samuel Martínez propone una clasificación de las industrias que nos permite mapear este interesante y ambiguo mundo del entretenimiento y la cultura.
En las industrias de la cultura, coloca al sector de las artes plásticas: pintura, escultura, fotografía, artes escénicas: ópera, teatro, danza, ballet; los museos y galerías, el turismo cultural y el sector del patrimonio arqueológico e histórico de las naciones.
Su propuesta incluye una categoría de las «Industrias de la comunicación» en donde está la publicidad, la industria editorial (prensa y libros), la radio, la producción musical y la reproducción de la música, la televisión, el cine, las maquinitas, los videojuegos, la industria del teléfono celular y el internet.
Finalmente, como industrias del entretenimiento considera circos, parques temáticos, ferias, festivales, salones para eventos y fiestas, conciertos y espectáculos musicales, bares, discotecas, cabarets, cafés, centros nocturnos, industria del juguete, centros comerciales, juegos de azar, casinos y eventos deportivos.
De estos listados, las industrias de la comunicación y del entretenimiento ocupan las preferencias en el uso del tiempo libre (y no libre, pues la computadora en la escuela ha permitido la entrada del entretenimiento en aulas y oficinas diluyendo las fronteras entre estudio, trabajo y ocio).
La variada oferta de tales industrias ofrece, ciertamente, productos de más calidad que otros, pero todos constituyen el andamiaje simbólico de la sociedad contemporánea. Sin duda es preponderante la oferta que satisface el gusto por lo ligero, inmediato, que produce placer aunque sea efímero.
Lejos de satanizar las actividades del entretenimiento, me parece que estamos obligados a reflexionar sobre nuestras posturas y acciones ante este panorama. Si hacemos una analogía con la comida, digamos que no podemos negarnos de vez en cuando la satisfacción golosa de comer una pizza o un tanque de 3 kilos de palomitas en el cine, pero ello no puede ser la base de nuestra alimentación. De igual forma, escuchar música pop, ver los partidos del mundial de futbol, jugar Candy crush o leer revistas de modas, autos o rocanrol, son prácticas de seres sociales medianamente adaptados a un medio del que abrevan la información necesaria para su adaptación, pero no se puede quedar ahí nuestra formación cultural.
 
LA SOCIEDAD DEL ENTRENIMIENTO
Creo que es una labor fundamental de la universidad y de muchas otras entidades, promover espacios en los se discutan estos fenómenos y acercar a la comunidad eventos que permitan una mirada más profunda de la realidad, es decir, que contribuyan al desarrollo del intelecto y del espíritu. La tendencia a aligerar y facilitar los procesos educativos, que responde por cierto a la demanda social, puede generar modelos como los que Javier Esteinou califica como «estudiantes ninis»: ni les interesa su país, ni quieren estudiar.
Si han sido acuñados términos como «sociedad de la información» y «sociedad del conocimiento», presenciamos ahora el advenimiento de la «sociedad del entretenimiento», en la que, como diría Pink Floyd, nos hemos vuelto «cómodamente insensibles».
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CONACULTA. Encuesta sobre consumo cultural, 2012.
«Declaración de México sobre las políticas culturales». Conferencia mundial sobre las políticas culturales. México DF, (26 de julio-6 de agosto de 1982).
Francisco Abundis. Los medios de Comunicación en México. Parametría. 2013.
IMCINE, Cinema México. Producción 2013-2014.
Javier Esteinou. «El modelo NINIS de estudiantes de Comunicación» en Qué enseñamos las Escuelas de Comunicación. CONEICC, 2012.
Jerónimo León Rivera-Betancur. «El cine como golosina» en Palabra Clave, revista de Comunicación. Universidad de la Sabana, No. 1. Vol 17. 2014.
José Samuel Martínez López. «Sociedad del entretenimiento» en Revista Luciérnaga. Facultad de Comunicación Audiovisual. Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid. Año 3, Edición 6. Medellín, Colombia. 2011.
Umberto Eco. Apocalípticos e Integrados ante la cultura de masas. Séptima edición. Ed. Lumen, 1984.
 
 
 

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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