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Por una fantasía sin televisión

El aumento de la oferta televisiva es consecuencia de la economía de mercado. Lo mismo que la calidad de los contenidos. Hoy en la televisión no se busca cómo mejorar a un país, cómo coadyuvar en el incremento de la educación y la cultura, sino cómo vender más, cómo conseguir mayor público para aumentar la publicidad. Karl R. Popper, paladín de la democracia y estudioso de la educación entre otras muchas áreas del conocimiento en que se introdujo menciona una verdad de Perogrullo, que muchos olvidan: «mientras más son las estaciones transmisoras, tanto más difícil es encontrar profesionales verdaderamente capaces de producir cosas interesantes y de valor». Por ello, sigue diciendo Popper, para que no bajen los niveles de audiencia, los productores ponen a sus programas pimienta, condimentos, «sabores fuertes, que por lo general son representados por violencia, sexo y sensacionalismo… con más sal y más pimienta se busca disfrazar un sabor desagradable».
La excusa más frecuente de los directivos de televisión se suele centrar en dos puntos: la libertad de expresión propia de la democracia y el dar al público lo que pide. Pero también en este caso Popper sale al paso: «no hay nada en la democracia que justifique las tesis… según las cuales el hecho de ofrecer transmisiones a niveles siempre peores desde el punto de vista educativo, correspondía a los principios de la democracia ‘porque la gente lo quiere’. De este modo todos nos veremos obligados a irnos al diablo».
¿NUEVAS GENERACIONES, NUEVOS “VALORES”?

En febrero de 1993, dos niños ingleses de diez años y medio secuestraron, atormentaron y dieron muerte, a otro de dos años, aparentemente sin ningún motivo. La opinión pública mundial se conmovió ante el hecho y muchos se preguntaron si habría alguna relación causal entre el crimen y la televisión. Los llamados “psicólogos expertos” aseguraron que no la había. Otras personas con menos títulos y más sentido común opinaron de manera diferente: William Golding, autor de una novela sobre la violencia infantil, consideró que la influencia televisiva era enorme. Popper comentó este hecho así: «estamos educando a nuestros hijos hacia la violencia», al referirse también al contenido e influencia de la televisión.
Pero la influencia de la televisión no se reduce lo cual no sería poca cosa a la violencia. No ha faltado la madre de familia quejosa de que su hijo ya no practica ningún tipo de juego porque siempre está frente al televisor. Los padres se preguntan qué sucede con sus hijos, pues con demasiada frecuencia reaccionan de manera diferente a la imaginada por ellos: cuando un padre de familia lleva a sus hijos a ver una película para niños, digamos Babe, ellos pretenden pasarse a la otra sala, donde se exhibe Combate mortal, pues la elegida por el papá es «aburrida e ingenua».

LAS VÍCTIMAS DE LA LADRONA DE TIEMPO

La televisión no es un instrumento del demonio. Como todo instrumento, en sí mismo es inocuo y su valor depende del uso que se le dé. No se pueden olvidar sus funciones: informar, entretener y cultivar. Su penetración social es inigualable, por lo que bien empleada, difícilmente puede haber un aparato tan útil para la sociedad. La televisión se convierte, entonces, en un milagro humano, une personas y sociedades, conduce a la aldea global, y los progresos técnicos como la televisión por cable, por señal restringida, o por satélite incluyendo el novedoso «Direct To Home» con su oferta de más de cien canales, han de ser saludados con agradecimiento.
Sin embargo, los problemas no aparecen en esos acontecimientos extraordinarios y positivos para todo hombre, sino en la programación cotidiana cuando ésta se carga de basura. Entonces la televisión se convierte en un obstáculo para el desarrollo de la persona y de las sociedades. Lo menos que puede decirse de ella es que hace perder el tiempo. Por tanto, el punto nodal lo encontramos en los valores que transmite.
De aquí que Condry, al referirse a la situación actual, haya llamado a la televisión «ladrona de tiempo» y «sierva infiel». Adjetivos que le vienen a la perfección cuando vemos los valores que introduce en casa: primacía de lo fácil frente al esfuerzo, del sentir frente al pensar, de las opiniones individuales ante los valores perennes, de la violencia frente a la paz… La uniformidad que produce en el receptor pasivo, es decir, en este caso los niños y con no poca frecuencia también los padres, permite su manipulación con fines comerciales lo mismo que políticos. La constante baja en el promedio educativo nacional cuenta con la televisión como un aliado; seguramente no es la única causante, pero qué duda cabe de que incide seria y gravemente. Y una característica quizá más terrible: evade la realidad y crea un mundo irreal, fantasioso.
Nadie espera que los empresarios de la televisión se conviertan en benefactores gratuitos de la humanidad. Ellos han de hacer negocio. Pero, ¿no se podría hacer negocio sobre todo con esos programas y actividades que impulsan el desarrollo humano, aquellos que más informan, entretienen y cultivan? ¿Por qué, pues, parece que la televisión se convierte cada vez más en un Caballo de Troya para el hogar o en un nuevo Frankenstein de la humanidad?

UNA SUGERENCIA ENTRE LÍNEAS

Para el hogar, como para la sociedad, buena parte de la solución se encuentra en la oferta de alternativas atractivas. Nadie puede sacar al niño de la televisión si no le ofrece algo novedoso y de su gusto. Pero los gustos también se educen. Un padre y una madre de familia que dedican tiempo a sus hijos, a pesar del trabajo y demás compromisos, los conocen, saben cuáles son sus aficiones e intereses, y pueden enseñarles a elegir programas atractivos y benéficos para su desarrollo, lo mismo que presentarles otras alternativas. Desde luego, ello requiere dos elementos personales insustituibles: dedicar tiempo y esfuerzo.
¿Han probado los padres inducir a los hijos a la lectura? Quizá el primer problema sea que ellos mismos no leen. En ese caso, es inútil cualquier propuesta de este tipo, a menos que estén dispuestos a variar su comportamiento.
Mi sugerencia, esta vez, es la literatura fantástica. ¿Cómo puede proponerse una literatura fantástica frente a la televisión, que crea un mundo fantasioso? El meollo del asunto se halla en la noción de realidad que encontramos en cada una. Tanto la televisión como la literatura fantástica recrean el mundo. Sin embargo, la televisión pretende hacernos creer que la realidad es como ella la presenta, mientras la literatura fantástica nos exige dejar la realidad, imaginar lo que no puede ser, fabricar otros mundos no reales, claramente imaginarios.
La televisión crea un mundo fantasioso: los niños y no pocas veces también los adultos buscan parecerse a los héroes de la pantalla chica, a Superman o el Hombre Araña, a Barth Simpson o los Power Rangers, y creen que con tan sólo desearlo, con sentirlo intensamente, lo obtendrán. Mientras el aparato de rayos catódicos consiga que los adolescentes piensen que por haber soñado a su estrella favorita, ésta o éste los invitarán a salir a bailar una noche, o que sus amigos o amigas se comportarán como en la preparatoria de Beverlly, que el amor y la vida basta con desearlos bonitos para que se den así, entonces la televisión será un enemigo del hogar y de la sociedad.
La literatura fantástica, por el contrario, exige al niño y al adolescente emplear su imaginación para recrear personajes, lugares y situaciones inverosímiles: cómo no maravillarse ante un mundo que aparece al fondo de un ropero saturado de abrigos, según Las crónicas de Narnia, un mundo donde los animales hablan, donde se da una batalla entre el bien y el mal, y donde lejos de cualquier maniqueísmo los personajes luchan por vivir de acuerdo con sus ideales. O bien ante un libro que se escribe conforme el protagonista lo lee y que coincide, asombrosamente, con la propia vida del lector, como en La historia interminable, relato que le hace ver que la vida no es fácil pero, a pesar de ello, el protagonista hasta ese entonces un gordo e inútil niño se transforma en héroe, héroe que también se debate entre el bien y el mal. O cómo un universitario o un adulto no se pasmarán al encontrarse con una pluralidad de seres inteligentes de formas antropomórficas algunos y animales otros, en El Hobbit y El Señor de los Anillos, que encarnan una fabulosa narración épica en la cual las fuerzas del mal combaten con astucias, engaños, violencia y vileza, a los representantes de la Tierra Media hobbits, enanos, hombres y elfos que no pueden ser catalogados simplemente como «los buenos», porque también cuentan con pasiones y debilidades que los ponen en peligro y arriesgan la misión con la cual pueden salvar su mundo; una mitología coherente, en la que las mismas fuerzas del mal cumplen con un papel en la búsqueda del bien.

RELÁMPAGO EN UNA NOCHE OSCURA

En una época de antirromanticismo rabioso, de valores uniformes y planos, en la que se ensalza la insipidez y se rechaza lo heroico, estas novelas fantásticas que exaltan el esfuerzo intrépido, los valores clásicos de la sencillez, amistad, lealtad, veracidad, servicio a los demás, generosidad… irrumpen como un relámpago en una noche oscura.
Por eso hoy no falta quien critique acremente los libros fantásticos. Esas personas se parecen a aquella tristemente famosa primera dama de nuestra nación que hace años implantó una también triste medida educativa: prohibir en las escuelas las canciones de Cri-Cri porque evadían de la realidad social a los niños… y hoy existe en nuestro país una generación correctamente racional (y triste) que no cree que el comal le dijo a la olla, ni en que el que anda ahí es Cri-Cri, el grillito cantor. Han dejado la imaginación fuera de las aulas de primaria y frente al televisor.
La imaginación es una capacidad humana (un sentido interno, dirían los filósofos) especialmente necesaria en el mundo actual. En buena medida la televisión se ha encargado de inhibirla con sus mundos fantasiosos. Las escuelas y colegios, como los hogares, tienen la misión de rescatarla y desarrollarla en las nuevas generaciones. Sin imaginación difícilmente hallaremos soluciones a las crisis que nos abaten, ni encontraremos medidas para desarrollar un mundo mejor, ni crearemos obras de arte, ni exploraremos el espacio sideral ni el mundo subatómico… Sin imaginación dejaremos de ser humanos. Coloquemos la «fantasiosa realidad» de la televisión en sus límites y descubramos la superioridad de «la realidad fantástica», cuando aún hay tiempo.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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