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Héroes: por aquí pueden pasar…

Los productos culturales reflejan y modifican la sociedad en la que nacen. En ocasiones buscan expresamente transformarla en la dirección que prefieren las instancias que los producen (medios de comunicación, artistas, multinacionales, etcétera), bien porque suponen que es la mejor, o bien porque, sencillamente, les gusta. Las películas que se filman y exhiben también nacen con ese fin; muestran la sociedad en la que nacen y, al hacerlo, la cambian, orientan o confirman en su modo de hacer las cosas.

TELE-PARÁBOLAS

Cuando en Robocop I vemos una mujer-policía mucho más capaz que los hombres-policía, o cuando en Peligro inminente nos presentan una mujer-capitán de barco o a un superintendente negro como jefe de la CIA, todos sabemos que aunque esas situaciones se dan, son todavía poco frecuentes. Pero el cine tiene buen cuidado de mostrarlas como normales porque, aunque no reflejen la realidad tal como es, se supone que son deseables. Y, de este modo, el cine favorece programas sociales norteamericanos como los de discriminación positiva o la igualdad en el empleo, cuyo objetivo es una plena integración social y laboral de la mujer y de las minorías raciales.
Dicho de otro modo, las películas no sólo reflejan los modos de vida, sino que, cuando los describen y los presentan como imitables o rechazables, tienen también una función didáctica y modeladora de las costumbres. Aunque las influencias de las distintas instancias que pueden intervenir en la educación de un niño o en la conformación de la mente de un adulto pueden contrarrestarse o potenciarse unas y otras, el cine tiene en la actualidad un peso definitivo. No faltan quienes opinan que es el factor más importante en la educación sentimental de las últimas generaciones.
No siempre es necesaria una intención didáctica explícita: muchas veces, los productores y guionistas no tienen más que dejarse llevar por lo que tienen dentro para promover aquello en lo que creen o piensan que creen. Pero sí hay películas realizadas con una determinada función concientizadora. Si durante la segunda guerra mundial abundó el cine de propaganda bélica, hoy son múltiples las películas de diseño con diferentes objetivos: sensibilizarnos con la protección de las orcas (Liberen a Willy), explicarnos el SIDA y orientar nuestra conducta hacia los que padecen esta enfermedad (Filadelfia), informarnos sobre el estatus de la mujer (Rápida y mortal), mostrarnos lo útil y divertido que puede ser una mascota en casa (Beethoven)… Si los antiguos conocían que las enseñanzas se grababan más fácilmente mediante parábolas, los modernos han descubierto la eficacia de lo que Douglas Coupland define en su novela Generación X como “tele-parábolas”: enseñanzas morales utilizadas en la vida cotidiana que se derivan de las películas o series televisivas.

SI BOGART RESUCITARA…

Si toda una sociedad es mimética, la nuestra lo es hasta extremos nunca antes alcanzados. Y el cine es uno de los factores más importantes de esta realidad. Nunca como ahora, tantos niños han jugado con dinosaurios o leoncitos a la vez, o se han vestido con camisetas de Batman anteayer, o de los Picapiedra ayer.
El cine norteamericano es, antes que un arte, una industria, e intenta, por tanto, defender sus intereses económicos con una demoledora lógica interna: una película de consumo masivo ha de estar muy bien hecha; hacer las cosas muy bien cuesta dinero; para conseguir ese dinero a menudo es necesario recurrir a las grandes multinacionales que, a cambio, piden contrapartidas comerciales en las películas; para recuperar el dinero invertido y obtener beneficios, es necesario también aplicar unos criterios comerciales globales, tener satisfecha a la clientela y, para asegurar la propia pervivencia, ir creando consumidores potenciales.
Pero los criterios comerciales son también culturales: para lograr la aceptación del público más amplio posible -y, previamente, de los medios que lo predisponen- , la clave está en no herir presuntas sensibilidades… Por tanto, esas películas tienen que responder a criterios establecidos. Y si en un momento determinado (quienes pueden opinan que) hay que defender la naturaleza, defendamos la naturaleza; si opinan que fumar es malo, prediquémoslo aunque Humphrey Bogart amenace con levantarse de su tumba; si opinan que es necesario promover el uso del preservativo entre los jóvenes, porque el SIDA nos y les amenaza, hagámoslo por ellos, nuestros jóvenes, tan indefensos e imprudentes…
El cine es una industria dedicada al entretenimiento y al espectáculo, que puede resultar más o menos artístico, más o menos inteligente. Es, por tanto, cauce óptimo para una transmisión sutil y muy eficaz de ideas, valores, modelos. El signo del resultado dependerá de la categoría profesional y de la calidad moral de las personas que trabajan en la confección de una película. Ambas cosas son importantes y, desde cierto punto de vista, distintas: “El talento no tiene nada que ver con ser una buena persona”, decía con sensatez Marlon Brando, que parece dominar la cuestión. Sin ánimo (ni posibilidad) de hacer un estudio exhaustivo, queremos apuntar ahora algunos rasgos de los personajes que protagonizan un mayor número de películas y fijar nuestra atención en la metamorfosis que han sufrido, desde el cine de antes hasta el de ahora.

HÉROES INJUSTOS E INFIELES

El tradicional cine de aventuras y acción, potenciado por los efectos especiales y la evolución de las técnicas visuales, se ha convertido en un género de ritmo enloquecido y perfección técnica deslumbrante, de bandas sonoras insistentes y diálogos aceleradísimos. En los nuevos escenarios, los héroes continúan moviéndose por o con un cierto afán de justicia, pero los de hoy no suelen plantearse conflictos interiores a la hora de recurrir a medios poco nobles. La pregunta es si la complacencia del público con sus métodos discutibles es anterior a ellos o está inducida por ellos. Y la respuesta más probable es que las dos posturas son ciertas, pero cuánto cambiarían las cosas si los héroes de las nuevas aventuras cumplieran su misión al menos como sus antecesores.
En el cine más clásico ya se presenta un dilema: a veces parece que, para construir una sociedad justa, se precisan hombres que no respeten la justicia. Lo ejemplifica el personaje interpretado por John Wayne en Centauros del desierto. Ahora bien, lo que en manos de John Ford es una reflexión seria (quizá tampoco tanto como sus incondicionales defienden), se suele convertir en una trivialización espantosa cuando cae en manos de Stallone, Schwarzenegger, Chuck Norris, Steven Seagal, Van Damme y congéneres menores.
Los propietarios-productores-autores utilizarán a los héroes de las aventuras como portadores de las ideas que quieren imponer o inducir. Y así, para los héroes actuales, el concepto de justicia no incluirá casi nunca la fidelidad amorosa. Razonarán con una celeridad envidiable en casi todo, pero ése será un terreno en el que sólo sabrán pensar con el deseo. La argumentación subyacente (es un decir) terminará siendo casi siempre que, en realidad, la lealtad no tiene por qué incluir ni las relaciones sexuales ni las amorosas, a menudo dos realidades netamente separadas cuando hablamos de cine.
No es necesario recurrir al cine de acción para llegar a esta conclusión. Que Schlinder sea un mujeriego se presenta como una falta menor en comparación con lo que estaba en juego; algo cierto en este caso, pero el mensaje final es inequívoco.

TIPOS LEGALES

Una buena parte del cine norteamericano está protagonizado por policías y abogados, no en vano son las figuras o profesiones que encarnan y simbolizan las ideas de la ley y la justicia, el sistema y los valores sociales establecidos. Para el correcto funcionamiento del sistema son decisivos los abogados íntegros: Gene Hackman en Mississippi en llamas, Tom Cruise en La firma, Susan Sarandon en El cliente… En una sociedad en la que impera el positivismo jurídico, en la que todo se decide sólo por la ley humana, no se trata de discutir si es blanco o negro, sino “legal o ilegal”, dice Jack Ryan (Harrison Ford) en Peligro inminente.
Parece que eso es lo importante: en Estados Unidos, nadie puede estar fuera de la ley, por muy lejos que esté, por muy militar que sea, como Jack Nicholson en Cuestión de honor. No se duda, por supuesto, que la ley es discutible y mejorable, pero todos han de conocer con certeza que, aunque sea mala, es la ley y es lo que hace que el sistema funcione. La idea central de muchas películas es que el sistema puede tener fallos pero es el mejor que tenemos y, por tanto, es preferible que siga así. Por eso, ni siquiera los jueces pueden crearse una ley a su manera y, si lo hacen, serán castigados al final.
Tampoco se discuten, aunque sean estúpidas, las actuaciones de quienes representan a la ley. En Marea de fuego, de Ron Howard, hay un ejemplo de actuación ridícula con intenciones didácticas de respeto a la ley: los bomberos rompen las ventanas de un coche estacionado en zona prohibida, al lado de una llave de incendios, para meter la manguera por dentro del coche. No hacía ninguna falta e incluso retardaba su trabajo, pero se oyen unas voces anónimas que ratifican: “está bien, está bien”. Y nosotros, aquí y ahora, habremos oído cómo se generaliza elogiosamente la expresión “es un tipo legal”: ya no es necesario discutir si las leyes son o no justas. Es bastante dudoso que en el Hollywood actual tuviera cabida una película como El juicio de Nuremberg.
Es obvio que los policías cometen errores y que algunos son tontos, cómo no: los payasos del FBI que estorban tanto a Bruce Willis en Duro de matar; el imbécil que acompaña a Clint Eastwood en Un mundo perfecto… Y que hay policías corruptos o renegados, como en Máxima velocidad… Pero en el cine queda claro que otros policías ejemplares los castigarán de modo definitivo, y esto no es trivial, pues quien primero ha servido a la ley y luego reniega de ella será castigado de la manera más expedita posible.
Además, el respeto a la actuación y a los medios policiales debe defenderse siempre. En Terminator II, Schwarzenegger entra en escena amedrentando a gente de mala reputación entre el ciudadano bien-pensante; su antagonista lo hace, sin embargo, matando a un policía, engañando y utilizando medios policiales para conseguir su perverso fin (coche, moto, computadoras)… Por eso ha de ser castigado y morir al final: no problem para Arnold.

EN BUSCA DE LA INGENUIDAD PERDIDA

El cine norteamericano presenta otra clase de modelos que podríamos llamar de buenos sentimientos. Aunque se haya quedado tan atrás el cine de sólidas virtudes familiares, sigue existiendo, cómo no, un cine azucarado, mal heredero quizá del arquetipo ¡Qué bello es vivir!, que busca tocar los corazoncitos de los espectadores. Una línea de sentimentalismo bien intencionado y convincente aparece en las películas de personas que se enfrentan a enfermedades duras: Un milagro para Lorenzo, Despertares…
De otra línea, sin duda más ligera, pueden ser ejemplos recientes Algo para recordar o Atrapado en el tiempo. Ambas películas muestran que existe una cierta conciencia de la necesidad de convicciones firmes… Pero la solidez es poca: Algo para recordar da una visión desencantada y perpleja de las relaciones humanas; Atrapado en el tiempo intenta fundamentar en un sentimentalismo bondadoso los motivos por los que vale la pena vivir y hacer el bien. Ambos filmes reflejan también el talante ingenuo que ha llegado a convertirse en un lugar común de cierta mentalidad actual, tan falso como cualquier visión reductora, pero también tan real como cualquier caricatura. Robert Zemeckis la dibuja bien en su popular Forrest Gump, probablemente el paradigma de la epopeya en busca de la ingenuidad perdida.
Otro dato es que, si en Europa pueden resultar bien algunas películas con final triste, en Norteamérica sólo suelen funcionar en taquilla las películas con final feliz. De ahí que a menudo se filmen varios finales posibles, y se realicen pruebas con público para, a la vista de sus reacciones, colocar el que más taquilla asegure. A veces parece que el único motivo serio que este cine es capaz de proponer es una fe infantil en el final feliz, en un todo saldrá bien, aunque no se sepa por qué. Y tantos se lo siguen creyendo.
Habrá quien objete, y no sin razón, que son frecuentes las películas crudas en las que los norteamericanos se juzgan a sí mismos. Pero esto es muy matizable: incluso aquellas que parecen criticar el modo de vida norteamericano, en realidad muchas veces no lo hacen. En Corazón de trueno, los problemas que unos corruptos blancos ocasionan en una reserva india, los arreglan un policía blanco -con sangre india pero venido de fuera, desde el sistema- , y un policía indio no radical sino integrado: el sistema tiene capacidad para regenerarse, pero los indios radicales no tienen hueco y van a la cárcel. En La firma se ve la basura de la trastienda del llamado sueño americano… pero, cómo no, Mitch McDeere (Tom Cruise) tiene la capacidad y la valentía de arreglarlo: siempre hay alguien que, saliendo de no se sabe dónde, lo arregla. En definitiva, éste es el mensaje para quien piense transgredir la ley y, a la vez, el grito de ánimo para el norteamericano de a pie: tranquilos, el sistema funciona, alguien vigila, tú no te preocupes.
Sin embargo, y en general, frente al cine lleno de guiones erráticos y pretenciosos, de numerosas películas aburridas y olvidables, el cine estadounidense tiene una merecida fama de calidad. Sus productos, incluso los menores, están bien hechos. En casi todos los casos tienen un estilo visual brillante, una fluidez narrativa extraordinaria, un trabajo de actores secundarios admirable y la conseguida simplicidad de lo que está muy trabajado.
Sí, tal vez es cierto que Hollywood odia a los intelectuales y prefiere a los artesanos eficaces, sean de la nacionalidad que sean, como se puede ver al consultar la nómina de directores prestigiosos. Pero también es verdad que el cine norteamericano posee una sabiduría muy valiosa, y que es el motivo por el que siempre volvemos a él: es el que sabe contar mejor las historias.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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