Japón, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong, Tailandia, Malasia, Singapur e Indonesia, ocho países que han subido al podio de los triunfadores. En conjunto, forman un caso único en la historia de la economía mundial. Nunca un grupo de países había crecido tanto en una sola generación: una media anual del 5,5% entre 1960 y 1990. Lo cual supone un crecimiento el doble de rápido que el del resto de Asia del Este, el triple que Latinoamérica y cinco veces más que el África subsahariana. Un dato particularmente significativo es que el “made in Japan, Korea…” ha conquistado amplios mercados exteriores: su parte en el comercio mundial de manufacturas ha pasado del 9% en 1965 al 21% a principios de esta década.
MENOS DESIGUALDAD QUE ANTES
No sólo han crecido muy rápido, sino que también han logrado repartir bastante equitativamente los dividendos del desarrollo. De modo que las desigualdades de renta han ido a menos y el porcentaje de gente que vive bajo el nivel de pobreza se ha reducido mucho. Por ejemplo, en Taiwán la renta del 20% de hogares más ricos es cinco veces más elevada que la del 20% más pobre, y en Corea es ocho veces mayor. En comparación, la misma proporción en países latinoamericanos es de 20 a 1.
¿Cuál es el secreto de su éxito? En particular, su experiencia puede arrojar luz sobre un debatido tema: si el intervencionismo estatal en los países en desarrollo favorece o no un crecimiento más rápido que el libre juego del mercado. Los informes del Banco Mundial se cuidan bien de señalar que tampoco en esa zona hay un único modelo de desarrollo. Los ocho países han tenido diversos grados de activismo estatal en la orientación de la economía: desde un dirigismo más acentuado en Japón o Corea, hasta un modelo más liberal en Indonesia, Hong Kong o Tailandia. En cualquier caso, siempre lejos de las fórmulas planificadoras de las economías socialistas.
EL INTERVENCIONISMO SENSATO
Por otra parte, el intervencionismo o el liberalismo por sí solos no explican todo. El intervencionismo ha sido la regla en otros países en desarrollo y ha llevado al desastre. En el caso de Asia del Este sería más exacto hablar de una cooperación estrecha entre el Estado y los grupos industriales.
Más importante que el grado de intervencionismo es qué tipo de políticas económicas han impulsado los gobiernos de estos países. Pues ciertos tipos de intervención que han favorecido el crecimiento en el Este asiático, donde la inflación se ha mantenido baja, difícilmente funcionarán en otros países donde los precios crecen fuera de control.
También hay notables diferencias entre los ocho países, empezando por la renta pér cápita (desde 570 dólares en Indonesia a 25,430 en Japón). Pero se pueden apreciar una serie de puntos en común. En primer lugar, un control correcto de la estabilidad macroeconómica: baja inflación (una media del 8% en los últimos 30 años contra un 200% en América Latina), déficit público contenido, deuda exterior moderada. La política monetaria ha procurado mantener unas tasas de interés bajas, pero a la vez positivas para recompensar a los ahorradores. Este enfoque ortodoxo ha creado un clima favorable para altos niveles de inversión y de ahorro. Así, durante las dos últimas décadas, la parte del PIB dedicada a la inversión del sector privado ha sido casi el doble que en otros países en desarrollo.
Del análisis de estas tendencias se desprende ya una lección: si la intervención estatal ha resultado aquí benéfica ha sido porque, a diferencia de lo ocurrido en otros países, se ha mantenido dentro de unos límites financieros rigurosos.
MIMAR LA EDUCACIÓN BÁSICA
Otra característica común, es que estos países han mimado la educación. No es que dediquen a la educación una parte del PIB superior a la de otros países. Lo que les caracteriza es que sus mejores esfuerzos los han volcado en la enseñanza primaria y secundaria, antes que en la universitaria. Por ejemplo, Indonesia ha dedicado a la enseñanza básica el 90% de su presupuesto de educación, y Corea y Tailandia, el 80%. A diferencia de Venezuela donde, por poner un caso, a estos niveles se les dedica en torno al 30% del presupuesto educativo. Esta prioridad en el gasto les ha permitido contar con unos trabajadores bien formados.
Otros rasgo familiar de este grupo de países es que han orientado sus economías hacia la exportación. Mediante la adquisición de tecnologías extranjeras y gracias a sus salarios más bajos, han logrado abrirse paso en el comercio internacional. Ciertamente, no sin el apoyo estatal, manifestado especialmente en las subvenciones a la exportación, los créditos dirigidos a empresas seleccionadas y un tipo de cambio que hace sus precios más competitivos. A la vez, protegen su mercado doméstico con aranceles y otras barreras técnicas hasta que sus industrias estén bien implantadas.
Otro carta no desdeñable para el triunfo consiste en la disciplina y gran capacidad de trabajo propia de los asiáticos, así como en la escasa conflictividad laboral. Esto suele cambiar a medida que aumenta la prosperidad, pero sin duda ha facilitado las primeras etapas del desarrollo. Asimismo, el hecho de contar con una burocracia más competente y relativamente menos afectada por la corrupción, les ha dado una ventaja sobre otros países en desarrollo.
¿SE LES PUEDE COPIAR?
Estos campeones de la exportación, ¿pueden exportar también su modelo de desarrollo? Parece que hay que ser cauto a la hora de afirmar si se pueden crear copias de Corea o Taiwán. Y no sólo por las diferencias culturales. También el mundo ha cambiado en los últimos treinta años.
En el actual mercado global y sin control de capitales, ya no es tan fácil mantener unas tasas de interés bajas sin el riesgo de que los capitales huyan hacia sitios más remuneradores.
Por otro lado, los países en desarrollo que quieren exportar a los países industrializados se encuentran cada vez más con que éstos les exigen un acceso recíproco a sus mercados nacionales. Igualmente, las agresivas políticas para conquistar mercados exteriores, a base del dumping, devaluaciones monetarias y subvenciones a la exportación, están hoy limitadas por principios más estrictos conforme a las nuevas reglas del GATT.
El otro país asiático que se está despertando del sueño del subdesarrollo es China. A medida que afloja las ataduras ideológicas comunistas, su crecimiento económico se acelera: tras alcanzar una media anual del 9,4% en la década de los 80, tuvo un breve frenazo al comienzo de los 90, pero ha vuelto a subir a un 12%. Con sus 1.300 millones de habitantes, el día que logre despegar no será sólo un nuevo “dragón” sino un coloso. La incógnita es qué convulsiones sufrirá cuando se desprenda del corsé político comunista.
Después de todo, el “milagro” económico asiático es explicable por causas de eficacia comprobada: estabilidad política, ortodoxia financiera, inversión en formación, trabajo duro y vender más que la competencia. Unas culturas pueden favorecer más o menos que otras estos rasgos en una determinada época. Pero en el club de los países desarrollados no está reservado el derecho de admisión.