Nos preocupa el futuro de la familia. En una época turbulenta agitada al extremo en lo intelectual y lo social, el análisis de una cuestión tan compleja determinar si la familia tiene o no futuro sólo puede realizarse con éxito si procedemos de modo riguroso y radical. Debemos precisar qué función desempeña la familia en la constitución, desarrollo y perfeccionamiento del ser humano. De tal clarificación brotarán torrentes de luz para comprender los riesgos que la acechan y las posibilidades que se le abren en el porvenir.
UN «SER DE ENCUENTRO»
Hoy la ciencia biológica nos enseña que el hombre es un «ser de encuentro». Incluso los niños que nacen a los nueve meses de gestación lo hacen prematuramente: con sus sistemas inmunológicos, enzimáticos y neurológicos inmaduros. ¿Por qué esta anticipación? Para que el ser humano acabe de troquelar su ser fisiológico y psicológico en relación con su entorno. El entorno del niño recién nacido viene constituido ante todo por su madre o quien haga sus veces. La relación cobra con ello un valor decisivo. Tras el alumbramiento, el bebé se halla desvalido y necesita fundar con la madre una «urdimbre afectiva», una trama de afecto y tutela. Es el protoencuentro, el primero de una serie que llevarán a este nuevo ser a pleno desarrollo. Todo ser humano es fruto de un encuentro interhumano y está llamado a fundar múltiples encuentros a lo largo de su vida.
Bien entendido, el encuentro no se reduce a una mera yuxtaposición tangencial. Es un entreveramiento de dos realidades que constituyen centros de iniciativa y pueden ofrecerse mutuamente posibilidades de actuar con sentido. El encuentro no es posible entre meros objetos, sino entre personas, y entre personas y realidades que ofrecen diversas posibilidades de hacer juego en la vida. Un piano, como mueble, es un mero objeto; en cuanto instrumento, es más que un objeto, sin ser una persona. Con un piano y una partitura puede entreverarse un pianista, y el fruto de tal encuentro es la aparición luminosa de una obra musical.
Por ser un entreveramiento fecundo de realidades dotadas de iniciativa, el encuentro instaura modos valiosos de unidad. Hay distintas formas como el hombre se une a las realidades que le rodean. Si toco al piano por fuera, aunque me agarre a él con toda mi fuerza, mi unión con él es muy pobre y no crea nada valioso. Constituye en mi vida una circunstancia pasajera. Si meto los dedos entre las teclas e interpreto una obra musical, adquiero con el piano una unidad mucho más profunda. Pero todavía es más relevante la unidad que adquiero con el autor y con su estilo y con la época que constituyó su entorno vital.
AFÁN DE PODER VS. FAMILIA
Cuando dos o más personas se unen entre sí con formas muy altas de cohesión, dan lugar a una comunidad. Una comunidad auténtica tiene una estructura sólida. Es una especie de constelación de personas que se enriquecen y potencian mutuamente. Por eso es difícilmente dominable desde el exterior.
Ello explica que las diferentes comunidades que integran un pueblo sean vistas como un obstáculo por los tiranos personas o grupos afanosos de dominar a los pueblos sin que éstos lo perciban, cuya atención se dirige primordialmente a diluir las comunidades y reducirlas a meros montones amorfos de individuos, es decir, a masas. Una masa, por cuantiosa que sea, es fácilmente dominable.
La conversión de las comunidades en masas se realiza amenguando al máximo el poder creador de las personas que las forman. Pero, ¿cómo se puede llevar a cabo esta anulación del poder creador de las personas? La creatividad significa asunción libre y activa de valores. Ser creativo implica capacidad de iniciativa y libertad. Libertad, cotas nunca alcanzadas de libertad, es lo que se promete ante todo en las democracias. ¿Cómo es posible convencer a las gentes, en una democracia, de que se les conceden libertades máximas cuando de hecho se las priva de la auténtica libertad, la libertad para la creatividad?
Esta operación dolosa se realiza a través de la manipulación mediante el lenguaje y la imagen. Sobre el producto que se nos quiere vender se proyectan imágenes que ejercen un atractivo automático y afectan nuestros centros de decisión. El manipulador no habla nunca a la inteligencia de las personas, las quiere vencer sin necesidad de convencerlas. Se limita a manejar, con rapidez de ilusionista, los recursos seductores que necesita para dominar.
De modo semejante, utiliza con astucia los términos talismán de cada época, palabras cargadas de prestigio que parecen sugerir más bien creencias que ideas. Por creencias se entiende aquí, convicciones profundas que nadie apenas pone en duda y constituyen el suelo en que se apoya la vida social. En la actualidad, el término talismán por excelencia es libertad. Debido a su importancia, los términos talismán presentan dos propiedades básicas:
1) frenan el poder crítico de la gente y,
2) prestigian todo término que se empareje con ellos y desprestigian a los que se oponen o parecen oponérseles.
Por su concomitancia con la libertad, están hoy altamente valorados términos tales como independencia, autonomía, democracia, progreso, cambio, cogestión, pluralismo, perspectivismo.
Al dar por supuesto que censura se opone a libertad el manipulador nunca demuestra nada; da por supuesto lo que le interesa, el que defienda hoy la introducción de algún tipo de censura queda fuera de juego en la sociedad, es descalificado automáticamente.
RECURSO «TALISMÁN»: EL ARMA MÁS PODEROSA
He aquí el temor al lenguaje manipulado, utilizado estratégicamente de modo ambiguo, borroso, opaco. La primera ley del demagogo es no matizar los conceptos, presentarlos de modo ambiguo para utilizarlos en cada contexto según le dicten sus intereses.
El uso astuto de los términos talismán permite poner en juego mil recursos para dominar al pueblo sin que éste se aperciba. El recurso estratégico más peligroso es interpretar como dilemas ciertos esquemas mentales que no son sino contrastes. Por ejemplo, el esquema «autonomía-heteronomía». Es autónomo el hombre que se rige por criterios propios. Es heterónomo el que orienta su vida en virtud de criterios y normas ajenos. Lo propio es identificado con lo interior, lo que brota de dentro. Lo ajeno es tomado como lo que procede de fuera. Lo interior y lo exterior, lo propio y lo ajeno parecen oponerse de modo que obligan al hombre a optar: o actúo por criterios propios, conforme a las pautas de orientación que se alumbran en mi interior o me dejo llevar de criterios y normas que proceden del exterior. Si aceptamos este dilema, destruimos de raíz nuestra capacidad creadora, pues el hombre sólo es creador cuando asume activamente posibilidades que le vienen ofrecidas por otras realidades. El que piensa que asumir algo externo y ajeno lo enajena o aliena, tiende a encapsularse en su propia interioridad y a dar de lado todo cuanto en materia de moral, religión, usos y costumbres le ha venido sugerido desde fuera. Los demagogos fomentan este malentendido mediante el emparejamiento de autonomía y libertad, libertad e interioridad, interioridad y fuerzas de autoafirmación, fuerzas de autoafirmación y pulsiones instintivas. Los automatismos instintivos parecen muy fuertes por ser elementales y básicos. Obrar conforme a criterios propios suele considerarse como sinónimo de obrar a impulsos de los propios instintos. Dejarse arrastrar por cuanto halaga los instintos produce exaltación. La exaltación se confunde fácilmente con la exultación. Estas confusiones bloquean insalvablemente el proceso formativo. Nada es más urgente que mostrar la posibilidad de conjuntar fecundamente lo interior y lo exterior, lo propio y lo ajeno. Todo lo que me rodea es, en principio, distinto y distante, externo y extraño a mí. Pero si entro en relación de trato creador con ello, puede llegar a serme íntimo sin dejar de ser distinto. Esto sucede asimismo con una obra artística, con un valor ético, con una institución… Este paso de lo distinto-distante a lo distinto-íntimo marca el umbral de la experiencia humana auténtica. Cuando una persona se da cuenta de la posibilidad de convertir lo distante y ajeno en íntimo, da un paso decisivo hacia la madurez.
Los esquemas mentales vertebran el pensamiento y el obrar humanos. El que domina tales esquemas puede dominar a personas y pueblos enteros. Con razón ha dicho un famoso revolucionario del siglo XX que quien domina el lenguaje domina el alma de las gentes, y por esa profunda razón, el lenguaje es el arma más poderosa que tienen a su disposición los Estados modernos.
MEDIDAS DE SALVACIÓN
A base de términos y esquemas mentales se pueden poner en juego multitud de recursos estratégicos para modelar la mente, la voluntad y el sentimiento de los pueblos. Esta modelación artera, soterrada, supone el peor de los vasallajes: el del espíritu. Nada más urgente que preguntarnos si existe un antídoto contra esta pérdida de libertad interior. Aunque la marea de la manipulación parece imparable, la respuesta es afirmativa. Podemos defendernos de los ardides de la manipulación si adoptamos tres medidas:
1. Estar alerta y saber qué es manipular, quién manipula, para qué manipula y cómo lo hace.
2. Esforzarnos en pensar con rigor, utilizando el lenguaje de modo preciso.
3. Desarrollar nuestras posibilidades creativas en todos los órdenes: deportivo, ético, estético, profesional, religioso…
Hoy día, muchos padres de familia y educadores sienten desánimo al ver que su labor educativa es mediatizada por la influencia de los medios de comunicación, ante cuya potencia se ven inermes. Efectivamente, es imposible evitar que niños y jóvenes se vean asediados por toda suerte de demagogos. La solución no consiste en evitar este influjo a través de prohibiciones, sino en neutralizarlo mediante una formación adecuada.
Esta formación se condensa en los tres puntos del antídoto: estar alerta, pensar con rigor y vivir creadoramente. El cumplimiento de estas tres condiciones resulta en la actualidad difícil sobremanera por cuanto los afanosos de poder ponen en juego un contra-antídoto, que disminuye al máximo el poder humano de discernimiento y creatividad. Se trata de la confusión deliberada de los dos grandes bloques o tipos de experiencias humanas: las de fascinación o vértigo y las de creatividad o éxtasis. Comprender a fondo la articulación interna del proceso de fascinación o vértigo y el de creatividad o éxtasis constituye un foco de luz para orientar rectamente la propia vida e interpretar lo que está ocurriendo en la sociedad contemporánea.
VÉRTIGO: ANGUSTIA, DESESPERACIÓN, DESTRUCCIÓN
El proceso de vértigo o fascinación. Si soy egoísta, tiendo a convertir cada realidad de mi entorno en medio para mis fines. Cuando veo algo que me atrae poderosamente, mi actitud interesada me lleva a dejarme arrastrar por la ambición de dominarlo, poseerlo y disfrutarlo. El afán de obtener ganancias inmediatas, gratificaciones fáciles, me fascina; es decir, me seduce y me empasta con la realidad deseada. Ante un estímulo halagador, mi respuesta parece darse de modo automático. No hay distancia de libre juego entre la realidad y yo. Por eso no se da el encuentro. Puedo dominar tal realidad apetecida, pero no puedo encontrarme con ella. Al no encontrarme, como el hombre es un «ser de encuentro», no me realizo como persona. Cuando me doy cuenta que bloqueo mi desarrollo personal, siento tristeza. El dominio que halaga, produce en principio exaltación, euforia, pero se traduce pronto en decepción. Al verse una y otra vez aislado y bloqueado, uno se siente vacío interiormente, porque el hombre sólo se plenifica al encontrarse con realidades valiosas. Si nos asomamos a ese tremendo vacío, somos presa del vértigo espiritual: la angustia. Este género de angustia suele ser irreversible porque la entrega a la fascinación debilita la voluntad y la lanza por un plano inclinado. Cuando todas las vías hacia la plenitud personal aparecen cerradas, surge el sentimiento de desesperación. La amargura profunda de verse anulado como persona lleva a la destrucción: la propia en el suicidio y la ajena en el homicidio.
Numerosas obras literarias y cinematográficas plasman de modo impresionante este proceso de vértigo, que en principio no te pide nada, insta a que te dejes arrastrar por el afán de poseer aquello que atrae; te lo promete todo y acaba quitándotelo todo.
ENCUENTRO: JUEGO CREADOR
El proceso de éxtasis o creatividad. Si soy generoso, no convierto los seres del entorno en satélites míos, los respeto en lo que son y en lo que están llamados a ser. Este respeto me lleva a no tomarlos como medios para mis fines sino como compañeros de juego en una tarea creadora. Esta voluntad colaboradora da lugar al encuentro. Al encontrarme, me desarrollo como persona y siento alegría. La alegría se trueca en entusiasmo cuando la realidad con la que me encuentro me ofrece posibilidades creadoras de tal magnitud que, al asumirlas activamente, me elevo a lo mejor de mí mismo. Esta elevación se traduce en un sentimiento de felicidad interior, el cual, a su vez, suscita una actitud de mayor confianza en el poder constructivo de todo lo valioso y una total decisión de entregarse a la tarea común de fundar modos muy elevados de unidad. El entusiasmo conduce, así, a la edificación plena de la persona humana y de la comunidad. El proceso de creatividad o éxtasis perfecciona todas las realidades que entran en relación de encuentro.
El proceso de creatividad o éxtasis te pide todo al principio, te lo promete todo y te lo concede todo al final. ¿Qué te exige el éxtasis? Generosidad, apertura de espíritu, disponibilidad. No existe una sola acción creativa en deporte, arte, vida de amistad, práctica religiosa y ética… que no lleve en la base una actitud generosa.
El proceso de éxtasis no empasta, no seduce; mantiene la distancia del respeto, y al final, une de modo fecundo. El proceso de vértigo quiere evitar toda distancia y acaba alejando, porque nos obsesiona con una realidad distinta y distante con la que no podemos hacernos íntimos.
La intimidad se logra a través del encuentro, y éste pide creatividad, entreveramiento de «ámbitos», no mero dominio de objetos. El vértigo me saca de mí, me enajena y aliena. El éxtasis, en cambio, me acerca a mi plena identidad personal.
Este somero análisis de los procesos de fascinación y creatividad nos permite ver al trasluz cuanto está aconteciendo hoy en torno a la familia y la juventud. Se conceden todo tipo de libertades para entregarse a las diversas formas de vértigo: poder, ambición, juego de azar, erotismo, embriaguez, droga, entrega a ríos de impresiones sensoriales… Al fomentar estas experiencias, se amengua paulatinamente la creatividad de las gentes y se reducen las comunidades a meras masas. Esta reducción es violenta, pero suele pasar inadvertida a las personas afectadas, seducidas por el atractivo de la fascinación. El manipulador domina al pueblo mediante el arte de ir siempre a favor de corriente: halaga las pulsiones instintivas de la gente, exalta su ánimo, y la persuade de que la exaltación supone exultación y felicidad.
LA MAYOR TRAMPA AL HOMBRE CONTEMPORÁNEO
La confusión de lo que exalta y lo que exulta, lo que seduce y lo que enamora, lo que despeña en el vértigo y lo que eleva al éxtasis supone la mayor trampa que se tiende actualmente al hombre contemporáneo. Si se cae en ella, la familia no tiene futuro, porque el hombre pierde la sensibilidad para los valores, sobre todo el de unidad. Las experiencias de vértigo no unen al hombre con la realidad en torno. La relación amorosa no es sino un «canje de soledades» cuando se reduce a relación erótica por responder a un mero intercambio de intereses. Tú estás en tu soledad, yo en la mía; tú en la ciudadela de tu egoísmo, yo en la del mío. Nos tratamos en tanto en cuanto tenemos algo que ofrecer y nos regimos por el lema: «cuánto tienes, cuánto vales».
El futuro de la familia pende de que sepamos distinguir, con toda precisión, los procesos de vértigo y los de éxtasis, y de que comprendamos que el vértigo satisface de momento nuestro afán de dominio pero nos deja desvalidos; el éxtasis exige de nosotros desprendimiento y generosidad, y al final nos otorga el definitivo amparo. ¿Hacia dónde encaminaremos nuestra vida: hacia la exaltación del vértigo o hacia la exultación del éxtasis? Depende de la meta que persigamos en la vida, del ideal que oriente nuestra existencia.
Durante toda la Edad Moderna, el hombre occidental orientó su vida hacia la meta de dominar para poseer y poseer para disfrutar. Este ideal le reportó grandes éxitos, pero lo condujo a la hecatombe física y moral de la primera guerra mundial. Este hundimiento provocó en su ánimo una insufrible inseguridad. En esta situación de desvalimiento, el hombre pudo tomar dos vías: 1) cambiar de ideal y buscar amparo en la creación generosa de modos relevantes de unidad con los demás; 2) no cambiar de ideal y hacerse la ilusión de que el aumento del dominio sobre cosas y personas concede al hombre la seguridad perdida. Esta falsa ilusión condujo a la segunda guerra mundial.
A más de medio siglo de distancia de la primera guerra mundial, nos encontramos hoy en la misma situación anímica de crisis. Estamos en una encrucijada. Podemos seguir proyectando la vida a impulsos del viejo ideal del dominio y encaminarnos hacia la destrucción, etapa final de todo vértigo; o adoptar como norte en la vida el ideal de la creatividad y la unidad. Si nos decidimos a realizar este giro espiritual, cambiaremos nuestras actitudes ante las realidades del entorno: no tenderemos tanto a dominar para poseer cuanto a crear en común algo valioso. Tú no serás para mí un objeto, por admirable que lo suponga, sino un posible compañero de juego. Al cambiar las actitudes, se altera la idea que tenemos de la realidad. Una persona no será vista como simple objeto sino como centro de iniciativa, fuente de posibilidades, ser dotado de una vocación y una misión que debe cumplir. El pan ya no será considerado como el producto de un proceso de fabricación sino como el fruto de un múltiple encuentro. Al configurar esta idea relacional de realidad, se hace posible pensar con rigor, y se agudiza el poder de la mente para descubrir las diferentes posibilidades creativas que tiene el hombre en su vida. De esta forma nos inmunizamos contra la manipulación, sobre todo contra el empeño demagógico de lanzarnos a las experiencias fascinantes de vértigo, y disponernos para vivir una vida en plenitud.
Esta preparación nos dispone para colaborar en la edificación de un Nuevo Humanismo, de una época que asuma los mejores logros de la Edad Moderna y evite sus abismales riesgos. En esta época inspirada en el ideal de unidad, las formas genuinas de comunidad humana se hallarán en su elemento. El futuro de la familia viene condicionado por la instauración de este Nuevo Humanismo de la creatividad y la unidad.
La defensa de la institución familiar tiene que hacerse hoy día por vía de la elevación. No basta tomar medidas coyunturales, como son el protestar por las cargas de fondo que se le dirigen desde uno y otro ángulo y por las dificultades que se ponen en el camino de su realización cabal. Hay que operar toda una renovación personal y social, y acometerse radicalmente, mediante el cambio de ideal que orienta nuestra vida. El ideal más fecundo es el de la unidad, de los modos más altos de unidad. Vista en sus formas más relevantes, la unidad no es un medio, es una meta en la vida.