La investigación y la docencia son actividades que se ejecutan a la par en el ambiente universitario. Un profesor bien preparado investiga los contenidos que transmite, siempre teniendo en cuenta que su misión principal no es atesorar saberes, sino sentar las bases para que sus alumnos desarrollen sus capacidades intelectuales, busquen la verdad y formen un sentido de trascendencia.
Dadas las circunstancias de nuestro país, donde poco se hace por mejorar la educación, podríamos pensar que somos víctimas de un sistema injusto, que nuestro sistema educativo está lleno de deficiencias, que no hay remedio contra la corrupción, que los recursos económicos son muy escasos… Para huir de esta actitud primero hay que reconocer que siempre existirán dificultades en el campo educativo, y después, tomar una actitud diferente del victimismo.
El reto que tenemos quienes nos dedicamos a la docencia en nivel universitario es grande y por ello hay que recuperar la esperanza en la misión, la cual está respaldada por el trabajo de aquellos que nos precedieron y enseñaron a ser lo que somos: profesores universitarios. La cuestión es: ¿Cómo puede la universidad mexicana estar a la altura de las circunstancias brindando una educación profesional para un futuro de éxito internacional?
El primer paso es descubrir nuevas maneras de renovar la vocación de la universidad. El espíritu universitario anhela hallar lo nuevo, pero con base en lo que existe, esto se logra gracias a la «innovación de la tradición».
Existen muchos tipos de innovación: empresarial, de procesos, tecnológica, de producto y servicios, etcétera. La innovación universitaria se realiza por medio de la investigación y siempre debe aprovecharse en beneficio de la docencia. La investigación y la docencia, decía Carlos Llano, «son actividades distintas pero que se enriquecen mutuamente». Por eso en la universidad no debería hablarse de investigadores y docentes, sino de investigadores que enseñan o de maestros que investigan.
Sin embargo, no es lo mismo producir que investigar. Producir se refiere a una actividad externa que genera un producto que cumple con ciertos estándares y nos lleva a una mera repetición de cosas, no al auténtico saber como sí lo hace la investigación. La universidad está llamada a influir y enriquecer la cultura contemporánea por medio de una educación más profunda y comprometida.
Si se piensa con detenimiento, identificar investigación con producción conduce a la pérdida del sentido universitario. Entender la misión de la universidad únicamente desde la competencia conduce a centrar la gestión en crear incentivos para producir más, a la pura administración de recursos.
No es que el profesor no deba publicar o enseñar a los alumnos, ni que la universidad renuncie a estar en los rankings, ni que no deban existir incentivos o una administración eficiente; esto debe hacerse. Sin embargo tales aspectos no explican la misión universitaria, sólo son medios indispensables. Pero si se aborda la problemática sólo desde sus «productos» la universidad se convierte en presa fácil del mercado.
Por lo anterior, una educación profesional para un futuro de éxitos se da sólo desde la universidad que se interesa por los saberes que encuentra en sus profesores, ya que ellos forman a los alumnos para que sean capaces de interpretar de manera crítica la realidad y se planteen retos grandes.
EL DOCENTE «ESCRIBE EN LAS ALMAS»
El profesor universitario no es un obrero calificado o un agente que produce en serie para que sus efectos pasen por un control de calidad y sus alumnos o publicaciones sean aceptados en el mercado.
Es un hombre que está llamado a cosas grandes. En palabras de Sócrates: debe «escribir en las almas». Esto sólo lo logra quien hace propio el espíritu universitario y gasta su vida en renovarlo. Tal como decía Newton: «somos enanos a hombros de gigantes». Tradición significa aceptar lo entregado. Sólo quien reciba la vida puede trasmitirla, sólo quien ha asimilado lo recibido puede crear algo nuevo y suscitar entre sus pares un verdadero interés de colaboración. La universidad, a través de sus profesores, es capaz de promover entre sus alumnos capacidades intelectuales que preparen su inteligencia para buscar y poseer la verdad que ilumine la vida y la profesión, otorgándoles un sentido de trascendencia.
El romanista Alvaro D’Ors relataba que «sólo el investigador puede ser un buen maestro. Para mí, repito, sólo quien sabe investigar e investiga realmente puede considerarse digno del título de profesor universitario»1. Ante un profesor auténtico «estamos en presencia de un hombre cuya inteligencia, saber y preparación podrían proporcionarle expectativas económicas halagüeñas, las cuales rechaza. El profesor universitario, puede decirse, es un hombre que en principio hace como una renuncia a la eventual riqueza que su especial preparación podría ofrecerle»2. Ser un profesor exige iniciativa, imaginación, creatividad, juventud de espíritu para renovarse a sí y a quienes forma.
En cuanto a los profesores y la universidad se pueden distinguir los siguientes aspectos prácticos:
- Los profesores de nuestras universidades deben ser personas humanas, científicamente capaces y comprometidas con el saber de su campo.
- Profesores formados en distintos lugares del mundo y, si es posible, en las mejores universidades, para evitar «la endogamia académica».
- Un aspecto necesario para alcanzar la innovación interdisciplinaria es que los profesores sean personas que, más que hablar, sepan comunicarse y escuchar activamente a los demás; sin una comunicación así será más difícil entenderse entre colegas para realizar algo nuevo.
- Deben existir entornos de libertad y confianza, que potencien los aspectos anteriores. Sin ellos no puede existir comunicación ni colaboración.
- La gestión de la universidad requiere de más medios para cumplir su misión, por ello es necesario innovar en la forma de conseguir recursos económicos distintos de las colegiaturas o apoyos gubernamentales. Todo ello sin descuidar la administración eficiente: gastar lo necesario, no derrochar ni invertir en lo superfluo.
- Por último y no menos importante, cualquier persona que colabore en el quehacer universitario (profesor, administrativo, personal de mantenimiento…) debe luchar por ser optimista, las dificultades universitarias son muchas y lamentarse sirve de poco. El optimismo no cambia la realidad pero sí transforma el modo en que nos enfrentamos a ella.
Construir una universidad así tiene muchos riesgos y puede generar un miedo que paralice la acción. Sin embargo, innovar la tradición lleva consigo aceptar la posibilidad de un fracaso, sólo así se dan pasos hacia el éxito, comenzando por los profesores y después con los alumnos. Por último, toda innovación requiere de auténtica investigación y de medios para potenciarla. En este orden.
COMPROMISO CON LA SOCIEDAD
La universidad, al igual que la familia, debe formar ciudadanos: «toda política es educación y toda educación es política»3, las decisiones que tomamos en las universidades afectan el sistema educativo en conjunto y éste está al servicio de todos los miembros de una sociedad. «La universidad debe contribuir desde una posición de primera importancia, al progreso humano. Como los problemas planteados en la vida de los pueblos son múltiples y complejos –espirituales, culturales, sociales, económicos, etcétera.–, la formación que debe impartir la Universidad ha de abarcar todos estos aspectos»4.
La universidad no sólo debe saber crecer y comunicar el conocimiento e innovar en la investigación, también debe ser un foco al servicio de toda la sociedad, transformar a las personas en hombres útiles cuya medida es el compromiso con la sociedad, personas que sepan servir con lo que han recibido. Formar alumni que pongan a disposición de los demás su trabajo profesional, creando productos que satisfagan necesidades humanas legítimas, trabajos donde exista colaboración e innovación, empleos bien remunerados en empresas rentables…
Un universitario que asimiló todo esto de sus padres y profesores puede estar seguro de que tendrá un futuro profesional de éxito en los ámbitos personal y profesional.
Notas finales
1 D’Ors, Álvaro. Universidad e investigación, en papeles del oficio universitario, 1961, pág. 4.
2 Guzmán, Alejandro. «La universidad investigadora» en Academia N° 15, 1987, pág. 30
3 Naval, Concepción (2006). «Enfoques emergentes en la educación para la vida ciudadana», en Educación y ciudadanía en una sociedad democrática. Ed. Encuentro, Madrid. p. 153.
4 Escrivá, Josemaría. La universidad al servicio de la sociedad. Conversaciones.