Suscríbete a la revista  |  Suscríbete a nuestro newsletter

La imaginación, pieza clave de la farmacopea social

Hasta finales de los años setenta, al cruzar los desolados páramos de Soria aparecían de repente a la salida de una curva de la carretera dos graffitis, en la tapia enjalbegada de un cementerio solitario y mínimo. La primera, reivindicativa, gritaba con pintura roja: «¡La tierra, para el que la trabaja!». La segunda, macabra, replicaba en hirsuta letra negra: «¡¡Fuera todos!!».
La verdad es que, entonces podían encontrarse casi en cualquier sitio graffitis tan crudas como ésas, cargadas con frecuencia de humor negro. Por ejemplo: «¿Hay vida antes de la muerte?», «La sabiduría me persigue, pero yo soy más rápido», o «Lo último que se pierde en esta vida es la ignorancia».
En todas partes, se hacían notar los coletazos del célebre Mayo del 68, que llevó a Francia al borde del colapso y generalizó en el mundo libre la crítica implacable de todo lo establecido, con bastante más tino por cierto en el diagnóstico que en la terapéutica. La efervescencia política y social de aquellos años fue tan grande como los problemas de fondo que la provocaban. El mundo occidental llevaba casi tres décadas intentando sin éxito implantar el nuevo ordo orbis diseñado al término de la Segunda Guerra Mundial, hace ahora 60 años.
En vez de la paz, imperaban en el mundo el equilibrio del terror y la carrera de armamentos. La oposición de los bloques democrático y soviético había estado a punto de provocar otra contienda en diversas ocasiones. Y, por poner sólo otro ejemplo, el analfabetismo había aumentado en los años sesenta, pese a los esfuerzos desplegados por la UNESCO para reducirlo.
Al decir de los críticos, una de las principales causas de tal suma de fracasos había sido la falta de imaginación, que ipso facto fue ascendida a pieza clave de la farmacopea social, al grito de «¡La imaginación, al poder!». Tenían razón. La imaginación ha sido siempre decisiva. Como dice J. Giner, sólo gracias a ella cayó alguien en la cuenta de que, para mejorar los transportes, no había que agrandar las diligencias y alargar los troncos de caballos, sino todo lo contrario, o sea: suprimir por completo unas y otros, y sustituir los caballos por caballos de vapor. «A grandes males, grandes remedios»
Pero éstos no están al alcance de cualquiera. El profesor Alvareda tenía muy claro por qué. Sería formidable comentaba una vez que los investigadores tuviéramos siempre la imaginación tan fresca como los niños. Porque sólo a ellos se les ocurren preguntas como, por ejemplo: ¿Por qué no se cae la luna? Pero de preguntas como ésa han surgido hallazgos muy importantes. Lamentablemente, la frescura mental se agosta a medida que progresa la rutina; esta crece con tanta mayor facilidad cuanto más satisfactorios son sus frutos; y los avances técnicos permiten que lo sean en grado suficiente. Por eso, el lema conformista «Lo mejor es enemigo de lo bueno» arraiga con facilidad, aunque de hecho paraliza a quienes lo asumen.
Por desgracia, a juzgar por la diversidad, alcance y gravedad de los problemas que hoy acosan a la humanidad, la célebre «imaginación» de los mayistas del 68 nunca ha dejado de ser un bien escaso; entre otras razones, porque la velocidad y hondura a la que se transforma nuestro mundo dejan fuera de juego cualquier fórmula apenas estrenada. Lo explicaba muy bien, hace años, el director de una cadena de TV australiana: «No dirijo; simplemente, reacciono ante lo que va ocurriendo. No cabalgo; estoy sobre un caballo desbocado, y me conformo con que no me lance sobre sus orejas».
Lo cierto es que hoy se necesita más imaginación que nunca. Para replantear de modo convincente las reglas del juego del orden mundial. Y para fundar sobre cimientos sólidos la cultura de la paz y la solidaridad universal. Y para rescatar y potenciar la solidez de la familia y el valor de la amistad. Y para redescubrir el sentido de la vida y todo lo que implica. Y para reestructurar la educación aprovechando al máximo las potencialidades de las nuevas técnicas, que permiten acceder a cualquier conocimiento desde cualquier lugar, a cualquier hora, y al ritmo y con la ayuda que cada cual precise, en vez de como ahora confinarla a lugares, ciclos temporales, métodos y profesores prefijados.
Al fin y al cabo, la educación imaginativa es el único antídoto eficaz contra la manipulación propagandística o publicitaria en un mercado libre. Porque la penetrabilidad a los eslóganes políticos o comerciales es inversamente proporcional al nivel educativo y la capacidad crítica de cada cual.
Ninguna farmacéutica compraría, sin estudiar antes su composición, productos de belleza anunciados como milagrosos (ahora, con bio-no-sé-qué), o alimentos para bebés que según aseguran difusamente sus productores si los toman serán, con el tiempo, campeones olímpicos y premios Nobel; y si no, superarán difícilmente la mediocridad. Pero las personas tituladas en Farmacia o similares son sólo un porcentaje inapreciable de la población. Y casi lo mismo ocurre, en países como el nuestro, con la formación política. Pero este espacio de Inquietudes no da más de sí. Lo siento.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter