“¿Por qué no puede parecerse una mujer más a un hombre?”, reclamaba Henry Higgins en “Mi bella dama”. En la actualidad no podría darse el lujo de expresarse de esa manera sin que algunas personas (no necesariamente feministas) le replicaran: “¿Y por qué no puede un hombre parecerse más a una mujer?”. Es posible que otros no sólo rechazaran ambas quejas sino que incluso pusieran en tela de juicio la importancia de que un hombre tenga que parecer hombre, o una mujer parecer mujer. En efecto, si se les preguntara lo que significa ser hombre o ser mujer, se verían en aprietos para explicarlo, independientemente de las diferencias corporales elementales. De hecho, estamos viviendo un período histórico en el que la diferenciación sexual está volviéndose confusa, el carácter sexual posee escaso valor y la identidad sexual se encuentra en peligro.
“¡Vive la différence!”
Hoy día resulta difícil hablar sobre sexo o sobre papeles sexuales sin parecer defensor o ser catalogado como simpatizante ya sea de los hombres o de las mujeres. Yo estoy a favor de ambos. Sin embargo, para los propósitos de este escrito, me declaro especialmente a favor de la diferencia. “Vive la différence!”: porque esta diferencia está en peligro de desaparecer en nuestras sociedades occidentales excepto de manera física mínima, e incluso en este caso, sometida a alteraciones cada vez mayores¾ .
En la sociedad occidental contemporánea, la sexualidad está en proceso de “de-sexualización”. Se le está reduciendo a una relación meramente física, y lo que es más, a una relación que, en ese nivel, ni siquiera es verdaderamente sexual. Se está rechazando u olvidando el más cabal conocimiento humano en cuanto al sexo, anulando o restándole importancia al hecho de que hombre y mujer deberían enriquecerse el uno al otro, no principalmente por la unión física de sus cuerpos, sino por la interacción de sus características sexuales complementarias, de la forma específica en que cada uno de ellos es un ser humano.
Paradójicamente, la “de-sexualización” de la vida moderna es particularmente evidente en el área de la “educación sexual”. La educación sexual ha seguido un trayecto no de desarrollo y mejoría, sino de empobrecimiento. Iniciada sobre todo a nivel de inculcar hechos biológicos, se ha convertido en cierto sentido en una educación sub-biológica, dado que enseña a los jóvenes cómo emprender la actividad física evitando las consecuencias biológicas naturales. La actual educación sexual “libre de valores”, prescinde de una filosofía o teología del sexo capaz de ayudar a la gente a comprender el “porqué y el para qué” del sexo: su importancia real para el enriquecimiento de la persona y la sociedad. No existe educación en términos de una verdadera antropología del sexo, cuyo objetivo consista en comprender cómo difiere la sexualidad humana de la sexualidad meramente animal, en descubrir y subrayar aquellos rasgos y valores que trascienden lo puramente físico o fisiológico. Tampoco existe una educación en términos de una verdadera psicología del sexo, que busca no sólo entender esta gran realidad humana, sino aprender a “manejarla” en la práctica: responder a sus potencialidades y llegar a la realización a través de éstas, no evadirlas ni frustrarnos por su uso equivocado.
Tenemos el derecho de objetar la “educación sexual” que se le está impartiendo a la juventud en casi todas las escuelas estatales y privadas. No obstante, nuestras críticas se fortalecerán si insistimos en que lo que se está impartiendo no sólo es educación sexual deficiente, sino que ni siquiera es educación sexual. Es una educación “desexuante”. Los jóvenes están recibiendo una educación que los convertirá en individuos de-sexuados, ciudadanos unisex, no en hombres y mujeres. La frustración del verdadero desarrollo personal es una de las principales consecuencias de la cultura y la educación unisex, ya que el primer paso para establecer la propia personalidad e identidad humana yace en el esfuerzo para convertirse en hombre o mujer, según sea el caso.
Sin carácter, ni humanidad ni cohesión
La correcta humanización de la persona se encuentra severamente limitada si no se aprende a distinguir y apreciar la masculinidad y la feminidad. En cuanto que socava el crecimiento del individuo, el unisexismo produce efectos negativos sobre la sociedad en general. Para ser verdaderamente humana, la sociedad requiere tanto de hombres como de mujeres. Una sociedad unisex está destinada a carecer de carácter y humanidad y, de manera notable, también de cohesión.
Esto se aplica particularmente a la familia, donde se desarrolla la solidaridad básica de una sociedad. Una filosofía unisex hace que la construcción de un matrimonio o una familia verdaderos se vuelva una tarea casi imposible ya que la experiencia única que conduce a la felicidad y la realización personal, implícita en las relaciones maritales o familiares, no se encuentra vinculada en forma accidental sino esencialmente unida a la diferencia y complementariedad de los papeles sexuales.
¿Complementariedad sexual? Pero preguntarán muchos, ¿acaso esta idea de la complementariedad entre los sexos, o de la interdependencia sexual no pertenece a una perspectiva cultural del pasado? ¿No tendemos actualmente a subrayar el derecho de cada individuo a identificarse y a buscar la realización personal, como él o ella quieran, sin dependencias innecesarias?
Gran parte de nuestro mundo moderno parece concebir la auto-identificación en términos de la autonomía del individuo. Pero es preciso que reconozcamos lo que es esto: una gran parte del orden del mundo está de hecho construido alrededor de la naturaleza y la cualidad de la relación entre los sexos. Nuestra comprensión de la sexualidad puede ser correcta o incorrecta; y una comprensión incorrecta ejerce efectos negativos a escala personal y social. Sin embargo, hoy día, la verdadera sexualidad está sujeta a un malentendido radical, y constantemente se hace mal uso de ella: está en peligro de extinción; corre el riesgo de convertirse en tesoro perdido de la humanidad.
¿En qué consiste realmente la sexualidad humana? ¿En realidad son complementarios e interdependientes ambos sexos? ¿Es verdad que hombre y mujer se necesitan el uno al otro? Y si es así, ¿para qué? ¿Su complementariedad sexual se refiere solamente a la procreación? ¿Sólo existe para establecer una relación de mutua conveniencia o satisfacción entre hombre y mujer? En mi opinión, una respuesta apropiada a estas preguntas muestra que la sexualidad posee propósitos más amplios y profundos, y su alcance es más rico y desafiante.
Esto se manifiesta tanto en el hombre como en la mujer, y debe ser descubierto por cada uno de ellos en su reciprocidad y en las diversas formas en las que se relacionan. Si se destruye la verdadera relación sexual, el hombre no puede mantener su identidad.
La sexualidad posee un rango natural dentro de la particular comunión del matrimonio, la unión para toda la vida de un hombre y una mujer, en la que están implícitos dos propósitos interrelacionados: la procreación de hijos como fruto y expresión del amor conyugal, y el desarrollo de los cónyuges como personas, a través de la mutua donación conyugal.
La sexualidad no es sólo para el matrimonio
Pero es necesario completar el panorama. La sexualidad no es sólo para el matrimonio. Aun fuera del contexto conyugal, es una realidad que afecta profundamente debería afectar los aspectos más importantes de la vida humana y social. Mientras que su aspecto procreativo asegura el futuro de la humanidad, su carácter de elemento de relación también cumple el objetivo de garantizar el presente, dado que es una fuerza y un factor para humanizar las relaciones sociales. No es bueno que hombre y mujer estén solos. El aprendizaje que los lleva a relacionarse tiene la intención de ayudarlos a descubrir los valores humanos y, a través de éstos, descubrir a Dios mediante la asociación de la masculinidad y la feminidad.
La dignidad humana del hombre y la mujer es idéntica; los papeles sexuales no lo son, y cualquier intento de abolir las diferencias entre estos papeles produce efectos negativos en la vida personal, familiar, social y religiosa.
La asignación de papeles sexuales distintos y específicos para el hombre y la mujer, o la sugerencia de que hay determinadas cualidades humanas que son o deberían ser especialmente características del hombre o de la mujer, no gozan de popularidad entre la gente de mentalidad unisex. El unisexismo tiende a ver en esto una insinuación de prioridad en lugar de una declaración de complementariedad. Más aún, el hecho de afirmar que una cualidad particular es más propia de un hombre o de una mujer no equivale a sugerir que la misma cualidad no pueda encontrarse también en el sexo opuesto. Más bien se trata de señalar, por una parte, que cada sexo tiende a reflejar o encarnar ciertas cualidades humanas, espirituales, y por otra, que dichos rasgos sirven también de modelo del que puede aprender el sexo opuesto. La complementariedad implica que cada sexo puede ser una inspiración humanizante y una guía para el crecimiento personal y la madurez del otro.
Tradicionalmente la psicología y la educación sexuales partían de la idea de que el hombre se inclinaba a autoafirmarse y realizarse más en un medio ambiente externo a su casa, mientras que la mujer tendía a lograrlo en su hogar. Hoy día este juicio antropológico no es muy popular. No obstante, no sería correcto rechazarlo de antemano sin tomar en consideración sus posibles implicaciones profundas. Después de todo, podría considerarse que un análisis de esta índole señala que el hombre está más orientado hacia las cosas o las situaciones, y la mujer lo está más hacia las personas. De manera similar, si uno reflexiona sobre otra frecuente generalización: que el hombre tiene mayores aptitudes para los aspectos técnicos de la vida, y la mujer para los aspectos humanos, podría deducirse, de ser válida dicha generalización, que la mujer posee mayores capacidades que el hombre para humanizar la vida.
Resulta que coincido con esta última opinión y, por ende, aunque estoy totalmente de acuerdo con la idea moderna de que la mujer debe estar en libertad de dedicarse a la carrera que haya elegido en el ámbito profesional y de trabajo, creo firmemente que tanto la sociedad como ella misma saldrán perjudicadas si en dichas actividades no pone en práctica sus talentos particularmente femeninos y humanizadores. Su presencia, con la consecuente presencia de dichos talentos, es por demás urgente en los asuntos públicos de la época actual, en la que los valores humanos están en peligro de verse sumergidos en la tecnología.
Identidad sexual: maduración y enriquecimiento
Mi objetivo consiste en señalar que podemos obstaculizar la maduración y el enriquecimiento que normalmente son frutos tanto del proceso de desarrollo de nuestra identidad sexual personal, como del aprendizaje necesario para relacionarnos sexualmente con los demás en todas las modalidades de las relaciones hombre-mujer: entre solteros y solteras; entre personas solteras y casadas; novias-novios; célibes y personas del sexo opuesto. Es precisamente este aspecto, de relaciones interpersonales, el que quisiera examinar. Aunque la sexualidad y los papeles sexuales afectan la totalidad del crecimiento personal y la vida social, restringiré mi atención a las relaciones interpersonales familiares: marido y mujer, padre o madre, e hijo o hija, y viceversa; hermano y hermana; hermana y hermano. Necesariamente abordaré dichas relaciones en forma sumaria e incompleta.
Marido y mujer: compañeros de equipo
Es necesario que el hombre encuentre en su esposa a la mujer; su masculinidad crecerá entonces como respuesta complementaria a la feminidad de ella. Y una mujer necesita encontrar al hombre en su esposo; en respuesta a la masculinidad de él, ella aumentará su feminidad. Así pues, dado que cada uno de ellos responde a aquello que le es complementario, los dos crecen, se encuentran a sí mismos a la vez que desarrollan su identidad sexual.
La mujer que existe en una esposa, tendría que estimular el desarrollo sexual de su esposo; el hombre que hay en él debería estimular la sexualidad de ella. Hay algo seriamente incorrecto en un matrimonio en el que los cónyuges no son capaces de producir una respuesta sexual en el otro. Me pregunto porqué una afirmación como ésta tiende a hacernos pensar sólo en términos de respuesta física o excitación corporal. ¿Acaso no equivale a aceptar una visión extraordinariamente empequeñecida de la sexualidad?
La sexualidad el carácter sexual debería ser una fuente de motivación e inspiración continuas entre marido y mujer. Se ha dicho que no hay nada sorprendente en una pareja de jóvenes enamorados; la sorpresa nos la brindan las parejas que siguen enamoradas después de muchos años de matrimonio. Conozco muchas parejas de gente mayor que están enamoradas y que ciertamente constituyen una inspiración sexual para su cónyuge. Quizá sus relaciones físicas ya no significan tanto para ellos como algunas décadas atrás, pero su sexualidad está viva y potente y, como nunca antes, genera un amor conyugal más profundamente unido. El amor del esposo ha sido inspirado por el desarrollo de la mujer que existe en su esposa, desarrollo que ha sido posible gracias a la lucha durante toda una vida para alcanzar la plenitud como mujer. Y, de manera similar, el amor de ella ha sido inspirado por la lucha de su esposo por ser un hombre.
Está muy difundida la idea de que los cónyuges, más que considerarse diferentes, deben verse entre sí como simplemente iguales. Esta actitud no es suficiente, ya que no puede haber matrimonio verdaderamente feliz y duradero a menos que el esposo tenga en gran estima a su esposa y la admire por las cualidades de las que él carece (o no posee en igual medida), y la esposa pueda enorgullecerse de su esposo y admirarlo por cualidades que constituyen, para ella, solidez y nuevos valores en su vida.
Ciertamente pueden tenerse en gran estima por cualidades que no tienen que ver con atributos sexuales: buen humor, por ejemplo, o inteligencia. Si ambos cónyuges son muy inteligentes podría darse entre ellos una relación de apoyo y gran interacción; pero también podría despertar envidia. Esto puede suceder sobre todo si uno es más inteligente que el otro, y este último no cuenta con una cualidad “compensatoria”. Por regla general no es recomendable que ambos compitan dentro de un mismo campo de acción (haciendo una excepción cuando “compiten” en darse cariño uno al otro). El sentido de la masculinidad y la feminidad no es el de competir uno contra otra. Para explicarlo de otra forma, podríamos decir que no pertenecen a la misma categoría y, por tanto, no pueden estar en la misma carrera. Quizá la mejor manera de exponerlo sea afirmando que sí pertenecen a la misma categoría y están en la misma carrera, pero no compitiendo uno contra otra, sino como compañeros de equipo: corren juntos. Es precisamente un hombre cabal quien motiva a una mujer a ser una mujer cabal. Cuando el hombre corre verdaderamente como hombre despierta la admiración de su esposa; y cuando ella corre como mujer despierta la admiración de él. Más aún, entre más mujer es la esposa, más motiva a su marido a ser un hombre verdadero, y viceversa. La excelencia sexual fomenta el amor propio. Es formando un equipo como pueden ganar.
Padres e hijos: un reto
El desarrollo de la personalidad masculina y femenina es esencial para el funcionamiento de la familia. Para ser padre, se necesita ser hombre; y no sólo en sentido fisiológico o físico. Para ser madre, es necesario ser mujer. Uno de los grandes retos de la vida matrimonial es el pasar de ser sólo cónyuges a ser padres. Convertirse en padre o madre (o evitarlo) es sencillo; ser realmente padres es difícil. Muchos padres, consciente o inconscientemente, pasan por alto el reto que esto implica.
La mayoría de las personas buscan ganarse la estimación de los demás. La estima que debería ser más importante es la del propio cónyuge y los hijos. Un hombre podría esforzarse para ganarse la consideración de sus colegas, muchas veces sin conseguirla; o, si lo lograra, sin conservarla. Y siempre es mucho más fácil recibir esa consideración de un hijo o una hija. “No hay nadie como mi papá”. Es cierto que el tiempo y el contacto constante ponen a prueba esta estimación; y tendrá que esforzarse para conservarla. Y, sin embargo, es más fácil recibirla de los hijos y más satisfactoria a un nivel humano profundo que la estimación social o profesional. Un padre debería sentir el reto que significa ser un padre para su hija o hijo. Esto mismo se aplica a las madres, aunque el reto al que se enfrenta cada uno es diferente, de acuerdo con su papel sexual.
Los hijos tienden naturalmente a sentir respeto por sus padres, si bien es obvio que necesitan padres dignos de respeto. Este respeto está íntimamente relacionado con el hecho de que esperan algo especial de sus padres, aunque debe tenerse en mente que por lo general no esperan ni deberían recibir exactamente lo mismo de su padre que de su madre.
Hay una grave confusión de papeles cuando los padres compiten para ejercer autoridad, pero no compiten para dar apoyo. La mujer posee un instinto para ser consuelo y refugio, pero hoy día muchas mujeres descuidan su desarrollo. Incluso rechazan la idea de que la mujer tiene una capacidad especial para dar apoyo, como si esto fuera admitir la debilidad de la mujer, y no una afirmación de que, siendo todos débiles, todos necesitamos el apoyo que a menudo sólo una mujer puede ofrecer.
La vida familiar adquiere una enorme fuerza cuando la complementariedad sexual ha sido bien desarrollada en los padres. Es más probable que los hijos cuyos padres les han permitido acercarse a ellos en diferentes ámbitos, compartan sus dificultades con ellos. No es muy probable que confíen en padres a los que perciben como enfrascados en una lucha de poder.
No podemos dejar este tema sin señalar que actualmente se está perdiendo la convicción de que la paternidad es un privilegio. Permítaseme aquí expresar una mera impresión. Todavía se ven hombres afectos a la paternidad, ansiosos de convertirse en padres orgullosos de serlo. Aunque podría estar equivocado, me inclino a pensar que se ven menos mujeres afectas a la maternidad; son menos las que sienten que convertirse en madres les brindará grandes posibilidades de realización. De ser esto verdad, resulta especialmente grave para el desarrollo de la identidad sexual femenina.
Perder el sentido de que la paternidad constituye un medio muy importante para la realización personal es peor en el caso de la mujer, porque el orgullo de la maternidad es de un orden mucho más profundo que el de la paternidad. La maternidad exige más de la mujer; ella da más de sí misma al convertirse en madre, su participación es mayor en el proceso de creación.
Los hombres se dan cuenta de esto. De todas las razones por las cuales un hombre puede sentir que la mujer es única, ninguna es tan profunda como el hecho de que es madre de sus hijos. Sin embargo, muchas mujeres están dispuestas a renunciar o incluso renuncian a la admiración que la maternidad despierta en sus esposos. Parece que nuestro mundo moderno está perdiendo la perspectiva de una verdad primordial sobre la sexualidad: si nada hace que el hombre respete tanto a la mujer como la maternidad, es porque esta última la saca de la categoría de objeto susceptible de poseerse y la introduce en el ámbito de lo que debe reverenciarse. Al separar al sexo de su contexto de paternidad se le priva de sus dimensiones de misterio y sacralidad, hecho que se aplica particularmente a la maternidad. No hay otro campo en el que el misterio y la gloria de la mujer se expresen como en su capacidad para ser madre. Son pocos los hombres que no se conmueven ante este misterio. Y, sin embargo, no son muchas las mujeres a las que esta capacidad parece regocijarlas.
Niñez: convertirse en persona
Para que un niño o adolescente llegue a ser un adulto que ha alcanzado plena identidad sexual no basta el paso de los años. El proceso involucra constantemente propósito y voluntad. El joven debe tener al alcance modelos para imitar; y, particularmente durante la adolescencia, dichos modelos deben ser adecuados. Es sumamente importante que los jóvenes y las jovencitas tengan héroes y heroínas que valga la pena imitar. Cabe preguntarse qué inspiraciones pueden ofrecer, por ejemplo, algunos cantantes populares en lo que se refiere a desarrollo e identificación sexual.
Ningún niño se convierte en hombre a menos que pase por una adolescencia en la que conozca lo que es propio de un hombre, aprenda a asumir el reto de la masculinidad y se le ayude a asumirlo. Las niñas para quienes hoy en día la identidad sexual es un asunto más difícil de resolver que para los niños tienen que afrontar un desafío similar. Ninguna niña puede convertirse en mujer sin un modelo o varios modelos que le den ejemplo de feminidad. La verdadera educación sexual debe identificar las cualidades distintivas del hecho de ser hombre o ser mujer; debe proporcionar modelos, y debe tratar de producir en los pequeños una respuesta personal y voluntaria.
Comprensión, sensibilidad, ternura, delicadeza… Consciente o inconscientemente, un hombre busca cualidades como éstas en una mujer. Si se casa y no encuentra en su esposa estos rasgos, lo asalta la desilusión; probablemente ese matrimonio se encamine hacia una ruptura. ¿Se enseña actualmente a las niñas a comprender que su habilidad para relacionarse con los demás depende de que desarrollen no sólo habilidades propias de ambos sexos, sino también un sentido femenino, carácter femenino y cualidades femeninas; que su objetivo no es llegar a ser tan masculinas como los hombres eso es precisamente lo que indica el feminismo destructivo sino ser tan femeninas como las mujeres? La sociedad en general no les ofrece este estímulo. ¿Lo encuentran en la escuela? Más importante aún, ¿lo encuentran en su casa?
Educación: camino de identidad
La educación de los hijos no es algo que sólo corresponde a la escuela. Por el contrario, los mismos padres son los principales educadores, no para enseñarles matemáticas o física; ni sólo porque pueden adiestrarlos sobre la vida en general, sino principalmente porque les enseñarán cómo se establecen ciertas relaciones humanas únicas, experiencia que constituye una clave para que más adelante puedan llevar una vida social y adecuadamente integrada. Se trata de las diversas relaciones familiares entre hijo y padre, hijo y madre; hija y padre, hija y madre; hermano y hermana; hermana y hermano.
El reto de la feminidad
¿Podría decirse que los niños y las niñas de la actualidad están mejor educados sexualmente: más conscientes de lo que son la verdadera identidad sexual y la estructuración de un niño o una niña; que se esfuerzan por adquirir cualidades que los identifiquen en su respectivo papel sexual?
“¡Vamos, sé hombre!”. La mayoría de los niños y, a este respecto, la mayoría de los hombres, tienen una idea bastante clara de lo que esta frase significa. Los niños necesitan escucharla con frecuencia; y por lo general saben muy bien en qué momento su comportamiento no está a la altura del reto que implica actuar como hombre.
“¡Vamos, sé mujer!”. ¿A qué se deberá que esta frase nunca ha sido un incentivo muy generalizado? ¿Será porque en el pasado no se les enseñaba a las niñas a ser mujeres, o tenían miedo de ser mujeres? ¿O acaso será porque hasta recientemente las niñas y las mujeres poseían un sentido más naturalmente desarrollado de su propia identidad femenina, y no era tan necesario hacerles ver el reto de la feminidad (que, por supuesto, es tan grande como el desafío de la masculinidad)?
Es éste un reto que actualmente debe señalarse. De manera bastante peculiar, las últimas en hacerlo son las feministas. Es un hecho muy significativo. Parecería que a las feministas no les entusiasma aquello que es característico de una mujer, posiblemente ni siquiera puedan identificarlo. Me imagino que si no incitan a las mujeres a ser mujeres es creo porque no se sienten orgullosas de serlo.
Son pocos los padres hasta el momento que temerían decirle a su hijo que debe ser fuerte o valiente, haciéndole ver que la valentía es una cualidad masculina. Sin embargo, hoy día es mayor el número de madres que estarían renuentes a decirle a su hija que debe ser tierna o considerada, señalándole que el interés solícito por los demás es una cualidad femenina. ¿Será que implícitamente concluyen que la ternura es inferior a la valentía? A mí me resulta evidente que ambas cualidades son diferentes, y que una es típicamente femenina y otra, típicamente masculina. Pero definitivamente no acepto que una de ellas es inferior o menos importante que la otra para la vida personal y social.
Hijos y padres: aprender la amistad
A medida que un niño crece, van modulándose sus respuestas a los padres, de acuerdo con las cualidades de paternidad o maternidad que encuentra. Una actitud filial hacia los padres debería estar caracterizada por un tipo especial de amistad, basada en el respeto, estimación y reverencia. Si tuviéramos que generalizar y decir que el padre evoca más respeto y la madre más estimación y reverencia, nos encontraríamos nuevamente con una expresión de complementariedad. Sólo una antropología defectuosa se propondría debatir cuál de estas actitudes es superior.
Los padres deben aprender a ser amigos de sus hijos. Esto requiere de un gran esfuerzo, ya que las perspectivas y gustos de los niños cambian rápidamente, en especial en los años más críticos de su adolescencia, y no es posible que los padres puedan entablar una amistad con sus hijos si no son lo suficientemente flexibles o ágiles para ajustarse a los cambios. Por regla general, si los padres se ajustan, los hijos siguen respondiendo.
Con el tiempo, probablemente, un hijo tenderá a acercarse más a su padre, y una hija a su madre. Pero esto no es necesariamente una regla; y no para todos los tipos de comunicación dentro de la amistad. Quienquiera que sea el cónyuge más cercano a alguno de sus hijos en un momento particular, a menudo tendrá que ayudarlo o ayudarla a relacionarse mejor con el otro, ya sea el padre o la madre; ya que, por supuesto, pese a todos los esfuerzos de ambos padres, a veces los hijos no responden y se mantienen a distancia. Los padres que son verdaderamente hombres y mujeres, y que se aman el uno al otro, por lo general encontrarán la manera de superar estas dificultades pasajeras.
Es normal que un hijo muestre una especial deferencia por su madre; y, a medida que crece, adopte una actitud protectora respecto a ella. ¿Es esto un insulto para su debilidad, o un tributo a su feminidad? ¿No deberíamos medir el peligro de censurar aquello de lo que tal vez debiéramos enorgullecernos? Lo mismo puede decirse en cuanto al frecuente fenómeno de que, a medida que una hija crece, su padre recurre a ella y no solamente a su esposa en busca de ternura: un tributo a su masculinidad paternal y a su feminidad filial.
Fraternidad: escuela de vida
Un área especialmente importante es la que atañe a la relación entre hermanos y hermanas. Samuel Johnson, el gran filósofo y académico inglés del siglo XVIII, que no tuvo hermanos ni hermanas, le confesó a un amigo cuánto envidiaba a quienes los tenían y lo sorprendente que le resultaba ver qué poco apreciaban este don, que con frecuencia desperdiciaban. “Decimos a las damas que las buenas esposas hacen buenos maridos: creo que es más seguro que los buenos hermanos hagan buenas hermanas”. Estoy de acuerdo con Johnson, pero creo que es aún más cierto que las buenas hermanas forjan buenos hermanos. Pocos niños pueden escapar totalmente a la influencia de una buena hermana.
La importancia de una relación hermano-hermana, tiene una dimensión tanto social como personal. Esto sale a relucir si se observan casos en los que dicha relación no es posible dado que como sucede cada vez con mayor frecuencia en nuestras familias con hijos únicos no hay hermanos con quienes relacionarse. En el pasado, dichas situaciones tendían a ser la excepción; actualmente en muchos lugares del mundo occidental casi se han vuelto norma. Tal vez aún no hemos medido los efectos sociales (aunque ya estamos experimentándolos) de la falta de esta vivencia, doméstica y natural, de la fraternidad. Cada vez es mayor el riesgo de que el vocablo “fraternidad” se entienda sólo como un término de contenido puramente ideológico, existencialmente incomprensible para la mayoría de las personas que, siendo niños o adolescentes, nunca supieron lo que significa tener un hermano o una hermana. ¿De dónde, entonces, tomarán la inspiración o el ejemplo que les muestre lo que significa tratar a los demás en forma fraternal?
Hermanos y hermanas tienden naturalmente a pelear entre ellos, pero a defenderse unos a otros ante la amenaza de extraños. Debería ser normal que un niño defienda a su familia: especialmente a su madre y, de manera distinta, a sus hermanas. Éste es un signo de hombría, no de superioridad. Es un signo de interdependencia y solidaridad. Sobre todo es un signo de la grandeza de su deuda con ellas.
Me parece que mientras las hermanas siguen defendiendo actualmente a sus hermanos, tengo la impresión de que los hermanos ya no están tan dispuestos a defenderlas. Si están perdiendo este instinto natural, tal vez se deba en parte a que no se les enseña a comprender y respetar el misterio de la niñez específica de las niñas, que cualquier niño puede descubrir fácilmente en su hermana. También es verdad que cuando a las niñas se les fomenta el ser sexualmente atractivas y no sexualmente femeninas, los chicos, incluso sus propios hermanos, tienen la impresión de que ellas mismas están renunciando a una demanda de respeto.
Variedad y riqueza humanas
El propósito de la relación entre un hombre y una mujer es el del enriquecimiento mutuo como personas, no la práctica de una relación utilitaria o abusiva. Hemos hablado al principio de educación sexual. Si el término educación se entiende, de acuerdo con su significado correcto, como preparación para la vida civilizada, una persona carece de educación sexual si no ha aprendido que para que las relaciones entre ambos sexos sean humanas es esencial la presencia del respeto. Lo mismo puede decirse de quien no ha aprendido que hay que crear dicho respeto, y que éste puede destruirse fácilmente. Ningún muchacho goza del respeto de las chicas si éstas advierten en él la mera intención de utilizarlas; y ninguna chica goza del respeto de los muchachos si permite que la utilicen.
Hoy día algunas jóvenes parecen no percibir la diferencia entre ser femeninamente atractivas o sexualmente provocativas. No ser consciente de la naturaleza de la atracción que uno es capaz de ejercer, de la diferencia entre ser admirada y ser simplemente deseada, denota, por una parte, ignorancia acerca de lo que es la sexualidad y, por otra, una falla por parte de ella para comprender no sólo la sexualidad masculina sino también un elemento muy importante para su propio crecimiento en una verdadera identidad sexual femenina. La modestia es algo profundamente arraigado en la naturaleza de una niña, y el papel que esta virtud está destinada a desempeñar en su desarrollo como persona no es de ninguna manera insignificante. Pero puede irse desgastando gradualmente como consecuencia de la fuerza de la moda o la presión de los compañeros, combinadas con una falta de guía por parte de los padres o la ausencia del consejo de un hermano.
Los buenos instintos de una mujer son una enorme fuente de fuerza. Pero, como en el caso de un hombre, es necesario evocar esos buenos instintos. El llamado se dirige a la auténtica feminidad. Es un simple llamado a la correcta autoidentificación: extraer de la propia naturaleza interna el deseo de encontrar la verdadera identidad, también en la sexualidad, y no perder esa identidad a fuerza de presiones por parte de los medios de comunicación, el contexto social o la moda.
Para los creyentes, la sexualidad humana, no sólo en lo referente a identificación sexual (y consecuentemente diferenciación) como femenino o masculino, sino también por lo que se refiere a complementariedad entre los dos, refleja una imagen de Dios. No puede decirse que los rasgos masculinos “expresan” o “reflejan” a Dios más que los femeninos, o viceversa. Cada uno constituye una imagen parcial. Juntos, en su complementariedad mutua, forman la imagen más completa posible (aunque siempre limitada) de Dios.
El crecimiento en personalidad y humanidad está severamente limitado a menos que cada persona, al identificarse plenamente con su propio género, no sólo comprenda sino también busque imitar y adquirir las virtudes más “típicas” del sexo opuesto. Esto también forma parte del proceso necesario de identificación sexual, ya que hay modos masculinos de vivir cualidades femeninas, y modos femeninos de vivir cualidades masculinas. El no comprenderlo así, y no ser capaz de responder al reto que esto implica, empobrece a ambos sexos.
La carencia de verdadera masculinidad o de verdadera feminidad implica una carencia de variedad y riqueza humanas. Un mundo así, en el que hemos de crecer y aprender a ser humanos, se vuelve mucho más pobre.
La relación entre los sexos está diseñada para constituir una fuerza fundamental que humanice a las personas y a la sociedad. Los hombres y los jóvenes experimentan esta humanización aprendiendo a apreciar, admirar y enriquecerse con aquellos rasgos que posee la naturaleza femenina bien desarrollada; y, de manera similar, las mujeres y las jóvenes, mediante la apreciación positiva y enriquecedora de aquellos rasgos distintivos que aparecen en la verdadera masculinidad. Y tanto hombres como mujeres, a través del contraste y la complementariedad, adquieren una comprensión más profunda de la vida: de su origen, significado y fin último.