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Lo latino marcha en Hollywood

El cine latino ha existido siempre en Estados Unidos, pero reducido a producciones de escaso presupuesto que sólo llegaban a círculos muy cerrados. Por otro lado la industria de Hollywood, mayoritariamente anglo, ha presentado con demasiada frecuencia a los latinos como los malos de sus películas, fomentando así el estereotipo de identificar lo latino con las bandas callejeras, tráfico de drogas y abuso de la asistencia social.
Poco a poco se han suavizado estos reduccionismos, sobre todo desde que Hollywood se dio cuenta de la creciente presencia de la comunidad latina en la sociedad norteamericana y, por tanto, en las colas de los cines. Una presencia favorecida por su elevada natalidad y el alto porcentaje de inmigrantes centroamericanos, que han creado un mercado potencial: más de treinta millones de espectadores.

TÍMIDOS COMIENZOS

En 1987 surgieron películas de entidad con argumentos centrados en la comunidad latino-norteamericana. Destacaron dos títulos: Un lugar llamado Milagro, de Robert Redford, sobre un pueblo mexican-american de California, y La Bamba, de Luis Valdéz, intensa biografía del cantante chicano Ritchie Valens.
Ese mismo año, Gregory Nava, nacido en San Diego en el seno de una familia de mexicanos de origen vasco, rodó su primer película de alto presupuesto: La fuerza del destino, un notable melodrama sobre las dificultades de una familia vasca emigrada a Estados Unidos. El film fracasó en taquilla pero confirmó a la crítica la calidad que Nava ya había mostrado en El Norte (1984), una cinta de bajo presupuesto sobre la odisea de dos refugiados guatemaltecos, que fue candidata al Oscar al mejor guión y ganó el Gran Premio del Festival de Montreal.
Los años siguientes fueron de mantenimiento: Gringo viejo, de Luis Puenzo; Los reyes del mambo tocan canciones de amor, de Arme Gilmcher; Jugando en los campos del Señor, de Héctor Babenco; Bajo otra bandera, de Bruno Bareto y, sobre todo, American Me (1991), un crudo retrato de las mafias chicanas de Los Ángeles con la que debutó como director Edward James Olmos. Este actor chicano se había hecho popular en esos años como consecuencia de su candidatura al Oscar al mejor actor por su trabajo en Stand and Deliver (1988), y por su papel del teniente Castillo en la serie Corrupción en Miami. También se haría famoso por esas fechas otro gran actor chicano, Jimmy Smith, con su caracterización del abogado Víctor Cifuentes en la serie La ley de Los Ángeles. La enorme difusión de estas dos producciones televisivas supuso un nuevo espaldarazo a la consolidación del cine latino en la industria de Hollywood.

ÉXITO COMERCIAL

Se llega así a 1992, año en que se alcanza el punto de inflexión: el éxito sorprendente de El mariachi, singular y baratísimo thriller de acción rodado por el chicano de Texas, Robert Rodríguez. Comprado y distribuido por Columbia TriStar, obtuvo un rotundo éxito comercial, que coincidió, además, con el estreno de Como agua para chocolate, del mexicano Alfonso Arau, que acabaría convirtiéndose en la película extranjera de producción independiente más taquillera de la historia en Estados Unidos.
Estos éxitos se vieron reforzados por la creciente popularidad de un buen número de actores latinos -Raúl Julia, Andy García, Rosie Pérez, Antonio Banderas…- y por el interés que despertaron dos películas de escritores chicanos: Atrapado por su pasado, de Brian de Palma, basada en las obras de Edwin Torres; y Sin miedo a la vida, de Peter Weir, adaptación de la novela de Rafael Yglesias, que también escribió el guión.
En la actualidad toda esta corriente parece alcanzar una entidad distintiva, similar a la que logró el cine afroamericano de la mano de cineastas como Spike Lee, John Singlenton, Steven Andersen o Boaz Yakin.

EXUBERANCIA VISUAL Y REALISMO MÁGICO

El cine latino se distingue a nivel artístico por su vitalidad narrativa y colorismo, además por una peculiar mezcla lingüística de inglés y español, y por el papel de la música como elemento de identidad cultural. Herederos de una ecléctica tradición, estos directores suelen dar a sus películas una exuberante resolución visual, que aúna el homenaje al rico folclore tradicional de sus pueblos de origen con una singular fascinación por la tierra. Esto otorga a las ceremonias -bodas, entierros, fiestas…- y a los entornos naturales -también a los urbanos- una gran importancia dramática. Es el caso de la fiesta de la vendimia y del viñedo familiar en Un paseo por las nubes, y de la boda y la huerta en Mi familia.
Estos elementos naturalistas suelen estar envueltos por una singular atmósfera de misterio, que tiene su origen en toda la corriente literaria latinoamericana del realismo mágico. Y confirmarían, además, ese predominio de los sentimientos frente a la racionalidad que, según Alfonso Arau, distingue la cultura latina de la anglosajona.

FAMILIA: MODELO VITAL

En cualquier caso, ese predominio no significa que estas películas sean más superficiales en sus tratamientos de fondo. En este sentido, son muy significativas las aportaciones de este cine a uno de los grandes temas fílmicos contemporáneos: la familia. Frente al retrato conflictivo y desorientado de muchas películas anglos, los films latinos conceden gran valor a la unidad familiar tradicional -con frecuencia, en familias numerosas- y a la comprensión entre padres e hijos como factor decisivo de estabilidad personal e integración social.
De hecho, la familia es el tema central de casi todas las películas antes citadas, “La familia como fuerza de vida, está presente en el corazón de los latinos, en su propia cultura y en cada una de sus experiencias”, señalaba Gregory Nava en San Sebastián. Además, este cine suele plantear a la familia con un enfoque bastante universal, a pesar de su aparente localismo. El propio Nava reconocía su asombro cuando un director chino le manifestó durante el festival que Mi familia reflejaba perfectamente a la familia china.

VISIÓN CATÓLICA

Sin duda, en esta atractiva visión de las relaciones familiares influye la mayor profundidad moral que muestran en sus films los directores latinos. Casi todos ellos parten, con matices, de un modelo ético muy alejado del relativismo de cierta cultura aglosajona. Esto explicaría también su acendrada sensibilidad social  -con una fuerte carga crítica contra las insolidaridades del sistema USA- y su sugerente visión del trabajo, en las antípodas de la moral materialista del triunfo a cualquier precio.
Esta solidez moral hay que atribuirla en buena medida al importante papel de la religión católica en la cultura hispanoamericana. Ciertamente, el catolicismo de los personajes se mezcla a menudo con supersticiones, pero es decisivo en sus motivaciones y, desde luego, se presenta de un modo mucho más sugestivo que en las películas anglos. Incluso en Desesperado -el film latino menos interesante de estos últimos años- , Robert Rodríguez muestra con simpatía a un sacerdote ofreciéndose a confesar al asesino protagonista. Es la misma amabilidad con que Alfonso Arau presenta a un sacerdote bendiciendo la cosecha de uva en Un paseo por las nubes, o con que Gregory Nava refleja en Mi familia las firmes convicciones católicas de la madre y la conflictiva historia de la hija que se hace monja.

VIEJOS NUEVOS VALORES

De todos modos, lo anterior no significa que estas cintas estén exentas de ese permisivismo moral ¾ sobre todo en materia sexual¾ que caracteriza cierto cine norteamericano actual. Precisamente el vitalismo antes citado provoca en algunas películas latinas un tratamiento desmesurado y excesivamente explícito del sexo y la violencia. A veces se plantea como denuncia de la dura situación social que padece la comunidad latina en Estados Unidos, como en American Me; pero, con frecuencia, responde a una burda concesión a la galería, como sucede en Desesperado. Incluso, este defecto viene provocado en ocasiones por un cierto temor a que los tratamientos de fondo de la película resulten demasiado blandos y positivos para el supuestamente endurecido público actual. Pienso que es lo que pasa en la cinta Mi familia.
En cualquier caso, no hay que olvidar que la mayoría de los directores latinos son hijos del desconcierto ético de su tiempo, lo que en muchos de ellos -como en el caso de Alfonso Arau- , se ha concretado en una cierta tendencia anarquista. Pero es un anarquismo amable, sin demasiados prejuicios ideológicos, abierto al afán de recuperación de los viejos nuevos valores que se detectan cada vez más en la sociedad norteamericana; unos nuevos valores a los que estos cineastas, por su tradición cultural y religiosa, aportan enfoques interesantes. Seguramente, como afirmó en San Sebastián, Gregory Nava, “en el futuro habrá en Estados Unidos una nueva cultura, bilingüe, que mezclará lo latino y lo anglosajón”.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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