Hace ya algún tiempo, cuando ya me había liberado de la tutela paterna en lo que a lecturas se refiere y me sentía, a los 21 años, con el criterio suficiente para elegir lo que deseaba, me prestaron un best-seller muy de moda y empecé a leerlo. Una noche quedó el libro por allí; mi papá lo tomó y entretuvo su insomnio con mi novela. A la mañana siguiente solamente me dijo “hay tantas cosas maravillosas para leer, que la verdad no veo por qué pierdes tu tiempo con esa novela tan sucia”. Aunque intenté seguir la lectura, me fue imposible, el libro se me escurrió de las manos y regresó a su dueño.
Estoy segura que una prohibición o un regaño, habrían sido contraproducentes, pero con tino, mi padre recurrió a mi libre albedrío con la esperanza de que en verdad hubiera superado ya la adolescencia y fuera capaz de ejercer un criterio, esperaba que los límites me los pusiera yo misma.A nivel amplio, en el plano social, algunos vientos que soplan nos hacen pensar que estamos por dejar la adolescencia.
Esa alergia que brotaba ante la sola mención de poner límites a la libertad o a los derechos, es menos virulenta, nuestra cultura posmoderna comienza a experimentar cierta necesidad de límite, entre otras cosas, porque comprobamos las fatales consecuencias de haber franqueado todas las barreras en muchas áreas. A esos límites se les pueden llamar normas, principios de conducta, valores. Sabemos de sobra que nuestra época rechaza la imposición, el autoritarismo, por lo tanto, no tendría sentido imponerlos, tampoco sirven si son como un aditamento postizo o un extra que se agrega a la educación pública o privada.
Los principios y luego los límites que de ellos derivan para ser coherentes con esos principios, los aprenden los niños por el ejemplo de los adultos (cuando los adultos tienen efectivamente objetivos y valores y se esfuerzan por seguirlos), y luego, al superar la adolescencia, hay dos opciones: hacerlos propios o desecharlos. Si cada individuo no descubre personalmente las razones para comportarse de una manera y no de otra, será que no ha sorteado la adolescencia, y si esos individuos son mayoría, la sociedad sigue siendo adolescente, una barca va la deriva de los vientos.
En cambio, si esa mayoría encuentra objetivos comunes, descubre los límites necesarios y los autoimpone: códigos de ética en asociaciones profesionales, en medios de comunicación, en diversos escalones de la sociedad intermedia, indican mayor madurez social que si el Estado, por ejemplo, impusiera las normas.