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Dirección, ¿arte o ciencia?

La dirección también llamada política de empresa, posee un amplio rango de presencia. Cualquier organización humana necesita ser dirigida por varios de sus miembros. En este sentido, existe porque los hombres se relacionan para lograr un objetivo común. Por ello, la dirección ocupa un primerísimo lugar dentro de las organizaciones humanas: desde instituciones como la familia, pasando por una gama diversa de sociedades intermedias, hasta llegar al Estado. Aunque la dirección se aplica a todas ellas, es en la empresa que persigue como su principal fin el lucro donde, tal vez, la dirección se ha profesionalizado e incluso obtenido un tamiz casi científico.
La dirección, ¿es arte o ciencia? Es éste un tema discutido que reviste una respuesta ambivalente. La dirección no es ciencia en cuanto que versa sobre lo contingente lo que puede ser de un modo u otro y no sobre lo necesario; se trata más de una actividad prudencial y, por tanto, relacionada con aquellos actos que varían según las circunstancias externas e internas del sujeto que decide.
En las escuelas de negocios más afamadas del mundo, la dirección de empresas se enseña a través del «método del caso». Aristóteles establece que el método de cualquier ciencia se define por su objeto propio; si esto es así, señalaremos, por las características de dicho método, que la dirección se ubica más dentro del saber prudencial que del científico.
Carlos Llano afirma sobre la enseñanza de la dirección: «El método del caso resulta inepto para el desarrollo de una dirección que se conciba como pura ciencia, regida por leyes necesarias y seguras. Es útil, en cambio, cuando la dirección es concebida como un acto de la prudencia, que no sigue leyes fijas inamovibles, sino que responde de manera variable a las cambiantes situaciones que se presentan, y que señala objetivos distintos cuando las circunstancias reales también lo son. La debilidad del método del caso y su fuerza (…) se regla respectivamente según que la dirección deba ejercerse como un dictamen científico o como un juicio práctico del saber prudencial».
Sin embargo, la dirección es científica pues posee algunos principios válidos universalmente. Por ejemplo, al decir que la dirección es una actividad no sujeta a reglas fijas y de resultados inciertos a pesar de la relatividad de esta frase que refleja una realidad, debemos comprender que esta idea funciona como principio de la dirección en cualquier tiempo y espacio. Por tanto, aunque sean mínimos, existen ciertos principios, que por necesarios, conforman un cierto tamiz científico a la dirección.
A principios de siglo surgió la llamada «administración científica» que pretendía sistematizar el trabajo directivo, tarea imposible dada su propia naturaleza. Actualmente, las distintas tendencias se reúnen en lo que podríamos denominar una «ciencia de la dirección», más acorde con lo mencionado por Llano.
El concepto de «política de empresa» también se aplica, y acaso más acertadamente, a la dirección. Según su etimología, la política es el gobierno de la ciudad, pero mi intención es entrelazar la dirección de empresas con una correcta antropología. Aquí cabe la primera distinción: la política no es más que la dimensión social de la prudencia entendida como virtud intelectual de la inteligencia práctica, cuyo objeto es la autotransformación del propio hombre prudente. Como la política es la dimensión social de la prudencia, debe dirigirse al bien común de aquella organización humana donde se ejerce. Así, puede afirmarse que la política de empresa es la prudencia del director aplicada al buen gobierno de la empresa que dirige. Quisiera precisar un poco más.
La dirección es la acción política de una institución hacia sus objetivos genéricos (fines) y hacia el objetivo específico que el hombre de vértice, político de empresa o director, se propone para avanzar el trecho que separa la institución presente con la futura, partiendo de su situación actual y tomando en cuenta el dinamismo del entorno político, económico y social que le rodea.

PENSAR, DECIDIR, REALIZAR

La acción es referida al obrar humano: aquella serie de actos realizados por una persona inteligente con un plan preconcebido; esto es, llevar a la práctica lo que ideal, intelectual y cognoscitivamente ha pensado, imaginado, valorado y reflexionado. Este primer concepto posee un profundo contenido: nos habla de lo que el hombre es. Si el obrar sigue a la naturaleza, la acción humana debe ser realizada con un fin, ser inteligente y querida libremente, involucrando todos los sentidos y apetitos de la persona, de forma que la lleve a imaginar, pensar, sufrir, traer experiencia de la memoria, hacer juicios, activar su apetito irascible (ya que seguramente tenderá a la consecución de un bien arduo) y un largo etcétera.
Pero esa acción no es solitaria, sino política. Nuevamente abordamos el tema de la prudencia en el obrar aplicada a un grupo humano y, por lo tanto, orientada a su bien común y al de terceros afectados. Se ha dicho que la dirección es una actividad sin reglas fijas y de resultados inciertos, que en su mismo proceso implica audacia, magnanimidad e incluso un equilibrio inherente: prudencia en una palabra, por eso la acción debe ser política.
Al ser una acción política es, de suyo, compleja. Si un director determina que su empresa exporte, esa decisión conlleva un largo y tortuoso camino, interno y externo. Ejemplifiquemos sólo el interno: debe convencer a sus directores más allegados para que apoyen su decisión, ofreciéndoles razones claras, precisas, contundentes, al menos en apariencia, para realizar la exportación. Luego, al lograr este consentimiento, deberá obtener los medios humanos y materiales capaces de tal acción. Una vez conseguidos, necesitará coordinarlos con los demás recursos de la empresa para que su desenvolvimiento sea armónico, «sinérgico» diríamos ahora. Aun si logra el éxito en todo lo anterior, se levantarán imprevistos que requerirá sortear hasta alcanzar el objetivo deseado.
Existe un largo camino entre pensar las cosas, decidirlas y realizarlas. Se trata, al menos, de tres pasos que Carlos Llano, en el prólogo de su libro, Análisis de la acción directiva, explica: diagnóstico, toma de decisiones y mando de hombres.

EL PROCESO DE LA ACCIÓN DIRECTIVA

El diagnóstico es la parte más intelectual del proceso directivo. Está orientado a la acción y debe cumplir los objetivos genéricos de la empresa: ganar dinero, desarrollar a su gente, ofrecer un bien útil a sus clientes y dar continuidad a la propia empresa. Y también su objetivo específico: exportar un producto «x», abrir nuevos mercados…
Esto supone deliberación, análisis sobre las distintas vías para alcanzar esos objetivos y, finalmente, optar por una de esas alternativas con sus riesgos inherentes. El diagnóstico tiene que ver con la visión de futuro, ya que el director debe analizar la situación de la empresa hoy para tratar de vislumbrar los distintos factores que influirán en el entorno y en la propia empresa hasta obtener, sintéticamente, el futuro deseado.
No sólo hay que decidir sino, sobre todo, tratar que otros realicen quieran lo querido: esto es el mando de hombres. Es claro que la acción política tiene relación con el mando de hombres ya que al pedirle a otros, mediante razones objetivas, que hagan determinada acción debe procurarse su propio perfeccionamiento y esto es eminentemente político. Por eso, sólo la persona prudente puede ser realmente política; sólo quien es ético, quien hace el bien, puede ser político.
El hombre de vértice, el político de empresa, el director es, ante todo, aquel que obra el bien (para sí mismo y para los demás). Por eso puede pedir que otros realicen el bien para la comunidad. El político es esencialmente alguien capaz de hacer el bien a los demás, sumar esfuerzos, unir voluntades hacia ese objetivo que llevará al éxito. Al «visualizarlo», ve los medios que deben aplicarse (no cualquier medio sino los necesarios y factibles;motiva a su gente para que a pesar del esfuerzo arduo que deben librar, se realice el trabajo necesario para lograr esa visión de futuro, ese objetivo exitoso.
Decíamos que existe un trecho, entre la empresa de hoy y la del futuro, que debe caminarse más bien construirse, labrarse. Ese recorrido se logra a través del liderazgo, o bien, mediante lo que se denomina, en política de empresa, «procedimientos de avance»: precisar, enseñar, medir, premiar y castigar. Ese camino parte de un análisis de la situación actual, temporal de la empresa; sin él y su posterior síntesis, es imposible siquiera comenzar el trayecto: nadie en su sano juicio libra una batalla sin saber antes con cuántos pertrechos cuenta, con cuántas municiones, con cuántos soldados… Sería imprudente prepararse para la guerra sin saber qué se necesita, de qué se carece, etcétera.
Otro momento importante en la dirección de empresas es repartir adecuadamente el trabajo: diseñar la estructura. Toda visión de futuro conlleva una estructura que puede contar con la existente, modificarla, crear una nueva… Ver a futuro es, al menos, detenerse a reflexionar sobre la estructura que se posee y si será suficiente o adecuada para el nuevo proyecto de empresa que se vislumbra. La mejor idea futura de empresa puede fracasar rotundamente por falta de visión con respecto a la estructura; es como querer construir un puente sobre un río sin los cálculos necesarios para evitar su derrumbe y, por otro lado, que soporte el peso que sostendrá.
La situación interna de la empresa debe ponderarse de cara a lo externo, pues interactúa con su entorno y de él obtiene su sustento, su supervivencia. De tal suerte que los acontecimientos que más directamente le atañen debe analizarlos a profundidad: mercado, clientes, esquemas de financiamiento, etcétera. Y, desde luego, también aquello que, aunque no es de su previsión, debe tomar en cuenta: la situación económica, política y social del país.
La empresa es, hoy, una de las grandes fuerzas sociales que modelan nuestro mundo; pero también es cierto que la sociedad, las fuerzas políticas, ideológicas y sociales influyen en la empresa y su entorno. Por ello no es raro encontrar en las escuelas de negocios, con una marcada tendencia de enseñanza estratégica, tres áreas de estudio perfectamente imbricadas: política de empresa, entorno político-social y entorno económico. Juntas logran el trípode de la dirección, de la visión directiva de cualquier profesional de la empresa.

LA IMPRONTA DEL DIRECTOR EN LA EMPRESA

La dirección de cualquier organización no debe desligarse de las cualidades y habilidades del hombre que es y sustenta al director. Éste no se despoja de su personalidad, de su modo de ser para dirigir. Su impronta se transmitirá por toda la organización para bien o para mal. No sostengo que exista una relación directa entre la obtención de mejores resultados económicos y un director que entiende y vive las virtudes humanas. Pero sí creo que este hombre tendrá más elementos para dirigir mejor su organización y por lo tanto ésta será un lugar donde, al menos, no se denigre a la persona, al contrario, será un espacio donde se le promueva. En la empresa, el desarrollo de la persona necesariamente la beneficia, en ningún caso la perjudica. En estos últimos años los esfuerzos de los investigadores y conocedores de la empresa intentan hacer énfasis en este punto sin, a mi parecer, llegar a fondo.
Es necesario rescatar el humanismo en la empresa sin caer en el angelismo, ni pretender que el hombre es una máquina que sólo responde a meros incentivos materiales; estas concepciones deben superarse en la práctica y no únicamente en los libros de dirección.
Por último, quisiera esbozar al menos algunas ideas que un director debe tener claras:

  1. Conocer los fines genéricos de cualquier empresa
  2. Establecer el fin específico de la empresa que dirige
  3. Realizar un análisis de las fuerzas y debilidades de su empresa, tanto al interior como al exterior, tomar en cuenta la situación económica, política y social de su entorno: realizar un diagnóstico
  4. Desarrollar una visión de futuro para su empresa: estrategia y diseño de la estructura adecuada
  5. Vislumbrar los medios necesarios, factibles y consecuentes con esa visión de futuro
  6. Actuar en dos áreas directivas: toma de decisiones y mando de hombres, para ir forjando ese futuro en el presente
  7. Elaborar la estrategia para avanzar en la visión de futuro; esto es, establecer las prioridades a largo y corto plazo
  8. Reflexionar continuamente sobre las decisiones ya tomadas. La empresa se construye día con día, ocupada en lo que es de ordinaria administración, levantando la mirada estratégica para corregir el rumbo ante la realidad cambiante.

En nuestra sociedad, la empresa representa una protagónica sociedad intermedia. Si el director actúa con plena responsabilidad, hará mucho bien cumpliendo cabalmente su función. Es de esperar que no sólo en la empresa sino en cualquier organización hospitales, universidades…, el director sea eficaz y eficiente para lograr la continuidad en el servicio de las personas que su organización atiende.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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