Sufrir cuando el protagonista se encuentra en aprietos, desvelarse para terminar la última temporada y padecer el vacío emocional que implica saber que la historia ha terminado, es parte del encanto de las series. ¿Por qué sentimos tal empatía? La clave está en la amistad virtual que entablamos con los personajes que demandan atención y exigen compañía capítulo tras capítulo.
Imagínate que eres –quizá lo seas– un consultor financiero o una coach profesional, una tarde entra un nuevo cliente a tu despacho: un hombre de cincuenta años, con rostro cenizo y apesadumbrado, a leguas se ve que es de clase media y no precisamente un emprendedor. Quiere que le aconsejes cómo invertir sus últimos seis meses de vida porque padece una enfermedad terminal y desea dejar a su familia una posición económica desahogada. Tras un ágil análisis, le aconsejas que invierta en la producción y distribución de un bien de consumo que tenga una amplia demanda en el mercado. Hasta aquí todo bien, suena lógico. Pero ¿si ese producto fuera una metanfetamina? ¿Se lo aconsejarías? ¿Tú, lo harías? Ésta es la premisa que presenta Breaking Bad, serie sobre adicciones, altamente adictiva. Una serie moral en todo el sentido de la palabra, como afirma su creador Vince Gilligan.
Vislumbremos otro escenario: eres una joven abogada o un flamante egresado de una carrera empresarial y conseguiste el trabajo de tus sueños: un contrato con la firma más importante de la ciudad y la posibilidad de ser socio junior. Tu vida profesional empieza a despuntar, te piden compromiso y entrega. Tus expectativas laborales son altas, pero todo tiene un precio: tu ambición profesional y una jefa maquiavélica cobran la vida de tu prometido; pequeño detalle que quizá valga la pena considerar.
Este escenario de ficción presenta Damages, serie de tal envergadura narrativa y pulcritud dramática que merece como protagonista a la gran actriz Glenn Close. Podríamos seguir dando detalles de la serie pero sin perder de vista la pregunta vital que plantea: ¿A tal grado te cegaría la ambición? Como jefe, ¿hasta dónde llegarías para ganar un caso?
Lancé varias cuestiones que pivotan sobre el mismo eje: ¿te comportarías como los personajes de las series de televisión? ¡Sí!, como aquellos a los que dedicas largas noches o jornadas de fines de semana, que se vuelven una especie de amigos virtuales. Te comparten sus problemas más íntimos y demandan atención, personajes que, capítulo tras capítulo, temporada tras temporada, acaban por influir en ti.
Los estudiosos afirman que la información visual afecta la personalidad de manera más intensa que la verbal. Las imágenes prevalecen por su poder de impacto. En el espectáculo del cine y la televisión, la información llega a la sensibilidad sin obedecer necesariamente a las inflexiones del raciocinio.1 Además «la narración televisiva tiene una peculiaridad. Los personajes de la televisión son portadores de estilos de vida y ejemplos para imitar, donde el comportamiento que se muestra es más relevante que la interioridad».2
Pero, vayamos por partes. Como toda buena serie, empecé este artículo por el final, y ahora haciendo uso de una herramienta narrativa, el flashback o analepsis en términos de Genett,3 expondré las características de las nuevas series de televisión que explican por qué fascinan y causan adicción. Su elemento central son los personajes. Generan empatía y vinculan al espectador en una especie de amistad virtual, la clave de su influencia.
CINCO CLAVES DE LAS SERIES
En opinión de varios críticos, vivimos una nueva edad dorada de la televisión, sobre todo en la series. No son un producto nuevo, aparecen en pantalla desde el inicio de la «caja tonta». En los años 50 empezó la «Edad dorada de la televisión»4 con tres grandes cadenas líderes: NBC, CBS y ABC. Los contenidos seriales, que derivaban del cine y la radio, presentaban historias dramáticas de antología cuyos capítulos no tenían relación entre sí. ¿Qué ha cambiado en casi 70 años? Mucho, pero me parece que la «edad dorada de las series» se puede tasar al comienzo del segundo milenio, hay quien considera que la serie Los soprano (1999-2007), es un parte aguas con el que HBO mostró que no es televisión sino HBO… como reza su eslogan.
Cinco claves explican este éxito: calidad de producción, diversidad temática, estructura del relato, distribución-consumo y personajes.
1. Calidad de producción
Las series copian patrones de producción cinematográfica, significa mayor calidad y cuidado en la construcción y realización de la historia, con especial énfasis artístico en detalles de producción, recursos sonoros, manejos de cámara, etcétera. Hay muchos ejemplos espectaculares por su producción. De género histórico destacan: Rome, Downtown Abbey y Boardwalk Empire; de género fantástico: Lost, Heroes y Game of Thrones.
Otro aspecto clave es el destacado personal que involucran: actores, directores, productores y guionistas de renombre que han cambiado el mundo de cine por la pantalla chica. Por ejemplo, la aclamada House of Cards (2013), cuenta con dos ganadores del Óscar: David Fincher (productor) y Kevin Spacey (actor principal); Glenn Close, quien interpreta a Patty Hewes, especie de príncipe Maquiavelo, en las cinco temporadas de Damages. En enero de 2014 se estrenó True Detective, con Woody Harrelson y Matthew McConaghey. También directores latinos incursionan en el género: The Strain, que estrenará el canal FX en julio, es una serie de vampiros y terror basada en la primera novela de «La trilogía de la oscuridad», escrita por Guillermo del Toro y Chuck Hogan. Del Toro produce la serie y dirigirá el primer capítulo.
2. Diversidad temática
Las series brindan un amplio espectro temático, que se explica por la variedad de canales que las producen y emiten: grandes cadenas –networks– y canales de cable y temáticos –narrowcasting–, producen series para todos los gustos. Incluso vemos que portales de internet no sólo distribuyen series sino que las crean, como el caso de Orange is the new black de Netflix.
En la última década, la ficción televisiva (especialmente la anglosajona), ha abierto tanto el abanico de temas y géneros que es fácil que cada espectador encuentre propuestas cercanas a sus intereses vitales, sociales o políticos. Me viene a la cabeza el proverbio latino de Terencio: Homo sum, humani nihil a me alienum puto, «soy humano y nada humano me es ajeno», aunque sea ficción, añadiría.
Hay géneros clásicos y subgéneros, como el policíaco, llevado al extremo como en The Wire; de terror, con la fantasiosa True Blood, o una especie de nostalgia de Hitchcock como Bates Motel. Dramas centrados en el pasado como Spartacus y apuestas que visibilizan el futuro como Fringe. Washington y sus dramas políticos son el tema central de series como Scandal, House of Cards y Homeland. En el complejo mundo profesional convivimos con abogados y jueces de Law and Order y The good wife, con tres generaciones de policías en Blue Bloods y con los sagaces médicos de Grey’s Anatomy y House MD, incluso asistimos a terapias psiquiátricas en In Treatment.
3. Tipo de relato
El formato de las series es similar a la «literatura por entregas», mantiene en vilo al espectador y lo obliga a ver el siguiente capítulo. En esta estructura seriada se encuentran las siguientes formas narrativas: relato autoconclusivo, narrativa continua y narrativa mixta.
En las primeras, cada capítulo es una unidad narrativa independiente y la continuidad entre uno y otro se logra a través de los personajes, escenarios o temas; como en la mítica Dimensión desconocida.
Las series de narrativa continuada se adaptan al concepto en sentido estricto, sus episodios no poseen unidad argumental, las tramas quedan abiertas para los capítulos siguientes de cada temporada, que a su vez resuelve alguna cuestión y deja una línea abierta para la siguiente. Caso paradigmático es el esperado estreno de la cuarta temporada de Game of Thrones.
La narrativa mixta maneja problemas o situaciones que se resuelven en cada capítulo, con una línea argumental principal y conflictos secundarios que se desarrollan durante la temporada y se resuelven a medida que avanza la serie.
4. Distribución y consumo
El desarrollo tecnológico permite disfrutar las series por medio de cualquier canal y proveedor televisión abierta, de paga, por internet, renta, compra de capítulos y en cualquier momento. En distintas encuestas que he aplicado compruebo que la mayoría preferimos ver las series «de corrido», ya sea por Netflix, adquirida en el mercado legal o incluso, en el ilegal. Estamos ahora frente al fenómeno del espectador-programador.
Además, el consumo de las series no se limita sólo al tiempo que dura la emisión, se extiende a los momentos en que hablamos de ellas. Berger y Luckman decían que la conversación informal es el principal mecanismo de mantenimiento de la realidad, indispensable para el bienestar psicológico.5 Estos programas suponen un espacio intermedio entre el exterior y el interior y la manera de estar en permanente contacto con el grupo de iguales de forma indirecta. Las series son temas de conversación que permiten relacionarse con amigos y compañeros de trabajo.
5. Personajes
Mención especial merece el último factor de éxito: los personajes. Como dice Syd Field, son «el alma, el corazón y el sistema nervioso del relato».6
Las series, como un circo romano, nos muestran en la arena las batallas de los protagonistas que enfrentan: conflictos de género, para satisfacer la necesidad dramática de la serie; conflictos exteriores, problemas que surgen de su interacción con otros personajes y conflictos interiores, contrariedades con ellos mismos, con su pasado, miedos y ambiciones.
Los personajes son entes dotados de conflicto, afirma Syd Field. Los conflictos internos les dan fuerza y dimensión. Los guionistas saben que la mejor forma de darles vida es a través de las elecciones que toman y las acciones que de ello derivan. Las decisiones deben tomarse en momentos de gran dilema para que nuestro conocimiento del personaje sea mayor y más cercano a lo real. Los conflictos se deben parecer, de modo directo o analógico a los que padecemos todos. Como propuso Aristóteles, mediante una serie de circunstancias que suscitan piedad o terror, la tragedia es capaz de lograr que el alma se eleve y purifique de sus pasiones, que haga catarsis a la vista de las miserias humanas. 7
Un elemento clave de las series es su amplio arco narrativo, la duración dilatada de la historia con el manejo de capítulos y temporadas que permiten presentar personajes complejos y bien construidos. Esa profundidad posibilita «adentrarnos» en ellos, conocerlos y, por nuestra propia naturaleza, establecer relaciones empáticas.
La permanencia es factor clave para determinar el impacto que causa una serie. Sería difícil deducir que una serie que nos ha acompañado más de cinco años no deja huella en nuestra percepción de la vida. Sánchez Escalonilla afirma que el tiempo que pasamos viendo una narración audiovisual tiene doble efecto: influye en la formación de nuestra personalidad y se confronta con nuestra visión del mundo provocando sintonía o rechazo.8
En definitiva, los personajes son elemento central para explicar el impacto de los relatos de ficción en las audiencias. Al identificarse con ellos las personas experimentan e interpretan una narración desde dentro, como si los acontecimientos relatados les estuviesen ocurriendo a ellas mismas.
AFINIDAD CON LA REPRESENTACIÓN EN PANTALLA
Los personajes de la televisión generan sentimientos de empatía pues suelen desenvolverse en escenarios o situaciones comunes, que nos permiten vivirlos y percibirlos como reales. Esta empatía es un proceso multidimensional con diferentes niveles que pueden ir en aumento. Según Cohen, quien estudió las reacciones emocionales que se dan ante las películas, se dan cuatro niveles de empatía con las series de televisión.9
1. Cognitiva: consiste en entender a los protagonistas y sus circunstancias, «ponerse en sus zapatos».
2. Emocional: se refiere a la implicación afectiva con los personajes, es decir, sentirse preocupado por sus problemas, experimentar alegría frente a un golpe de fortuna, etcétera. La empatía emocional va más allá de que el personaje tenga un código moral enteramente bueno o malo.
3. Valorativa: una elemental valoración y aprobación del personaje que se puede traducir en «me gusta este personaje y por lo tanto es bueno, no como juicio moral, sino en cuanto que me evoca o provoca un sentimiento bueno». (No olvidemos que estamos en un nivel emotivo).
4. Proyectiva: la capacidad de fantasear, de «volverse protagonista», el «como si». Esta fantasía permite al espectador anticipar las situaciones que vivirán los protagonistas o inferir cuáles serán las consecuencias de sus acciones.
Quienes consumen series con frecuencia, habrán notado cómo, conforme se van dando estos niveles de empatía, se pueden llegar a identificar con los personajes, y una vez que son cercanos, se vuelven amigos, compañeros de tiempo y espacio.
NUESTRO PROTAGONISTA «ES DE LOS BUENOS»
La amistad implica que un amigo aprenda de otro por su ejemplo y consejo. El primer punto deriva de la observación y acompañamiento del personaje de la serie y se construye como un proceso psicológico de la audiencia.
Parece más difícil establecer una relación clara al hablar del consejo, ¿cómo podría aconsejarnos un personaje? Puede ser de forma indirecta o directa. Las series manejan distintos tipos de recursos: al proyectar la imagen de la conversación del personaje con un amigo o enemigo, con un primer plano del personaje hablando con su amigo o enemigo, o incluso un primerísimo plano hablando o pensando en voz alta.
Ahora las series empiezan a utilizar un recurso más directo, el personaje que habla directamente a la audiencia, como Francis Underwood en House of Cards, quien como auténtico amigo nos revela sus propósitos más íntimos y nos «aconseja» cómo mantener el poder en la capital de la súper potencia.
Esta relación personaje-público se está volviendo elemento clave de los guionistas para enganchar a la audiencia y también es clave al considerar cómo influyen las conductas buenas y malas de los personajes de las series de televisión.
Comenta Alfonso Mendiz que la identificación que se suscita en la trama acaba por minimizar las diferencias en la escala de valores, al menos durante la proyección. Porque no puedo identificarme con el protagonista –seguir la historia a través de sus ojos– y, al mismo tiempo, cuestionar sus ideales o comportamientos. Si el protagonista es infiel a su mujer (pero la historia justifica esa infidelidad por un «sentimiento verdadero»), o si miente para conseguir escapar (y así llevar a cabo su proyecto en favor de los demás); es decir, si la historia me arrastra, es muy posible que acabe asumiendo esas conductas como «auténticas» y comulgue con ellas. Al menos, durante la proyección.
El tema del «antihéroe» también tiene mención especial. Las ficciones televisivas emplean dos estrategias dramáticas que provocan que el espectador adopte una actitud emocional favorable hacia algún protagonista. Primera, la victimización: simpatizamos con los que están en peligro o sufren. Segunda, un «comparatismo moral»: los antagonistas siempre son mucho más perversos que los protagonistas, por muchas fallas que presenten.
Así, nos ponemos del lado de Dexter, Nick Brody en Homeland o de Tom Kane en Boss, porque siempre hay alguien peor que ellos; establecemos una inconsciente comparación con los otros y concluimos que nuestros protagonistas, a pesar de sus métodos violentos y crímenes, son «de los buenos».
Ahí radica la ambigüedad moral que tanta vitalidad dramática ha otorgado a la televisión actual; nos obliga a elegir al «menos malo» y reforzar nuestra simpatía, minimizando sus defectos.
En esta segunda época dorada de la televisión, donde un narco-profesor –Breaking Bad– y una abogada maquiavélica –Damages– nos tienen en vilo por horas, es un hecho que las series presentan narrativas inteligentes, intrincadas y de gran calidad. Muestran conflictos y nos invitan a resolverlos junto con sus protagonistas y las soluciones no son siempre las comúnmente esperadas.
De hecho, las series de televisión han comenzado a ser tan sorpresivas como la vida misma, por ello resulta fascinante ver qué ocurrirá en cada nuevo capítulo.
DOS GRANDES HISTORIAS EN NÚMEROS
Boardwalk Empire
Costo del piloto: 18 millones de dólares
Cadena: HBO
Año: 2010
Se construyó una reproducción del paseo marítimo de madera de Atlantic City en los estudios de Brooklyn donde se rueda, utilizando después bastantes imagénes generadas por computadora para reproducir el ambiente de los años 20 en que se desarrolla. Los costos incluyen vestuario, numerosos actores y extras y, por supuesto, el sueldo del director, Martin Scorsese, quien es también productor ejecutivo.
Lost
Costo del doble piloto: entre 10 y 14 millones de dólares
Cadena: ABC
Año: 2004
Cuando se estrenó, el piloto fue el más caro de la historia: se rodó en Hawai y utilizó un avión real casi completo para reproducir los restos del accidente del Oceanic 815. Además, se rodó en tiempo récord; pasaron apenas seis meses desde que ABC dio luz verde al guión de Abrams y Damon Lindelof hasta que se proyectó en televisión.
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1 Gilbert Cohen-Séat y Pierre Fougeyrollas. La influencia del cine y la televisión, Fondo de Cultura Económica, México, 1990.
2 Maria d’Alessio (editor). Monitoreando. Análisis cualitativo de la tv para chicos. Rai Eri, Roma 2000. p. 106.
3 Gérard Genette. Narrative discourse revisited, Cornell University Press. 1990
4 http://www.museum.tv/eotvsection.php?entrycode=goldenage
5 Berger, P. y Luckmann, T. La construcción social de la realidad, Herder. 1988
6 Syd. Field. El libro del guión: Fundamentos de la escritura de guiones. Ed. Plot, Madrid. 1998.
7 Ascención Rivas Hernández. De la poética a la teoría de la literatura, Ediciones Universidad Salamanca. 2005.
8 Antonio Sánchez. Estrategias del guión cinematográfico, Ariel. 2002.
9 Jonathan Cohen. Audience identification with media characters. En J. Bryant y P. Vorderer (Eds.), Psychology of entertainment. Mahwah, NJ: Lawrence Erlbaum Associates, 2006. pp. 183-197
10 http://www.forbes.com.mx/sites/que-ven-los-mexicanos-en-netflix/