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De zorros, águilas, chapulines y otra fauna política

PALABRA Y VOZ

Durante la pandemia de COVID, una colega, buena amiga, se enfermó muy levemente. No padeció fiebre, ni dolor o falta de oxígeno, solo cansancio. Vive sola con su perro y no quiso recibir ayuda de nadie, pues en realidad solo necesitaba dormir. Me contaba que, como no se había levantado durante todo un día a comer, esa noche la despertó Gala, su perrita. El animalito le llevaba algunas croquetas a la cama para que mi colega comiera algo… No por casualidad, en la Edad Media el perro era el símbolo de la fidelidad.

¿Qué nos diferencia del resto de los animales? Según Aristóteles, algo que nos distingue radicalmente de ellos es que nosotros poseemos la palabra (logos), mientras que ellos solo tienen la voz (phone). Gracias a la voz, los animales pueden comunicar emociones como el dolor y el placer. Sin embargo, la palabra humana nos permite ir más allá de las emociones. Gracias a la palabra podemos hablar y debatir sobre lo justo y lo injusto. De ahí que seamos animales políticos y no meramente animales gregarios. Lobos, cebras, hormigas, abejas, chimpancés, entre otros animales, viven en grupo. Pero hay una diferencia clave entre los humanos y los animales. La comunidad humana se articula de acuerdo a un ideal de vida. Esto explica la diversidad de organizaciones humanas a lo largo de la historia: monarquías, dictaduras, teocracias, repúblicas comerciales, democracias. Por el contrario, hasta donde yo sé, no hay hormigas republicanas y ninguna hormiga reina ha sido guillotinada por las hormigas obreras. La vieja película Antz no pasa de ser una fábula divertida.

Con todo, el poder de la palabra no nos quita lo animal. Es más, a veces nuestras palabras revelan que somos bastante animales… Quizá por ello abundan en la literatura y la filosofía las metáforas en las que se compara la política humana con algún animal. Las metáforas animales han sido una herramienta útil en la política para ilustrar las cualidades y los defectos de los líderes.

CERDOS, MARRANOS Y COCHINOS 

George Orwell, escritor y activista político, ganó fama con sus novelas 1984 (publicada en 1949) y Rebelión en la granja (1945). Orwell, hombre de izquierda, fue un feroz crítico de la dictadura de Stalin en la Unión Soviética. Rebelión en la granja narra la rebelión de los animales contra un granjero despiadado, irresponsable y borracho. La revolución contra el explotador es acaudillada por los cerdos que, tras el triunfo, organizan la granja como una sociedad comunista. El lema: «Todos los animales son iguales» rige la vida de los animales de la granja, donde no hay privilegios. Poco a poco, los cerdos, que saben leer y escribir, se convierten en los explotadores del resto de los animales, ayudados de dos feroces perros. Conforme avanza la novela, los cerdos adquieren todos los vicios que tenía el granjero. La revolución ha fracasado. La novela es una alegoría de la Revolución Rusa y su fracaso en la URSS. El comunismo soviético era tan cruel como el capitalismo, con una agravante: el cinismo de los líderes. En un determinado momento, para justificar los privilegios de los que gozan los cerdos-dirigentes, estos modifican el principio eje del comunismo en la granja: «Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros».

¿Más animales? Nicolás Maquiavelo, en El Príncipe, aconseja a los gobernantes cultivar tanto la astucia del zorro como la fuerza del león. El zorro es célebre por su habilidad para huir de las trampas de los cazadores y las fábulas suelen representarlo como la encarnación de la astucia y la doblez. El coraje y fuerza del león es también un lugar común entre los fabulistas (aunque, por lo visto, el león «no es como lo pintan»). El príncipe maquiavélico ha de combinar la inteligencia y fuerza para conservar el poder en medio de lobos, que tratarán de derrocarlo.

Si Maquiavelo es conocido por su realismo político, a Bernard Mandeville (1670-1733) se le conoce por su realismo económico. En La fábula de las abejas, Mandeville pinta una colmena próspera, donde reina la vanidad, el lujo, la ambición y el egoísmo. Cada una de las abejas busca únicamente su beneficio individual. Es tal el grado de corrupción de la colmena, que los dioses intervienen y «convierten» moralmente a sus habitantes. El milagro es contundente. De repente, hay un despertar moral colectivo y todas las abejitas se tornan virtuosas, honestas, sobrias y austeras. La consecuencia es inesperada; la economía se colapsa. Como todas las abejas son justas, ya no hacen falta abogadas; como nadie busca el lujo, se deja de comerciar seda y plata; como nadie quiere hacerse rico, la industria decae.

Mandeville propone una moraleja escandalosa: el bien social florece gracias a los vicios privados. La sociedad funciona porque sus miembros buscan egoístamente su propio interés.

Los monstruos… ¿Saben qué es el Leviatán? Se habla de esta criatura en la Biblia, especialmente en el libro de Job. Se le describe como una especie de invencible dragón del agua. Leviatán solo puede ser vencido por Dios y se ríe de los arcos y flechas de los hombres. Según los escrituristas, se trata de una hipérbole, una exageración, del cocodrilo que los judíos conocieron en el Nilo egipcio.

Siglos después, el filósofo Thomas Hobbes (1588-1679) retoma la imagen de monstruo para compararlo con el Estado. Leviatán simboliza la autoridad absoluta, necesaria para mantener el orden y oponerse al caos. En un estado de naturaleza, previo al contrato social, la humanidad es violenta. El ser humano «es lobo del propio hombre». Solo un Estado omnipotente puede controlar la violencia de los hombres. Si el Estado no fuese un Leviatán, la vida de los individuos sería «solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve».

La comparación entre animales y fenómenos políticos no se limita a la literatura. En la cultura popular, Pink Floyd nos legó Animals. Un álbum espectacular, crítico de la sociedad contemporánea y de los abusos del poder. En la canción Sheep, las ovejas representan a las masas obedientes y pasivas, manipuladas constantemente por los cerdos –los líderes corruptos– y por los perros –las fuerzas de seguridad y ejecutores del orden. Es curiosa la coincidencia con Orwell, donde los cerdos y los perros también juegan el mismo papel.

Los oprimidos se rebelan contra los perros y los cerdos, pero los libertadores se convierten, a su vez, en opresores. Ciclo maldito de las revoluciones.

Dejemos a un lado fábulas y pensemos en los símbolos. ¿Han notado cuántas aves están presentes en las banderas? En Guatemala está el quetzal; en Ecuador está el cóndor; en Dominicana, el loro; y el águila en la bandera de Egipto, Albania y, claro, México. Aquí el águila proviene de una leyenda que todos conocemos en su versión oficial. Los mexicas deberían fundar Tenochtitlán donde hallaran un águila devorando una serpiente sobre un nopal. Ojalá el águila se hubiese posado en tierra firme y no a la mitad de un lago. Los chilangos lo hubiéramos agradecido mucho; pero el fuerte de Huitzilopochtli no era la mecánica de suelos.

La bandera de Estados Unidos tiene rayas y estrellas, pero igual se sirven del águila calva para su escudo. Benjamín Franklin se opuso a esta elección argumentando que esta águila es un ave carroñera. Sin embargo, su apariencia majestuosa ganó la partida y hoy símbolo del país más poderoso del mundo. (Y, hay que decirlo también, lo de ave carroñera no le quedó tan mal).

Al otro lado del charco, en Francia, el símbolo de la selección de fútbol y emblema nacional es el gallo. Hay un juego de palabras en latín, pues galo y gallo se pronuncian igual. Pero no a todos les gustó eso de que el gallo fuese el símbolo de Francia. Napoleón optó por la poderosa águila imperial; al fin y al cabo, los gallos terminan en la mesa en forma de Coq au vin.

Yo pensaría que el elefante es un símbolo digno de un imperio. Es grande, fuerte y definitivamente imponente. Pero la historia le dio otra connotación en la política. ¿Han escuchado la expresión «elefante blanco»? Son obras de infraestructura que cuestan mucho y aportan poco.

Escuché que el origen de la expresión remite a Tailandia. Cuando los reyes del antiguo Siam querían castigar a un súbdito importante, le regalaban un elefante blanco, una rareza zoológica. Por tratarse de un regalo real, el súbdito no podía deshacerse de él. Al contrario, como todo mundo quería conocer al animal, el súbdito debía atender y dar de comer a todos los curiosos que querían ver al elefante blanco. El regalo era un castigo. No doy fe de esta explicación, pero me gusta. Los elefantes blancos son la amenaza de muchos gobiernos.

PEQUEÑO SALTAMONTES 

Los mexicanos consideramos una gravísima traición a la amistad cuando alguien «chapulinea». Que un amigo le tire los perros a la pareja de su amigo es visto como un chapulín que salta para moverse. En política, «chapulinear» significa algo análogo. Son los políticos que cambian de partido conforme les conviene a sus intereses particulares. En algunos lugares de Latinoamérica, los políticos chapulinean de partido en partido con el mayor descaro. Nos queda de consuelo que este cinismo también fue cultivado por un francés: Charles-Maurice de Talleyrand (1754-1838). El angelito ocupó cargos en el Antiguo Régimen, en la Revolución Francesa, en el Consulado, en el Imperio Napoleónico y en la Restauración Borbónica. Como reza el dicho atribuido a Groucho Marx: «Estos son mis principios y si no le gustan… tengo otros».

¿Por qué usamos tantas metáforas en la narrativa política? Las imágenes y las metáforas condensan ideas complejas. Tomamos los rasgos de un animal y los idealizamos o los caricaturizamos. Desde siempre, el discurso político tiene mucho de emotivo. Los símbolos y las metáforas son usados como herramienta para conectar con el público de una manera rápida. Somos racionales, pero también somos animales. Es lógico que nos identifiquemos con ellos. Y si ustedes fuesen políticos, ¿qué animal utilizarían para hacer su campaña electoral?  

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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