Este año la serie 13 reasons why dio la vuelta al mundo; el tema, el suicidio. Algunos dicen que el impacto de esta serie de Netflix es como el Efecto Goethe a propósito de la novela Las cuitas del joven Werther. El éxito de la serie revela la zozobra en que viven muchos adolescentes. Y, por si fuese poco, a mediados de mayo Chris Cornell, vocalista de Soundgarden y Audioslave se quitó la vida. Su amigo íntimo, Chester Bennington, vocalista de Linkin Park, también se suicidó el pasado 20 de julio, fecha de cumpleaños de su amigo muerto.
Espero que ustedes nunca hayan sufrido la tragedia de un suicido entre sus familiares, amigos, colegas o conocidos. Es una experiencia devastadora. En la mayoría de los casos, los familiares ocultan la causa de muerte. Esta actitud es comprensible. Hubo un tiempo en que tanto católicos como judíos y protestantes negaban el entierro religioso al suicida; no se ofrecían oraciones públicas por él y se le inhumaba fuera de los cementerios sagrados. En ocasiones, los cuerpos se desmembraban y se les enterraba a la vera de los caminos o en estercoleros. La intolerancia llegaba a puntos verdaderamente absurdos. En algunas legislaciones anglosajonas, si el suicida no conseguía su fin, la autoridad lo apresaba, lo curaba y lo ejecutaba en medio de tormentos.
Frecuentemante, la familia quedaba en el desamparo, pues el gobierno se apropiaba de los bienes del suicida.
NO BASTA CON “ECHARLE GANAS”
A diferencia de lo que sucede en algunas culturas, como la japonesa clásica, en Occidente todavía se cree que el suicidio es un acto de cobardía o de falta de voluntad. No soy psiquiatra y reconozco mis limitaciones técnicas para hablar de este tema, pero no quiero dejar de compartir con ustedes algunas reflexiones.
En primer lugar, en algunos casos hay una propensión psicosomática al suicidio. Algunas personas tienen menor resistencia a la ansiedad, la depresión, la angustia y el dolor que otros. No hay nada por qué avergonzarse de ello; así como hay personas más propensas a la diabetes o al cáncer, algunos individuos son más vulnerables en la esfera emocional. En nuestra sociedad, aún nos avergüenza acudir al psiquiatra; el resultado es que algunos transtornos y enfermedades que podían se tratadas por los expertos, empeoran por falta de tratamiento.
En segundo lugar, los suicidios nos deben recordar que el ser humano es física y mentalmente frágil cuando se enfrenta a dolores y sufrimientos particularmente intensos. Recuerden la peor migraña que hayan padecido, el peor dolor de muelas, el más agudo cólico nefrítico. Ahora, imagínense ininterrumpidamente padecer esto durante meses seguidos. ¿Estarían dispuestos a seguir viviendo? ¿No les daría miedo quebrarse ante esos dolores? ¿Serían capaces de aferrarse a la vida en esas condiciones? Los profesionales de la salud tienen una gran responsabilidad en la lucha contra el dolor, especialmente en enfermos terminales. Tristemente, existen hospitales públicos donde los analgésicos escasean. No deja de ser una ironía que en un país que produce ilegalmente opiáceos, tengamos que importar la morfina médica a precio de oro. Simplemente no hay derecho a que, por falta de recursos económicos en los hospitales, la gente sufra dolores terribles, mientras el dinero se derrocha en viajes y publicidad.
En tercer lugar, hay una frontera, una última línea que es infranqueable e insalvable: la subjetividad. Todos y cada uno de nosotros somos absolutamente distintos a los demás. La única experiencia posible que puedo tener de alguien más es a través de mí mismo. Jamás podré comprender cabalmente a otro que no sea yo mismo. Si quisiera ser otro tendría que dejar de ser quien soy. Por ello, frente al suicida no queda sino respetarlo, suspender nuestro juicio y acoger a quienes le echarán de menos. Nunca sabremos qué paso por su cabeza, nunca sentiremos su dolor ni su angustia. Lo único que podemos saber es que la intensidad de su sufrimiento superó al instinto básico de conservación de la propia vida.
Finalmente, aunque cada vez menos, aún se repite por ahí que el antídoto contra el impulso suicida es la fuerza de voluntad o la valentía frente a la vida. No estamos ante una decisión enteramente libre, como pensaron algunos, sino ante un misterio moral y científico. Nadie se cura una diabetes echándole ganas, mucho menos una depresión severa.
La soledad, ciertamente, es uno de los detonantes en algunos casos. El drama de Hanna Baker en 13 reasons why es la soledad, la traición, la incomprensión, el ultraje y la violación. Algo debemos reconocerle a la generación Millennial; no se avergüenzan de externar su fragilidad. La generación que pide su café con leche de coco a 27° con poms de menta es la misma que publica en sus redes lo triste que se encuentra tras un rompimiento amoroso, la muerte de un ser querido o un fracaso profesional. En ese sentido, la relación con sus emociones y sentimientos es más sana que la de mi generación, adiestrada para ocultarlos, para no llorar en público.
Pero creo también que la generación Millennial está perdiendo de vista algo: el amor y la amistad es abrazar, no textear. El riesgo de los Millennial es olvidar que los paisajes y las reuniones son algo más que un pretexto para una buena foto en Instagram. Como escribió Chesterton, cuando uno está triste hay que buscar a un amigo para estar con él en silencio, porque su sola presencia basta para consolar.
Pareciera un panorama desesperanzador, pero hay muchas acciones que servirían para prevenir los suicidios. Primero, como he dicho, dejar de satanizar los trastornos mentales. Nadie está loco por padecer de ansiedad o depresión. Por el contrario, la ansiedad y la depresión son los trastornos mentales más comunes. Segundo, si reconocemos que son enfermedades, entonces tenemos que procurar curarlas con el tratamiento especializado de un médico. Tercero, podemos actuar como soporte emocional de alguien más. Esto es una gran responsabilidad, pero no hay nadie mejor que un amigo para decirnos que está con nosotros en estas circunstancias, nadie mejor que un amigo para ayudarnos a reconocer que necesitamos la ayuda de un profesional.