¿Cómo lograr que los alumnos de hoy obedezcan a sus educadores como los de antaño? ¿Qué podemos hacer como maestros para mantener el orden y ambiente de trabajo en las aulas? ¿Cómo conseguir el deseado equilibrio entre autoridad y amistad con nuestros educandos?
Estas y otras preguntas, nos hacemos hoy frecuentemente los educadores, al recordar el orden, silencio y trabajo de las aulas en las que fuimos educados, y nos asombra constatar lo difícil que resulta hoy mantener la atención de los alumnos –niños, adolescentes y jóvenes– durante poco más de una hora en una misma actividad, lograr que nos escuchen y sigan nuestras indicaciones de trabajo, y mantener el orden y el trato respetuoso en las actividades escolares.
Resulta que muchas veces, con el afán de superar los abusos de autoridad de algunos educadores del pasado, nos hemos dejado arrastrar al otro extremo, permitiendo que sean los educandos quienes «tomen las riendas» de la actividad escolar y hagan literalmente lo que les viene en gana.
Hoy se da el caso de maestros que titubean al ordenar tareas o trabajos escolares pues los alumnos protestan; que se dejan llevar por la presión del grupo para no aplicar exámenes escritos y evaluar sólo a base de trabajos y actividades en equipo; que se quedan pasmados ante evidentes faltas de respeto de sus educandos sin atreverse a poner un alto… Adultos en general, que se convierten, sin sentirlo, en rehenes de niños y adolescentes, quienes refutan sus indicaciones y logran «convencerlos» de dar permisos que en el fondo saben que no deben dar, de consentir lo que no desean consentir y de hacer lo que no corresponde a su papel de educadores.
¿EN QUÉ MOMENTO SE INVIRTIERON LOS PAPELES?
Por un lado, los avances de la investigación pedagógica nos hicieron notar los errores del pasado sin darnos en todos los casos alternativas viables para superarlos y evitar «el campanazo» hacia el otro extremo. Por otro, la sobre estimulación mediática a la que están expuestos hoy los niños desde temprana edad, que les muestra modelos de conducta inadecuados para su edad y contexto socio-cultural.
Otro factor es el abismo abierto entre las habilidades informáticas y tecnológicas de las nuevas generaciones y su escasez en muchos educadores. Pero sobre todo, la «pérdida de brújula» de muchos colegas que se sienten inseguros en su papel de autoridad, es decir, de directores del proceso educativo de sus educandos.
AUTORIDAD Y DISCIPLINA: BASES INDISPENSABLES
La autoridad educativa es una capacidad de guiar a otros hacia una meta prevista, en el caso de la educación siempre será una meta positiva, un bien para el educando, la conquista gradual de su perfeccionamiento.1
Ser autoridad educativa significa ser guía, orientador de otros que por su menor edad, madurez y experiencia necesitan ser guiados por quien tiene claras las metas de perfeccionamiento humano y sabe cómo dirigirse hacia ellas.
Niños, adolescentes y jóvenes tienen derecho a ser educados… necesidad de ser guiados por verdaderos educadores que no «tiren la toalla» ante las dificultades, ni «pierdan la brújula» de su responsabilidad social.
La disciplina es indispensable en el proceso educativo, si se entiende como la disposición habitual al orden que permita el trabajo productivo entre educadores y educandos; la sujeción de ambos a las normas de convivencia y trabajo razonables y necesarias para conseguir los fines propuestos.
La noción o concepto de autoridad se puede entender bajo diferentes matices, según el ámbito u orientación al que se aplica:
- Jurídicamente por ejemplo, la autoridad significa el derecho legítimo que personas u organismos tienen para ser obedecidos por aquellos que están bajo la ley, en razón del cargo o función que ejercitan y en la esfera de su incumbencia.
- «En un sentido radical etimológico, la auctoritas entre los romanos tenía el sentido de cualidad personal, fundada en un augmentum personal, hecho efectivo en la vida real, que investía y legitimaba moralmente a su poseedor para tomar decisiones que afectaban a los demás.
La autoridad en ese sentido etimológico, envuelve la idea de superioridad o de prestigio y se identifica con la capacidad o superioridad de una persona en función de determinada actividad o saber. Supone una facultad o fuerza moral, que no es la fuerza imperante, coactiva, que caracteriza al poder, como superioridad que otorga la capacidad de hacerse obedecer, sino conlleva una rara mezcla de valía personal y de efectividad social».
- Socialmente, la noción de autoridad significa la facultad que tiene una persona para orientar la conducta de otras y la consecuente obediencia de aquellos que se encuentran bajo su «dirección» o guía.
- Axiológicamente, la autoridad implica la idea de superioridad o prestigio moral.
- En cualquier caso, psicológicamente considerada, la autoridad denota una relación interpersonal (aún cuando se trate de organismos, pues están formados por personas) de superioridad-inferioridad, en la cual una de las partes puede influir de algún modo en la otra en virtud de que esta última le reconoce cierta superioridad. Ahora bien, el reconocimiento de esa superioridad puede darse por razón meramente sistémica o convencional, en virtud del cargo o función que el otro desempeña, o por una razón eminentemente intrínseca al ser de aquel en quien se reconoce la superioridad en virtud de las cualidades que posee. En el primer caso puede hablarse de tener autoridad, y en el segundo de ser autoridad.
- Pedagógicamente, la noción de autoridad parte de comprender lo que significa ser autoridad. Educar significa promover la perfección de otra persona, apuntando por todos los medios al estado más elevado que se considere propio de la naturaleza humana y de la dignidad del ser personal del educando, iluminando su entendimiento con la verdad y fortaleciendo y animando su voluntad con el bien y con el amor, de manera que toda su persona gire y se encamine hacia los altos valores espirituales que le darán la plenitud.
La autoridad pues, desde el punto de vista educativo, es esa capacidad de los educadores para guiar a sus educandos hacia su plenitud como personas, la capacidad para encauzarlos en su personal proceso de perfeccionamiento integral, lo cual supone, como punto de partida, la ejemplaridad de los educadores.
LA AUTORIDAD ORIENTA, EL AUTORITARISMO DOMINA
El autoritarismo es siempre un abuso de poder por el que se domina de algún modo al educando, ya sea por «la forma» como se ejerce la autoridad, o por el «fondo» que la motiva, que poco toma en cuenta las necesidades del educando y los beneficios para él, o peor aún, lo «utiliza» en mayor o menor medida en función de las necesidades propias de quien tiene en sus manos la autoridad.
La autoridad orienta, el autoritarismo domina; a veces incluso dando al alumno un trato como si fuera un objeto que se posee. A primera vista, parece imposible que esto se dé en el ambiente escolar, pero es preciso tomar en cuenta dos cosas: la debilidad moral de la naturaleza humana en todos los ámbitos de acción –aún en la misión de padres– y, relacionada a ella, las limitaciones en el razonamiento y en la voluntad de cada educador, por las que a veces casi inconscientemente, puede tenderse a algo muy distinto de lo que conscientemente se querría.
Pretender educar mediante formas «tiranas», suprimiendo la libertad del educando, conduce a acabar con lo más propio de la naturaleza humana, y por tanto también con la educación. Quien se hace obedecer mediante la imposición, sólo consigue algo externo y artificial, contrario al carácter interno y personal de las conquistas educativas.
El autoritarismo, en cuanto negación de lo educativo, acaba con la personalidad del educando al igual que con la del educador en cuanto tal, pues lo desprestigia y termina por provocar su rechazo en el educando, ya sea bajo la forma de rebelión y amargura o bajo la de profundos resentimientos y evasión de la realidad.
En cambio, la autoridad ejercida como un servicio, enriquece día a día –en medio de las dificultades naturales– la personalidad de educadores y educandos. «La autoridad-servicio se manifiesta en mil detalles de ejemplo y de sugerencia, de buen humor y de firmeza. Se apoya en diversas actitudes positivas y se ejerce con naturalidad, sin formalismos ni claudicaciones. Contribuye a crear un clima de seguridad interior en la vida de los hijos, porque es manifestación de amor verdadero».
Partiendo de lo anterior, se comprende que, por un lado, la acción educativa es una relación interpersonal de autoridad entre educador y educando, y por otro, esta autoridad no puede darse únicamente en virtud del cargo que se desempeña (nadie educa por imposición, ya que la educación es un proceso estrictamente racional y volitivo del educando) sino fundamental y necesariamente en virtud de las cualidades intrínsecas al propio ser.
En el ámbito de la educación, no es autoridad quien tiene el cargo de profesor, orientador o inclusive de padre, sino el que bajo ese cargo, es educador en pleno significado del concepto. Ciertamente esos cargos conllevan por sí mismos un tipo de autoridad en razón de la «superioridad» en la que colocan a quienes los poseen, pero esta autoridad no deja de ser convencional si se ejerce como un rígido derecho a ser obedecido. Para que esa autoridad pueda llamarse «educativa», se ha de ejercer como un servicio al perfeccionamiento del educando, que muchas veces, significará más que ser obedecido, obedecer a las exigencias de la naturaleza personal de aquel a quien se educa.
Por tanto, la autoridad educativa, no necesita nombramientos ni reconocimientos legales, si bien estos la apoyan y son necesarios en el seno de la vida social. El genuino educador no «posee» autoridad, sino que «es» autoridad.
Vista desde la persona del educador, la autoridad es una cualidad; vista desde el educando, una necesidad. En toda relación humana donde uno necesita ayuda y otro tiene los medios personales para darla, el segundo es la autoridad. «El que conoce las exigencias de su propia persona y es capaz de hacerles frente, es autoridad para sí mismo, quien no ha llegado a este nivel debe ser guiado por la autoridad de otro».
LA AUTORIDAD COMO SERVICIO
La autoridad educativa debe entenderse como un servicio de persona a persona para el perfeccionamiento humano.
La educación puede entenderse como perfección y como perfeccionamiento; como resultado y como proceso. El tránsito de un estado de perfección a otro, es un proceso de perfeccionamiento que se realiza a través de la acción o intervención educativa. La educación como proceso consiste en este tránsito de un estado de perfección a otro; la educación en cuanto resultado, es el nuevo estado de perfección (en alguna medida), la «segunda naturaleza» de la que se ha hablado desde la antigüedad al referirse a la educación.
La autoridad educativa es ese servicio en que consiste la acción del educador, por el cual ayuda al educando en el tránsito de un estado de perfección a otro de forma permanente; servicio que lo ayuda en cada momento y lo prepara para ser capaz un día de dirigir personalmente su propio perfeccionamiento.
Por ello, las ideas claras –apoyadas en la verdad y en el bien–y basadas en ellas, la firmeza y disciplina, son elementos indispensables en el ejercicio de la autoridad.
Disciplina que se adecue a las necesidades de perfeccionamiento, se acomode a las tendencias de desarrollo y se gradúe en función de las posibilidades personales de cada educando. La disciplina no proviene únicamente del exterior, es una actitud que debe interiorizarse a base de percibir en los educadores ejemplo de aquello que exigen y capacidad de rectificación y, a partir de ello, esforzarse por hacer lo que se deba en cada momento y estar en lo que se hace.
La disciplina se identifica con acatar normas, con la sumisión al orden; pero, para educar la libertad, hemos de buscar la disciplina interna, la que se acata por convicción porque se valoran la causa y finalidad que la sostiene. Aún cuando, en ocasiones, la disciplina externa se haga imprescindible para conseguir un orden mínimo que posibilite ejercer la acción educativa. La disciplina interna en el educando muestra los resultados de la educación de la libertad, puesto que es fruto de ella.
DISCIPLINA Y AMOR, DOS CARAS DE UNA MONEDA
Disciplina y amor no se contraponen en la acción educativa, se complementan. La disciplina adecuada y necesaria para el proceso educativo (que es el bien del ser), es expresión de amor al educando. Cuando la disciplina no encaja en la idea de autoridad del docente, es que no la ha comprendido ni conoce lo suficiente la naturaleza humana, que necesita intrínsecamente la disciplina.
Si la disciplina es necesaria para formar a la persona, pueden suponerse los trastornos educativos que provoca su ausencia. La disciplina en la autoridad escolar es más que un medio de ayuda; es el marco que permite que se ejerza, en tanto que garantiza estabilidad en la acción educativa.
El contenido de la exigencia ha de ser: justo para que pueda ser exigido, y razonable para que pueda ser cumplido. Y la forma ha de ser clara para que se comprenda adecuadamente y motivadora para que anime a asumirse en la acción. Todo ello supone conocimiento, aceptación y disposición de servicio por parte de los educadores, pues lo que es razonable exigir a un alumno, puede no serlo para otro, y lo que es motivador para uno, puede ser distinto para otro.
SANCIONAR ES APROBAR O DESAPROBAR
La responsabilidad al ejercer la autoridad supone sancionar en ocasiones. Sancionar significa dar respuesta (aprobar o desaprobar) una acción o hecho ocurrido; por tanto las sanciones pueden ser positivas –premios– o negativas supresión de beneficios o castigo eventual.
Las sanciones han de conducir al educando a una reflexión interna sobre su propio proceder de modo que, internamente, él mismo ratifique o rectifique su conducta y no se quede en mera modificación externa, pues entonces no habría verdadera educación. Mientras el educando no capta la razón de las sanciones, premios y castigos pueden ser contraproducentes, más aún si percibe una sanción como injusta en sí misma, como abuso de poder o resultado de la ira por parte de sus educadores. O las sanciones se acompañan del ejemplo y comprensión de los educadores, o no sirven de apoyo a su autoridad.
Las sanciones positivas o negativas nunca deben ser manifestaciones de poder por parte de los profesores, esto genera rebeldía en los alumnos e ineficacia educativa. A toda sanción negativa ha de seguir pronto –en cuanto esté justificada– una positiva, que afirme en quien la recibe, la seguridad de ser valorado como persona.
No existe relación directa entre sanciones positivas y regalos materiales, ya que si el amor está en el centro de la calidad de las sanciones, desde el punto de vista educativo puede ser más eficaz una mirada de aprobación o un abrazo, que el más costoso regalo material.
De algún modo, constantemente padres y maestros premian o castigan a los educandos con sus reacciones: gestos, mirada, reacciones emocionales, comentarios y hasta silencios. Los premios y castigos materiales (guardar algún objeto que al niño le gusta, por ejemplo) han de ser eventuales para que no pierdan eficacia educativa.
DIEZ SUGERENCIAS PRÁCTICAS
Hemos dicho que la disciplina es factor indispensable en la educación, por ello es necesario evaluar cómo está en nuestras aulas y hacer lo conducente para mantenerla, mejorarla o recuperarla, según sea el caso.
He aquí un decálogo de sugerencias prácticas para conseguir que la disciplina sea un factor de apoyo en nuestro esfuerzo educativo como profesores:
- Convénzase interiormente de que usted es la autoridad en el aula y de que es capaz de proponer y mantener la disciplina en el grupo.
- Manifieste seguridad personal frente al grupo, no titubee al dar indicaciones de trabajo, al dirigirse a los alumnos en lo particular o al establecer sanciones razonables.
- Entienda que la disciplina no equivale a un control absoluto de su parte, sino a un ambiente de trabajo productivo.
- Piense antes de imponer normas o sanciones; nunca actúe impulsivamente. Los educandos son especialmente sensibles para captar cuando el educador actúa apoyado en la razón y cuando actúa impulsado por la emoción.
- Decida en forma fija, si está seguro de la validez de sus indicaciones, no cambie de opinión fácilmente por efecto de la presión que ejerza el grupo ante usted.
- Comunique claramente lo que ha decidido; muchas veces el desorden se provoca por diversas interpretaciones de lo que solicitamos. Las reglas del juego deben quedar claras. A veces conviene acordarlas con el grupo de manera participativa y ponerlas por escrito entre todos.
- Verifique que se cumpla lo solicitado o acordado con el grupo; los educandos necesitan experimentar seguridad en el proceso educativo y en buena medida la proporciona la congruencia de sus educadores.
- Rectifique cuando se equivoque; esto, lejos de restarle autoridad se la aumenta, pues da muestras de humildad, madurez y actitud de servicio.
- Siéntase orgulloso de ser educador. La convicción interior se refleja al exterior y da frutos de bien.
- Finalmente, goce su trascendente papel de autoridad educativa… No existe otra misión más importante y satisfactoria en la vida. Ser educador es necesariamente ser autoridad; del mismo modo que ser padre o maestro es necesariamente ser educador.
BIBLIOGRAFÍA
1 Cfr. Chavarría, M. El reto en la educación de los hijos. Trillas. México, 2005. cap. 12.
2 Medina Rubio, Rogelio: “Participación y responsabilidad de la familia en la educación” en La educación personalizada en la familia. Rialp. Madrid. p.33.
3 Otero Oliveros F. Autoestima y autoridad en la familia. Minos. México, 2001. p.47.
4 Gómez Pérez, Rafael “Familias a todo dar” en Ensayo de Pedagogía Familiar. Buena Prensa, México. p. 315.
CURRICULUM:
Doctora en Ciencias de la Educación por la Universidad de Navarra, pedagoga por la Universidad Panamericana. Docente en todos los niveles. Ha participado como conferencista en diversos congresos y foros nacionales e internacionales. Investigadora y asesora pedagógica. Autora de ¿Qué significa ser padres?, Paternidad y trascendencia, entre otros.