A Ernestina de Champourcin sólo le interesaba la poesía, y a ella consagró su vida entera; publicó su último libro a los 91 años, habían transcurrido ya siete décadas de actividad creativa como escritora.
Una voz femenina, un tanto desdibujada, otro tanto ignorada de esa generación que la guerra civil española dispersó ideológica y geográficamente. Ernestina, junto a Josefina de la Torre y Concha Méndez, es parte de los «olvidos intencionales» de los compiladores.
Manuel Cifo González escribe en su Antología poética de la Generación del 27: «Nuestra intención hubiera sido incluir a algún otro poeta más y especialmente a las mujeres que se integran en esta generación. (…) Pero de haberlo hecho así, nos habríamos visto obligados a ampliar en mayor medida la extensión de este trabajo, aparte de que, al tener que cortar en algún punto, podríamos haber hecho más evidentes los agravios comparativos».1
Tal vez al señor Cifo le parece poca la habilidad creativa de las mujeres de esta generación y que los pliegos de impresión no serían suficientes para abarcarlas, los costos se elevarían y a fin de cuentas, a nadie le interesa la obra de aquellas mujeres que, comparada con la de los hombres, resulta secundaria y poco digna de mención.
Edith Checa, periodista española, entrevista en 1998 a Ernestina, y le pregunta por qué no le reconocían como parte de la Generación del 27 en su época, a lo que la interrogada responde: «porque no reconocían mujeres, [y esto] porque no les daba la gana».
Sin embargo, «honor a quien honor merece». Gerardo Diego, en su Antología de 1934, incluye a las tres poetas que otros «olvidan». Para esta antología, el compilador y miembro de la mencionada generación, pide a cada escritor un resumen de su vida, Ernestina escribe con su característica simplicidad:
«Nací en Vitoria el 10 de julio de 1905; este es el único dato real y esencial de mi biografía. El resto es… literatura, y no de la más amena. Mi infancia y adolescencia constituyen el cielo verdaderamente intelectual de mi vida. Durante esos años he escrito y leído en serio, cómicamente en serio. Mis muñecas y mis allegados tuvieron que sufrir las exuberantes y acaparadoras primicias de mi vocación literaria. Pero esto es historia antigua, mejor dicho, historieta. En la actualidad no puedo oír mi nombre, acompañado por el terrible calificativo de poetisa [se consideraba poeta], sin sentir vivos deseos de desaparecer, cuando no de agredir al autor de la desdichada frase.
»¿Mi concepto de poesía? Carezco en absoluto de conceptos. La vida borró los pocos de que disponía, y hasta ahora no tuve tiempo ni ganas de fabricarme otros nuevos. Por otra parte, cuando todo el mundo define y se define causa un secreto placer mantenerse desdibujada entre los equívocos linderos de la vaguedad y la vagancia». Estas líneas la definen en buena parte, una mujer muy sensible, pero con un gran carácter. Ambivalencia requerida para ser una poeta en toda la extensión de la palabra, no una mujercita frágil y cursilona que escribe en sus ratos de ocio, sino una mujer reflexiva que plasma en cada poema un pedazo de su alma.
«JUAN RAMÓN EN MI MEMORIA»
La vida le hizo adquirir y pulir ese fuerte carácter. Nació en Vitoria, pero creció en Madrid, donde conoció a Juan José Domenchina, que más tarde sería su esposo. Domenchina era también poeta. Manuel Azaña lo contrató como secretario particular, en principio sólo para hacerle el favor de darle empleo, pero al ver su capacidad de trabajo, no quiso soltarlo ni aún estando entrada la guerra en la presidencia.
Los Domenchina no se declaraban políticos, a pesar del trabajo de Juan José, su vida era la literatura, asistían al café Gijón, donde se llevaban a cabo las tertulias con los de la generación, la mayoría participaba activamente en las cuestiones políticas, con diversas tendencias, pero lo que en realidad los unía era un afecto casi fraternal y el indiscutible amor a las letras.
Ernestina sostuvo una relación amistosa muy cercana y especial con Juan Ramón Jiménez, a quien admiraba profundamente y adoptó como maestro de letras y de vida. Su poeta favorito, al lado de San Juan de la Cruz. Los recuerdos que de él tiene fueron recopilados en La ardilla y la rosa. Juan Ramón en mi memoria.
En 1939, al término de la guerra civil española, Ernestina y Juan José viajaron primero a Francia, luego a México para exiliarse. A partir de entonces, México se convertiría en su segunda patria.
«MÉXICO ES MÁS FAVORABLE A LA POESÍA»
Ernestina nunca se declaró feminista, pero sí defendió siempre los derechos de la mujer, se buscó y ganó su lugar en un mundo laboral donde reinaba todavía un rancio machismo. Colaboró durante su estancia en diferentes revistas, escribiendo mayormente crítica literaria. En istmo, desde el primer número, en 1959, su pluma abordó diversos aspectos. También fue traductora en varios congresos y en el Fondo de Cultura Económica. Su dominio del inglés y francés le valió el reconocimiento laboral e intelectual.
La poeta quedaría prendada por el encanto y el folklor de nuestra cultura. El calor humano, la amabilidad y la festividad cotidiana serían las cosas que más añoraría de nuestro país en su regreso a España en 1972.
«México es más favorable a la poesía» escribió en una carta, en marzo de 1975, dirigida a la periodista y museógrafa Rosario Camargo, con quien trabó una fuerte y sincera amistad desde los años sesenta hasta el final de su vida. En esta correspondencia, Ernestina confiesa sentirse exiliada en su propia patria, donde según su percepción, «todo son prisas, frialdad y aburrimiento».
La nostalgia que sentía por su patria adoptiva se agravó por sus condiciones de salud. Cuando abandonó nuestro país, había perdido bastante la vista y el oído y la vida práctica se le dificultaba en gran medida. Sobrellevó la vejez con entereza, pero lo que más le costaba era su enorme dificultad para leer. Finalmente, su vida siempre fue la literatura.
Su producción poética fue vasta. Más de 20 títulos, entre los cuales sólo figura una novela; no volvería a incursionar en el género.
DE LA CONTEMPLACIÓN A LA POESÍA
En su poesía está siempre presente el tema de Dios. Es una poeta contemplativa, cree en la misericordia y el amor infinito del Creador y lo plasma constantemente en sus versos. Ernestina y Juan José eran de familia acomodada, lo tenían todo. Luego, cuando se exiliaron en México, lo fueron perdiendo. Ernestina se consideraba «nueva pobre» y esa pobreza paulatina no se tradujo en amargura o tristeza, muy al contrario, se transformó en acercamiento a Dios, en reconversión, en una profunda espiritualidad que habían ido perdiendo poco a poco con el ajetreo madrileño.
En los años sesenta incursiona, como lo hicieron otros miembros de su generación, en el hai-ku o hai-kai, forma poética de origen japonés que se remonta a las religiones orientales.
En la antigua poesía japonesa los primeros versos del poema contenían toda su fuerza. A partir del siglo VIII empezaron a escribirse tankas, poemas con dos estrofas de tres y dos versos con forma silábica 5-7-5 y 7-7. Años más tarde, comenzó a separarse la primera estrofa del poema, a la que llamaron hokku. En el siglo XV surge el hai-kai con la misma estructura silábica pero con un tono principalmente festivo y un lenguaje simple e irónico, pero no es hasta el siglo XIX que el hai-ku, como género poético, encuentra a su primer representante en Shiki Masaoka.
En estos pequeños poemas están contenidos, como en una fotografía, instantes. La simplicidad absoluta es su principal característica. Abundan los sustantivos y muchas veces carecen de signos de puntuación. El hai-ku (o hai-kai) es simplemente lo que está sucediendo en el momento en que el haijin o poeta, se detiene a contemplar. Puede ser espiritual, trivial, satírico, triste, humorístico… pero debe ser documento fiel de un momento cumbre. El hai-ku encierra la grandeza de lo pequeño.
Ernestina de Champourcin incursionó en este género con una espiritualidad admirable. La presencia de Dios en sus poemas es innegable. Manuel José Rodríguez, en su libro Dios en la poesía española de posguerra, escribe: «El poeta busca la armonía, (…) el caos, el desorden y las sombras se dan casi por un determinismo irremediable, pero hay algo de aceptable en ellos que debe y puede ser armonizado con la existencia del hombre. (…) Probablemente, lo que busca [el poeta] es desentrañar un sentido esperanzador de la existencia terrena; su enfoque es soteriológico cuando la búsqueda por liberarse del caos y de la ausencia de luz es, a la vez, preocupación salvífica en Dios.»2
En 1989 escribe en otra carta a la periodista Camargo «Ya sólo puedo rezar y rezar y escribir cuando Dios quiere y no como quieres tú. Siempre lo hice así y me divierte que te pongas tan pesada cuando tocas este tema. ¿Todavía no sabes que Dios y la poesía son algo inseparable?»
Ernestina encontró en el hai-ku una manera de contemplar la grandeza de la vida espiritual en pequeños poemas. Cada uno es como una burbuja, redonda, efímera, perfecta.
Un instante de Amor que lo detiene todo; y las cosas creadas se rinden dulcemente.3
El Amor divino es un leit motiv en su poesía, una constante, Dios es el centro, el eje del universo, todo gira en torno suyo y es así, porque es Él quien lo hace girar, aunque los hombres no reparemos en ello, aunque queramos ignorarlo:
Todo el mundo olvidándote.
y Tú, desde el cielo,
amándonos a todos4.
La métrica de estos pequeños poemas no obedece a la estructura del hai-ku (5-7-5), sino al carácter de la autora, Ernestina no tenía normas, no aplicaba reglas métricas ni rítmicas, no porque las ignorara siendo amante de las letras seguramente las conocería, sino porque escribía con el alma, capturaba en pocos versos, un instante de reflexión, de misticismo, e incluso, de cotidianidad espiritual.
Llevar la vida diaria a la oración y de ahí a la poesía era una constante en su obra, todo su alrededor es motivo de reflexión y la sensibilidad poética le hace ver lo extraordinario en lo cotidiano:
Verde y rojo se alternan
y yo hago provisiones de amor y de esperanza5.
Para Ernestina de Champourcin no había límites en la poesía, todo cabe en ese mundo de instantes, de metáforas. En el género más bello de las letras, cada verso es una catarsis cuando el corazón humano está dispuesto a sentir su grandeza.
Mujer entera de sensibilidad vibrante. La voz de Ernestina, hoy, a cien años de su nacimiento, sigue ahí, sus letras aguardan en el papel amarillento en los estantes de bibliotecas y en los libreros de las casas de sus amigos, de los que la conocieron en vida y de otros que, como yo, nos topamos con ella hace poco y por una grata casualidad.
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1 Santillana. México, 1996. p. 188.
2 EUNSA. Pamplona, 1977. p. 142.
3 Hai-kais espirituales. Ecuador 0° 0 0. México, 1967. p.14.
4 Ibid., p. 29.
5 Ibid. p.16.