Suscríbete a la revista  |  Suscríbete a nuestro newsletter

El Claroscuro de internet

Es frecuente ver cómo se han establecido en la empresa paradigmas que no sólo no complementan ni se compatibilizan con el ser del hombre, sino que, consciente o inconscientemente, se enfrentan con su naturaleza o con su dignidad e intransferibilidad de persona. Ello ha ocurrido cuando se establecen en la empresa sistemas, procedimientos o modos de operación que coartan las libres y auténticas no las caprichosas posibilidades del hombre.
Por ello nos preocupa extraordinariamente que aparezcan nuevos paradigmas operativos que, bien sea por sí mismos, bien sea por el modo de concebirlos o implantarlos, atenten hoy, otra vez, contra lo que consideramos paradigmáticamente intocable.
Esta preocupación se incrementa en la medida en que los modelos de operación resultan irreprochables desde el punto de vista del progreso mismo de las organizaciones, particular o globalmente consideradas, y en la medida en que abren horizontes de acción hasta hace muy poco insospechables y amplían casi sin límites el radio de la actividad humana. Casi sin límites: Carlos Slim, que bien sabe de ello, declaró hace poco que no cree en los límites de las posibilidades de la intercomunicación electrónica.
Nos referimos ahora a los sistemas cibernéticos de información y a la importancia que, con todo motivo, están adquiriendo en la empresa, al punto de que con su eliminación o atemperamiento la empresa misma del futuro se nos antojaría ya inconcebible. No ignoramos que internet ha configurado un nuevo paradigma en las relaciones mercantiles en el que, querámoslo o no, habremos de introducirnos. Sin embargo, la inevitabilidad de la implantación de este paradigma o, mejor, el imperioso deseo de su debido aprovechamiento no debe aceptarse de una manera absoluta, sin señalar cautelosamente los peligros que encierra; sin advertir, en suma, las otras exigencias antropológicas que su establecimiento implicará, en caso de que pretendamos que la empresa continúe siendo una comunidad de personas; dicho más crudamente, esta comunidad de personas tiene el peligro de diluirse al establecer sin precauciones un sistema de comunicación inspirado monopólicamente en internet.
Ya hemos dicho en otras ocasiones que la comunidad primigenia del hombre es la familia. Añadimos ahora que cualquier composición comunitaria que se establezca debe conservar su cordón umbilical con el lugar nativo. En otros términos, si hallamos un consorcio humano en donde no tiene lugar ninguna de las notas que son características de la familia, ese consorcio estará compuesto por hombres, pero no será humano.
¿Podríamos mantener el perfil de la comunicación familiar si ésta se hubiera circunscrito monopólicamente al correo o al telégrafo? Esta posibilidad quedó conjurada gracias al teléfono, ya que la voz resulta más personal e inmediata que la escritura (aunque admitamos que la escritura, en muchos casos, siempre excepcionales, puede llegar a adquirir una intimidad verdaderamente inefable).
Igualmente, la sola comunicación telefónica ha sido ahora fortalecida por un fenómeno muy reciente: la televisión (la visión personalizada). Podemos hablar con una persona y verla al mismo tiempo. Incluso podemos hacer una sola reunión con dos conjuntos de personas que tienen, en el mismo momento de realizarse, un océano de por medio. A pesar de la distancia, puede darse la impresión virtual de que ambos grupos nos encontramos alrededor de una misma mesa.
Por otra parte, de manera análoga, la comunicación escrita personal se ha vigorizado gracias a la velocidad del telefax y del correo electrónico.
Internet ha logrado la confluencia de todos estos sistemas comunicativos en uno solo. Podría decirse que gracias a esta red electrónica de comunicación nuestro planeta no se ha convertido ya en una aldea, sino en una familia. Pero ello no es así.
Queremos salir al paso de este optimismo, ya que, como prácticamente hemos visto, no se trata ya aquí de fortalecer las relaciones familiares, sino de sustituirlas. La familia se encuentra materialmente vinculada con el hogar. El hogar es su hábitat. No se da allí sólo la comunicación, sino la convivencia. La pregunta es: ¿pueden los espacios virtuales sustituir el lugar en donde se da la relación convivente? Antes de contestar de una manera afirmativa y segura a tal pregunta, nuestras apuestas al progreso de internet deberían quedar en suspenso.

LA SOLEDAD DE INTERNET

La afirmación no podría hacerse a boca llena precisamente por el nexo que existe entre el lugar y la convivencia. Si el lugar no es real, sino sólo virtual, la convivencia será virtual, pero no real. Esto puede captarse de manera clara en los primeros estadios familiares, que no se encuentran ajenos a los últimos estadios de las organizaciones . ¿Puede acaso acariciar una madre a su hijo por internet? ¿Cómo puede sustituirse electrónicamente no ya este contacto íntimo, sino la relación corporal cercana y permanente que el niño necesita? Recordemos que el tacto es el más material pero el más básico de nuestros sentidos, y sus sensaciones las más primitivas. Si esto es válido para el contacto material, ¿qué diremos del psicológico?
Por otro lado, la comunicación electrónica nos ha acercado entre nosotros, pero a costo de destruir el lugar. Parece que la comunicación se va manifestando ahora en la medida en que el lugar, la ubicación de cada uno pierde importancia. Y el ubi es esencial para la condición hilemórfica y cuantitativa del ser humano ; el hombre se relaciona mejor con otro hombre desde un lugar, con el que tienen nexos personales y fijos; y su comunicación es más completa cuando el destinatario de ella se encuentra, a su vez, en su lugar propio, con el que encaja y con el que se identifica.

LA EROSIÓN DEL UBI

Gracias a William Knoke , sabemos que se está produciendo el fenómeno que Enrique Murillo ha llamado sugerentemente la erosión del ubi, y ello en buena parte gracias a los por otro lado favorables avances electrónicos; pero ¿no será ello también, indirectamente, un signo de la erosión del hombre?
Lo que parecía una ventaja para la comunicación, el acercamiento de las distancias , se nos ha revertido en forma de erosión.
La comunicación electrónica nos facilita la eliminación de inventarios físicos: no hace falta que sea yo quien tenga los materiales que necesito, basta que alguien los posea en algún sitio (nuevamente la erosión del ubi es paralela a la erosión del hombre).
Pero aún debe analizarse si este proceso de desmaterialización mercantil propicia o no la espiritualización de la persona, en el sentido más profundo del término. La persona es espiritual no sólo porque posee propio autodominio sino especialmente porque puede trascenderse hacia otras personas. Las personas lo son mutuamente. De ahí nuestra pregunta: la progresiva y sorprendente comunicación electrónica ¿sirve o estorba para que las personas se comuniquen en cuanto tales, en cuanto personas, como lo hacen entre sí las que componen la célula familiar?
Un inicio de respuesta puede darse aludiendo a un factum que tiene lugar, aunque no necesaria, sí frecuente y difícilmente reversible: el uso individualizado de internet. Es verdad que internet nos introduce en el mundo, pero lo hace con una introducción individual, quizá sea debido al normal pequeño tamaño de los ordenadores electrónicos, o tememos sea porque al individuo adicto al internet le interesa una navegación solitaria, conducida por decisiones y reacciones personales no interferidas por nadie. Hablamos de navegar porque es el aventurero modo de decir contemporáneo. Pero querríamos ser más brutalmente exactos: se trata más bien de vagar por internet.

EL «MUNDO» DE INTERNET

Esta individual introducción no es en el mundo, sino en nuestro mundo, que gradualmente nos vamos construyendo: nuestro mundo físico real prototípicamente representado por nuestro ubi queda sustituido por el mundo virtual de internet, con veredas halladas y conocidas, y lugares para estacionarse y repostar, casi ya inevitables. Pero el proceso de internet no se queda aquí, porque al introducirnos en el mundo virtual y hacerlo nuestro propio mundo nos alejamos del mundo real que deja de ser nuestro. Esto es precisamente el factum íntimamente anejo al uso de internet (como prosodia de todos los elementos modernos de la comunicación): nos alejamos de lo que nos es personalmente cercano, mientras que acercamos lo que nos es lejano de suyo.
Hemos dicho que las personas se relacionan entre sí de una manera íntima, ya que la intimidad es la característica propia de la persona (como nos lo han recordado Gaos y sus coetáneos existencialistas). Esta intimidad aflora y hasta hace su eclosión en la familia, y lo hace de muchas maneras.
Una de ellas, y quizá la principal y más expresiva, es la comunicación de la mirada. El verse a los ojos produce una estrecha relación de la que son incapaces las palabras. Los ojos dicen, expresan, reflejan, traslucen el interior de la persona de una manera más natural y directa que la palabra. Ésta puede quedar tácticamente modificada por la inteligencia misma de la que debería ser su expresión natural. La mirada no: el entendimiento y la voluntad no poseen respecto de la expresión visual el mismo dominio de que gozan sobre la palabra. En este sentido, podemos aun afirmar que la mirada traiciona lo que la palabra expresa.
Nos parece que es gravemente inevitable, en el actual estado de la técnica, el que la comunicación electrónica de la mirada sea indirecta. Nos impide entrar en el fondo del alma cuando no podemos hacerlo mediante esas ventanas privilegiadas que son los ojos de nuestro interlocutor. Es verdad que a través de la pantalla televisiva podemos ver los ojos de aquél con quien hablamos. Podemos ver sus ojos, sí, pero no podemos ver sus ojos mirando a los nuestros, en donde se condensa la relación visual, y gracias a la que podemos entrar en los estratos más profundos del alma, precisamente porque en el mismo momento puede el otro nuestro interlocutor entrar a través de nuestros ojos, en los estratos profundos de la nuestra.
Las consideraciones anteriores no pretenden poner en sospecha siquiera, la inconveniencia de retardar o rechazar en la empresa la comunicación electrónica con todas sus facetas. Bueno o malo, es un hecho inevitable. La postura que debe adoptarse decididamente es, al revés, entrar en un camino de capacitación para hacernos aptos a fin de aprovechar sus benéficas consecuencias y no ser víctimas del retraso que, en caso contrario, acaecería. El nuevo camino de la civilización es el de la comunicación electrónica, policrónicamente considerada. La postura creativa ante este hecho no consiste en la mera invención de nuevos procedimientos, todavía no imaginados, sino sobre todo en la mejora y adaptación de la empresa a los que ya están en circulación estableciéndose.

INTIMIDAD Y TÉCNICA

Las relaciones electrónicas tienen un carácter predominantemente técnico y cabría decir que no lo hay más mientras que las relaciones interpersonales familiares lo tienen humanista, también a más no poder.
Esta duplicidad de caracteres, técnico y humanista ¿se encuentra esencialmente contrapuesta? A nuestro juicio, de ningún modo. Pueden darse, quizá, elementos esenciales de la técnica que imposibiliten determinadas y específicas relaciones humanas. Y es responsabilidad del director cuidar de que las relaciones interpersonales, humanas y verdaderas, se sigan dando, por mucho que avance la técnica. La armonía en la contraposición se llama síntesis, y hacer síntesis es también un acto esencialmente creativo.
En otras palabras, este espumoso crecimiento de la comunicación electrónica debe venir acompañado por un no menos fuerte desarrollo de la comunicación personal. Una organización cuyos elementos reduzcan sus relaciones al correo electrónico sería, sí, una organización. Pero ha dejado de ser una comunidad. La comunidad, clásicamente, es el resultado de un conjunto de personas que se encuentran individualmente es decir una por una en comunión (literalmente considerada: unión común o mutua). La cibernética ha reducido la comunicación a mera información mental, a estricto lenguaje intelectual, marginando los otros aspectos integrantes de la persona: desde la palabra a la mirada; desde la postura hasta el gesto de atención; desde el movimiento de las manos hasta la expresión del rostro; desde el tono de voz hasta la misma cercanía corporal; desde la actitud de escucha hasta el despego anatómico de echarse hacia atrás en la silla.
Para emplear las categorías conceptuales de José Gaos, diríamos que el lenguaje escrito y verbal designa objetos o conceptos, pero los otros medios del lenguaje (desde las señales de admiración hasta las expresiones de duda) significan sentimientos que van siempre anejos a la palabra aunque se nulifiquen o minimicen con la comunicación electrónica.
Se nos podría decir, con razón, que estas carencias pueden suplirse, y a veces con ventaja, por la imagen misma electrónica. Sin embargo, esta suplencia deja a un lado lo más valioso de la comunión, como ya lo advertimos: la mirada. Yo puedo ver a mi interlocutor y éste puede verme a mí; incluso, mediante un buen sistema de close up, podemos vernos de un modo más cercano que la comunicación personal sin intermediarios técnicos. Lo que no puede hacerse es que él mire a mis ojos, y yo a los de él. Estamos hablando de comunicación en las organizaciones, como un remedo, reflejo o eco de las familiares; es decir, estamos hablando de la comunicación en su más profundo y primitivo sentido. Esto es lo que queremos decir: que debe lograrse la síntesis entre la eficiencia técnica y la profundidad anímica de la comunicación.
Esto es especialmente válido para el caso de la comunicación con fines educativos, en la que internet ha provocado una venturosa revolución. Ignacio Canals, que se encuentra en México a la cabeza de los sistemas educativos por computadora, resulta, por ello, una autoridad cuando nos dice que «un aspecto importante de la educación esencial es que los maestros no sólo enseñan conocimientos del dominio [es decir, del campo del saber correspondiente], debido a que la gran variedad de experiencias que un alumno puede considerar de sus maestros humanos le permiten ser una persona única y no un estereotipo. Por lo mismo, la enseñanza a través de la computadora debe estar limitada y los investigadores y educadores no deberían pretender que todo estudiante puede aprender todo a través de la computadora, es decir, el maestro en su dimensión de humano no debe ser reemplazado. Que la computadora sea una herramienta más que apoye el proceso de enseñanza-aprendizaje» . Como dice Guido Stein, «la técnica (o el esfuerzo por ahorrar esfuerzos, en definición orteguiana) precisa de alguien que sepa qué hemos de hacer con los esfuerzos ahorrados. Esta tarea difícilmente se puede encomendar a alguien distinto de quien es capaz de inventarse y superarse a sí mismo: la persona» .
Insistimos en que la mirada es la ventana del alma; más expresiva, aunque menos formalizable y discernible, que la palabra. Pero no se trata simplemente de estar uno en frente del otro: no basta verle a los ojos. Nos dirá Machado que «el ojo no es ojo porque lo veas; es ojo porque te ve». No es a los ojos a los que hay que atender (y menos al papel): es a la mirada que los ojos del otro dirige a los míos. Hasta que esto no se dé y no podrá darse, al menos por ahora, mediando las dos pantallas electrónicas requeridas, no habrá aún una verdadera comunicación. No hablamos, de nuevo, de comunicación íntima, sentimental, personalizada. Hablamos de comunicación verdadera (porque la verdadera comunicación es íntima, sentimental, personalizada, aunque sea también abstracta, universal y objetiva).
«En la cosa nunca vista de tus ojos me he mirado: en el ver con que me miras». Parece que Antonio Machado tenía presente el distanciamiento que genera la cercanía de la telecomunicación.
Dudamos que la inmediatez personal sea un costo proporcionado a la inmediatez temporal. La comunicación electrónica nos proporciona extraordinariamente lo segundo; pero no ha logrado diseñarse aún para no desmerecer lo primero. En la gran era de la comunicación el dirigente de empresa tiene aquí un reto creativo de primera magnitud: hacer valer la rapidez de la comunicación sin que se pierda la necesaria incluso mercantilmente intimidad de ella.
Lo que debe resaltarse, sin embargo, no es ya sólo el peligro de la pérdida de la intimidad personal, sino de la realidad personal misma. Como lo dice Guido Stein, confundimos la sociedad de las pantallas de internet con la verdadera realidad de lo que somos.
José Gaos, comentando el ansia de velocidad contemporánea, apelaba a la precariedad constitutiva de nuestras satisfacciones, que son por naturaleza incapaces de satisfacer el ansia de infinitud humana. De ahí la velocidad, la prisa, el deseo de satisfacernos con una serie infinita de satisfacciones finitas, confundiendo la plenitud de la felicidad de la vida humana con su precipitada transcurrencia.
Este pensamiento puede aplicarse a la manera actual de nuestro comportamiento ante la televisión y el internet. Cuando Gaos escribía aquello, no existía aún el aparato de cambios de televisión a distancia; pero este aparato, así como el febril picoteo de quien se introduce en internet, es una confirmación electrónica de aquellas observaciones filosóficas. Como lo que tiene muy poco valor, debe ser desechado enseguida; y, como se sabe que será prontamente desechado, lo que se informa visual o conceptualmente tiene muy poco valor, estamos enredados todos en un al parecer invisible círculo vicioso.

VOLUMEN DE INFORMACIONES

El cambio de paradigma informativo y comunicativo que se ha implantado con ventura en nuestras empresas, arrastra aún consigo otras dos cuestiones principales, que no han sido a nuestro juicio atendidas con suficiencia, justamente por falta de la necesaria dimensión humana.
La comunicación electrónica ha incrementado de modo exponencial el volumen de las informaciones a que somos capaces de llegar. Su fertilidad es, metafóricamente, selvática. Nos encontramos rodeados de informaciones sobreabundantes y apremiantes: todo llega en el mismo momento, incluso en el momento en que se produce. Pero no parece que este desarrollo sorprendente de la información haya sido acompañado del desarrollo del criterio para apreciar la información valiosa. Tal parece que lo valioso de la información es su abundancia y la velocidad de su acceso: eso es precisamente la falta de criterio ante la información que echamos de menos. Para hablar con exactitud, es el que recibe la información sobreabundante e inmediata con velocidad y apremio, quien echa de menos el criterio a fin de saber qué de aquello pueda tener no ya valor sino meramente utilidad. Como nos dice Guido Stein, «Internet es el maná de la información. Que lo sea del conocimiento es otro cantar» . Hay aquí un claro desnivel entre la abundancia de datos y la escasez de criterios. El Criterio de Jaime Balmes o el Arte de la prudencia de Baltasar Gracián nos son más necesarios que las lap top o palm pilot de turno. Son necesarias las cuatro cosas, pero más las dos primeras.
La segunda cuestión con la que tiene que haberse el actual director de las organizaciones se refiere a la ventaja de la simultaneidad de la información. Esta ocurre mientras los hechos mismos sobre los que se nos informa están ocurriendo. No se trata ya de una comunicación entre vivos sino comunicación entre vivencias. Tengo la vivencia de lo que ocurre cuando lo ocurrente está ocurriendo. Ello me permite llevar a cabo acciones largo tiempo deseadas, pero antes imposibles: cambiar el curso de las vivencias mientras éstas se encuentran aún en curso. El hombre ha llegado al dominio de los mismos hechos, en cuanto tales, sin resignarse a remediar después sus consecuencias. Puede anticiparse a tales consecuencias interfiriendo en los mismos hechos que consecuentemente podrían producirlas.
Pero los deseos de acortar las distancias tanto temporales como espaciales, satisfechas ahora gracias a la electrónica, dejan en la sombra un dato antropológico de primer relieve: la inmediatez es propia de los sentidos; la distancia es propia del alma. Hay animales eficacísimos por la rapidez con que intuyen sensiblemente acontecimientos que el hombre ni siquiera sospecha. En este aspecto, y comparativamente, el hombre es un animal inútil. Pero la eficacia humana (obviamente superior a la animal) no deriva de la rapidez, o no deriva sólo de ella; al contrario, lo específico del hombre nace donde hay tranquilidad, sosiego, perspectiva de plazo, panorama de espacio. No es la respuesta inmediata a un estímulo, sino la visión global de lo que ocurre en una secuencia cronológica amplia. Donde el animal tiene instinto allí el hombre tiene historia.
A su modo, y con presunta independencia, Machado decía que el alma era horizonte y distancia mientras Gaos señalaba como una de las características del acto intelectual, al distanciamiento. ¿Podríamos decir que la muerte de la distancia es un signo de que fallece al propio tiempo la agudeza espiritual del entendimiento? No será fácil contestar esta pregunta. Pero sí recordar que las ramas nos impiden ver el bosque.
No es extraño por ello que Hans-Georg Gadamer, uno de los más notables filósofos actuales, aunque duda indebidamente de una posible y extrema objetividad, postula la necesidad de una distancia temporal entre el autor y el intérprete para introducirnos en el proceso, en el camino de la comprensión del intérprete respecto de lo interpretado .
Esta serenidad o distancia, requisito para esa mínima y aun dudosa objetividad que nos fuera asequible, se pierde en internet, en donde según Guido Stein tiene lugar el reino de lo efímero por antonomasia, en donde todo fluye más veloz que el río descrito hace tantos siglos por Heráclito.

COMUNICACIÓN CON LOS MUERTOS

De ahí la importancia que implica para el ser humano no ya la comunicación con los vivos, en su más estricto sentido, es decir, comunicación con los vivos en lo mismo que están viviendo, para vivirlo nosotros con ellos. Lo importante, al revés, es comunicarnos con los muertos, en lo que consiste esa comunicación específica que se llama educación. Saber cómo nuestros antecesores resolvieron antes problemas que nosotros ahora afrontamos; conocer el criterio otra vez el criterio con el que hicieron distinciones ya clásicamente consagradas, que tienen, pese al tiempo, vigencia inmediata. Evidentemente, no estamos pidiendo que internet se nos convierta en un medium espiritista. Indicamos sólo que deberíamos usarlo no tanto para acercarnos cada vez más a lo instantáneo (lo contemporáneo en su sentido álgido), sino también para sondear con profundidad otra vez lo profundo el pasado; que sirva para revalorar y actualizar no ya los periódicos, sino los clásicos. Ambas cosas son posibles, pero, de nuevo, lo segundo es más importante que lo primero.
En este sentido debería recapacitarse sobre el hecho de que las organizaciones modernas no sólo han de ser lanzaderas disparadas hacia el futuro, sino también escuela que remansa los aciertos del pasado. Como lo dice el clásico y contemporáneo Josué Saenz, no debemos sonreír antes de tiempo: «nosotros, los vivos, somos los lazos entre el presente y el futuro» (La historia propende a repetirse, 1999).

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter