En una ocasión se le preguntó a un político latinoamericano: ¿Qué es para usted la moral?. Contestó: Moral es el árbol que da moras. Hasta aquí el alarde de republicanismo bananero.
Con todo, la ausencia de ética no es un privilegio ni de los políticos latinoamericanos, ni de los yuppies de Wall Street. La historia guarda memorables hechos. El príncipe Alberto, consorte de la reina Victoria, agonizaba en el Palacio de Bukingham. Un astuto comerciante londinés sobornó a un paje de palacio para que nada más morir el príncipe, lo supiera él. El paje le avisó antes de que la noticia se hiciera pública. El comerciante rápidamente compró todas las existencias de tafetán negro en Londres y sus alrededores. Cuando los funcionarios de palacio quisieron comprar tafetán para elaborar los adornos luctuosos, se encontraron con que el comerciante había monopolizado el tafetán y lo vendía tres veces más caro.
Los Rotschild tampoco escapan inmaculados. Se cuenta que el origen de la fabulosa fortuna de estos financieros tuvo un origen peculiar. El imperio de Bonaparte agonizaba y la economía inglesa dependía, en buena medida, de la derrota del Corso. Wellington luchaba contra Napoleón en Waterloo. El resultado de la batalla era decisivo para la Bolsa inglesa. Una derrota inglesa implicaría una caída en la Bolsa de Londres. Rotschild envió mensajeros privados al campo de suerte para que, nada más decidirse la batalla, él tuviera noticia. Para Rotschild, saber el resultado antes que los demás, incluida la corona, era crucial. El mensajero avisó inmediatamente a Rotschild que Napoleón había perdido. El astuto financiero acudió prontamente a la Bolsa y vendió documentos con frenesí. Los demás, al percatarse de que había recibido noticias frescas de la batalla y al verlo vender barato y rápidamente, supusieron -a ello los inducía Rotschild- que sabía que Wellington había perdido. Todos vendieron y la Bolsa se desplomó. Cuando los precios tocaban fondo y poco antes de que el mensajero oficial llegase con la nueva, Rotschild compró todo. Al hacerse oficial el triunfo inglés, la Bolsa se recuperó. Los Rotschild se convirtieron en una de las familias más opulentas del mundo hasta el día de hoy.
Hoy por hoy, las comunicaciones son mejores. No obstante, el mercado dista de ser transparente, limpio de trampas y especulaciones. Los hombres “de a pie” -la infantería de la sociedad- reclaman una actitud ética en los dos grandes espacios tecnoestructurales: el mercado y el Estado. Los empresarios también se están uniendo a este clamor. Los consultores, las escuelas de negocios y algunos intelectuales -más bien pocos- se han atrevido a hablar de ética en la empresa, de ética de los negocios, o para decirlo con terminología “técnica”, de Business Ethics. La literatura es abundante. Aunque, mirando atentamente, se percibe una falta de solidez en muchos planteamientos de la Business Ethics. El sincretismo y el irenismo (una especie de concertacesión) rondan la ética de los negocios. Se han publicado libros de ética de los negocios, donde las palabras mal, bien o vicio y virtud aparecen tímida y escasamente. En su lugar se habla de palabras como excelencia, cultura corporativa, realización. Tal fraseología no pocas veces esconde la ausencia de una estructura firme y compacta, cuando no un vergonzante escepticismo ético. En definitiva -quemo mis cartuchos- o la ética de los negocios se construye a partir de un concepto filosófico del hombre, o queda reducida a un “rollo” más o menos cursi y filantrópico, si no es que se convierte en un instrumento de manipulación utilitarista.
Siendo como soy un admirador de Aristóteles, me tomo la libertad de señalar 12 mitos que giran alrededor de la ética de los negocios. No niego mi enfoque aristotélico; en mi opinión, el viejo Aristóteles algo puede aportar a esta sociedad donde “el dinero no duerme”. Es más, creo que si Aristóteles hubiera nacido en nuestra época, Peter Drucker se hubiera quedado sin trabajo.
1. EL MITO DE LA DOBLE MORAL
Existe una tajante división entre lo privado y lo público. Falso. Ciertamente existen asuntos que son privados y asuntos que son públicos. Mi afición por el América o el Guadalajara carece de relevancia pública. No es de incumbencia pública. También es irrelevante desde el punto de vista público mi preferencia por el martini seco y por los caracoles a la bordalesa. Sin embargo, si mi preferencia por el martini me lleva a conducir en estado de ebriedad, y mi afición al Guadalajara me lleva a romper el rostro de cuanto “americanista” me encuentro al paso, mis gustos privados tienen una dimensión pública.
El actor de la vida social es un hombre real, con creencias, convicciones, cualidades y hábitos de comportamiento. Es absurdo suponer que las convicciones y cualidades éticas son algo que pueda ponerse y quitarse como quien se anuda la corbata para entrar a una junta y se la quita para asolearse en la playa. Las convicciones y cualidades éticas tienen necesariamente un influjo en la vida pública. Las cualidades éticas inhieren directamente en la persona: la transforman auténticamente. No puede despojarse de ellas. En consecuencia, la ética empresarial está cimentada en la ética de cada uno de los individuos que la integran. La vida privada de los obreros, empleados, directivos y accionistas incide directamente en la ética de la corporación. Esta incidencia es mayor en la medida que se posee mayor poder de decisión.
En consecuencia, el liberalismo (de quien ahora reniegan tantos), no es un marco adecuado para hablar de la ética de los negocios. La doble moral es una esquizofrenia antropológica: Dr. Jekyll y Mr. Hyde. El dogma liberal de la autonomía de lo privado (privacy) no es verdadero. En el mundo real, lo privado y lo público se entremezclan, pues el actor de la vida social es uno. El sujeto porta a donde va -ya sea al despacho, ya sea a la casa- sus cualidades personales. Nadie se puede despojar de sus hábitos, positivos o negativos, al momento de administrar fondos, y retomarlos en la reunión con los amigos. El liberalismo es miope. No ve las continuas intersecciones entre la esfera pública y la esfera privada. Intersecciones, insistimos, que tienen su raíz en la unidad de la persona. La naturaleza humana es la misma en la mesa de negociaciones y en la intimidad del hogar.
2. EL MITO DEL “BÁJALE A TU ROLLO”
La ética de los negocios no requiere de fundamentos teóricos. Falso. La ética asume una visión del hombre y una visión de la vida. La ética de los negocios se inserta -lo quiera o no el consejo de administración- en una determinada tradición antropológica. Los códigos de deber y de valores sin un fundamento antropológico devienen un manual de “buenas maneras”. Exigir el cumplimiento del deber en condiciones adversas requiere de algo más que el dictado del Chairman. Exigir al director jurídico que envíe los asuntos al notario mejor cualificado y no al notario que le ofrece regalos, requiere algo más que un memorándum de la dirección general. El director jurídico debe admitir una tradición que reconozca que el dinero no es el único regulador del comportamiento profesional, lo que supone, entre otras cosas, una concepción de la felicidad humana no reducida a la acumulación de bienes.
La ética, llámese ética de los negocios o ética profesional, está insertada en una tradición. No existe una ética “aséptica”. Consolidar una ética implica consolidar una visión del ser humano y del mundo. No hay ética sin una teoría de felicidad humana. Hablar de ética de los negocios sin hablar de “vicios” y “virtudes”, de “bien” y “mal”, y de “finalidades últimas” es tan absurdo como hablar de música sin hablar de sonidos, o hablar de comida sin hablar de sabores. Quienes se dedican a la ética de los negocios -y también sus destinatarios- deben definir una postura clara sobre el hombre y su finalidad. Mientras no se tome postura -en aras de la tolerancia y del pluralismo- la ética de los negocios será una tenue capa de buenas intenciones, inconexas con el sistema de producción y con el sistema de creencias.
3. EL MITO DEL SABER MISTERIOSO
La ética de los negocios no se puede enseñar. El mito de la intransferibilidad de la ética arranca de un malentendido: suponer que la ética es una habilidad sin respaldo teórico. La ética de los negocios, como cualquier aplicación de la ética, no es un conocimiento teórico, es un conocimiento práctico. Existe una diferencia radical entre saber historia del derecho y saber marketing. Sabe marketing quien vende, no quien conoce las teorías actuales del marketing. Sabe tocar piano quien es capaz de tocar “Claro de Luna”, no quien sabe cuál tecla es Re y cual Do. De manera semejante, sabe ética, no quien conoce el significado de la palabra justicia, sino quien reparte las utilidades con justicia.
Los saberes prácticos -es el caso de la ética- se adquieren ejercitándose. Nadie aprende a tocar piano sin practicar, pero tampoco basta la práctica aislada para ser un pianista profesional. Hace falta el consejo y ayuda de un buen concertista. De manera similar, no se aprende ética sin práctica, pero una ética sólida requiere de la orientación de otro hombre. Por ejemplo, algunos profesores de la Escuela de Negocios de Harvard hablan de la conveniencia de que el profesor sea a la vez un mentor. Los influjos externos (profesores, directivos, guidelines) tienen un valor en la adquisición de habilidades éticas. Sin esos influjos, por ejemplo, es difícil adquirir los conocimientos teóricos (concepto del hombre y visión del mundo) presupuestos en las acciones éticamente acertadas. El ejemplo y la experiencia de los otros, así como el sistema de valores corporativamente aceptados, son decisivos en la adquisición de habilidades éticas. Para decirlo de una manera más radical, tanto los vicios como las virtudes se contagian.
4. EL MITO DEL PRONTUARIO
La ética es un conjunto de reglas. Cayó en mis manos un libro de moral del siglo XVIII. El autor hace gala de sus conocimientos de casuística. Por ejemplo, cuando un verdugo ejecuta a varios hombres con una misma operación, ¿debe cobrar por cabeza o por la ejecución global?, o cuando un arriero recibe un cargamento, ¿qué tanto es lícito alejarse de la ruta más corta? Tengo la impresión de que más de un directivo espera que un libro de ética de negocios sea una especie de recetario para solucionar todos los casos habidos y por haber, una especie de prontuario. Hace unos días acudió a mi despacho un abogado para consultarme a qué tasa de interés comenzaba la usura. Sobra decir que salió decepcionado de mi oficina cuando le expliqué que no cabía una respuesta matemática.
La ética no es exclusivamente un conjunto de reglas. No es solamente un código de conducta. Es, también, un conjunto de habilidades que me permiten identificar lo correcto aquí y ahora, y obrar en consecuencia. Los hombres de negocios reclaman de los filósofos, libros de ética donde se resuelvan todos los casos posibles, en definitiva, añoran los libros de casuística.
Sin embargo, lo fundamental en la ética es la posesión de habilidades (los griegos las llamaron virtudes) que me disponen a obrar habitualmente con corrección en cada una de las diversas circunstancias de la vida. Por ello, los cursos de inducción a la ética, los análisis de casos éticos, los estudios de códigos de comportamiento, tienen un valor limitado. Lo esencial es la consecución de habilidades éticas en los miembros de la corporación. Si los miembros de la organización no poseen un mínimo de hábitos éticos, la ética de la empresa está sostenida por alfileres.
5. EL MITO DE LA INGENIERÍA ÉTICA
La ética de los negocios es un saber técnico. La ética no es una habilidad técnica. Las habilidades técnicas -lo mismo las finanzas que la carpintería- se caracterizan por transformar el mundo exterior. El médico cura enfermos, el ingeniero programa líneas de producción, el tornero elabora engranes, el analista calcula riesgos. En todas estas ocupaciones, el objeto transformado es el mundo externo. Por el contrario, en la ética, el objeto que se transforma es el sujeto. Las habilidades éticas transforman, ante todo, al sujeto que las ejercita. El hombre austero se perfecciona a sí mismo con su austeridad y el hombre justo se perfecciona a sí mismo con su justicia. En este sentido, la ética no redunda inmediatamente en la empresa; sí redunda inmediatamente, en cambio, en los hombres de la empresa. Los hábitos éticos modifican la empresa indirectamente, pero única y exclusivamente en la medida que los individuos se han autotransformado.
6. EL MITO DEL BUEN LADRÁON
Las cualidades éticas -hábitos- se pueden poseer aisladamente. Falso: los hábitos éticos (positivos o negativos) forman un entramado indisoluble. Una cualidad ética reclama las otras. El carácter ético es una trama de virtudes. Cada cualidad ética da sostén y consistencia a las otras. Así como a un tejido lo componen hilos entrelazados, el carácter ético está compuesto de virtudes amalgamadas. La justicia requiere de la fortaleza, y la prudencia de la templanza. Para ser justo con los proveedores y no “jinetear” los pagos, no basta la justicia; hace falta fortaleza y austeridad para resistir la tentación de comprar un automóvil con los productos financieros de los “jineteos”. Para ser prudente (saber qué es correcto aquí y ahora) hace falta ser sobrio y templado, pues un directivo irascible y alcohólico, difícilmente tendrá la cabeza despejada para decidir con prudencia si debe despedir a los mayores de 50 años en tiempos de crisis.
7. EL MITO DEL LEGALISMO
La ética equivale al derecho. Falso por inexacto. No basta cumplir las leyes positivas (constitución, códigos, reglamentos) para ser ético. La ética va más allá de lo escrito y de los hechos visibles. Las cualidades éticas engloban las intenciones, los deseos y los pensamientos. Una empresa de comunicaciones puede mantener una fundación cultural editorial para deducir impuestos, para fomentar la cultura, para repartir indirectamente la riqueza, para lograr una buena imagen ante el público o, sencillamente, para sobornar a los intelectuales. El hecho -mantener una fundación editorial- es jurídicamente lícito, pero la finalidad permea la operación y puede llegar a ser éticamente incorrecta.
El derecho no regula sino lo mínimo indispensable para mantener la armonía en convivencia social. La ética va mucho más allá: la ética es el modo de desarrollar positivamente la propia personalidad, y por ende, la de los hombres circundantes.
8. EL MITO DE LA EFICACIA DE LA KGB
Los controles excesivos generan actitudes éticas. Los controles excesivos de suyo generan burocracia, a mediano plazo asfixian la iniciativa de los empleados, y a la larga propician la corrupción. La desconfianza genera desconfianza. Institucionalizar la desconfianza no produce actitudes éticas. Hace unos días respondía un político latinoamericano a la pregunta del entrevistador: ¿Cómo va a luchar el gobierno contra la corrupción? “Reduciremos la discrecionalidad de los funcionarios y aumentaremos los controles del sistema”. Craso error. Controlar no es dirigir. La honradez no se alcanza quitando poder y autoridad. Un funcionario sin más poder que el de poner un sello, puede ser un hombre corrupto, y un funcionario con amplio poder de decisión puede ser un hombre honrado.
9. EL MITO DEL MITOTE (ORGANIGRAMA)
La ética es un problema de organización. Ambiguo. El entorno político, social, económico y cultural influye decisivamente en los valores corporativamente aceptados por la empresa. Los valores corporativos influyen, a su vez, en los miembros de la organización. Sin embargo, hay una fractura entre organización e individuo. El individuo vive en la organización, pero conserva siempre un margen de autonomía. El individuo no es un mero agente del sistema, no funciona única y exclusivamente por las fuerza del sistema. En consecuencia, no basta una transformación del sistema para transformar al individuo. El individuo debe querer transformarse y asumir los valores del sistema, libre y conscientemente. Como lo hicieron notar Bartlett y Ghoshal, la reestructuración de las organizaciones requiere de una previa estructuración mental. La ética de la empresa no se logra cambiando únicamente los aspectos duros de la organización, es menester un cambio en los agentes de la organización.
10. EL MITO DEL BUEN NEGOCIANTE
La ética en los negocios es un valor agregado. La ética no es un “bien” que se agrega al producto. No es una cereza que se agrega a un pastel. Carece de sentido vender agua mineral “con ética” y agua mineral “sin ética”, como si se tratara de “gas” o “cafeína”. La ética no puede contabilizarse ni medirse. Los contadores no podrán asentar en sus libros los ingresos obtenidos por ventas de productos “con ética”. La ética se encuentra presente a lo largo de todo el proceso de producción. La ética es un modo de vida, y se manifiesta tanto en el mundo laboral como en la esfera familiar.
11. EL MITO PURITANO
No deben premiarse las actitudes éticas. Falso, por puritano. El empleado no debe ser ético por el premio (“¿qué tal si un día no me dan premio?”), pero la institución debe facilitar los comportamientos éticos. No basta castigar al cajero que roba, hay que premiar a los cajeros que no estafan. La mejor manera de premiar -no le demos más vueltas- es el sueldo justo y el ambiente de trabajo satisfactorio. Las cualidades éticas no son algo que puedan comprarse. Sería absurdo poner un anuncio que dijera: “Se solicita contralor honrado. Se ofrece excelente sueldo. Contadores pillos, no presentarse”. Sin embargo, los incentivos -incentivo no equivale sólo a remuneración económica- facilitan la ejecución de actos virtuosos. El director de empresa debe hacer que la práctica de las virtudes sea algo atractivo en su empresa.
12. EL MITO DEL PÍPILA
La ética consiste en un conjunto de prohibiciones. Puede compararse la ética con el instructivo de funcionamiento de un auto. Cuando se compra un coche nuevo, el vendedor nos entrega un manual con indicaciones para su buen uso. Se nos indica, por ejemplo, que no debemos correrlo a más de 80 km/hr durante los primeros 1,000 kilómetros. Se trata, evidentemente, de una prohibición. El dueño puede molestarse con el vendedor y decirle: “A mí nadie me dice qué debo hacer con mis cosas, yo hago con mi coche lo que quiero”. Pero en tal caso, el auto se estropeará en poco tiempo.
La ética -y por tanto la ética de los negocios- es una guideline para el óptimo uso de la naturaleza humana. Sólo comportándonos éticamente podremos explotar todas las capacidades de la naturaleza humana. Equivocadamente se piensa que el comportamiento irracional, es decir el compartamiento no-ético, realiza al ser humano. Falso. La ética no es una lápida que aplasta la personalidad, como la piedra que cargaba el mexicanísimo Pípila. La ética es una plataforma para desarrollar la personalidad, es un trampolín para un desarrollo pleno.
Suele identificarse la ética con los códigos prohibitivos. Ésta es una vision reductiva y patológica de la ética. Ciertamente, los códigos éticos prohiben algunos comportamientos -por anti-naturales- pero al lado de esas prohibiciones, la ética promueve una multitud de comportamientos positivos. Por ello algunos autores, como Alasdair McIntyre, prefieren hablar de ética de virtudes, más que de ética de reglas. En ética de los negocios se nos puede prohibir dar cierto tipo de regalos, pero junto a esa prohibición existe una dimensión positiva: sé justo. Y la justicia se puede vivir de muchas maneras: vendiendo automóviles, cobrando por reciclar basura, fabricando insecticidas, elaborando softwares, capacitando secretarias… Las virtudes son un abanico inabarcable de posibilidades. Para los griegos, la ética era el arte de lograr la felicidad de acuerdo a la propia naturaleza, y la naturaleza humana es multiforme.
COLOFÓN
La ética no es algo que se añade a la empresa para incrementar utilidades. La ética es una dimensión natural del hombre, como lo es su corporeidad. Sin duda, vivir éticamente exige esfuerzo, comportarse habitualmente al margen de la ética lo exige también. Además, si “guardar la línea” exige privaciones (dietas, horas de gimnasio, etcétera), no debe extrañarnos que el desarrollo de los “músculos” éticos exija privaciones.
En todo caso, debe escaparse a la tentación de legitimar la ética porque es útil, porque ahorra dinero. La ética se legitima porque es natural, porque es humana y nada más. La ética se legitima porque es el camino por donde el hombre se realiza como ser racional y solidario. Mientras la empresa no asuma este principio, me temo que la ética seguirá siendo “una extraña entre nosotros” (como el título de una película).