En una agradable sobremesa después de una comida familiar, la abuela comentó: «Cómo ha cambiado todo». Sus hijas le preguntamos: «¿Qué es lo que ha cambiado?», y con nostalgia respondió: «todo o casi todo…».
Por supuesto para una persona mayor, el mundo ha cambiado radicalmente: la vida cotidiana, la forma de transportarse, comunicarse, alimentarse y curarse. Pero la reflexión de la abuela iba en otro sentido: «Han cambiado mucho las cosas, pero también las personas, antes teníamos tiempo de vernos, las familias nos visitábamos, pasábamos tiempo juntas, nos conocíamos y convivíamos, lo que fomentaba el cariño y la unión. Por supuesto que existían problemas de todo tipo, sólo que nos acompañábamos más para resolverlos».
Nadie niega la consabida frase de que lo único permanente en la actualidad es el cambio, pero también podemos preguntar: ¿hay algo que permanezca vigente en la familia? El comentario de la abuela, nos llevó a analizar cómo el mundo laboral en las ciudades da por hecho que la realización más importante del ser humano está casi en forma exclusiva en el éxito profesional, lo que implica postergar o cancelar el formar familia.
Parece un sueño de Las mil y una noches que algunos padres logren una vida con tiempo suficiente para la tarea de educar a sus hijos y crecer con ellos en el ámbito espiritual y cultural. Sin embargo, hay familias que están logrando lo que todos anhelamos: hijos seguros, preparados y trabajadores, que lleguen a ser buenos ciudadanos y sepan enfrentar los retos del mundo actual.
Evidentemente no sirven recetas ni varitas mágicas para conservar la esencia de la familia. Más bien, es de vital importancia que cada persona que se decida a formar un matrimonio sea muy consciente de que ha de trabajar duro para conseguir lo que desea sabiendo qué quiere y cómo pretende alcanzarlo. Nadie pone un negocio pensando de antemano que lo va a cerrar, sino tratando de prever todos los caminos posibles por si las cosas no resultan como esperamos.
La reflexión de la abuela me llevó a repensar tres objetivos concretos:
1° Proponernos que los hogares ofrezcan auténtico bienestar, que den ganas de vivir allí; son puerto de salida, pero también faro que ilumina el retorno en un mundo poco hospitalario. Sugerencia concreta: la reunión alrededor de la mesa familiar es magnífico vehículo para facilitar la creación de recuerdos y vivencias de tradiciones familiares.
2° Fortalecer la unión del matrimonio antes que ninguna otra cosa. Si la pareja lo logra, lo demás se da por añadidura. Pero no cerrarnos, integrar a la familia nuclear, a la extensa y, en lo posible, a amistades.
3° Recordar que la educación de los hijos es tema central y que la meta no es hacerlos exitosos sino personas felices, que se sientan seguras, amadas… No esperando que nos otorguen medallas por buenos padres, sino para dar al mundo individuos capaces de aportar cosas valiosas y de reproducir a su vez familias sanas. Como resultado de una dirección, de una voluntad que no dejó el desarrollo a la deriva.
La visión actual de la familia se centra mucho en los problemas y observa más los síntomas que su verdadera raíz. Un elemento que permanece a través de todos los cambios es que la familia ha sido y es el mejor ámbito para que el ser humano crezca se desarrolle y muera.
Es como el hábitat, el ámbito ideal para cubrir sus necesidades básicas y le aporta bienestar para llegar al bien ser. Si nos interesa tanto conservar el hábitat ideal de tantas especies animales y vegetales, ¿no valdrá la pena conservar y mejorar el nuestro?