No todo lo que brilla es oro
El prestigio de un pueblo depende más de la prosperidad y libertad de su gente que de la cosecha de medallas. Tener una Ana Guevara o una Belem Guerrero importa infinitamente menos que contar con excelentes médicos o maestros.
Acabados los Juegos Olímpicos, el mundo entero se alegra o lamenta de las medallas obtenidas por «los nuestros». Como combatientes enviados en misión al extranjero a defender los colores nacionales, sus hazañas o fracasos se convierten en índice del progreso del país, cuyo puesto en el concierto de las naciones parece definirse por su lugar en el medallero olímpico.
Por su capacidad movilizadora, espectacularidad y simbolismo, el deporte se utiliza cada vez más como aglutinante de la identidad colectiva. Pero, si el orgullo nacional se somete en los Juegos Olímpicos a pruebas objetivas victorias, récords, medallas, no está de más confrontarlo con otros índices objetivos de progreso.
Por ejemplo, el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que publica cada año la ONU mide los logros en aspectos muy básicos: esperanza de vida, educación e ingresos per cápita. Al comparar el medallero olímpico con el IDH observamos coincidencias o desequilibrios entre ambas clasificaciones.
No sorprende que casi todos los miembros del G-8 destaquen también por su poderío deportivo: 7 están entre los 10 primeros del medallero. También llama la atención que en el desarrollo humano algunos de estos grandes se queden demasiado atrás para sus posibilidades. Por ejemplo, Estados Unidos (1º en medallas, y 8º en IDH) y Alemania (6º y 18º).
Entre los ricos en IDH que no lograron más de 7 medallas están Suecia, Bélgica y Finlandia. Y entre los pobres figura Etiopía, que también obtuvo 7, aunque ocupa el puesto 169 en el IDH, de un total de 175.
En el podio de Atenas aparecen bien situadas algunas naciones que se hunden en el IDH como China, Rusia, Cuba, Brasil y otros que figuran entre los 20 primeros del medallero. En este grupo predominan los comunistas o excomunistas. Dado que no pueden destacar en libertad o bienestar, recurren al deporte para afirmar su ideología y ganar prestigio. Naturalmente, también influye una escuela bien asentada en ciertas disciplinas, como Rumania.
Nos preguntamos si los recursos dedicados por países atrasados a la alta competición deportiva no estarían mejor empleados en educación o sanidad. Pero serían una gota de agua en un océano de necesidades. En particular las naciones pobres requieren héroes deportivos que inflamen los sueños, den alegrías y susciten esperanzas.
Por otra parte, las fronteras del deporte olímpico son hoy muy porosas. No pocos atletas que representan a países occidentales nacieron en el Tercer Mundo y adquirieron una nueva nacionalidad. Y, a la inversa, atletas que ganaron medallas para países africanos o latinoamericanos se entrenaron en EU. Resulta cada vez más difícil saber quiénes son «los nuestros».