El mayor éxito de la reina de la Gran Bretaña fue mantener la unidad, en medio de siete décadas de cambio constante.

 

La futura reina Elizabeth II nace el 21 de abril de 1926 como Elizabeth Alexandra Mary, la sobrina del futuro monarca, que en aquel entonces no estaba casado. Su nacimiento fue anotado en los archivos de la familia real, pero casi pasa desapercibido, justo por el hecho de que ella, en aquel entonces, tenía muy baja probabilidad de ascender al trono. Desde su nacimiento, Elizabeth nunca fue pensada como una candidata probable para ser monarca del Reino Unido. Es justo por eso que en el momento de su bautizo no se le puso el nombre de Victoria, en honor de la gran reina Victoria del siglo XIX. En perspectiva histórica, este hecho de ser una reina improbable genera una primera reflexión: el papel muy curioso de la providencia divina en la vida de las personas.

En 1936 todo cambia. Su tío, el futuro rey Eduardo VIII, tenía una enorme pasión, amor, por una actriz americana, Wallis Simpson, que estaba divorciada, lo que complicaba todo el asunto. Después de un debate público que involucró también al primer ministro de Inglaterra, era claro que Eduardo VIII no podía mantener el trono y casarse con una mujer divorciada. Por tanto, el rey sorprende a sus súbditos abandonando el trono para poder casarse y vivir fuera de Inglaterra con Wallis Simpson. Eso empuja a la primera línea de la familia real al padre de la futura Elizabeth II, quien asciende al trono como el rey George VI.

Al inicio de los años 1950, el papá de Elizabeth es diagnosticado con cáncer de pulmón. Se le extirpa uno, pero por supuesto todo eso no le prolonga mucho la vida. Fallece en febrero de 1952. Es por eso que a pesar de la poca probabilidad inicial, Elizabeth se vuelve la reina del Reino Unido.

 

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LA REINA MODERNIZADORA
Durante su reinado, Elizabeth viajó a diversos países, algunos de los cuales estaban en situaciones políticas complejas, como Ghana que se encontraba al borde de una guerra civil durante su visita. Sobrevivió la pandemia de COVID-19 sin mayor complicación, la destrucción del Palacio de Windsor, los varios ataques terroristas en Londres y una intrusión a su recámara privada en 1982 de Michael Fagan, un desempleado que vivía del apoyo social.

Durante 70 años de reinado, Elizabeth aconsejó a 15 primeros ministros británicos, conoció a 12 presidentes estadounidenses, cinco papas, y su nombre fue asociado a por lo menos 600 organizaciones filantrópicas.

Murió, como sabemos, a la edad de 96, después de haber ascendido al trono de Inglaterra a los 25 años. Elizabeth fue la monarca más longeva en la historia de Inglaterra y la segunda con el periodo más largo en la historia de la humanidad. Fue probablemente la monarca cuya imagen aparece en más monedas en la historia. La suya es quizá la imagen más reproducida por distintos medios, tales como sellos postales, productos comerciales, gadgets turísticos, etcétera. A tal grado que se volvió un ícono de la cultura pop: apareció en más de 100 documentales, en distintos tipos de películas, incluso sátiras, desde Los Simpson, hasta películas de Netflix.

 

 

Conoció, trabajó y aconsejó a personajes tan distintos como Winston Churchill o Boris Johnson, de Margaret Thatcher a Donald Trump y a Barack Obama. Lo más sorprendente es que nadie sabe con certeza y exactitud qué pensaba ella sobre todos estos personajes de alta política. Hay muchos rumores e interpretaciones, pero una de las grandes virtudes de la reina Elizabeth II era mantener una enorme privacidad y equidad de trato.

Durante su reinado, Inglaterra pasó por enormes cambios estructurales de corte político, económico y social. Ella presenció la desintegración del imperio británico y la independencia de varias de sus colonias; las reformas neoliberales de Margaret Thatcher y finalmente el Brexit. En esas décadas, cambiaron de manera importante los valores sociales, la definición del matrimonio, de la familia, el porcentaje de ingleses que sigue siendo religioso, la composición racial del país, entre otros. Sin embargo, a pesar de todos los cambios la reina siempre mantuvo alto su nivel de popularidad, nunca bajó del 60% y falleció con un nivel arriba del 80%.

Sin duda fue una modernizadora. Su coronación en 1953 fue la primera en ser televisada; en 1976 se convirtió en la primera monarca británica en enviar un correo electrónico. Sus súbditos sabían más de ella que de cualquier otro monarca anterior. Envió a sus hijos a colegios con otros niños. Visitó Irlanda en 2011 después de 100 años para normalizar las relaciones y cimentar el Acuerdo de Viernes Santo. Probablemente viajó más que ningún otro monarca y tocó la vida de millones de personas. Visitó más de 100 países. Ella y JP II fueron probablemente las figuras más influyentes del siglo XX.

 

Ella presenció la
desintegración del
imperio británico y
la independencia de
varias de sus colonias;
las reformas neoliberales
de Margaret Thatcher
y finalmente el Brexit.

 

 

LA REINA CONSERVADORA
Al mismo tiempo que se le puede considerar modernizadora para los estándares de la corona británica, era muy conservadora, hasta anacrónica, si pensamos en su estilo personal en el vestir, en su manera de hablar con gente común, sus hobbies —como montar a caballo y dar largas caminatas en sus espacios privados— hasta en algunas de sus responsabilidades públicas, como ser la cabeza de la Iglesia Protestante Inglesa y la cabeza de la Commonwealth. Paradójicamente, estos anacronismos políticos y sociales se han vuelto bastante refrescantes, atractivos, interesantes, llamativos, en nuestro mundo moderno de consumo rápido, de obsolescencia planificada, de moda rápida, de social media.

Su manera de ser, de hablar, de llevar a cabo el ser reina nos hace ver la importancia de la historia. Los países no son solo economías, no pueden reducirse solo a datos económicos, financieros tangibles o a resultados operativos, eficiencias, pragmatismos. Las sociedades, la política y los países están hechos también de símbolos, protocolos, actos, momentos especiales que van mucho más allá de la administración cotidiana. En esos elementos vemos el papel de una monarquía; la importancia de una figura como la reina.

Ella personalizó la continuidad. Fue una monarca que marcó la vida de por lo menos cinco generaciones distintas, desde tiempo antes de la Segunda Guerra Mundial, hasta las generaciones más nuevas como los Millennials y Generación Z. Ella misma fue signo viviente de la historia, de la evolución, de la continuidad, pero también del cambio adaptativo. Se volvió no solo un símbolo de estabilidad política, sino también de estabilidad psicológica para un país en cambio. Fue testigo de una evolución de Gran Bretaña, desde los últimos momentos de su imperio a un país moderno, multicultural, neoliberal, uno de los países más atractivos de la escena internacional.

 

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Las palabras que más sintetizan la importancia de su reinado son el estoicismo, y el sentido del deber. La famosa expresión «Keep Calm and Carry On» se ha vuelto un eslogan en millones y millones de T-shirts y otros gadgets de la cultura pop.

Podríamos definir a la reina Elizabeth como una mujer de un profesionalismo impecable. Su manera de gobernar a través de no decir nada, fue una manera de ser incluyente y no excluyente. Fue una forma de mostrar al mundo que puedes ser monarca imparcial para todos los británicos y todos los miembros de la corona británica, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda.

Gobernó por décadas, cumpliendo sus tareas ordinarias día tras día, como recibir delegaciones nacionales e internacionales, atender a personas comunes, saludar, recibir y escribir correspondencia diplomática, abrir hospitales, museos y nuevos espacios públicos, celebrar aniversarios, distribuir medallas y viajar por todo el territorio británico y por el mundo.

 

 

 

 

Su visión como monarca podríamos sintetizarla básicamente en tratar de mostrar y preservar el sentido de unidad y continuidad de un país. Ella representaba una idea de nación donde todos pertenecen, no solo las personas de alto nivel. Su manera de ser, de acercarse a la gente, de viajar, de estar en lugares comunes, en pequeñas y medianas ciudades, pequeñas y medianas empresas, en ferias de cultura, de libros, en eventos que podríamos llamar de baja percepción global, justamente servía para mostrar que era una monarca de todos y cada uno en el imperio británico.

También es importante mencionar que fue una persona de fe, sumamente religiosa, que cada domingo cuando podía, participaba en servicios religiosos, que rezaba, que desde el momento de su coronación, estaba profundamente convencida de que no se trataba solo de un trabajo humano. Ella veía su trabajo —su papel como reina— como un mandato divino, como una vocación importante.

Cinco años antes de su coronación, en 1947, pronunció unas palabras que se volvieron proféticas. «Declaro ante todos ustedes que toda mi vida, sea corta o sea larga, estará dedicada a su servicio, al servicio de la gran familia imperial a la cual pertenecemos todos». Fueron palabras dichas por una muy joven princesa de 22 años, que en aquel entonces ni percibía que iba a quedarse en el trono por más de siete décadas.

 

 

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Otro elemento importante es que tenía un muy sano sentido de la distancia del propio oficio, de su propia figura como reina. Tenía muy claro que el oficio era más grande que ella misma. Esa es una gran lección para presidentes, directores generales, directores ejecutivos de organismos públicos y privados. Por un lado, es reconocer el papel personal de cuando uno asume un cargo, pero al mismo tiempo es saber entender que el puesto es mucho más importante que la persona que lo ocupa. Esta idea de la importancia, de la permanencia, del simbolismo, del protocolo que va mucho más allá de la persona.

Muchos años antes de su muerte diseñó con todo detalle la ceremonia fúnebre, escogiendo hasta las flores que estarían puestas en su ataúd y varios otros detalles que pudimos observar en los días después de su fallecimiento.

 

su manera de gobernar
a través de no decir nada,
fue una manera de ser
incluyente y no excluyente.

 

 

COMPLEJIDAD DE LA VIDA HUMANA
Sin duda fue una mujer de muchas virtudes, pero como todos los humanos, por supuesto no fue perfecta. Hay partes de su vida tanto pública como privada que siguen causando debate y cuestionamientos. Entre los más dudosos y polémicos podríamos mencionar esos largos periodos de separación de sus hijos durante sus visitas de Estado. Se ve que en su vida vivió con cierta tensión su papel de ser mamá y al mismo tiempo reina. Otra decisión difícil fue enviar a su primer hijo Carlos a una escuela privada con internado. Como sabemos por distintos testigos, él la pasó muy mal en esa escuela. Fue un momento sumamente difícil para él como adolescente. Pero sus papás, no lo retiraron de allí.

Otro elemento sumamente difícil en su vida fue la dolorosa descomposición del matrimonio de Carlos y Diana, que la opinión pública pudo observar por varios años, incluyendo la dramática muerte de Diana a finales de los 90 y que probablemente representó uno de los momentos más bajos en la legitimidad y la percepción de la Corona y del reinado de Elizabeth II.

Finalmente, las turbulentas vidas de sus tres hijos, los divorcios, los escándalos. Todo eso nos muestra que uno puede ser un líder global, con un cargo de altísima exposición política, social y económica, pero eso nunca te deja completamente inmune a esas complejidades de la vida humana y familiar.

 

Portada de la revista Time, enero 5 de 1953. “Mujer del año”, Elizabeth II.

 

EL FUTURO
Para terminar, hay por lo menos cuatro grandes rubros de preguntas, de incógnitas, de cuestionamientos de futuro, a mediano y largo plazo. Algunas sobre el estilo de liderazgo de Carlos III. Sabemos que desde hace varias décadas él siempre ha sido un gran promotor de la sustentabilidad medio ambiental. Es un hombre abierto al diálogo interreligioso. No le gusta hablar de la religión protestante o católica como «la religión». Él por su papel es la cabeza de la Iglesia Anglicana, es el defensor de la fe, pero tiene mucha sensibilidad en cuanto a la apertura hacia otras religiones.

Es un hombre de opiniones fuertes en lo político, internacional, medio ambiental, económico. Al mismo tiempo parece ser un hombre impulsivo, mucho más transparente, más espontáneo, no tan enigmático como su mamá. Por tanto hay muchas preguntas sobre si logrará ser tan imparcial, tan estoico, tan incluyente como siempre lo fue ella.

 

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Hay por supuesto cuestionamientos respecto de la Commonwealth, ese grupo de más de 50 países que hoy representan alrededor de 2,400 millones de personas en todo el mundo. Como sabemos, fue esta asociación voluntaria la que poco a poco reemplazó al Imperio Británico. Hay expertos que dicen que la Commonwealth fue creada y se mantuvo por décadas gracias a la figura de Elizabeth II. Hoy día varios analistas se preguntan si Carlos III tiene el carisma político necesario para mantener la Commonwealth viva en los próximos años y evitar que un país tras otro comiencen a salirse.

También hay preguntas sobre el futuro de la Casa de Windsor, la familia real. Sabemos que es una familia complicada. El mismo Carlos no tiene una buena relación con sus dos hijos. Hay ciertas divisiones, rivalidades, entre los hijos de rey actual. La reina consorte es una figura que crea mucha polémica. Por todas estas razones, el futuro de la monarquía parlamentaria británica seguirá siendo uno de los temas de la política contemporánea más observados y fascinantes en los años por venir.

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