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Qué hacer en caso de… crisis

Al examinar el difícil panorama por el que atraviesan los negocios en México, he pensado en un ejemplo al que denomino El síndrome de la laguna que se seca. Cuando una laguna o una presa está rebosante tiene, de manera natural, un movimiento planeado o influido de su nivel de agua; seguramente presenta un paisaje agradable a la vista, con árboles a su orilla o prados que florecen gracias a la humedad que permite su crecimiento. Pero al bajar su nivel ¾ ya sea por una sequía prolongada o porque ha sido necesario extraerle agua¾ , empiezan a aparecer, aquí y allá, elementos desagradables: una pequeña lancha que se hundió y cuya madera se pudre en el agua; si la laguna es mexicana, sabemos con certeza que aparecerán latas de refresco o cerveza; tenis viejos; latas de yoghurt; lodazales y moho. El punto interesante es que todo lo que ahora nos desagrada siempre ha estado ahí… solo que no se veía.
Al rebosar de líquido, se percibía solo agua y paisaje. La visión no era completa e impedía ver las miserias, ineficiencias o problemas existentes. Y esto podemos trasladarlo al ámbito de la empresa.

El tiempo que dejamos pasar

Es lo que pasa hoy en nuestras estructuras. Poco antes de 1994 contábamos con una economía que parecía poseer todos los elementos para su desarrollo. Existían oportunidades reales de crecimiento y de negocio atractivas. Y como la economía se arreglaba con movimientos amortiguantes: apertura fronteriza y, al mismo tiempo, privatización bancaria; menos inflación y más inversión externa, etcétera, llegamos tranquilamente a 1994.
Ese año crítico, el agua bajó a una velocidad mucho mayor de la acostumbrada: el gobierno no tuvo ya un campo de maniobra para amortiguar de una manera tan eficaz como en años anteriores y fueron apareciendo, poco a poco, los leños podridos, los pantanos. Es decir, en las empresas comenzamos a percibir recursos mal utilizados, personal improductivo, procesos obsoletos, productos de mala calidad que el mercado resiente inmediatamente, compara, trata de sustituir por productos importados o simplemente detiene su consumo.
Los directivos se dan cuenta de que existen prácticas, horarios, actitudes que no son las mejores dentro de la empresa, pero que siempre estuvieron ahí; una de ellas, para mí preocupante, es la falta de espíritu de equipo y de integración de las diversas fuerzas que posee toda estructura empresarial. El agua baja tan rápido que pareciera que lo único que en este momento existe son todas las fallas o faltas que arrastra la empresa.
La reflexión que se desprende de mi laguna es no sorprendernos por lo que encontramos ya que, juiciosamente analizado, sabíamos que estaba ahí. Debemos sorprendernos, más bien, por el tiempo que hemos dejado pasar sin arreglar ni prestar atención a problemas serios que tienen que ver con la productividad de la empresa, la sencillez de las estructuras, la actividad de las personas, los procesos de trabajo, los horarios: todo aquello que no funcionaba bien. Esto significa una relación más eficiente entre el servicio del producto y las necesidades de un mercado cada día más exigente.
La miopía del director
Dentro de este caos, existe un aspecto que me parece crucial: la falta de visión directiva. El director es el responsable ¾ directo y primero¾ de llevar la empresa al futuro, de conducirla a un sitio mejor del que ahora conoce, maximizando el uso de todos los recursos a su alcance. Pero una de las capacidades que el director pierde más rápidamente en momentos de crisis, es la de ver hacia adelante.
Son tantas las demandas a corto plazo que requieren de su tiempo y atención (pago a los proveedores, eliminación del 10 ó 15% de su bolsa de trabajo, renegociación de la deuda con el banco, lograr precios competitivos en el mercado…), que descuida la planeación a largo plazo. Las preguntas típicas en estos momentos son: ¿cómo voy a planear con esta turbulencia?, ¿cómo pensar en el futuro si existe tanta incertidumbre? Lo aterrador es que se deja el futuro para un momento en que pueda planearse. Es como haber naufragado en un barco y salvarse en una balsita con dos remos, esforzándose únicamente por lograr pasar esta ola, sin pensar que, posiblemente, después de ella, se encuentre un arrecife contra el cual la balsa se estrellará.
Este ha sido el cáncer de la dirección en México: pensar que alguien nos resolverá el escenario y que es necesario un remanso de tranquilidad para planear. Debimos haber aprendido que esto no ocurrirá, por lo menos en el corto tiempo. Ni el gobierno ni las empresas extranjeras nos conducirán a ninguna laguna hermosa y tranquila. En este temporal, en esta incertidumbre, ante los problemas que presionan a la empresa, el director requiere desarrollar una visión total en dos planos: cómo mejorar para ser un buen líder y hacia dónde desea dirigir el negocio.
Muchos directores de empresas en diversos países han demostrado que, a pesar de todas las turbulencias, visualizaron un futuro de 4 ó 5 años para encaminar sus negocios. Puede hacerse.
Una mancuerna interesante: ingenio y necesidad
El tema de la visión del futuro es crucial en todo momento y, particularmente, en períodos difíciles. Al perder esta capacidad, los directores condenan a sus empresas, pues cuando las cosas se tranquilicen, vuelva la normalidad, el gobierno apunte un plan económico que permita orientar las decisiones, la inflación se vuelva controlable… cuando eso ocurra, quienes hayan orientado su empresa con anterioridad hacia el largo plazo, estarán en mejor posición que la nuestra. Ellos no esperaron; para nosotros será ya tarde.
Existen factores que se aprovechan en este momento pero que deben verse como coyunturales. Por eso se requiere visión a largo plazo. Si el director piensa que su empresa subsistirá todavía, y puede pensar en ella en un futuro de 5, 10 ó 15 años, es importante que sepa hacia dónde encaminarla, cómo amortiguar o minimizar los efectos de una política económica equivocada o insegura; redimensionar las expectativas de utilidad que se preveían…
Hoy día tenemos la oportunidad de una mano de obra barata; una planta industrial, en la mayoría de los casos, ociosa; mercados externos que buscan nuestros productos terminados o intermedios. El mexicano posee gran iniciativa y creatividad para generar soluciones a problemas que no siempre la tecnología o el dinero resuelven. La mancuerna de ingenio-necesidad permite la solución a problemas complejos.
Esta crisis puede generar un mecanismo de empleo interesante, nuevas maneras de contratar y ser contratado. Los empresarios deberán provocar, promover y proponer cambios importantes en la cultura de la empresa y en su relación con proveedores externos. En la actualidad no puede contratarse a una persona para que, en su casa, provea de piezas o ensamble productos, práctica frecuente en Corea, Taiwan, Hong Kong, Japón y China. En cambio, el esquema operativo en México es tremendamente complicado; de modificarse, muchos empleados que fueron despedidos, podrían ser proveedores autónomos, desde sus hogares, de una o varias empresas. Esto solucionaría muchos costos de operación internos que ahora se “comen” literalmente a los negocios.
Sacar las viejas virtudes del ropero
Es necesario hablar menos de crisis y más de oportunidades; es decir, referirnos más a los aspectos positivos que pueden extraerse de una crisis. Ya nos hemos deprimido lo suficiente. Es hora de propiciar un cambio. No es la primera crisis por la que atravesamos, probablemente sí sea la más grave que nos ha tocado vivir pero, ¿qué ganamos con calificarla? Vale la pena afirmar que es un período severo, causado por razones fácilmente conocibles que requiere soluciones creativas y audaces.
La postura tendría que ser: ¿qué puedo hacer en mi mundo empresarial, familiar, individual, para enfrentar con optimismo, agresividad, coraje y motivación estos momentos?
Si hemos perdido la empresa o el status económico y social al que estábamos acostumbrados, o es necesario modificarlo, es importante pensar que, si queremos, todo esto puede aportar ventajas. Tal vez es hora de sacar del ropero la sobriedad, fortaleza, humildad, manejar la alegría de una manera distinta, pues la estamos perdiendo. Aunque el mexicano es, generalmente, una persona alegre, hoy día es frecuente encontrarnos con caras de dolor. Deberíamos insistir en encontrar una actitud positiva, no insensata, no irreflexiva, sino propositiva. No es la única crisis, no será la última y no somos el único país con problemas graves.
Creo que existen dos alternativas a tomar. Primero, mi actitud frente a la crisis: ¿cómo la enfrento?, ¿veo lo positivo que puede aportarme? Y segundo, con las herramientas utilizadas por los líderes de opinión, líderes empresariales y padres de familia, puede hacerse una jerarquía de cuáles son las ideas o valores fundamentales que se han venido ignorado sistemáticamente y que nos colocaron en la actual posición de postramiento.
Dentro de este último esquema, es urgente reflexionar sobre lo que la corrupción ha realizado en todos los niveles de la sociedad. En cualquier empresa, institución particular o gubernamental, lo primero que enfrentamos son actitudes de corrupción al comprar, vender, firmar, conseguir…
Una crisis para agradecer
Un cambio que urge provocar, individual y socialmente, es ser respetuosos, solidarios y morales.
Ser respetuosos. En todas las actividades existe un orden. Ello facilita la convivencia social. Es de risa, pero hasta en las “colas” no falta el barbaján que “se cuela”: en el banco, en el tránsito, en el cine… Y, tristemente, es propio de nuestra cultura; es una manera de corromper lo que debe ser, de no respetar el tiempo y orden de los demás.
Ser solidarios. En este renglón destaca el increíble despido de personal por parte de las empresas. Lorenzo Servitje señalaba, en una reciente entrevista por televisión, que ninguna empresa que en este momento gane dinero, debería despedir a nadie. Es decir, una empresa que ha probado con esta situación tan adversa que sigue siendo productiva y rentable, debería proponer, con la misma creatividad con que ha llegado a este logro, qué hacer con su personal para no tener que echarlo a la calle.
Ser morales. Necesitamos convencernos que solo por la vía de la moralidad, haremos de nuestras empresas, negocios dignos, y de nuestras familias, familias honestas, y de México, un país ejemplar.
Urge un espíritu propositivo y alegre. Si se me permite añadirlo, afirmaré que hasta deberíamos agradecer la crisis, por la oportunidad maravillosa que nos ofrece para arreglar o modificar nuestros sistema social y familiar. Ciertamente, mientras mayor es el nivel material, pareciera que los valores importantes se van perdiendo. La vida de éxito conduce a más ocupaciones, a un horario de trabajo más extenso; no solo en el caso del padre, sucede lo mismo con todos los miembros de la familia. Esto orienta a la familia a buscar en mayor medida el aspecto material como elemento vertebrador: más bienes, mejores casas, ropa, paseos… Desde un punto de vista estrictamente humano, es deseable que la gente aspire a esos satisfactores de manera creciente, pero el rumbo se equivoca cuando para cumplir con ellos, la familia o la sociedad se apartan de valores fundamentales: cohesión, convivencia, respeto e interés de unos por otros, el vivir con lo que es realmente necesario sin caer en excesos consumistas.
Me atrevo a afirmar que esta crisis hay que agradecerla porque, quien más, quien menos, estábamos envueltos en un ritmo verdaderamente exagerado. Existen varios estudios de cómo vive la gente de muy alto nivel socioeconómico en México, en comparación con ese mismo grupo en Alemania. Y la conclusión es clara: los mexicanos gastan mucho más y llegan al despilfarro.
La crisis es una magnífica oportunidad para retornar al equilibrio.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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