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Respetar el hogar común

En el mundo actual y en el reciente pasado, los nacionalismos exacerbados han sido, probablemente, la fuente primaria de conflictos en los que la violencia ha decidido frágiles acuerdos de paz, o el avasallamiento de un grupo étnico o nacional sobre otro.
Curiosamente, se puede también señalar a la religión como elemento usado indistintamente en pro de la conformación de las nacionalidades y de los conflictos y, al mismo tiempo, como instrumento poderoso para la convivencia armónica entre grupos culturalmente enfrentados. Así por ejemplo, en el pasado, las diferencias entre católicos y protestantes dieron lugar a multitud de guerras. A lo largo de más de un milenio, el enfrentamiento cristiano-musulmán creó toda clase de tensiones y luchas armadas. En este sentido, son célebres Las Cruzadas y los distintos intentos musulmanes por invadir Europa, hasta bien entrado el siglo XIX. Sin embargo, gracias a su universalismo, el cristianismo también por centurias, ha logrado que comunidades católicas, musulmanas y ortodoxas, convivan pacíficamente en un fecundo intercambio, tal como sucedió durante mucho tiempo en el imperio Austro-Húngaro, o bien en ciertos momentos de la historia de España, en donde la convivencia entre judíos, musulmanes y cristianos fue ejemplo no sólo de tolerancia, sino de fecundo intercambio.

SIMPLEMENTE VIVIR JUNTOS

El caso de ciertas regiones de Turquía es también elocuente, como en Samandag, al decir del periodista Jesús García, pues en los barrios musulmanes de la comunidad Alevó minoría entre los sunnies turcos, cristianos y judíos conviven en una de las localidades más antiguas de ese país. Simplemente, hemos aprendido a vivir juntos, asegura Auzeyir Sari, un alevó identificado tanto con cristianos como con judíos. Otro caso notable fue por muchos años el Líbano, en donde también aprendieron a convivir grupos numerosos de varias confesiones religiosas: musulmanes y maronitas (católicos libaneses), ortodoxos y judíos.
Ahora, sin embargo, las guerras y conflictos especialmente en el Cercano Oriente y en los Balcanes, se desataron bajo la influencia de presiones y resentimientos que dormitaban, bajo una apariencia de normalidad y buena vecindad, utilizando como banderas los viejos mitos de supremacías nacionales y étnicas. Ello ha sacudido la conciencia del mundo que, asombrado, contempla atentados terroristas o masacres y genocidios perpetrados por grupos de toda índole; siendo los casos de los Balcanes y de varias naciones africanas, los de más triste celebridad por su realización fanática y cruel.
Jesús García se pregunta por qué no logramos siempre la convivencia armónica de los campos de refugiados palestinos, por ejemplo, donde enfermeras y doctores musulmanes trabajan para huérfanos residentes en centros cristianos. O como sucede en el sureste de Filipinas, con pescadores de ambos credos que reúnen fondos para hospitales y centros de recuperación, según afirma el Cardenal Francis Arintze a quien la Santa Sede ha confiado delicadas misiones frente a diversas comunidades musulmanas. Él mismo cuenta lo que afirmó un sacerdote cristiano jacudita de la ciudad de Mardin, en el sureste de Turquía: “Durante 40 años, armenios, kurdos, sirios y turcos acuden a rezar cada domingo de manera pacífica, sin embargo, dormitan muchos rencores motivados por la violencia que el imperio otomano ejerció sobre la minoría cristiana de la actual Turquía, y aún hoy, la convivencia se ve enrarecida porque Turquía es un país que, a pesar de su voluntad de pertenecer a Occidente prohibe las conversiones al cristianismo”.

ODIO AÑEJO

En el fondo de todos estos conflictos, descansan también situaciones de intolerancia religiosa. Una mezcla de preocupaciones económicas por las riquezas de una determinada región; influencia en la cultura, que en ocasiones está en manos de un grupo étnico-religioso; pleitos de vecinos que terminan extendiéndose a toda una región, por alguna celebración religiosa o algún signo de intolerancia… Todo esto puede desatar trágicas confrontaciones como las mencionadas, y aun, otras como las matanzas de cristianos en la antigua posesión portuguesa del Timor Oriental, perpetradas por el gobierno de Indonesia; los choques interreligiosos en la India entre brahamanes y musulmanes; y recientemente, la terrible matanza de religiosos franceses en Argel. Todo ello enseña lo que puede hacer el fanatismo como justificación para toda clase de intereses.
En otras áreas del globo, como en Irlanda del Norte, los conflictos religiosos y de afirmación nacionalista, demuestran hasta qué punto lo que en un momento tuvo probablemente un apoyo religioso, se ha vuelto exclusivamente lucha de odio y de reivindicaciones políticas, algunas completamente legítimas (no olvidar que la población inglesa avasalló a la población norirlandesa con brutalidad;sin embargo, actualmente el conflicto está manejado de una parte por el ERI, élite que no tiene ningún apoyo de la Iglesia Católica y que parece desear sólo reivindicaciones políticas alimentadas por odios ya centenarios.
El caso de los vascos es también ejemplo de extremismo, no religioso, y artificialmente producido, desde los análisis marxistas que sobre todo en los años sesenta permearon a muchos activistas de esa región.
¿Qué hacer para que el mundo supere esta violencia más o menos ubicada en luchas de reivindicación nacional? Desde luego que cada caso tiene sus peculiares y complejas características, que requieren un análisis histórico en la conformación de los conflictos. Sin embargo, dentro de los nacionalismos casi siempre se encuentra más odio a la comunidad enemiga que amor a la propia. Por supuesto que las tres grandes religiones monoteístas, poseen recursos morales suficientes para establecer una visión universal del hombre y su cultura, dando valor a todas sus manifestaciones por diferentes que éstas sean, sin excluir valores locales, regionales, nacionales, que pueden convivir perfectamente con esa visión universal.
Es posible lograr algo más que el respeto de las comunidades vecinas a la propia y viceversa: es también posible reaccionar con admiración frente a cualquier obra del hombre. Es lo que a fin de cuentas hizo exclamar a Ovidio: Nada de lo humano me es ajeno.
Esa tarea de cambiar actitudes y hábitos intelectuales de rechazo a lo que es ajeno a mi comunidad, ha sido siempre una preocupación de los hombres moralmente mejor dotados. Desde la doctrina de los estoicos, hasta posteriormente el cristianismo y muchas otras corrientes religiosas e intelectuales dentro del mismo cristianismo y dentro del mundo occidental, han afirmado la universalidad humana: lo que el hombre produce de belleza, verdad, reconciliación, modelos de pensamiento y organización social destinados a elevar el espíritu y a unir lo disgregado. Ese espíritu universal convive, por tanto, con la admiración hacia la propia cultura local.
Llamó mi atención la afirmación de J.A. Marina, en un artículo titulado Lenguas: ¡Qué entusiasmo me produce ver este inconcebible ejemplo de la creación humana! (se refiere a un estudio sobre varias decenas de idiomas que hizo George L. Campbell); es el humilde orgullo de pertenecer a una especie que ha inventado tales maravillas: la riqueza léxica, las argucias sintácticas, las bellas escrituras. ¡Encrespadas grafías árabes de oleajes, mástiles y peces voladores, recio sánscrito, enrevesado, Laosiano pescador, con sus letras engarfiadas como anzuelos; volutas indiscernibles del tibetano enfiladas como collares!, ¿pero por qué no estudié filología?(…) la explosión creadora de los lenguajes es maravillosa, pero, al final, lo verdaderamente importante es lo que se dice con ellos.

CIUDADANOS DE DOS NACIONES

El mismo autor quejándose de la falta de aprecio a tantas manifestaciones del genio humano sostiene que es disparatado nuestro afán de exclusión, de fragmentariedad. Tenemos una mezquina vocación sectaria. Todos.
¿Y si, a través de los medios de comunicación pues hasta cierto punto no existe ninguna fuerza mayor para la difusión de ideas, lográramos convencernos que todos tenemos doble nacionalidad? Vuelvo a citar a Mariana: Somos ciudadanos de dos naciones distintas. Una, aquélla a la que pertenezco por historia. Otra, a la que pertenezco por ser miembro de la especie humana. Ésta define el yo ético, el self ético, la personalidad ética.
Ética es el conjunto de soluciones de máximo nivel a los problemas del ser humano, las que entran en juego cuando las demás propuestas se manifiestan impotentes. El problema vasco, el Cercano Oriente, los conflictos africanos, no se solucionarán mediante la violencia, ni la negociación, ni la economía, ni la política. La única solución podrá proporcionarla la ética, y esto tal vez obligue a “corto circuitar” los otros niveles.
Agrega Mariana: Está claro que lo que necesitamos “todos” no es una proliferación de “morales” sino una “ética” universal, que permita, precisamente, la resolución de los problemas. Por ejemplo, el de los derechos de las minorías. Porque la única forma de defender los nacionalismos es ir más allá de los nacionalismos. O dicho de otra manera: tenemos una doble identidad. Una, psicológica, estética, poética, que nos enraiza en nuestro grupo. Otra, común, ética, poética, que ha de tener la humanidad entera como referente. Por tanto, la política no debe derivar únicamente de la cultura nacional, sino de la ética universal.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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